miércoles, 18 de marzo de 2009

LAS PROFECÍAS DEL APOCALIPSIS – I

Presentamos un texto capital del Padre Emmanuel, cura párroco de Mesnil-Saint-Loup (Francia): fue escrito hace ahora más de cien años, entre 1883 y 1885. Forma parte de un vasto estudio en tres partes: 1º La Santa Iglesia Católica; 2º La Iglesia en el mundo; 3º El drama del fin de los tiempos. Monseñor Marcel Lefebvre declaraba a propósito de estas páginas: “Algunas de ellas incluso son proféticas, cuando el Padre Emmanuel describe la Pasión de la Iglesia”(...) da precisiones sorprendentes sobre el indiferentismo religioso, que corresponde exactamente a la herejía ecuménica de nuestros días. ¿Qué habría dicho y escrito si hubiese vivido en nuestra época? Con sus escritos nos alienta a permanecer firmes en la fe de la Iglesia católica, y a rechazar los compromisos que menoscaban su liturgia, su doctrina y su moral”.

Breve introducción. Hemos considerado a la Iglesia en el pasado y en el presente; nos falta contemplarla en el futuro. Dios ha querido que los destinos de la Iglesia de su Hijo único fuesen trazados de antemano en las Escrituras, como lo habían sido los de su Hijo mismo; por eso, en ellas buscaremos los documentos de nuestro trabajo.
La Iglesia, como debe ser semejante en todo a Nuestro Señor, sufrirá, antes del fin del mundo, una prueba suprema que será una verdadera Pasión. Los detalles de esta Pasión, en la cual la Iglesia manifestará toda la inmensidad de su amor por su divino Esposo, son los que se encuentran consignados en los escritos inspirados del Antiguo Testamento y del Nuevo. No tenemos intención de espantar a nadie, al abordar semejante tema. Diríamos más: nos parece desgranar, juntamente con las grandes enseñanzas, grandes consuelos.
El mundo de hoy. Ciertamente es un espectáculo triste ver cómo la humanidad, seducida y enloquecida por el espíritu del mal, trata de ahogar y de aniquilar a la Iglesia, su madre y su tutora divinas. Pero de este espectáculo sale una luz que nos muestra toda la historia en su verdadera luz.
El hombre se agita sobre la tierra; pero es conducido por fuerzas que no son de la tierra. En la superficie de la historia, el ojo capta trastornos de imperios, civilizaciones que se hacen y que se deshacen. Por debajo, la fe nos hace seguir el gran antagonismo entre Satán y Nuestro Señor; ella nos hace asistir a las astucias y a las violencias de que se vale el espíritu inmundo, para entrar en la casa de la que Jesucristo lo expulsó. Al fin volverá a entrar en ella, y querrá eliminar de ella a Nuestro Señor. Entonces se rasgarán los velos, lo sobrenatural se manifestará por todas partes; no habrá ya política propiamente dicha, sino que se desarrollará un drama exclusivamente religioso, que abarcará a todo el universo.
Las profecías divinas. Podemos preguntarnos por qué los escritores sagrados han descrito tan minuciosamente las peripecias de este drama, cuando sólo ocupará algunos pocos años. Es que será la conclusión de toda la historia de la Iglesia y del género humano; es que hará resaltar, con un brillo supremo, el carácter divino de la Iglesia.
Por otra parte, todas estas profecías tienen el fin incontestable de fortalecer el alma de los fieles creyentes en los días de la gran prueba. Todas las sacudidas, todos los miedos, todas las seducciones que entonces los asaltarán, puesto que han sido predichos con tanta exactitud, formarán entonces otros tantos argumentos en favor de la fe combatida y proscrita. La fe se afianzará en ellos, precisamente por medio de lo que debería destruirla.
Pero nosotros mismos tenemos que sacar abundantes frutos de la consideración de estos acontecimientos extraños y temibles. Después de haber hablado de ellos, Nuestro Señor dijo a sus discípulos: “Velad, pues, orando en todo tiempo, a fin de merecer el evitar todos estos males venideros, y manteneros en pie ante el Hijo del hombre” (Lc. 21 36). (...) “Velad y orad para no caer en la tentación” (Mt. 26 41). No sabéis cuándo sucederán estas cosas: velad y orad, para que no os to-men por sorpresa. Sabéis que desde ahora la seducción opera en las almas, que el misterio de iniquidad realiza su obra, que la fe es reputada como un oprobio (San Gregorio); velad y orad, para conservar la fe. (...)
Un futuro temible. Después de haber hablado de las enseñanzas, digamos algunas palabras de los consuelos. Jamás se habrá visto al mal tan desencadenado; y al mismo tiempo más contenido en la mano de Dios. La Iglesia, como Nuestro Señor, será entregada sin defensa a los verdugos que la crucificarán en todos sus miembros; pero no se les permitirá romperle los huesos, que son los elegidos, como tampoco se les permitió romper los del Cordero Pascual extendido sobre la cruz.
La prueba será abreviada por causa de los elegidos; y los elegidos se salvarán; y los elegidos serán todos los verdaderos humildes.
Finalmente, la prueba concluirá por un triunfo inaudito de la Iglesia, comparable a una resurrección. (...)
R.P. Emmanuel

No hay comentarios: