lunes, 16 de marzo de 2009

HIJOS DE LA ROMA CATÓLICA

Monseñor Alfonso de Galarreta

Hoy podríamos repetir las palabras de la declaración que hizo Monseñor Le­febvre en 1974. Semper idem: es siempre la misma posición. No hemos cambiado.
Es precisamente en la fiesta de los Apóstoles San Pedro y San Pablo, la fiesta de la romanidad, que se encuentra la diferencia. Nosotros nos adherimos de todo corazón a la Roma eterna, santa, a la romanidad y a todos los valores que se contienen en esta romanidad y que se han concretado particularmente en la Ciu­dad Santa. Es la más hermosa con­cre­tización de nuestra fe, del catolicismo, y nos adherimos para siempre a estos valores, a la apostolicidad, es decir, primero al testimonio que han dado los Apóstoles San Pedro y San Pablo por su martirio, un testimonio de fe. Esto ha sido simiente de todos los mártires romanos.
Nos adherimos de todo corazón a la Santa Sede. Defendemos la primacía pon­­tifical, la infalibilidad pontificia, la in­de­fecti­bi­li­dad de la Iglesia.
Nos adherimos, de for­ma inquebrantable, a la unidad, esta unidad que se manifiesta de una manera tan hermosa en Roma, esta unidad de la fe, de la doctrina, unidad de gobierno, unidad de la liturgia. ¿Quién conserva esta liturgia romana? ¿No somos acaso nosotros?
Guardamos también la lengua latina, vínculo de unidad de la Iglesia romana. Nos adherimos a la santidad de la Iglesia que se manifiesta por la pureza de la doctrina, por una doctrina espiritual que forma santos, por los medios de santificación que son, por ejemplo, los sacramentos. Veneramos a todos los mártires, a todos los santos. Estamos orgullosos de su testimonio, de su herencia, de todas las congregaciones religiosas que constituían el esplendor de la Iglesia Católica. Nos adherimos a todo esto.
Pero hay que decir que, hoy, las autoridades ya no son romanas. Basta con ir a Roma para darse cuenta de ello. Hay que ir a la basílica de San Pedro para oír, según el guía, que tal vez era el sepulcro de San Pedro, que tal vez no es el sepulcro de San Pedro, que no es en absoluto el sepulcro de San Pedro... ¡Y esto en Roma, en San Pedro de Roma!
Nos adherimos de todo corazón a la universalidad de la Iglesia. Y esta roma­ni­dad, es la Tradición. Es la estabilidad de la Iglesia Católica, esta manera de actuar con consejo, con prudencia y sabiduría, y como decía el cardenal Pie: con las cuali­dades que son pro­pias al custodio, al que tiene por función guardar el depósito de la fe: hacerlo to­do con consejo y sabiduría.
No sólo eso, nos adherimos de todo corazón a esta manifestación de la soberanía de Nuestro Señor Jesucristo que es el Papado –su Vicario– a este espíritu de la autoridad, a este sentido de la autoridad y del poder, de la jerarquía, este sentido de la conquista de las almas y de la conservación también, a este sentido del gobierno que es propio al genio católico romano.
Nos adherimos a las enseñanzas de la Roma de siempre, a su sentido teológico tradicional, su sentido sobrenatural, dogmático, en el respeto de la antigüedad, el respeto de los Padres de la Iglesia, el respeto de la regla de la fe.
Nos adherimos a la enseñanza que era antes la de la Roma eterna, el tomismo, la filosofía y la teología de Santo Tomás de Aquino, el Doctor Común.
Y nos adherimos también, consiguientemen­te, a este ardor en la defensa de la fe, o dicho de otra manera, en concreto al antili­be­ralismo, al anti­modernismo, por celo de defensa y de protección de la Verdad. Esto es también muy romano.
En una palabra, nos adherimos a esta Roma, Madre y Maestra de todas las iglesias y guardiana de la fe.

No hay comentarios: