viernes, 20 de marzo de 2009

LA INFLUENCIA DE MARÍA MEDIADORA

Hay muchos ilusos que pretenden alcanzar la unión con Dios, sin recurrir constantemente a Nuestro Se­ñor que es el camino, la verdad y la vida. Otro error sería querer llegar a Nuestro Señor sin pasar por María a quien la iglesia llama Mediadora de todas las gracias. Los protestantes cayeron en este error. Hay, dice San Luis María Grignon de Montfort, una gran falta de humildad en menos­preciar a los mediadores que Dios nos brinda, teniendo en cuenta nuestra debilidad. La intimidad con Nuestro Señor nos es grandemente facilitada mediante una verdadera y pro­funda devoción a los santos y en especial a la Virgen María.
¿Qué se entiende por mediación universal? "Al oficio de mediador", dice Santo Tomás, "corres­ponde el acercar y unir a aquéllos entre quienes ejerce tal oficio; porque los extremos se unen por un intermediario". Ahora bien, unir los hombres a Dios es propio de Jesucristo que los ha reconciliado con el Padre, según las palabras de San Pablo: "Dios reconcilió al mundo consigo mismo en Cristo.” Igualmente, después de decir San Pablo: "Uno solo es el mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hecho hombre", continúa: "que se ha entregado en rehén por todos”. Nada impide, sin embar­go, que, en cierto modo, otros sean dichos mediadores entre Dios y los hombres, en tanto cooperan a la unión de los hombres con Dios, como encargados o ministros." En este sentido, añade Santo Tomás los profetas y sacer­dotes del Antiguo Testamento pueden llamarse mediadores; y lo mismo los sacerdotes de la nueva Alianza, como ministros del verdadero mediador.
"Jesucristo", continúa el santo, "es mediador en cuanto hombre; porque en cuanto hombre es como se encuentra entre los dos extremos: inferior a Dios por naturaleza, supe­rior a los hombres por la dignidad de su gracia y de su glo­ria. Además, como hombre unió a los hombres a Dios en­señándoles sus preceptos y dones, y satisfaciendo por ellos." Jesús satisfizo como hombre, mediante una satisfacción y un mérito que de su personalidad divina recibió infinito valor. Estamos pues ante una doble mediación, descendente y as­cendente, que consistió en traer a los hombres la luz y la gracia de Dios, y en ofrecerle, en favor de los hombres, el culto y reparación que le eran debidos.
Y habiendo otros mediadores secundarios podemos preguntarnos si no será María la mediadora Universal para todos los hombres y para la distribución de todas y cada una de las gracias. San Alberto Magno habla de la mediación de María como superior a la de los profe­tas, cuando dice: "Non est assumpta in ministerium a Domi­no, sed in consortium et adjutorium, juxta illud: Faciamus ei adjutorium simile sibi"; María fue elegida por el Señor, no como ministra, sino para ser asociada de un modo espe­cialísimo y muy íntimo, “como su semejante”, a la obra de la redención del género humano.
¿No es María, en su cualidad de Madre de Dios, natural­mente designada para ser mediadora universal? ¿No es real­mente intermediaria entre Dios y los hombres? Sin duda, por ser una criatura, es inferior a Dios y a Jesucristo; pero está a la vez muy por encima de todos los hombres en razón de su maternidad divina, "que la coloca en las fronteras de la divinidad", y por la plenitud de la gracia recibida en el instante de su concepción inmaculada, plenitud que no cesó de aumentar hasta su muerte. Y no solamente por su maternidad divina era María la designada para esta función de mediadora, sino que la reci­bió y ejercitó de hecho.
Esto es lo que nos demuestra la Tradición, que le ha otorgado el título de mediadora universal, aunque subor­dinada a Cristo; título por lo demás consagrado por la fiesta especial que se celebra en la Iglesia universal.
Para bien comprender el sentido y el alcance de este título, consideremos que le conviene a María por dos ra­zones principales: 1º por haber ella cooperado por la satis­facción y los méritos al sacrificio de la Cruz; 2º porque no cesa de interceder en favor nuestro y de obtenernos y distribuirnos todas las gracias que recibimos del cielo.
Tal es la doble mediación, ascendente y descendente, que debemos considerar, para aprovecharnos de ella sin cesar.

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