miércoles, 28 de octubre de 2009

PREPAREMOS NUESTRA ALMA PARA EL JUICIO DE DIOS - Domingo 19º después de Pentecostés

Queridos fieles, JESÚS DIJO QUE EL REINO DE DIOS ES SEMEJANTE A UNA FIESTA DE BODAS que un rey celebra por su hijo. El rey envía 3 veces a sus siervos para invitarlos al banquete.
LA PRIMERA VEZ: Los invitados simplemente no quisieron acudir.
LA SEGUNDA VEZ: El rey les mandó decir que ya estaba todo preparado. Los animales y los toros ya habían sido degollados y aderezados; Que vinieran, que ya estaba todo preparado.
¿Pero que hicieron los invitados? Despreciaron el banquete, y se fueron cada uno a su granja o a sus negocios; Y otros llegaron a apoderarse de los siervos, los golpearon y los mataron.
Entonces, se terminó la paciencia del rey: ordenó el exterminio de la ciudad, envió a sus ejércitos y acabó con los homicidas y puso fuego a su ciudad.
ENTONCES, EL REY HACE LA TERCERA Y ÚLTIMA INVITACIÓN: Dijo a sus siervos: “Las bodas están preparadas, más los que habían sido convidados no han sido dignos. Id, pues, a las salidas de los caminos, y a todos los que hallareis, convidadlos a las bodas”. Así lo hicieron los siervos y se llenaron las salas de convidados (de buenos y malos).
Y luego entró el rey a la sala para ver a los convidados y vio a un hombre que no tenía el vestido de bodas.
El rey le dijo: “Amigo, ¿cómo es que has entrado aquí no teniendo el vestido de bodas?” El hombre no supo qué contestar. Y entonces, como un trueno sonó la voz del rey: “¡Atadle de pies y manos y arrojadle a las tinieblas de afuera. Allí será el llorar y el rechinar de dientes. Porque muchos son los llamados, más pocos los escogidos!”.

EXPLICACIÓN:
La explicación de esta parábola es la siguiente: Tiene dos partes.

LA PRIMERA PARTE, la que corresponde a la primera y segunda invitación del rey, se refiere a los judíos:
- ellos fueron los primeros invitados al reino espiritual del Mesías. Fueron invitados primero por los profetas, y la segunda vez, por los apóstoles.
- Pero rechazaron la invitación, e hirieron y mataron a los siervos del rey:
o mataron a los profetas
o crucificaron al Hijo de Dios
o decapitaron a San Juan Bautista
o al apóstol Santiago lo arrojaron desde lo alto del templo
- Y por eso Dios, irritado, mandó un ejército, instrumento suyo, y aniquiló a los asesinos y destruyó la ciudad.
o el año 70, los soldados romanos capitaneados por Tito, arrasaron e incendiaron Jerusalén, y no dejaron del templo, piedra sobre piedra.

LA SEGUNDA PARTE de la parábola, la que corresponde a la tercera y última invitación, se refiere a nosotros:
- Habiendo los judíos rechazado asistir al banquete místico de la Iglesia, fueron invitados todas las gentes del mundo: “Id por todo el mundo, y predicad el Evangelio a toda criatura…”
- Fuimos invitados también nosotros, y entramos al banquete, entramos a la Iglesia por el Bautismo.
- Pero para quedarse en el banquete, y disfrutar de él por siempre, no basta la fe sola, ni el puro Bautismo, es necesario revestirse del vestido nupcial; el vestido nupcial es la gracia santificante, adornado con las buenas obras.
Cuando el rey de los cielos entre a observar nuestro vestido en el día del juicio particular, y si encuentra que no estamos vestidos con el traje de bodas, pronunciará su sentencia terrible: “¡Atadle de pies y manos y arrojadle a las tinieblas de fuera, allí será el llanto y el rechinar de dientes!”.
“Las tinieblas de fuera” es el infierno, donde no hay la luz de Dios;
sólo hay llanto, terror, sufrimiento, desesperación, rechinar de dientes.
Y están “atados de pies y manos”, es decir, permanecerán atados en el infierno, inmóviles, por toda la eternidad.

QUERIDOS FIELES, UNA REFLEXIÓN:
NOSOTROS ESTAMOS AHORA DENTRO DEL BANQUETE místico de la Iglesia. ¿Cómo se encuentra nuestro vestido del alma en este momento? Cuando nos bautizaron, se nos dio uno limpio y bello; se nos dijo esa vez: “recibe esta vestidura blanca, llévala sin mancha hasta el tribunal de Nuestro Señor Jesucristo, para que poseas la vida eterna”.

¿CÓMO SE ENCUENTRA NUESTRA VESTIDURA? ¿Está blanca como la nieve? ¿O se encuentra más negra que el mismo carbón y está llena de gusanos y de podredumbre? ¿Y si hoy viene el rey a ver nuestro vestido? ¡Qué desastre!

POR ESO, QUERIDOS FIELES, PARA QUE EL REY NO NOS AGARRE DESPREVENIDOS, DESDE YA:
1) quitémonos nuestros vestidos sucios del alma
2) y vistámonos de una hermosa vestidura blanca.

I.- QUITÉMONOS NUESTROS VESTIDOS SUCIOS DEL ALMA
LOS HIJOS DE JACOB habían pecado mucho:
- habían desvastado con fraudes la ciudad de Salem
- habían cometido homicidios, robos de oro, plata y ganado
- habían inclinado su corazón hacia los falsos ídolos
Su anciano padre no hacía más que llorar, decía: “Vosotros me habéis afligido, me habéis hecho odioso al cielo y a la tierra. Moriré yo y toda mi casa.”
Pero luego, queriendo salvar a sus hijos de la ira de Dios, reunió a la familia y le dijo: “Cambiad los vestidos, limpiaos, destruid los dioses extranjeros”. Le obedecieron, le entregaron todos los falsos ídolos y los objetos supersticiosos, y los escondió y enterró bajo una encina.
Y Dios volvió a bendecir al patriarca y a su descendencia ( Gén.35)

QUERIDOS FIELES, LA IGLESIA, MADRE TIERNÍSIMA, HACE LO MISMO QUE JACOB, y nos suplica que sigamos el ejemplo de Jacob; NOSOTROS TAMBIÉN, COMO ELLOS, HEMOS PECADO MUCHO, y tal vez en este momento llevamos un vestido de ignominia.
Escuchemos la súplica de la Iglesia que nos dice: “Cambiad los vestidos, limpios, purificaos, echad fuera los falsos dioses”.

POR EJEMPLO:
DEJEMOS LOS VESTIDOS SUCIOS DE LOS RENCORES, DE LOS ODIOS, que nos amargan la vida y la hacen amarga a los demás: La venganza es áspera, sólo el perdón es suave; Solamente con el amor al prójimo podremos encaminarnos al amor de Dios
Solamente perdonando, seremos perdonados.

DEJEMOS LOS VESTIDOS SUCIOS DE LA INGRATITUD, que nos hacen ser malos, contestones, desobedientes para con nuestros padres y rebeldes para con nuestros jefes o superiores;

ARROJEMOS FUERA LOS VESTIDOS SUCIOS QUE ESTÁN TEJIDOS DE MALAS PALABRAS, mentiras, calumnias, murmuraciones, insultos, y todos los demás pecados de la lengua;
recuerden lo que dijo Dios: “si uno cree ser religioso (piadoso) y no refrena su lengua, su religión es vana”.

ARROJEMOS FUERA EL HORROROSO VESTIDO que la mayor parte de la gente usa, el vestido asqueroso DE LA SENSUALIDAD: - malas miradas , actos impuros, malas conversaciones, amistades peligrosas
- malos pensamientos, malos deseos, diversiones inmorales
al estar vestidos con este asqueroso vestido de la sensualidad, nos degradamos por debajo de los inmundos animales.
¿Y si viene el rey y nos encuentra así? Dirá: “¡apartaos, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles!”.

TAMBIÉN ARROJEMOS FUERA LOS VESTIDOS APOLILLADOS Y ROÍDOS DE LA TIBIEZA, que nos hacen ser perezosos para la cosas de Dios y para el provecho del prójimo.

ESTOS SON ALGUNOS DE LOS VESTIDOS SUCIOS DE QUE DEBEMOS DESPOJARNOS, ¡estos son los dioses falsos a quienes hemos servido, y quizás adorado!;
¡es tiempo de limpiarnos, de purificarnos!

JACOB SEPULTÓ LOS FALSOS IDOLOS debajo de una encina;
nosotros sepultemos todos estos vicios y pecados en el confesionario, y así Dios volverá a bendecirnos.

II.- VISTÁMONOS DE UNA HERMOSA VESTIDURA BLANCA

ESTA VESTIDURA BLANCA QUE SE NECESITA para disfrutar del banquete del cielo, es la gracia santificante, acompañada siempre de las buenas obras.
LA FE SOLA Y EL BAUTISMO NO BASTAN, se requieren las buenas obras.
“¡No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre!”.
“Si un hermano o hermana están desnudos y carecen del diario sustento, y uno de vosotros le dice: <<>>, pero no les dais lo necesario para el cuerpo ¿qué aprovecha aquello?
Así también, si la fe no tiene obras, es muerta como tal”.

POR ESO, QUERIDOS FIELES, UNA VEZ QUE NOS HAYAMOS DESPOJADO DE LOS SUCIOS VESTIDOS del vicio y del pecado, tenemos que revestirnos de buenas obras.

PARA ANIMARNOS A LLENAR NUESTRA VIDA DE BUENAS OBRAS, QUE MEJOR QUE RECORDAR EL ADMIRABLE EJEMPLO DE SAN VICENTE DE PAUL.
De niño, era muy caritativo con sus padres: llevaba a pastar el ganado: las ovejas, las vacas, los cerdos; iba descalzo y con humildes provisiones. Cuando viajaba, entró en contacto con campesinos y con gente pobre.
Y hará voto o juramento de dedicar toda su vida a socorrer a los necesitados, y en adelante ya no pensará sino en los pobres.
Dice el santo: "Me di cuenta de que yo tenía un temperamento bilioso y amargo y me convencí de que con un modo de ser áspero y duro se hace más mal que bien en el trabajo de las almas. Y entonces me propuse pedir a Dios que me cambiara mi modo agrio de comportarme, en un modo amable y bondadoso y me propuse trabajar día tras día por transformar mi carácter áspero en un modo de ser agradable".
Y en verdad que lo consiguió de tal manera, que varios años después, el gran orador Bossuet, exclamará: "Oh Dios mío, si el Padre Vicente de Paúl es tan amable, ¿Cómo lo serás Tú?".

Vicente es nombrado capellán general de las Galeras, San Vicente se horrorizó al constatar aquella situación tan horripilante y obtuvo del Ministro, que los galeotes fueran tratados con mayor bondad y con menos crueldad.
Y hasta un día, él mismo se puso a remar para reemplazar a un pobre prisionero que estaba rendido de cansancio y de debilidad. Con sus muchos regalos y favores se fue ganando la simpatía de aquellos pobres hombres.

El Ministro Gondi nombró al Padre Vicente como capellán de las grandes regiones donde tenía sus haciendas. Y allí nuestro santo descubrió con horror que los campesinos ignoraban totalmente la religión. Que las pocas confesiones que hacía eran sacrílegas porque callaban casi todo. Y que no tenían quién les instruyera.
Se consiguió un grupo de sacerdotes amigos, y empezó a predicar misiones por esos pueblos y veredas y el éxito fue clamoroso.
Las gentes acudían por centenares y miles a escuchar los sermones y se confesaban y enmendaban su vida. De ahí le vino la idea de fundar su Comunidad de Padres Vicentinos, que se dedican a instruir y ayudar a las gentes más necesitadas. Son ahora 4,300 en 546 casas.

El santo fundaba en todas partes a donde llegaba, unos grupos de caridad para ayudar e instruir a las gentes más pobres. Pero se dio cuenta de que para dirigir estas obras necesitaba unas religiosas que le ayudaran. Y habiendo encontrado una mujer especialmente bien dotada de cualidades para estas obras de caridad, Santa Luisa de Marillac, con ella fundó a las hermanas Vicentinas, que son ahora la comunidad femenina más numerosa que existe en el mundo.
Son ahora 33,000 en 3,300 casas y se dedican por completo a socorrer e instruir a las gentes más pobres y abandonadas, según el espíritu de su fundador.
Unas se encargan de atender a los mendigos, otras se ocupan de las epidemias, otras lucharan contra el contagio de la peste, otras se dedicaran a otras calamidades.
Vicente las preparaba para poder atender a todo tipo de personas necesitadas: niños y ancianos, locos y presidiarios, y a toda clase de pobres.

San Vicente poseía una gran cualidad para lograr que la gente rica le diera limosnas para los pobres. Reunía a las señoras más adineradas de París y les hablaba con tanta convicción acerca de la necesidad de ayudar a quienes estaban en la miseria, que ellas daban cuanto dinero encontraban a la mano. La reina (que se confesaba con él) le dijo un día: "No me queda más dinero para darle", y el santo le respondió: "¿Y esas joyas que lleva en los dedos y en el cuello y en las orejas?", y ella le regaló también sus joyas, para los pobres.

Parece casi imposible que un solo hombre haya podido repartir tantas, y tan grandes limosnas, en tantos sitios, y a tan diversas clases de gentes necesitadas, como lo logró San Vicente de Paúl.

Había hecho juramento de dedicar toda su vida a los más miserables y lo fue cumpliendo día por día con generosidad heroica. Fundó varios hospitales y asilos para huérfanos. Recogía grandes cantidades de dinero y lo llevaba a los que habían quedado en la miseria a causa de la guerra.

Se dio cuenta de que la causa principal del decaimiento de la religión en Francia era que los sacerdotes no estaban bien formados. Él decía que el mayor regalo que Dios puede hacer a un pueblo es dale un sacerdote santo.
Por eso empezó a reunir a quienes se preparaban al sacerdocio, para hacerles cursos especiales, y a los que ya eran sacerdotes, los reunía cada martes para darles conferencias acerca de los deberes del sacerdocio.
Luego con los religiosos fundados por él, fue organizando seminarios para preparar cuidadosamente a los seminaristas de manera que llegaran a ser sacerdotes santos y fervorosos. Aún ahora los Padres Vicentinos se dedican en muchos países del mundo a preparar en los seminarios a los que se preparan para el sacerdocio.

Siempre vestía muy pobremente, y cuando le querían tributar honores, exclamaba: "Yo soy un pobre pastorcito de ovejas, que dejé el campo para venirme a la ciudad, pero sigo siendo siempre un campesino simplón y ordinario".

En sus últimos años su salud estaba muy deteriorada, pero no por eso dejaba de inventar y dirigir nuevas y numerosas obras de caridad. Su horario era invariable: se levantaba a las cuatro de la mañana y se acostaba a las nueve de la noche;

Sus piernas supuran y el estómago no admite ya el menor alimento. El 26 de septiembre, domingo, le llevan a la capilla, donde asiste a Misa y recibe comunión. Por la tarde se encuentra totalmente lúcido cuando se le administra la extremaunción;
a la una de la mañana bendice por última vez a los sacerdotes de la Misión, a las Hijas de la Caridad, a los niños abandonados y a todos los pobres. Esta sentado en su silla, vestido y cerca del fuego.

Así es como muere el 27 de septiembre de 1660, a la edad de 80 años, poco antes de las cuatro de la mañana, a la hora que solía levantarse para servir a Dios y a los pobres. Multitudes habían conocido los beneficios de su caridad.

Cuando abrieron la tumba todo estaba igual que cuando se depositó. Solamente en los ojos y nariz se veía algo de deterioro. Se le contaban 18 dientes. Su cuerpo no había sido movido, se veía que estaba entero y que la sotana no estaba nada dañada. No se sentía ningún olor y los doctores testificaron que el cuerpo no había podido ser preservado por tanto tiempo por medios naturales.

El Santo Padre León XIII proclamó a este sencillo campesino como Patrono de todas las asociaciones católicas de caridad.

Queridos fieles, ¡que su ejemplo nos mueva a sacudir nuestra pereza, a aprovechar bien nuestra vida y llenarla de buenas obras!; y que resuenen siempre en nuestros oídos esas palabras de San Vicente de Paul: "Al servir a los Pobres se sirve a Jesucristo;
¡Cómo! ¡Ser cristiano y ver afligido a un hermano, sin llorar con él ni sentirse enfermo con él! Eso es no tener caridad; es ser cristiano en pintura."

CONCLUSIÓN
¡El Rey del cielo ya se acerca para examinar nuestros vestidos del alma! ¿Cómo estamos? ¿Andrajosos, pordioseros, sucios?
Para éstos es la sentencia: “¡Atadle de pies y manos y arrojadle a las tinieblas de afuera. Allí será el llorar y el rechinar de dientes!”.
¡Qué hermoso sería tener una vestidura del alma como la de San Vicente de Paul! Pero, queridos fieles, ¡esto no es imposible!
Así como cuando un niño pequeño ha ensuciado su ropa, acude a su mamá para que lo cambie, acudamos nosotros a nuestra Madre celestial, la Santísima Virgen María, pidámosle que Ella nos ayude a prepararnos, a limpiarnos, a purificarnos; que nos revista con un vestido hermoso y nos ayude a hacer buenas obras.
Pidámoselo siempre rezándole diariamente su amadísimo Rosario.
De esta manera, cuando venga Jesús, nos encontrará ciertamente vestidos con preciosas vestiduras, y disfrutaremos del banquete celestial por los siglos de los siglos.

miércoles, 21 de octubre de 2009

JAMÁS FIRMAREMOS UN COMPROMISO

Entrevista a Monseñor Tissier de Mallerais para “La Vie”(Ecône - 29 de junio de 2009)

Periodista Joséphine Bataille: ¿Cómo la Fraternidad San Pío X se prepara en vista a las discusiones teológicas que deben reali-zarse con el Vaticano?
Mons. Tissier de Mallerais: « El Superior General de la comu-nidad ha nombrado recientemente una comisión compuesta por una decena de sacerdotes que son especialistas en doctrina. Han estudiado teología en Ecône o son profesores en los seminarios: serán capaces de exponer nuestras críticas al Concilio y de responder a las objecio-nes que nos serán realizadas. Los cuatro Obispos de la Fraternidad están también implicados; tienen una función de supervisión. »
JB: ¿Estas discusiones podrían, pues, abrirse desde el momento en que Roma determine el marco?
Mons.: « No, puesto que será necesario antes haber determinado el orden en el cual se abordarán los diferentes temas; hay que ir en un orden creciente de dificultad, y resolver un punto después del otro. Vamos a expresar nuestros deseos al respecto. »
JB: ¿Cuáles son?
Mons.: «Hay que comenzar por la liturgia: sería el tema más simple, ya que se podrá mostrar la deficiencia del nuevo rito de ordenación sacerdotal, por ejemplo. Deficiencia que, por el contrario, cuando se habla de la nueva misa, es más bien contradicción pura y simple; pues se trata de una nueva teología que se expresa en el nuevo rito; por lo tanto de otra religión. Enseguida deben tratarse el ecumenismo y la libertad religiosa: temas tanto más graves cuanto que comprometen la fe. La cuestión de la colegialidad de los obispos solo puede llegar al final, pues es la más difícil. »
JB: Cuando Ud. habla de arreglar las disensiones, ¿considera Ud. la vía del compromiso, que permitiría que coexistieran las posiciones de la Fraternidad y las de Roma?
Mons.: « Jamás firmaremos un compromiso; las discusiones solo avanzarán cuando Roma reforme su punto de vista y reconozca los errores a los cuales el Concilio ha conducido a la Iglesia. »
JB: ¿A la espera de la resolución de los conflictos, está Ud. abierto, como Mons. Fellay dice estarlo, a la adopción de un estatuto intermedio o provisorio para la Fraternidad?Mons.: La condición sine que non para que uno se pregunte sobre el estatuto a dar a la Fraternidad San Pío X es la resolución de las disensiones. Mientras esperamos, conservaremos el estatuto que es el nuestro actualmente; no hay ninguna urgencia de hacerlo cambiar, y no cambiaremos nada en nuestro apostolado. Por lo tanto, las discusiones podrán y deberán tomar el tiempo que sea necesario. »

LAS ARMAS DE SATÁN

El Tridente. Para reforzar la perversa acción de sus tres máscaras, Satán fabricó un Tridente envenenado, con el cual, siglos después, lograría sus más resonantes triunfos contra los hombres. Éste era de fierro forjado en la más ardiente caldera del infierno y estaba forrado en bronce bruñido, prometiendo ser de oro para que sus adversarios deslumbrados por el brillo se acercaran a él, ya curiosos, ya necios o ya inexpertos, para ser trinchados.
Al ensartar a sus víctimas con su Tridente, Satán las hacía caer en apetitos desordenados y placeres deshonestos. Con el primer diente despertaba los deleites de la carne, con el diente central – que era el más largo –, despertaba la soberbia de la vida; esto es, la ambición de honores y de gloria y, con el tercero, la codicia de riquezas.
Los siete cuernos. Aparte de las tres máscaras y del Tridente, Satán tenía para el combate siete cuernos afilados de macho cabrío: dos por cada una de sus frentes y uno más grande que brotaba del centro de su cabeza. Todos eran igualmente de fierro forrados en bronce bruñido y todos, como el Tridente, también atraían a sus incautas víctimas; pero, éstos ejercían un poder hipnótico extraordinario sobre los hombres que les hacía olvidar a Dios y pensar ciegamente en sí mismos. Eran los cuernos de los siete pecados capitales: el cuerno mayor, el de la soberbia, y los cuernos restantes, los de la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza. Con todos ellos embestía mortalmente a sus adversarios no sólo para separarlos de Dios, haciéndoles perder su estado de gracia y de virtud, sino para aislarlos entre sí, dividiendo encarnizadamente la sociedad humana en mil pedazos.
Las alas. Las seis alas gigantescas de Satán, del príncipe de las tinieblas, eran semejantes a las de un murciélago antediluviano y servían también para el ataque. Al agitarlas con espasmos alterados y neuróticos, soplaban el fuego de las pasiones con vientos vehementes: el primer par de alas soplaba, por el lado derecho, la tesis y, por el izquierdo, la antítesis, es decir, lanzaba al mismo tiempo palabras contradictorias entre sí, doctrinas, pensamientos e ideologías engañosas que, entre vapores tempestuosos y sanguinolentos, movían a la locura de la guerra y escondían la Verdad; el segundo par de alas difundía falsos rumores y noticias creadoras de desconcierto, de temores y de pánico y, el tercero, emitía imágenes seductoras, cortinas de variados vapores multicolores que embelesaban a sus adversarios, les despertaba movimientos pecaminosos, les inflamaba deseos carnales y les hacían perder su camino. Tras estas imágenes seductoras estaba Satán, encubriendo su espantosa realidad, haciendo creer a sus víctimas que él no existía. Pero, aunque sus ingenuas e infelices víctimas no lo vieran, Satán, estaba presente interiormente en el pensamiento de ellas, en sus pasiones, llevadas por el viento de las imágenes.
La cola y las pezuñas . Satán también usaba su cola y sus pezuñas para el combate; su cola era una serpiente venenosa de piel pegajosa y de mirada fascinadora que tenía en su cabeza un colmillo encorvado que inyectaba soberbia, ambición, envidia y odio; esta serpiente, deslizándose artera y silenciosa, enrollaba con su cuerpo anillado y húmedo a sus víctimas y las sujetaba contra el mundo, sobre un solo plano, obligándolas a mirar rastreramente, es decir, impidiéndoles elevar su mirada al cielo, ni penetrar en la altura y profundidad de la vida. Luego, las soltaba constreñidas, exhaustas, con los ojos extraviados, para ser pisoteadas y enterradas hasta las profundidades por sus cuatro pezuñas de cabrón.

viernes, 16 de octubre de 2009

LAS TRES CARAS DEL DEMONIO

Satán, el ángel de luz caído, queriendo ser como Dios y obtener la perfecta felicidad en sí y por sí, sin dependencia de Dios, se sentía frustrado, envidioso e incapaz de igualarse a la perfección divina.
Bien sabía el ángel caído el motivo de su frustración, lo que no podía jamás alcanzar: que Dios, era uno en substancia y trino en sus Personas, el misterio más insondable, la maravilla más luminosa de los cielos, la perfección más sublime desde toda la eternidad.
Quiso, pues, desafiar el misterio de Dios e imitarlo, alzándose como una trinidad falsa, aparente, contraria a Dios Uno y Trino, y, por tanto, intentó tener tres disfraces diabólicos distintos manteniendo al mismo tiempo su misma naturaleza diabólica y su único ser satánico.
Ensimismado en estos sueños de odio, de repente cayó con gran estrépito a un infierno aún más profundo y su cabeza quedó con tres rostros, signo de su inicua y soberbia pretensión; rostros carbonizados y deformes que lo acomplejaron hasta obligarlo a fabricar tres máscaras para presentarse ante los hombres.
Entonces, las labró de ébano con sus largas uñas afiladas repetidamente sobre una áspera roca humedecida con sangre. Pintó la máscara del lado derecho de color oro viejo trazándole rasgos piadosos, finos y tradicionales, mediante incrustaciones de cobre. Con esta máscara quería presentarse ante los hombres humildes, de mirada puesta al cielo, amantes de la Verdad, de las alegrías espirituales y de la esperanza en la Vida eterna. La máscara del lado izquierdo la tiñó de rojo sangre y le delineó rasgos bruscos, revolucionarios y voluptuosos con una extraña mixtura de lodo volcánico y ceniza de huesos calcinados. Con ella quería presentarse ante los hombres de mirada horizontal, hombres contrarios a la realidad trascendente e inclinados a adorarse a sí mismos, a resarcirse en lo tangible, en las riquezas materiales, en el placer carnal y en el honor y la gloria; finalmente, a la máscara central le dio color bermejo mezclando los dos colores anteriores y le trazó con tintura de raíz de mandrágora y jugo lechoso de amapola, rasgos amables, pacíficos y reconciliadores para presentarse a todos por igual.
A Satán le era clave mantener en guerra constante o en amenaza de guerra a sus numerosos adversarios. Sabía que él, aunque apoyado por su pequeño grupo de cómplices humanos, nunca triunfaría ante ellos en un campo de batalla abierto, frontal y visible; buscaba el engaño perfecto. Día y noche maquinaba las mil y una maneras de polarizar a los hombres en dos bandos, sacando el mayor provecho a sus tres máscaras; maquinaba echando vapores nauseabundos por sus seis orejas de murciélago y por sus tres bocas de dragón. Quería alimentarles el odio entre sí hasta llevarlos a la guerra fratricida, para, luego, desangrados y sin ningún vigor, masificados, conducirlos encadenados a su Averno.
Así, pues, una noche sin luna ni estrellas, Satán desesperado encontró repentinamente la forma más eficaz de utilizar sus tres máscaras y sus tres lenguas: un fuego mortecino infernal había irrumpido en la noche y le había inspirado el plan para crear la guerra entre los hombres y, luego, esclavizarlos.
Este era el plan: su máscara derecha expondría con elocuencia a los hombres justos y piadosos tesis de tinte tradicional, mientras su máscara izquierda enseñaría a los demás, sin pudor alguno, ideas opuestas a la ortodoxia, ideas revolucionarias, esto es, la antítesis. Luego, creada la tensión y la guerra entre los dos bandos opuestos, en medio del trágico fragor de la batalla, haría entrar en escena su máscara central de color bermejo; su máscara de rasgos serenos y de labios reconciliadores que, como bandera de la paz, invitaría a construir la verdad mediante el diálogo.
Esta sería, por tanto, su máscara del falso dios de la paz, del “anticristo salvador” de la humanidad, su máscara gentil y anfitriona, con cuyos labios invitaría por igual a ortodoxos y a revolucionarios, a deponer las diferencias y la guerra, cediendo en todo aquello que los dividiera y uniéndose entre sí en torno a sus puntos comunes, es decir, adhiriéndose a una doctrina híbrida.
Esta sería entonces la síntesis satánica, en la cual, lo que no fuera común a los contendientes, esto es el motivo de la guerra – Cristo, el enemigo de Satán –, quedaría excluido, y lo que los unía – un ficticio y confuso dios de la paz – sería aceptado por todos. Esta, pues, sería la máscara de la victoria del Satán ecuánime y aparentemente justo, adalid de una falsa paz, con la cual daría su última batalla.

jueves, 15 de octubre de 2009

LA TIBIEZA - Domingo 18º después de Pentecostés

CAFARNAÚM, CIUDAD A ORILLAS DEL LAGO DE GENEZARET; era una de las predilectas de Jesús.
Una vez, el Señor, descendiendo de una barca, vio a muchas personas que iban a su encuentro llevando a un enfermo. Era un paralítico acostado en su camilla y se lo traían para que lo curara.
EL MAESTRO DIVINO, ANTE LA FE DE AQUELLA PO­BRE GENTE, sintió compasión y dirigiéndose al enfermo, le dijo: "Hijo, ten confianza, tus pecados te son perdonados".
POR DECIR ESTAS PALABRAS, ALGUNOS MALVADOS COMENZARON A PENSAR:
Pero, ¿quién cree ser este hombre? Sus palabras son blasfemias, pues Dios so­lamente puede perdonar los pecados.
Y NUESTRO SEÑOR, QUE LEÍA SUS PENSA­MIENTOS, DIJO:
¿Por qué pensáis mal en vuestros co­razones? ¿Qué es más fácil decir, “perdonados te son tus pecados” o decir “levántate, toma tu lecho y vete a tu casa”? Pues bien, para que se­páis que el Hijo del hombre tiene poder sobre la tie­rra para perdonar los pecados, le dijo entonces al paralítico: levántate, toma tu lecho y vete a tu casa.
EL ENFERMO SE LEVANTÓ, cargó con su lecho y se fue a su casa; por toda aquella turba pasó un murmullo de maravilla. Y algunos en voz alta glorificaron al Se­ñor.
ESTE ES EL PASAJE DEL EVANGELIO. Saquemos al­gunas reflexiones para nuestra alma.

Queridos fieles, ¡CUÁN TRISTE ES EL ESTADO DE UN PARALÍTICO! :
Estar imposibilitado en su cuerpo, yacer sin movimiento.
Pero si esto es triste, mucho más triste es el estado de los paralíticos espirituales, ¡y de éstos el mundo está lleno, está repleto!
¿Y QUIÉNES SON ESTOS PARALÍTICOS ESPIRITUALES? Pues los tibios.
SÍ, LA TIBIEZA ES ESA PARÁLISIS ESPIRITUAL muy peligrosa para nuestra alma, y que es necesario estudiar para aprender a reconocerla, para sacudirla prontamente de nosotros, si es que encontramos que ya está carcomiendo nuestra alma, chupando nuestras energías espirituales, con peligro de sepultarnos después en el pecado mortal, antesala del infierno.


PARA PRECAVERNOS DE ESTA TERRIBLE ENFERMEDAD, veamos:
1) como reconocer la tibieza
2) cuáles son algunos efectos desastrosos de la tibieza
3) algunos remedios contra ella


I) COMO RECONOCER LA TIBIEZA
ASÍ COMO UN PARALÍTICO NO GOZA DEL USO DE SUS MIEMBROS, está sin movimiento, no puede ir a ninguna parte, ni hacer nada por sí mismo...
DE MANERA SEMEJANTE LE ACONTECE AL ALMA CAÍDA EN LA TIBIEZA (y de esta manera la podemos reconocer):
Está como muerta, sin fuerza, sin vigor, quiere y no quiere a la vez.
No tie­ne manos para hacer buenas obras; tampoco pies para ir a la iglesia y cumplir sus deberes religiosos; tampoco lengua para rezar, o reza mal; tampoco oídos para escuchar la palabra de Dios, los consejos o los avisos caritativos que se le hacen; es insensible para las cosas de Dios y del cielo...
EL PARALÍTICO ESTABA POSTRADO EN SU LECHO.
De la misma manera, el alma tibia yace postrada en el lecho de los afectos terrenos, de las necedades vanas, de las amistades peligrosas, de las costumbres viciosas.
POR TANTO, NO TIENE DELICADEZA DE CONCIENCIA, ni temor del pecado venial, ni escrúpulos, como en otro tiempo, en el cual era cuidadoso sobre la caridad, la castidad, la justicia.
NO SIEN­TE YA EL PESO DE SUS FALTAS, o, si lo siente, amontona mil excusas para disminuir su responsabilidad.
Todavía reza, pero sólo con los labios; aún recibe los sacramentos, pero sin fruto...
EL ALMA TIBIA, VA EN BUSCA DE LAS COMODI­DADES,
quiere satisfacer sus caprichos; tiene horror al espíritu de mortificación y de sacrificio; es indolente, se envilece, vive olvidada de sus deberes.
A ESTE ESTADO SE LLEGA PROGRESIVAMENTE.
Abandonando el fervor de ayer se ha echado en brazos de la relajación; poco a poco ha dejado las prácticas de piedad,
ha reem­plazado el amor de Dios por el amor de las criaturas...;
de los pecados veniales, de los cuales no llevó cuenta ni pensó en enmendarse, pasó a los mortales.
Judas no degeneró de un salto en traidor de Jesús: “Qui spernit modica, paulatim decidet”: “el que desprecia las cosas pequeñas, poco a poco se arruinará”(Ecli.19,1).

II) CUÁLES SON LOS EFECTOS DESASTROSOS DE LA TIBIEZA
ANTES QUE NADA, LA TIBIEZA DESAGRADA SUMAMENTE A DIOS: “porque no eres ni frío ni caliente, comenzaré a vomitarte de mi boca” (Apoc.3,16).
EJEMPLO: LAS VÍRGENES NECIAS fueron excluidas del festín de bodas por no haber alimen­tado la llama de la caridad con el aceite de las buenas obras (Mt. 25 12);
- las Vírgenes prudentes, al coger sus lámparas, llevaron aceite consigo;
- las vírgenes necias, las tibias, las descuidadas, no quisieron llevar aceite de reserva;
- como tardó en venir el Esposo, Nuestro Señor Jesucristo, las vírgenes se adormecieron, el aceite se fue consumiendo;
- cuando ya venía el Esposo, recién allí las vírgenes tibias fueron a buscar aceite, pero el Esposo llegó, se llevó a las vírgenes juiciosas, y se fue a las bodas;
- cuando las Vírgenes tibias tocaron a la puerta, Nuestro Señor les dijo: “En verdad os digo, no os conozco”
- y las vírgenes tibias se quedaron para siempre afuera, en las tinieblas exteriores…
¡QUÉ TERRIBLE! , ESCUCHAR DE LA BOCA DE NUESTRO SEÑOR: “¡En verdad os digo no os conozco!” que es como decir:
“¡no las quiero, no me agradan, son tibias, descuidadas, salgan de mi presencia, no las quiero volver a ver, fuera!”

SÍ, LA TIBIEZA DESAGRADA SUMAMENTE A DIOS.
· TAMBIÉN, LA TIBIEZA AFECTA EL ALMA DE NUESTRO PRÓJIMO, pues el tibio, aún sin saberlo, es un mal ejemplo para las personas que lo rodean, para su familia, pues su comportamiento causa relajación.

EL TIBIO, LA TIBIA:
perezosa, se levanta tarde, o apenas con el tiempo preciso para prepararse;
¿hacer las oraciones de la mañana?: algo breve, brevísimo, si es que las hace;
descuida sus cosas personales, descuida las cosas de su trabajo; “ahora que no me ve el jefe, aprovecho para hacer estas cosas mías”.
No le importa llegar tarde a Misa, y además pensará: “¿para qué ir con velo? ¿para qué usar falda?”
¡y qué trabajo para arrodillarse!, cuando puede, mejor se la pasa sentada;
¡y qué manera de sentarse!,
¡ay!, y esos bostezos…
Cuando hace la señal de la cruz, parece que hace un garabato;
¿Hacer un poco de lectura espiritual?: ¡qué ilusión!, mejor enciende la T.V o se pone a navegar por Internet
¿Algún día hacer un sacrificio?: el tibio dirá: “no estamos en Cuaresma”, pero en Cuaresma tampoco los hace.
¿Rezar el Rosario?: “¡qué martirio!” , ¿rezarlo de rodillas?: “ni pensarlo”;

¿Hacer examen de conciencia antes de dormir?: “¡qué flojera!”, apenas si lo hace cuando se va a confesar, es más, comienza a hacerlo cuando recién se forma en la fila;
(no lo preparó por la mañana, o desde el día anterior);
¿Rezar las oraciones de la noche?: “¡qué pereza, tengo sueño!”,
por eso, reza poco, muy poco, sólo lo esencial, lo estrictamente esencial y a dormir!

SÍ, EL PRÓJIMO QUE LLEGARA A CONTEMPLAR O A SABER ESTAS COSAS y otras más todavía, quedaría afectado por el mal ejemplo,
El tibio propaga fácilmente la enfermedad de la relajación.


· Y, CLARO ESTÁ, LA TIBIEZA AFECTA SOBRETODO A LA MISMA ALMA QUE ES TIBIA
a) LA TIBIEZA O "HÁBITO DEL PECADO VENIAL" CONDUCE CASI INFALIBLEMENTE AL PECADO MORTAL.
En efecto, arruina los dos los factores principales de la actividad espiri­tual, que son la gracia de Dios y la buena voluntad:
— la gracia de Dios : por su negligencia en usar bien de los medios que aseguran la gracia (sacramentos y oración), el alma tibia disminuye sin cesar el caudal de gracias, y por su negligencia en corresponder a ellas, acaba por serles in­sensible;
— la buena voluntad: por el hábito del pecado venial, el alma tibia debilita su voluntad y fortifica al contrario sus defectos e inclinaciones viciosas.

b) LA TIBIEZA CAUSA LA CEGUERA DE LA CONCIENCIA.
En efecto, a fuerza de excusar sus faltas, el tibio acaba por falsear su juicio; pierde el horror al pecado, no concede importancia a las faltas leves, mira como leves faltas en sí mismo graves; y de este modo se forma una conciencia relaja­da, que no sabe reconocer ya la gravedad de los pecados e imprudencias que comete.

c) FINALMENTE, LA TIBIEZA ES "UN COMIENZO DE REPROBACIÓN", según afirmación del Padre Chaminade.
Y es que para merecer el cielo es preciso hacer buenas obras y practicar las virtudes cristianas.
Ahora bien, la tibieza paraliza las buenas obras y las virtudes cristianas...

VARIOS TEXTOS DE LA SAGRADA ESCRITURA CONFIRMAN ESTA APRECIACIÓN:
— A propósito de la higuera infructuosa de la viña, el señor de la viña dice al viñador : "Córtala ya: ¿para qué ha de ocupar terreno en balde?" (Lc. 13 7);
— Jesús, no habiendo encontrado fruto en la higuera que estaba junto al camino, pues cubierta de hojas, entonces Él la maldijo y se secó al instante (Mt. 21 18-19);
— "Todo sarmiento que en Mí no llevare fruto, será cortado" (Jn. 15 2);
— El servidor negligente es condenado por no haber hecho fructificar su talento (Mt. 25 30); "no se lee en el Evangelio otra causa de su condenación, sino porque no quiso acrecentar el talento que le dieron" (Rodríguez, I, 1, 8);


III) ALGUNOS REMEDIOS CONTRA ELLA
NO HAY REMEDIO FÁCIL para curar la tibieza; se necesita un verdadero milagro:
“Utinam frigidus esses”: “ojala fueses frío”;
“OJALÁ FUESES FRÍO” PUES EL PECADO MORTAL ES CAPAZ DE PRODUCIR UN TEMOR SALUDABLE, y el Sacramento de la Penitencia cura al pecador...
Pero el tibio permanece invencible, sin dolor, y la absolución no produce prácticamente en él ningún efecto.

¿QUÉ HACER, PUES?
Primero debemos examinarnos para ver si acaso somos también nosotros paralíticos espirituales (TIBIOS); y si encontramos que lo somos, entonces debemos seguir las órdenes de Jesús:
“¡Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa!”.

1) DEBEMOS COMPRENDER EL TRISTE ESTADO DE NUESTRA TIBIEZA.
Puede ser preciso un retiro bien practicado, o algún terrible accidente.
Luego, es necesario acudir a Jesús, y ello con fe, con humildad, con confianza; es preciso orar fervorosamente: “Domine, ecce quem amas, infirmatur” (Jn.11,3). “Señor, aquél a quien amas está enfermo”; Después de tener un verdadero y sincero dolor, hacer una buena confesión. “Con­fide fili, remittuntur tibi peccata tua...

2) “¡SURGE!”: “¡LEVÁNTATE!”.
Hora est jam nos de somno surgere; “ya es hora de levantarnos de nuestro sueño” (Rom.13,2) Y luego ánimo, energía para romper nues­tras cadenas...
Regnum coelorum vim patitur... “El Reino de los cielos padece violencia, y sólo los violentos lo arrebatan” (Mt.11,12)

3) “TOLLE GRABATUM TUUM”: “TOMA TU CAMILLA”.
Arrojemos fuera el lecho de nuestras pasiones, de nuestros malos hábitos, y esto sin repugnancia, sin oír las voces de nuestra naturaleza...
« Si quis vult post me venire, abneget semetipsum, et tollat crucem suam... »
« quien quiera venir en pos de Mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga”(Mt.16,24)
« Qui Christi sunt, carnem suam crucifixerunt cum vitiis et concupiscentiis »
« los que son de Cristo, han crucificado su carne, con sus vicios y sus concupiscencias »(Gal.5,24)

4) “ET VADE IN DOMUM TEAM”: “Y VETE A TU CASA”.
Nuestra casa es:
a) Nuestra alma; entremos en nosotros mismos, huyamos del mundo y de las ocasiones peligrosas, llevemos una vida de recogimiento...
b) La Iglesia; asistamos a la san­ta Misa, hagamos visitas más frecuentes a Jesús en el Sagrario...
c) El cielo; pensemos en él más a menudo...
“¡Quam sordet tellus, dum coelum aspicio!”
“qué despreciable me parece la tierra cuando miro hacia el cielo”

CONCLUSIÓN
SI TUVIÉSEMOS ALGUNA VEZ ESTA PELÍGROSÍSIMA ENFERMEDAD DE LA TIBIEZA, acordémonos de las palabras de Nuestro Señor: “Conozco tus obras: no eres ni frío, ni caliente;
¡Ojalá fueras frío o caliente!
Pero como eres tibio…, estoy por vomitarte de mi boca;
Te aconsejo que para enriquecerte, compres de Mí oro acrisolado al fuego; ( trabajar con esfuerzo, tener espíritu de sacrificio)
Te aconsejo que adquieras de Mí vestidos blancos para que te cubras y no aparezca la vergüenza de tu desnudez;
(hacer buenas confesiones, y sobretodo, tener buenos propósitos de enmienda para así purificar nuestra alma)
(Apoc. 3,15 y ss).
“Yo reprendo y castigo a todos los que amo.
Ten, pues, valor y conviértete.
Mira que estoy a la puerta y llamo” (Apoc. 3,19-20).

LA DESACRALIZACIÓN AL GALOPE

“Lo característico de nuestra época es su ceguera para la dimensión de lo sagrado (das Heil). Quizá es éste el único “Unheil”, la única y radical desdicha de nuestro tiempo.” Martin Heidegger

Para poner la Iglesia a tono con los “signos de los tiempos”, el Papa Juan XXIII convocó el Concilio Vaticano II. Según sus palabras, era necesario abrir la ventana de la Iglesia para que entrara aire fresco. Sin duda, el Papa expresó nobles intenciones, pero... si el Papa no quería que el aire fresco soplara desde dentro de la Iglesia para evangelizar al mundo, de dónde más podría venir tal aire, sino del mundo exterior, es decir, de aquella corriente modernista cargada de materialismo que entonces y ahora domina el mundo; del humo de la desacralización que había ensombrecido a la pobre Europa, para luego infestar con su penetrante hedor a todas las naciones. Así, al abrir la ventana de la Iglesia durante el Concilio, el humo de Satanás se empezó a mezclar con el incienso y las fumarolas que anunciaban la Nueva Iglesia; es decir, el humo no entró al lugar sagrado por una grieta, sino por la puerta grande, engalanada y respaldada por la autoridad conciliar, para luego imponer a obispos, sacerdotes y fieles, con sutileza magistral y sirviéndose de una falsa obediencia, un espíritu desacralizador revestido con capa de progresismo.
A partir de tal Concilio, todo en la vida de la “nueva Iglesia”, de una u otra manera, se impregnó de este humo, apagándose de manera manifiesta el brillo de la Santa Tradición, de sus costumbres y ritos, e implicando así todo el universo de la fe. De manera especial, el proceso desacralizador se aceleró vertiginosamente con la instaura-ción de la Nueva Misa (el Novus Ordo), que desplazó a la venerable y santa liturgia romana que San Pío V había consagrado como Misa eterna. Pero, el humo de la desacralización no sólo ensombreció a la liturgia y a la vida religiosa, sino que extendió su acción a toda la cultura cristiana: es decir, a las instituciones políticas, sociales y económicas, al matrimonio y a la familia, a las costumbres, a los negocios, al miramiento del mismo cuerpo humano como templo de Dios y, hasta a las relaciones humanas fundadas en la confianza, en la “palabra sagrada” que fuera promesa empeñada y cumplida por los cristianos en los tiempos esplendorosos de su civilización.

EL BAUTISMO DE LOS NIÑOS

La liturgia moderna ha introducido una nueva pastoral del Bautismo: algunos ritos se han suprimido (por ejemplo la imposición de la sal, los exorcismos), y en algunos casos se difiere el bautismo aún por años. Frente a estas novedades consideremos las enseñanzas de siempre de la Iglesia.

La Sagrada Escritura nos habla de los bautismos que los Apóstoles confirieron en varias familias. San Pablo y Silas bautizaron en Filipos a la familia de Lidia (Act. 16, 14-15) y al carcelero «con todos los suyos» (Act. 16, 33). San Pedro ha­bía ya bautizado, por revelación di­vi­na, al centurión Cornelio y a toda su familia (Act. 10, 14 y ss.). Crispo, jefe de la sinagoga de Co­rinto y su familia fueron evan­gelizados y bautizados (Act. 18, 8 y ss.).¿Qué podemos deducir de estos hechos? Ninguno de los textos citados nos habla positivamente del bautismo de los niños pero ninguno tampoco lo excluye explícitamente. Hay que recordar las palabras de Nuestro Señor: «Dejad que los niños se acerquen a mí» (Mat. 19, 14).
La Tradición (segunda fuente de la Revelación) es más clara aún. A fines del siglo II, San Ireneo nos dice que «Cristo vino para salvar a todos los que renacen en Dios, recién nacidos, pequeños, niños, jóvenes y ancianos» (“Contra las herejías” II, 22, 4). Orígenes no duda en indicarnos, a mediados del siglo III, el origen de esta costumbre: «la Iglesia ha recibido de los Apóstoles la tradición de bautizar también a los niños» (“Comentario de la Epístola a los Romanos” 5, 9). San Cipriano se apoya en una decisión del Concilio de Cartago en el año 252 para pedir que se bautice a los niños tres días después de su nacimiento (“Carta” 64, 2). Podemos acabar esta breve enumeración con San Agustín, el doctor de la gracia, quien escribe en su “Comentario al Génesis” (10, 23, nº 39): «La costumbre de la Iglesia nuestra Madre de bautizar a los niños no debe ser despreciada ni decir que es superflua; debe creerse en ella porque es de tradición apostólica. La edad tierna tiene en su favor el gran testimonio de haber sido la primera en derramar su sangre por Cristo».
El Magisterio de la Iglesia, a través de las decisiones de los Papas y los Concilios –depositarios de la doctrina de la salvación según la orden de Cristo–, confirma esta enseñanza. Para el 4º Concilio de Cartago, en el año 418, es anatema todo el que pretende que no hay que bautizar a los niños pequeños o que el bautismo no les sirve de nada para perdonarles los pecados (canon 2). El 2º Concilio de Letrán en el año 1139 «condena y excluye de la Iglesia de Dios a todos los que, disimulando exteriormente la religiosidad reprueban el bautismo de los niños» (can. 23). Inocen­cio III confirmó esta doctrina en el año 1208 en su “Profesión de fe a los Valdenses” que dice así: «Aprobamos, pues, el bau­tismo de los niños que, como creemos y confesamos, se salvan si mueren después del Bautismo, antes de haber cometido pecados; creemos igualmente que todos los pecados, tanto el original como los cometidos voluntariamente, son borrados por el Bautismo».
Contra los protestantes, y sobre todo contra los anabaptistas, el Concilio de Trento precisó que para ser bautizado no es necesario tener la edad de Cristo (“Decreto sobre el Bautismo” can. 12), pues el niño que ya fue bautizado no necesita volverlo a ser en la edad adulta (can. 14). Y la razón profunda de esta práctica del bautismo de los niños nos la da el mismo Concilio: sólo el bautismo los puede curar del pecado original con el que están manchados (“Decreto sobre el pecado original” nº 4).
Finalmente, ante las insinuaciones de los modernistas, el Papa San Pío X tuvo que reprobar la opinión según la cual «la costumbre de conferir el Bautismo a los niños fue una evolución disciplinar y constituyó una de las causas por las que este sacramento se dividió en dos: el bautismo y la penitencia» (Decreto “Lamentabili”, proposición condenada nº 43).

EL POR QUÉ DE ESTA NECESIDAD. ¿Cuáles son las causas y razones fundamentales de esta práctica incesante de la Iglesia? El Bautismo de los niños no es sino un caso particular del mandamiento general que dio Nuestro Señor: «Id, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mat. 28, 19-20). Es la aplicación a todos de lo que Jesucristo le dijo a Nicode­mo en privado: «Quien no naciere de arriba no puede entrar en el reino de Dios... Quien no naciere del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de los cielos» (Juan 3, 3-5).
¿Por qué el carácter tan absoluto de esta orden? Porque, como dice San Cipriano, «el niño ha contraído desde su nacimiento, como descendiente de Adán, el virus mortal del antiguo contagio» (“Carta” 64, 5). Todos nosotros nacemos con la mancha original que se transmiten los hombres por generación. Este es el argumento central de Santo Tomás de Aquino: «El Apóstol dice en la epístola a los Romanos: ‘Si por la transgresión de uno solo, esto es, por obra de uno solo, reinó la muerte, mucho más los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia reinarán en la vida por medio de uno solo, Jesucristo’ (Rom. 5, 17). Ahora bien, los niños, por el pecado de Adán han contraído el pecado original, como lo deja ver el que estén sometidos a la mortalidad que, por el pecado del primer hombre ha pasado a los demás, como lo indica el Apóstol en el mismo lugar. Así que, con mayor razón, los niños pueden recibir por medio de Cristo la gracia que les hará reinar en la vida eterna. El Señor mismo dice: ‘Quien no naciere del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de los cielos’ (Juan 3, 3). Por eso es necesario bautizar a los niños porque así como por Adán incurrieron en su condenación al nacer, del mismo modo puedan obtener su salvación por Cristo cuando renacen» (IIIª, qu. 68, art. 9, corp.).
Es cierto que para un adulto es indispensable prepararse al Bautismo:
1) expresando su intención de recibirlo;
2) profesando la fe católica: «El que crea y se bautice se salvará» (Marc. 16, 16);
3) arrepintiéndose de sus pecados: «Arrepentíos y bautizaos en el nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados» (Act. 2, 38).
Los adultos, al tener el uso de razón, pueden y deben orientarse a sí mismos hacia la salvación. Los niños, sin embargo, no pueden usar su razón, de modo que el único remedio que tienen es el bautismo de agua. «Si son niños –comenta Santo Tomás de Aquino– no hay que diferir el Bautismo, primeramente porque no se puede esperar de ellos una instrucción más buena ni una conversión más profunda, y además a causa del peligro de muerte en el que se hallan, puesto que ellos no pueden tener otro remedio más que el sacramento del Bautismo» (IIIª, qu. 68, art. 3, corp.).

RESPUESTA A ALGUNAS OBJECIONES. Consideremos algunas objeciones muy actuales, pero que ya comentaba Santo Tomás en el siglo XIII y a las cuales respondía también San Agustín en el siglo V.

Puesto que el Bautismo borra el pecado original, todos los pecados personales (para los adultos) y todas las penas debidas por estos pecados, ¿no sería mejor esperar a la edad adulta para recibir el Bautismo, como se hacía en los primeros siglos de la Iglesia? Respondamos que si esta práctica estuvo en vigor se trataba en realidad de un abuso contra el cual lucharon los Santos Padres, como San Gregorio de Nicea en su obra titulada “Contra la costumbre de quienes retrasan el bautismo”. Además, escuchemos a San Agustín, que fue víctima de esta costumbre: cuando era joven cayó enfermo, por lo que se le iba a bautizar pero al curarse, se dejó para más tarde; éstas son las reflexiones que este retraso le inspiró: «Mi purificación fue diferida como si nunca más tuviese yo que volverme a manchar al encontrar de nuevo la vida. Sin duda se pensaba que, si después de la ablución bautismal volvía yo a caer en el barro del pecado, mi responsabilidad sería más pesada y peligrosa... ¿Fue para mi bien que me fueron desatadas de este modo las riendas del pecado?... Mucho más provechoso me hubiese sido ser curado prontamente, ya que tanto celo hemos tenido que emplear yo y los míos para poner este alma en lugar seguro para su salvación, bajo la tutela de Quien se la hubiese dado entonces» (“Confesiones” I, 12, 17-18). Donde la gracia reina más tiempo con su cortejo de virtudes y dones, Dios reina también con más estabilidad. ¿Por qué no querer que los niños se conviertan cuanto antes en los templos del Espíritu Santo? ¿Por qué dejar más tiempo bajo el yugo del demonio a esas almas que Dios quiere librar por medio del sacramento del Bautismo, sus oraciones, sus exor­cis­mos y la infusión del agua sal­vífica?

¿Cómo puede ser apto para recibir el Bautismo un niño, puesto que no puede manifestar su decisión personal de ser bautizado, ya que como no tiene uso de razón, no puede arrepentirse de sus pecados ni profesar solemnemente su fe? En realidad los niños son bautizados en la fe de su Madre, la Santa Iglesia. Como una madre alimenta por sí misma a su hijo que todavía no puede valerse, la Iglesia le da a sus hijos la salvación que todavía no pueden obtener por sí mismos. Además, ¿no es justicia que «quien ha sido herido por obra de otra persona (sea) también curado por la palabra de otra persona» (S. Agustín, “Sermón” 254, 12). ¿Sería injusto que quien se alejó de Dios sin un acto personal vuelva a Él sin un acto personal?

Otra objeción, muy moderna en su formulación: al bautizar a un niño sin pedirle su opinión se atenta contra su libertad; ¿cómo se le puede imponer una serie de compromisos que a lo mejor él nunca hubiese asumido? Respondamos que procurar alcanzar la felicidad del cielo es una obligación para todos: «Dios quiere que todos los hombres se salven» (I Tim. 2, 4). El Bautismo es el medio para lograr esta salvación (Juan 3, 3). El Bautismo no compromete al niño a un estado de vida particular (sacerdocio, vida religiosa, celibato o matrimonio) sino a un camino común de salvación. ¿Acaso no es lo que hacen todos los padres en el plano temporal cuando les dan el alimento, medicinas y educación (sabiendo que todo esto es indispensable para su crecimiento físico, intelectual y moral) sin preguntarles si están de acuerdo o no? Cuando un niño está enfermo, ¿deciden los padres esperar a que sea mayor para saber si acepta la medicina que lo va a curar? ¿Por qué los padres admitirían esto en el plano espiritual? ¿No es el Bautismo el remedio al pecado original?

EL TRASFONDO DEL PROBLEMA. La amplitud del problema que estamos tratando, que no se conocía en otro tiempo, es muy significativa y hace pensar en:
1) una falta de fe en el dogma revelado del pecado original (Efes. 3, 3);
2) una falta de fe en el poder intrínseco de los sacramentos (en este caso del Bautismo) siempre y cuando no se ponga un obstáculo personal;
3) una falta de fe en Jesucristo, Dios y hombre verdadero, que nos ha instruido sobre la necesidad del Bautismo para salvarnos (Mat. 28, 19-20; Mar. 16, 16). Por eso permanezcamos fieles a la pastoral tradicional del Bautismo de los niños recién nacidos, que es la única garantía para la salvación de su alma.

martes, 13 de octubre de 2009

LA AVARICIA (3ª. parte) - DOMINGO XVII DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

Queridos fieles: La semana pasada hemos hablado sobre la avaricia.
LA AVARICIA:
“vicio sórdido, vil, infame”, (S. Juan Crisóstomo)
“vicio injurioso a Dios, odioso a los hom­bres, sumamente pernicioso a los mismos avaros”, (Sto. Tomás)
Y DIOS MISMO DIJO en la Sagrada Escritura: “No hay cosa más detestable que un avaro”.
“el que codicia el dinero; … a su misma alma pone en venta”. (Eccl. X, 9-10)
Ya hemos hablado que LA AVARICIA CIEGA EL ENTENDIMIENTO EN TANTO GRADO, que el avaro no conoce que lo es. La avaricia se introduce en el corazón de los hombres con tal disimulo, que ellos mismos no lo advierten.
VIMOS QUE, PARA PODER RECONOCER LA AVARICIA, hay que examinar algunos efectos de ella:
El primer efecto y señal de la avaricia es una insensibilidad habitual, una dureza de corazón para con los pobres.
El segundo efecto es una excesiva insensibili­dad para consigo mismos.
Un tercer efecto de la avaricia es la desconfianza en la divina Provi­dencia.

AHORA NOS QUEDA POR VER EL SEGUNDO EFECTO funesto de la avaricia:


II.- LA AVARICIA ENDURE­CE DE TAL SUERTE EL CORAZÓN, QUE AUNQUE LO CONOZCA, NO PROCURA DE­JAR DE SERLO.

EN COMPROBACIÓN DE ESTA VERDAD, me contentaré con recor­darles el ejemplo de Judas y del Faraón.

EJEMPLO DE JUDAS

El considerar la dureza, la perfidia y la desesperación de aquel apóstata, nos horroriza;
pero nos debería sorprender mucho más su causa ó principio.
Judas vendió a Nuestro Señor Je­sucristo , el discípulo puso en manos de sus enemigos a su Maes­tro :
a un Maestro que le había colmado de beneficios:
a un Maes­tro que, por espacio de tres años, le había dado innumerables pruebas del más tierno amor:
a un Maestro que, en su presencia, había obrado muchos prodigios:
a un Maestro de cuya divinidad eran testigos los cielos y la tierra.

¿PUEDE CONCEBIRSE MAYOR PERFIDIA?
PERO TODAVÍA NOS CAUSA MAYOR HORROR EL MOTIVO QUE TUVO. ¿Creen, queridos fieles, que Judas, envidioso de los favores que el Salvador dispensaba a los demás discípulos, ó arrebatado de la cólera determinó venderle?
¿Creen que la envidia, el resentimiento ó la queja, fue la causa de su atroz perfidia? NADA DE ESTO: los santos evangelistas nos aseguran que su traición fue efecto de su avaricia.
Judas amaba a Jesucristo; pero amaba más el dinero: prefirió ser esclavo de la avaricia a ser discípulo del Señor;
y aquella sórdida pasión, que le persuadió de que valían más treinta dineros que su divino Maestro, le indujo a entregarle a los fariseos.

TAL VEZ NOS ADMIRA, QUERIDOS FIELES, QUE LA AVARICIA INDUJERA A JUDAS a ejecutar tan enorme maldad; pero esto no debería ser cau­sa de nuestra admiración.
LA EXPERIENCIA NOS ENSEÑA TODOS LOS DIAS, QUE LA AVARICIA quebranta todas las leyes del amor, rompe todos los vínculos de la amistad, y aun de la sangre.
Vemos que por un vil in­terés pleitean los hermanos con las hermanas, los hijos con los pa­dres. Vemos que la avaricia, disfrazada con el título de justicia, les separa con escándalo, les irrita, les enfurece, hasta que llegan a aborrecerse de muerte.
La conciencia, la razón, la amistad, la san­gre, pierden toda su fuerza a vista de las riquezas. Ellas (las riquezas), sin hablar, persuaden, ó para decirlo con el Nacianceno, con elocuencia mu­da hacen de los avaros lo que quieren.

NO SE LIMITA AQUÍ EL MALIGNO INFLUJO DE LA AVARICIA; SE EXTIENDE MUCHO MAS. No sólo induce a los avaros a que cometan los más atro­ces crímenes, sino que, en cierto modo, les imposibilita para que se arrepientan de ellos, aun después de reconocidos. Judas conoció su delito: Judas lo confesó: Judas restituyó el dinero, fruto de su de­lito; pero en vez de pedir perdón, se ahorcó desesperado.

“¡INFELICES AVAROS! Tal vez también vosotros reconoceréis un día vuestros pecados , y hasta llegareis a desprenderos de vuestras riquezas; pero te­mo que vuestro arrepentimiento no será saludable, y que, endureci­do vuestro corazón por la avaricia, moriréis impenitentes.”


OTRA PRUEBA DE ESTA VERDAD NOS LA DA EL FARAÓN, cuyo corazón se llama por antonomasia endurecido.
¿CUÁL FUÉ LA CAUSA DE SU DUREZA? La misma que la de Judas.

Los milagros obrados por Moisés le hi­cieron conocer, que Dios quería que los israelitas salieran de Egipto; pero persuadido de que aquellos súbditos trabajadores eran de gran provecho a su reino, no quiso concederles el permiso que le pedían.
POR ÚLTIMO, CONDESCENDIÓ; pero no bien habían comenzado a mar­char , cuando arrepentido, salió a perseguirles,
tan ciego, que lle­gando al mar Rojo, sin reflexionar que había de ser su sepulcro, entró en él, quiso atravesarle, y quedó sepultado en sus profundida­des.

LA AVARICIA, EL AMOR a LAS RIQUEZAS OBSTINÓ a FARAÓN, y le hizo morir impenitente. Llegó a conocer su delito, llegó a con­fesarle, llegó a mostrarse arrepentido; pero ¿qué importa, si su corazón, endurecido por la avaricia, no tuvo parte en su aparente ar­repentimiento?

CONCLUSIÓN

NAAMÁN, GENERAL DEL EJÉRCITO del rey de Siria, era un hombre prestigioso y altamente estimado por su señor, porque gracias a él, el Señor había dado la victoria a Aram (rey de Siria). Pero este hombre, guerrero valeroso, tenía lepra.
ELISEO LO CURÓ. Le mandó bañarse 7 veces en el Jordán y su carne se volvió como la de un muchacho joven y quedó limpio.
LUEGO VOLVIÓ CON TODA SU COMITIVA adonde estaba el hombre de Dios.
Al llegar, se presentó delante de él y le dijo: “Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra, a no ser en Israel. Acepta, te lo ruego, un presente de tu servidor”.
PERO ELISEO REPLICÓ: “Por la vida del Señor, a quien sirvo, no aceptaré nada”. Naamán le insistió para que aceptara, pero él se negó.
DESPUÉS QUE NAAMÁN SE ALEJÓ a una cierta distancia de Eliseo, Giecí, servidor de Eliseo, pensó: “Mi señor se ha mostrado demasiado desprendido con ese arameo Naamán, al rehusar los presentes que había traído. Por la vida del Señor, voy a correr detrás de él a ver si le saco alguna cosa”.

GIACÍ SE LANZÓ CORRIENDO DETRÁS DE NAAMÁN (imagen muy ilustrativa: el avaro corriendo como desesperado detrás de las riquezas), y cuando Naamán vio que corría detrás de él, salió de su carruaje para ir a su encuentro y le dijo: “¿Pasa algo?”.
“No, respondió él; pero mi señor te manda decir: Hace apenas un momento vinieron a verme dos muchachos de la montaña de Efraím, de la comunidad de profetas. Te ruego que me des para ellos un talento de plata y dos mudas de ropa”.
NAAMÁN DIJO: “Toma más bien dos talentos”.
Y le instó y metió en dos bolsas dos talentos de plata y dos mudas de ropa, que entregó a sus servidores para que los llevaran delante de Giecí. Al llegar a Ofel, Giecí recogió todo y lo depositó en su casa. Luego despidió a los dos hombres, y ellos se fueron.
CUANDO FUE A PRESENTARSE ANTE SU SEÑOR, ELISEO LE DIJO: “¿De dónde vienes, Giecí?”. Él respondió:“Tu servidor no fue a ninguna parte”.
PERO ELISEO LE REPLICÓ: “¿No estaba allí mi espíritu cuando un hombre descendió de su carruaje para ir a tu encuentro?
Y ahora que has conseguido ese dinero, podrás obtener jardines, olivares y viñas, ovejas y vacas, esclavos y esclavas.
Por eso, la lepra de Naamán se te pegará a ti y a tu descendencia para siempre”.
Y GIECÍ SALIÓ DE SU PRESENCIA leproso, blanco como la nieve. (IV Reg. V)

Queridos fieles, NOSOTROS, GUARDÉMONOS DE TODA AVARICIA, Y SUS­PIREMOS SIEMPRE POR LOS BIENES ETERNOS; NO AMEMOS DESORDENADAMENTE LAS RIQUEZAS, porque la avaricia que, como habemos visto,
ciega el enten­dimiento del avaro para que viva sin conocerse,
y endurece también su corazón para que muera sin convertirse.

EL CREDO DE SAN ATANASIO

También se lo conoce por sus primeras palabras de la versión latina: símbolo "Quicumque". ES una de las diferentes redacciones del Credo católico, síntesis de las verdades de fe que todo católico debe creer firmemente.
Se le llama de San Atanasio no porque él lo escribiera sino porque recoge sus expresiones e ideas. Algunos piensan que fue escrito por San Ambrosio.
Dice así:
"Todo el que quiera salvarse, ante todo es menester que mantenga la fe Católica; el que no la guarde íntegra e inviolada, sin duda perecerá para siempre.
Ahora bien, la fe católica es que veneremos a un solo Dios en la Trinidad, y a la Trinidad en la unidad; sin confundir las personas ni separar las sustancias. Porque una es la persona del Padre y el Hijo y otra la del Espíritu Santo; pero el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo tienen una sola divinidad, gloria igual y coeterna majestad. Cual el Padre, tal el Hijo, increado el Espíritu Santo; increado el Padre, increado el Hijo, increado el Espíritu Santo; inmenso el Padre, inmenso el Hijo, inmenso el Espíritu Santo; eterno el Padre, eterno el Hijo, eterno el Espíritu Santo. Y, sin embargo, no son tres eternos, sino un solo eterno, como no son tres increados ni tres inmensos, sino un solo increado y un solo inmenso. Igualmente, omnipotente el Padre, omnipotente el Hijo, omnipotente el Espíritu Santo; y, sin embargo no son tres omnipotentes, sino un solo omnipotente. Así Dios es el Padre, Dios es el Hijo, Dios es el Espíritu Santo; y, sin embargo, no son tres dioses, sino un solo Dios; Así, Señores el Padre, Señor es el Hijo, Señor el Espíritu Santo; y, sin embargo, no son tres Señores, sino un solo Señor; porque así como por la cristiana verdad somos compelidos a confesar como Dios y Señor a cada persona en particular; así la religión católica nos prohíbe decir tres dioses y señores. El Padre, por nadie fue hecho ni creado ni engendrado. El Hijo fue por solo el Padre, no hecho ni creado, sino engendrado. El Espíritu Santo, del Padre y del Hijo, no fue hecho ni creado, sino que procede.
Hay, consiguientemente, un solo Padre, no tres padres; un solo Hijo, no tres hijos; un solo Espíritu Santo, no tres espíritus santos; y en esta Trinidad, nada es antes ni después, nada mayor o menor, sino que las tres personas son entre sí coeternas y coiguales, de suerte que, como antes se ha dicho, en todo hay que venerar lo mismo la unidad de la Trinidad que la Trinidad en la unidad. El que quiera, pues, salvarse, así ha sentir de la Trinidad.
Pero es necesario para la eterna salvación creer también fielmente en la encarnación de nuestro Señor Jesucristo. Es, pues, la fe recta que creemos y confesamos que nuestro Señor Jesucristo, hijo de Dios, es Dios y hombre. Es Dios engendrado de la sustancia del Padre antes de los siglos, y es hombre nacido de la madre en el siglo: perfecto Dios, perfecto hombre, subsistente de alma racional y de carne humana; igual al Padre según la divinidad, menor que el Padre según la humanidad. Mas aun cuando sea Dios y hombre, no son dos, sino un solo Cristo, y uno solo no por la conversión de la divinidad en la carne, sino por la asunción de la humanidad en Dios; uno absolutamente, no por confusión de la sustancia, sino por la unidad de la persona. Porque a la manera que el alma racional y la carne es un solo hombre; así Dios y el hombre son un solo Cristo. El cual padeció por nuestra salvación, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos, está sentado al adiestra de Dios Padre omnipotente, desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos, y a su venida todos los hombres han de resucitar con sus cuerpos y dar cuenta de sus propios actos, y los que obraron bien, irán a la vida eterna; los que mal, al fuego eterno.
Esta es la fe católica y el que no la creyere fiel y firmemente no podrá salvarse."

A CERCA DE LA HUMILDAD

35. ¡Fíjense en la humildad de los santos, en la disposición de su corazón! Aun siendo enviados por Dios para socorrer a los hombres rechazaban y huían de los honores por humildad. Si se echa un harapo sobre un hombre vestido de seda, va a tratar de evitarlo para no ensuciar su precioso vestido. Igualmente los santos revestidos de virtudes huyen de la gloria humana por temor de ser manchados. Por el contrario, los que desean la gloria se asemejan a un hombre desnudo que no cesa de buscar un trozo de tela o de cualquier otra cosa con la cual cubrir su indecencia. Así el que está desprovisto de virtudes busca la gloria de los hombres. (…) Todos los santos, en general, han adquirido esa humildad, como lo hemos visto, por la práctica de los mandamientos. Cómo es ella o cómo nace en el alma, nadie lo puede expresar por palabras a quien no lo haya aprendido por experiencia. Nadie podría trasmitir a otros con simples palabras.
36. Un día abba Zósimo hablaba acerca de la humildad, y un sofista que se encontraba allí, oyendo sus palabras, quiso saber el sentido exacto: "Dime, le dijo, ¿cómo puedes creerte pecador? ¿No sabes que eres santo, que posees virtudes? ¡Bien ves que practicas los mandamientos! ¿Cómo, en esas condiciones, te puedes creer pecador". El anciano, no encontrando una respuesta para darle le dijo: "No sé cómo decírtelo, ¡pero es así! El sofista le insistía para que le diera una explicación. Pero el anciano, no encontrando cómo exponerle la cuestión, se puso a decir con santa simplicidad: "¡No me atormentes!; yo sé que es así". Viendo que el anciano no sabia que responder le dije: "¿No es acaso como sucede en la sofística y en la medicina? Cuando conocemos bien esas artes y las ponemos en práctica, vamos adquiriendo, poco a poco, por ese ejercicio mismo, una suerte de hábitos de médico o de sofista. Nadie podría decir ni sabría explicar cómo le vino ese hábito. Como dije, poco a poco e inconscientemente, el alma lo adquiere por el ejercicio de su arte. Lo mismo podemos pensar acerca de la humildad: de la práctica de los mandamientos nace una disposición de humildad, que no se puede explicar con palabras". (…)
37. Los Padres han dicho qué es lo que la obtiene. En el libro de los Ancianos se cuenta que un hermano le preguntó a un anciano: "¿Que es la humildad?". El anciano respondió: "La humildad es una obra grande y divina. El camino de la humildad son los trabajos corporales realizados 'con sabiduría'; el tenerse por inferior a todos, y orar a Dios sin cesar". Ese es el camino de la humildad, pero la humildad misma es divina e incomprensible.
38. Pero, ¿por qué se dice que los trabajos corporales llevan al alma a la humildad? ¿Cómo pueden los trabajos corporales ser virtud del alma? Ya hemos dicho más arriba que tenerse por inferior a todos se opone a la primera clase de orgullo. ¿Cómo podría el que se pone por debajo de todos creerse más grande que su hermano, o exaltarse en cualquier cosa o acusar o despreciar a alguien? Lo mismo acerca de la oración continua. Es claro que ella se opone a la segunda clase de orgullo. Porque es evidente que el hombre humilde y piadoso, sabiendo que nada bueno se puede hacer en su alma sin el auxilio y la protección de Dios, jamás cesa de invocarlo para que tenga misericordia de él. Y el que ora a Dios sin cesar sabe cuál es la fuente de cualquier obra buena que realice y no podría en consecuencia sentir orgullo ni atribuirlo a sus propias fuerzas. …
39. ¿Por qué se dice, entonces, que también los trabajos corporales procuran humildad? ¿Qué influencia puede tener el trabajo del cuerpo sobre una disposición del alma? Se lo voy a decir. Cuando el alma se apartó del precepto para caer en el pecado, la desdichada fue entregada, según dice San Gregorio, a la concupiscencia y a la total libertad del error. Amó los bienes corporales y, en cierta manera, fue hecha una sola cosa con el cuerpo, transformándose toda ella en carne, según lo escrito: Mi espíritu no permanecerá en esos hombres, pues son de carne (Gn 6, 3). De este modo, la desgraciada alma sufre con el cuerpo; ella queda afectada en si misma por todo lo que el cuerpo hace. Por eso el anciano dice que incluso el trabajo corporal lleva a la humildad. De hecho, las disposiciones del alma son las mismas en el hombre sano que en el enfermo; en el que tiene hambre que en el satisfecho. No son las mismas en un hombre montado a caballo que en el que está montado en un asno; en el que está sentado en un trono, que en el que está sentado en la tierra; en el que está muy bien vestido, que en el que está vestido miserablemente. Por lo tanto, el trabajo humilla el cuerpo, y cuando el cuerpo es humillado también el alma lo es con él, de tal manera que el anciano tenía razón al decir que incluso el trabajo corporal conduce a la humildad. (…) El anciano ha hecho bien en decir que los trabajos corporales también conducen a la humildad. Que el Dios de bondad nos conceda la gracia de la humildad que libra al hombre de grandes males y lo protege de grandes tentaciones.

San Gregorio Magno

miércoles, 7 de octubre de 2009

LA AVARICIA (2ª. parte) - Domingo 16º después de Pentecostés

SEGURAMENTE QUE LOS FARISEOS, al invitar a Jesús a comer en aquel sábado, se proponían tenderle un lazo, ponerle una trampa. Y efectivamente, no bien había entrado en la sala, se encontró con un pobre enfermo atacado del incurable mal de la hidropesía; JESÚS SE DIÓ CUENTA de que el jefe y los demás invitados tenían sus ojos fijos en Él, lo estaban acechando.
EN SUS MIRADAS escudriñadoras, se leía la maligna inclinación de sus corazones; no era cosa fácil curar una enfermedad tenida por incu­rable; y aún cuando la curara, siendo como era sábado, lo acusarían de violador del precepto del descanso.
¡QUÉ VILES, ESOS FARISEOS! ¡Valerse de la miseria y desgracia humanas para fines inconfesables y mezquinos!
Y ENTONCES, EL MANSÍSIMO HIJO DE DIOS SE DIRIGIÓ A AQUELLOS HOM­BRES que conocían perfectamente la ley de Moisés, Y LES PREGUNTÓ: « ¿es lícito curar en sábado?».
ELLOS CALLARON. Entonces Jesús, tomándole de la mano, le curó y le despidió.
NO SIN RAZÓN HAN OBSERVADO LOS SANTOS PADRES, que las diferentes enfermedades que padecían los que eran presentados a Nuestro Señor para que los curara, figuraban las enfermedades del alma, que Jesucristo curaba al par que las del cuerpo.
ASÍ EL HIDRÓPI­CO, que según refiere el Evangelio de hoy, fue curado por Nuestro Señor, es la triste y expresiva figura de una alma dominada por la ava­ricia, por el amor a los bienes de la tierra.
EN EFECTO; ASÍ COMO LA HIDROPESÍA procede de una acumulación de humores que produce una sed insaciable,
así también la avaricia es comúnmente el efecto de la abundancia de bienes de fortuna, que a proporción como van en aumento, dan origen e intensidad al deseo de acrecentarla más y más.

Y ASÍ COMO LA HIDROPESÍA ES UNA ENFERMEDAD DIFÍCIL DE CURAR, y aún se convierte en incurable cuando ha llegado a cierto grado, así la avaricia, una vez arraigada en el alma, es un vicio dificilísi­mo de corregir.

POR ESO, LOS FARISEOS NO QUISIERON ESCUCHAR A NUESTRO SEÑOR, ni aprovecharse de su doctrina, por que eran avaros: avaros de riquezas, avaros de poder; avaros de honores;
y esas cosas no se las ofreció Nuestro Señor, por eso lo despreciaron. Deridebant eum, quia avari erant (Luc. XVI).

Y ESTA AVARICIA DE LOS JUDÍOS YA VENÍA DESDE HACE MUCHO TIEMPO: El profeta Jeremías, hablando al pueblo de Israel, los increpaba diciéndoles: “Todos, desde el más pequeño hasta el más grande, se han entregado a la avaricia, Todos, desde el profeta hasta el sacerdote, practican el fraude” (Jer. 6,13)

QUERIDOS FIELES, PERO NO SÓLO LOS JUDÍOS SON AVAROS: Tan universal es la codicia, que con razón le pareció al autor del Sagrado Libro del Eclesiástico, una especie de prodigio, si se hallase un hombre que no pusiera su es­peranza en las riquezas: “Bienaventurado aquel que no anda tras el oro, ni pone su esperanza en el dinero y en los tesoros”. (Eccl. XXXI, 8.)

SÍ, LA AVARICIA REINA EN TODAS PARTES, y ex­tiende su imperio a todos los corazones. Si se meditara un poco en esta pasión de la avaricia, ¡cuántos la aborrecerían! pero, entre todas las pasiones, la avaricia es de las que menos se conoce.
“Casi nin­guno, hasta ahora, ha confesado, ni aún ha conocido, que es avarien­to”.

UNOS DISFRAZAN LA AVARICIA con el nombre de economía, otros le ponen el título de prudencia, algunos lo cubren con el honrado manto de la moderación, y muchos quieren persuadir que es necesidad. TAN IRRACIONAL Y TAN ODIOSO ES ESTE VICIO, que no tiene cara para de­jarse ver con su verdadero nombre. “VICIO SÓRDIDO, VIL, INFAME”, le llama S. Juan Crisóstomo.
“VICIO INJURIOSO A DIOS, ODIOSO A LOS HOM­BRES, SUMAMENTE PERNICIOSO A LOS MISMOS AVAROS”, le llama Sto. Tomás.
Y DIOS DIJO en la Sagrada Escritura: “No hay cosa más detestable que un avaro”. “No hay cosa más inicua, que el que codicia el dinero; porque el tal, a su misma alma pone en venta”. (Eccl. X, 9-10)
CONTRA ESTE VICIO LE­VANTAREMOS HOY OTRA VEZ NUESTRA VOZ, y para que lo detestemos, mencionaremos dos de sus funestísimas consecuencias.

PRIMERO, LA AVARICIA CIEGA EL ENTENDIMIENTO EN TANTO GRADO, que el avaro no conoce que lo es;

Y SEGUNDO, ( tema que veremos la semana siguiente) LA AVARICIA ENDURE­CE DE TAL SUERTE EL CORAZÓN, que aunque lo conozca, no procura de­jar de serlo.

EN DOS PALABRAS: muchas veces, el avaro vive sin conocerse, y muere sin arrepentirse.
I.- LA AVARICIA CIEGA EL ENTEDIMIENTO
LA AVARICIA SE INTRODUCE EN EL CORAZÓN DE LOS HOMBRES con tal disimulo, que ellos mismos no lo advierten.
NO HAY CONDICIÓN, ESTADO, NI SEXO que se exima de la infección pestilente de la avaricia.
- LOS PASTORES DE ABRAHAN Y DE LOT riñen por los pastos de sus ganados. (Gen. xiii, 7)
- NABAL niega con aspereza los socorros que le pide David con necesidad y cortesía, (I. Reg. xxv , 10)
- ADONÍAS piensa quitar a su hermano Salomón la corona.
- JUDAS, so pretexto de caridad, reprende como profusión la piedad de la Magdalena para enriquecerse. (Joann. xii, 5).
- LOS HIJOS DEL SACERDOTE HELÍ arrebatan de las manos de los fieles, las víctimas que debieran ofrecer a Dios en holocausto. (I. Reg. II, 14)
- JEZABEL usurpa la viña al pobre Nabot. (III. Reg. xxi, 7).
TODOS SON ESCLAVOS DE LA AVARICIA: “Todos, desde el más pequeño hasta el más grande, se han entregado a la avaricia”.
SIN EMBARGO, CASI NO HAY QUIEN SE RECONOZCA Y SE CONFIESE AVARO.
Lo mismo que el enfermo que delira, que no conoce la enfer­medad que padece, ni quiere tomar las medicinas que el médico le ordena, sino que pensando estar sano, pide a todas horas la ropa para levantarse de la cama; así los avaros, oscurecida la razón, no conocen el vicio de que adolecen.

¡POBRES CIEGOS! ha caído sobre ellos la maldición que echó el profeta: “Se han hecho semejantes a los ídolos de oro que abrican, pues como ellos tienen ojos y no ven”: (Psal. CXIII, 5 y 8).
Exclamó un autor: “¡INFELICES! Vuestra enmienda es imposible, a menos que veáis la deplorable miseria a que os ha reducido vuestra avaricia”.
“Y YA QUE NO PODÉIS VERLA EN SÍ MISMA, miradla claramente en los efectos que le atribuye el angélico doctor, Santo Tomás”.

EL PRIMER EFECTO Y SEÑAL DE LA AVARICIA ES UNA INSENSIBILIDAD HABI­TUAL, una dureza de corazón para con los pobres.
Si un avaro es malo para sí mismo: ¿cómo, pues, ha de ser bueno para con los demás?
Si rega­tea para sí lo necesario: ¿cómo, pues, dará a otros lo superfluo?
Si crece el número de los pobres, si gimen todos, también él se lamen­ta de que es pobre.
Mira con ojos envidiosos la prosperidad de unos, y ya que no puede usurparla, a lo menos se cree dispensado de la obligación de socorrer la miseria de otros.
En su concepto, los pobres son holgazanes, que pudiendo con el trabajo de sus manos adquirir lo necesario, se hacen indignos de la limosna.
También, en su forma de pensar, otros pobres son impertinen­tes, que con sus ruegos no dejarán de encontrar lo que necesitan en las casas de los más ricos.
Ninguno tiene derecho a sus bienes; y, a pesar de su dureza, se cree inocente el más avaro.

NO SÓLO ES EFECTO DE LA AVARICIA LA INSENSIBILIDAD PARA CON LOS POBRES, SINO QUE CAUSA TAMBIÉN EN LOS AVAROS UNA EXCESIVA INSENSIBILI­DAD PARA CONSIGO MISMOS.
Casi nadie está en este mundo contento con su suerte, pero menos que todos lo están los avaros.
Cuando los años son prósperos, murmuran porque no obtienen más ganancias.
Cuando los años son difíciles, se quejan de todo, de la subida de los precios, de los impuestos.
Se alegran, o por lo menos se consuelan, al saber que a los otros también les va mal.
Los avaros se complacen en todo lo que puede enriquecerlos, aunque sea a costa ajena. Y si esto no su­cede, se entristecen.

OTRO EFECTO DE LA AVARICIA ES LA DESCONFIANZA EN LA DIVINA PROVI­DENCIA.
Nuestro Señor nos dice que no seamos tan solícitos de lo que ma­ñana habremos de comer, y los avaros piensan que esta tranquilidad de espíritu es una criminal indolencia.

NO CONDENA NUESTRO SEÑOR la prudente dili­gencia en conservar y aumentar con moderación nuestro patrimonio; lo que reprueba, es la desmedida solicitud y anhelo de los bienes ter­renales, la doblez, la mentira, la infidelidad en el trato y en las pa­labras, que son los medios regulares de que se valen los avaros para enriquecerse.

POR ESTAS CARACTERÍSTICAS, NO NOS SERÁ DIFÍCIL, queridos fieles, reconocer a los avaros.
PERO TENGAMOS BIEN CLARO, que según S. Gregorio, para ser­lo no es menester que uno llegue a tal extremo de malicia;
basta que esté apegado a los bienes de la tierra, y no piense en los del cielo.

CONCLUSIÓN
QUERIDOS FIELES, NO DEMOS ENTRADA EN NUESTRO CORAZÓN a este vi­cio de la avaricia.
“Cavete ab omni avaritia, (alejaos de toda avaricia)”, nos dice Nuestro Señor Jesucristo. (Luc. XII, 15)
EXAMINEMOS NUESTRO CORAZÓN, no una, sino muchas veces: porque a la primera no es fácil encontrar la avari­cia, que se cubre con la capa de la economía.

HAGAMOS REFLEXIONES so­bre las acciones que hacemos, para ver si tienen por móvil y objeto el interés.

EXAMINEMOS SI TENEMOS EL DESAPEGO, la pobreza de espíritu, que hace bienaventuradas a las almas.

MEDITEMOS SERIA­MENTE, si nuestro corazón está desprendido de las riquezas en obsequio de Jesucristo y en beneficio del prójimo.

Y AUN DESPUÉS DE HABER VISTO NUESTRO CORAZÓN LIMPIO de la mancha de la avaricia, tomemos las más justas precauciones para que no se introduzca en él.

CUIDÉMONOS DE TODA AVARICIA. No sea que comencemos a amar las riquezas, y que luego ese amor degenere en avaricia, y, después, casi sin advertirlo, que­demos esclavos de su tiranía.

PIDAMOS A DIOS, en esta Santa Misa y siempre, que nos haga conocer cuán despreciables son los bienes de la tierra, para que no se apegue a ellos nuestro corazón; y que nos haga conocer también cuán grandes son los bienes que nos están pre­parados en el cielo, para que los deseemos, los amemos, trabajemos para poder alcanzarlos, y tengamos un día la dicha de poseerlos.