viernes, 11 de diciembre de 2009

FIESTA DE TODOS LOS SANTOS

UN CÉLEBRE ARQUITECTO, MARCO AGRIPA, había levantado, antes del nacimiento de Cristo, un templo magnífico, el Panteón, dedicado a todos los dioses, a los conocidos y a los ignorados.
AL CONVERTIRSE ROMA AL CRISTIANISMO, no fue derribado aquel tem­plo; si los paganos adoraban a sus mentirosas divinidades, ¿no tenía­mos nosotros nuestros santos merecedores de toda veneración?
POR ESO EL PAPA BONIFACIO IV DEDICÓ EL TEMPLO al culto de los mártires que habían ofrecido su sangre y su vida a Dios en todas las regiones del mundo.
DESPUÉS, DEL CULTO A TODOS LOS MÁRTIRES SE PASÓ AL CULTO DE TODOS LOS SANTOS. Y la razón es clara:
¡De cuántos santos no conocemos absolutamente nada, ni su vida ni el nombre!
Sólo Dios ha penetrado en su alma, contemplando sus virtudes, sus plegarias, sus lágrimas, sus largos sufrimientos y sus ásperas peni­tencias...
Además, también de los santos conocidos no podemos celebrar su fiesta particular durante el año.
NO ES, PUES, JUSTO QUE ESTOS HÉROES CRISTIANOS PASEN DESCONOCIDOS, y que nosotros nos perdamos su poderosa pro­tección.
ESTAS RAZONES HAN MOVIDO A LA IGLESIA A ESTABLECER ESTA FIESTA en la que todos los santos sean honrados e invocados.
Por eso, para incrementar nuestra devoción por los santos, veamos estas dos sencillas reflexiones:
1) los santos son un gran ejemplo para nosotros
2) y son también un auxilio pode­roso

1. LOS SANTOS SON UN GRAN EJEMPLO PARA NOSOTROS

HABÍAN LLEGADO PARA EL PUEBLO ISRAELITA DÍAS TRISTES Y DESGRA­CIADOS.
Jerusalén había caído en poder de los extranjeros; el templo, profanado y robado; la juventud, prisionera o muerta; y por todas partes resonaban las torpes canciones de los soldados de Antíoco, deseosos siempre de saquear y matar.
MATATÍAS, el anciano padre de los Macabeos, se había escondido en el desierto, donde por la edad y por la congoja se enfermó. PERO ANTES DE MORIR, llamó en derredor de su lecho a sus cinco hijos y les dijo: «Hijos míos: Os toca vivir en medio de un mundo pervertido, en un tiempo de pecado y de escándalo; recordad los ejemplos de vuestros antepasados, y sacaréis fuerza y gloria. Recordad la fe de Abraham, que creyó en las promesas de Dios, aun cuando se le ordenó sacrificar a su hijo; Tened también vosotros fe en Dios, ahora que nuestra nación está destruida. Acordaos de la resignación de José, vendido por sus crueles hermanos, y tan temeroso de la ley de Dios, que huyó de la deshonesta mujer de Putifar, y fue recompensado por Dios; también vosotros resignaos a la voluntad de la Providencia, y conservaos puros, si anheláis el premio. Acordaos de Josué, que, con grandes trabajos y haza­ñas, logró conquistar la tierra prometida.
No echéis en olvido a David, que por su piedad y misericordia heredó el trono real por los siglos de los siglos.
Acordaos de Daniel, que fue arrojado en la cueva de los leones a causa de su rectitud, y de aquellos jóvenes que prefirieron ser encerrados en el horno encendido antes que quebrantar la ley de Dios...»
“Así, de generación en generación, el anciano moribundo recordaba a sus hijos las proezas de los santos del Antiguo Testamento, y cuando terminó, levantó la mano, los bendijo y murió”. (I Mac, II).

APLICACIÓN
ME PARECE QUE LA IGLESIA, A SEMEJANZA DEL ANCIANO MATATÍAS, con­grega en derredor de sí a sus hijos para mostrarles los ejemplos de los santos.
Es verdad que vivimos en tiempos de pecado y en un mundo esencialmente perverso, pero también los santos que reinan en el Paraíso vivieron tiempos difíciles. Recordemos sus ejemplos para imitarlos y por ese medio santificarnos.

«PERO NO TENGO TIEMPO — dicen algunos — para santificarme y de­dicarme a tantas devociones; estoy muy ocupado en mis asuntos.»
¿Y creen ustedes que Santa Teresa de Jesús, Santa Catalina de Génova, San Felipe Neri y tantos otros santos no tenían ocupaciones materiales?
Si el tiempo que emplean en las diversiones, en el Internet, viendo televisión, en la vanidad, en las conversaciones frívolas y mundanas, lo emplearan en santificar el alma, ¡qué ele­vada sería vuestra santidad!
“Decís que no tenéis tiempo, y tenéis a vuestra disposición toda vuestra vida, pues para eso únicamente os ha creado el Señor”.

«PERO TENGO MI FAMILIA, VIVO EN MEDIO DE UN MUNDO CORROMPIDO, RODEADO DE ESCÁNDALOS.»
Los santos también vivieron en medio de muchas tentaciones según sus diversos estados de vida: San Luis, era rey; Santa Pulqueria vivía en la corrupción de la corte de Constantinopla; San Isidro era aldeano; Santa Zita, sirvienta en una casa privada.
En todos los estados y condiciones podemos llegar a la santidad.

«PERO YO TENGO UN TEMPERAMENTO FOGOSO, SOBERBIO..., MI CARNE ES DÉBIL, MUY DÉBIL…NO PUEDO RESISTIR A LAS TENTACIONES.»
También los santos tuvieron flaquezas, como nosotros; también ellos fueron zarandeados por la tentación, pero la superaron.
Si ellos vencieron, ¿por qué no hemos de vencer nos­otros?
No pensemos que fue cosa sencilla para San Agustín el triunfar de las rebeldías de la sensualidad, y para San Carlos Borromeo, el vivir abra­zado con la humildad, y para San Francisco de Sales, el refrenar los ímpetus de la irascibilidad; leamos sus vidas y veremos las esforzadas luchas que tuvieron que sostener contra las pasiones.
Pero triunfa­ron de ellas. ¿Nosotros seremos los vencidos?

2. Y SON TAMBIÉN UN AUXILIO PODE­ROSO

CUANDO EL HAMBRE INVADIÓ LA TIERRA DE CANAÁN, un anciano acom­pañado de sus hijos se retiró a Egipto, presentándose al faraón para que les socorriera.
En Egipto y en el palacio del faraón se encon­traba José: «Aquí tenéis a mi padre y a mis hermanos», dijo José al introducirlos en la corte del soberano. Y tuvieron víveres en abundancia, gozaron de una paz encan­tadora, y obtuvieron tierras que cultivar: recibieron más de lo que habían soñado.
TAMBIÉN NUESTROS HERMANOS, LOS SANTOS, ESTÁN EN UNA REGIÓN RIQUÍSIMA, en la mansión de un soberano excelso, de Dios.

Cuando privados de los bienes espirituales o materiales levantamos los ojos al cielo, ellos se dirigen a Dios para decirle: «Escúchalos, atiéndelos, porque son nuestros hermanos pequeños».
¿SE MOSTRARÁ SORDO EL SEÑOR A LA SÚPLICA DE SUS ÍNTIMOS AMIGOS?
Los santos en el cielo no son egoístas una vez conseguida la feli­cidad; se acuerdan de nosotros, pobres criaturas.
Ellos, sufrieron en un tiempo lo que hoy sufrimos nosotros, y por eso nos entienden y siguen con ansiedad las peripecias de nuestra peregrinación, rogando insis­tentemente a Aquel que manda a los vientos y al mar, que se apiade de la barquilla combatida por las pasiones.
Ellos que gozan de la feli­cidad del Paraíso, tiemblan ante el pensamiento de que nosotros podamos perderla y ruegan a Dios que nos conduzca al puerto del cielo.

LOS SANTOS DEL CIELO Y LOS CRISTIANOS DE LA TIERRA FORMAN UNA SOLA FAMILIA; y así como en una familia el hermano bueno intercede ante el padre irritado por el mal comportamiento de los hijos malos, así los santos aplacan a Dios cuando se dispone a castigarnos por nues­tros pecados.

LEEMOS EN LA HISTORIA SAGRADA cómo una vez el Señor había decidido exterminar al pueblo hebreo por haberse rebelado quebrantando sus mandamientos. Pero, en medio del pue­blo, se hallaban dos almas santas: Moisés y Aarón. El Señor les decía grandemente irritado:
«Alejaos de ese pueblo, porque quiero exterminarlos en un momento.»
Pero aquellos santos no se alejaron, insistieron en su oración, y Dios, aplacado por ellos, castigó únicamente a tres de los más culpa­bles (Num., XVI, 20 s.).

LOS SANTOS, COMO MOISÉS Y AARÓN, SE INTERPONEN ENTRE DIOS Y NOSOTROS.
¿Quién podría enumerar los castigos que iban a desencade­narse sobre nuestra cabeza y que ellos han desviado?
¿Por qué no hemos muerto después de cometer nuestro primer pecado?
¿Por qué el Señor nos aguanta y nos otorga el tiem­po necesario para hacer penitencia?
¡Oh si pudiésemos ver lo que pasa en el Paraíso!

SI TAN PODEROSOS SON LOS SANTOS AL INTERCEDER POR NOSOTROS, estamos en el deber de acudir a ellos fer­vorosa y frecuentemente.

EL SEÑOR HA DICHO QUE ALLÍ DONDE ESTÁN DOS O MÁS REUNIDOS EN SU NOMBRE, allí está Él en medio de ellos para escuchar sus ruegos;
pues en el Paraíso no son solamente dos, son miles de millones los que ruegan por nosotros. Su plegaria es nuestra más sólida defensa.

CONCLUSION
Queridos fieles, ARREBATADO EN ÉXTASIS, SAN JUAN EVANGELISTA vio ante sí una puer­ta abierta por la que entraba una incontable muchedumbre, de toda edad, sexo y condición.

¡Qué consoladora es esta revelación! Si tan innumerable era el número de los elegidos, que San Juan no pudo contarlos,
esto nos indica que no es tan difícil el salvarse, esto quiere decirnos que también nosotros podemos pasar por aque­lla puerta, que es Cristo, y gozar de la compañía de los santos.

PERO HAY UNA CONDICIÓN ESENCIAL: todos cuantos arriban al puerto de sal­vación, llevan en su frente un sello revelador de su pertenencia y semejanza con el Eterno Padre y con su Hijo unigénito. Este sello, según el profeta Ezequiel, tiene forma de T, esto es, de una cruz, y está grabado en la frente de los que lloran y gimen por los pecados. Signo Tau super frontem vivorum gementium et flentium (Ez., IX, 4).
¿QUÉ QUIERE DECIR ESTO? Quiere indicarnos que para ser partici­pantes de la gloria y felicidad de los santos, hay que tomar parte en sus penitencias y sufrimientos.

jueves, 10 de diciembre de 2009

CONMEMORACIÓN DE LOS FIELES DIFUNTOS

HOY ES EL DÍA DE LA CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS.
Día muy especial para acordarnos de nuestros difuntos, para pensar en las penas que sufren, y movernos a rezar más por ellos, no sólo hoy, sino siempre; y rezar no sólo por ellos, sino también por TODOS LOS DIFUNTOS, especialmente por los más olvidados, por los que tienen más necesidad de la misericordia de Dios y también por los que Dios más ama.

ESTE DÍA, ES TAMBIÉN MUY PROVECHOSO PARA NOSOTROS,
pues nos hace recordar lo que nos espera: el terrible juicio de Dios; y después de él, según hayamos obrado en nuestras vidas, la sentencia será lanzada:
- o ir al cielo directamente ( lo cual es para pocos, para muy pocos)
- o ir al Purgatorio por quién sabe cuánto tiempo ( pues allá no hay tiempo, el reloj está parado)
- o ir al infierno por toda la eternidad

POR ESO, HOY SERÁ MUY PROVECHOSO que reflexionemos en 3 puntos:
1) en el terrible juicio de Dios y lo mucho que ayuda para aprobarlo, las oraciones de los demás
2) en las penas que se sufren en el Purgatorio
3) en la expiación que tendríamos que hacer durante nuestras vidas si quisiéramos no pasar por el Purgatorio, o sólo estar allí por breve “tiempo”.

I.- EL TERRIBLE JUICIO DE DIOS y lo mucho que ayuda para aprobarlo, las oraciones de los demás
EL TERRIBLE JUICIO DE DIOS NOS LOS RECUERDA MUY BIEN EL “DIES IRAE”:
“Día de ira, el día aquél, que reducirá el mundo a cenizas;…
Cuán grande será el terror cuando aparezca el Juez,
para sentenciarlo todo con rigor…
El libro, ya completo, será leído, en el que todo (TODO) se haya consignado…
Cuando el juez se haya sentado, se revelará todo secreto; nada (NADA) quedará sin castigo…
¿Qué he de decir entonces, miserable de mí? ¿a qué abogado recurriré si apenas el justo estará seguro?...”

QUERIDOS FIELES, ¿TENEMOS MIEDO DE JUICIO DE DIOS?
Bueno, al menos que ese temor sea saludable para prepararnos bien para ese momento.
Pero veamos lo mucho que ayuda para aprobarlo, las oraciones de los demás.
PARA ILUSTRAR ESTO, NARREMOS UNA VISIÓN DE SANTA BRÍGIDA:
Ella, velando en oración vio en una visión espiritual, un trono, que estaba ocupado por uno como el sol;
y la luz y resplandor que de él salía, era incomprensible en longitud, latitud y profundidad.
Estaba una Virgen cerca del trono con una preciosa corona en la cabeza,
Tras esto, vio un negro como etíope, feo y abominable, lleno de inmundicia y encendido de enojo, que comenzó a dar voces diciendo: “Oh Juez justo, juzga esta alma y oye sus obras, que ya poco le resta de estar en el cuerpo, y dame licencia para que atormente al alma y al cuerpo en lo que fuera justo”.
Después vio la Santa un soldado armado junto al trono, modesto en el aspecto, sabio en las palabras y dulce en sus ademanes, el cual dijo:
“Oh Juez, ves aquí las buenas obras que ha hecho esta alma hasta este punto”.
Y LUEGO SE OYÓ UNA VOZ DEL TRONO QUE DIJO: “Más son, pues, los vicios en esta alma, que las virtudes. No es justicia que tenga parte el vicio con la suma virtud, ni se junte a ella”.
Enseguida dijo el negro: “A mí es de justicia que se me entregue esta alma;
que si ella tiene vicios, yo estoy lleno de maldad, y estará bien conmigo”.
“La misericordia de Dios, dijo el soldado, hasta la muerte acompaña a todos, y hasta que haya salido el alma del cuerpo, no se puede dar la sentencia; y esta alma sobre que pleiteamos, aun está en el cuerpo, y tiene discreción para escoger lo bueno”.
“La escritura, replicó el negro, que no puede mentir, dice: Amarás, a Dios sobre todas las cosas, y a tu prójimo como a ti mismo. Y todo cuanto éste ha hecho, ha sido por temor, no por amor de Dios como debía, y todos los pecados que ha confesado, han sido con poca contrición y dolor.
Y pues no mereció el cielo, justo es que se me dé para el infierno, pues sus pecados están aquí manifiestos ante la divina justicia, y nunca de ellos ha tenido verdadera contrición y dolor”.
“Este infeliz, dijo el soldado, esperó y creyó que asistido de la gracia tendría esa verdadera contrición”.
A lo cual le respondió el negro: “Has traído aquí todo cuanto bien ha hecho ese, todas sus palabras y pensamientos que pueden servirle para salvarse;
pero todo ello no llega ni con mucho a lo que vale un acto de verdadera contrición y dolor, nacido de la caridad divina con fe y esperanza;
y por consiguiente, no puede servir para borrar todos sus pecados.
Porque justicia es de Dios, determinada en su eternidad, que nadie se salve sin contrición; y como es imposible que vaya Dios contra este su decreto eterno, resulta, que con razón pido se me dé esta alma para ser atormentada con pena eterna en el infierno”.
¡No!, replicó el soldado, y luego aparecieron innumerables demonios, semejantes a las centellas que salen de un fuego abrasador, y a una voz clamaban diciendo…
“¡Tú amas la justicia, oh Juez!, ¿por qué no declaras ser nuestra esta alma, para que la atormentemos según sus obras?”
OYÓSE DESPUÉS EL SONIDO DE UNA TROMPETA, al cual todos quedaron silenciosos, y al punto dijo una voz:
“Callad y oíd vosotros todos, ángeles, almas y demonios, lo que va a hablar la Madre de Dios”.
Y EN SEGUIDA APARECIÓ ANTE EL TRONO DEL JUEZ LA MISMA VIRGEN MARÍA, trayendo mucho bulto de cosas como escondidas debajo del manto, y dijo a los demonios:
“Vosotros, enemigos, perseguís la misericordia, y sin ninguna caridad pregonáis la justicia.
Aunque es verdad que esta alma se halla falta de buenas obras, y por ellas no pudiera ir al cielo, mirad lo que traigo debajo de mi manto.
Y alzándolo por ambos lados, veíase por el uno una pequeña iglesia y en ella algunos religiosos; y por el otro lado se veían hombres y mujeres, amigos de Dios, todos los cuales clamaban a una voz, diciendo: Señor, tened misericordia de él”.
REINÓ DESPUÉS UN GRAN SILENCIO Y PROSIGUIÓ LA VIRGEN:
“La Sagrada Escritura dice, que el que tiene verdadera fe en el mundo, puede mudar los montes de una a otra parte.
¿Qué no pueden y deben hacer entonces los clamores de todos estos que tuvieron fe y sirvieron a Dios con fervoroso amor?
¿Qué no han de alcanzar los amigos de Dios, a quienes éste rogó que pidiesen por él, para que pudiera apartarse del infierno y conseguir el cielo, y mucho más cuando por sus buenas obras no buscó otra remuneración que los bienes celestiales?
¿Por ventura, no podrán las lágrimas y oraciones de todos estos bienaventurados ayudar esta alma y levantarla, para que antes de su muerte tenga verdadera contrición con amor de Dios?
Yo también uniré mis ruegos a las oraciones de todos los santos que están en el cielo, a quienes este honraba con particular veneración.
Y a vosotros, demonios, os mando de parte del Juez y de su poder, que atendáis a lo que veréis ahora en su justicia.
Y respondieron todos, como con una sola voz: Vemos, que como en el mundo las lágrimas y la contrición aplacan la ira de Dios, así tus peticiones le inclinan a misericordia con amor”.
DESPUÉS DE ESTO, OYÓSE UNA VOZ que salió del que estaba sentado en el solio resplandeciente, y dijo:
“Por los ruegos de mis amigos tendrá este contrición antes de la muerte, y no irá al infierno, sino al purgatorio con los que allí padecen mayores tormentos; y acabados de purgar sus pecados, recibirá su premio en el cielo, con aquellos que tuvieron fe y esperanza, pero con mínima caridad.”
Y así que oyeron esto, huyeron los demonios.

Queridos fieles, ¡QUÉ CONSOLADOR SABER lo mucho que ayudan las oraciones del prójimo!
POR ESO, DESDE AHORA, REZEMOS MÁS POR NUESTROS DIFUNTOS
para ayudarlos en el juicio de Dios que hayan tenido, que aunque ya sea un juicio pasado, Dios, con su mirada sobre todos los tiempos, veía las oraciones que se iban a hacer por determinada alma, y así podría haberles concedido el perdón antes de haber comparecido ante su divina presencia.
Y NOSOTROS, DESDE AHORA, TENGAMOS MAYOR DEVOCIÓN A LOS SANTOS, pidámosles que rueguen siempre por nosotros, especialmente en la hora de nuestra muerte; Y CLARO ESTÁ, TENGAMOS MAYOR AMOR Y DEVOCIÓN A NUESTRA SEÑORA, y recemos con fervor, esas palabras que a menudo decimos distraídos:
“Ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte”.
Y TAMBIÉN TENGAMOS AMIGOS EN ESTE MUNDO, a quienes ayudemos por nuestras limosnas, caridad, consejos, amor, para que ellos rueguen a Dios por nosotros, especialmente en la hora de nuestra muerte y también después de ella. Pues aunque nos hayamos salvado, también necesitaremos su ayuda para mitigar los terribles tormentos del Purgatorio.

II.- LAS PENAS QUE SE SUFREN EN EL PURGATORIO

LAS PENAS QUE SUFREN LAS ALMAS DEL PURGATORIO son muchas en cantidad, son indecibles en intensidad, y en duración, parecen muchas veces casi interminables.
CONTINUEMOS LA NARRACIÓN DE LA VISIÓN DE SANTA BRÍGIDA:
Ya hemos narrado cómo por los ruegos de los amigos de Dios tuvo antes de morir esta alma contrición de sus pecados, nacida del amor de Dios, la cual contrición la libró del infierno.
Así, pues, la justicia de Dios la sentenció a que ardiese en el purgatorio por seis períodos de tiempo, como los que él había vivido, desde que a sabiendas cometió el primer pecado mortal hasta el momento en que por amor de Dios se arrepintió con fruto.
VIO DESPUÉS SANTA BRÍGIDA QUE SE ABRIÓ UNA PROFUNDIDAD TERRIBLE Y TENEBROSA (el infierno), en la que había un horno ardiendo interiormente, y el fuego no tenía otro combustible que demonios y almas vivas que estaban abrasándose.
SOBRE AQUEL HORNO (el lugar más terrible del Purgatorio, justo arriba del infierno) ESTABA ESTA AFLIGIDÍSIMA ALMA.
Tenía los pies fijos en el horno, y lo demás levantado como si fuera una persona; y no estaba en lo más alto ni en lo más bajo del horno.
La figura que tenía era terrible y espantosa. El fuego parecía salir de bajo de los pies del alma, y venir subiendo cuando el agua sube por un caño; y comprimiéndose violentamente, le pasaba por encima de la cabeza, de modo que por todos sus poros y venas corría un fuego abrasador.
Las orejas echaban fuego como de fragua, que con el continuo soplo le atormentaba todo el cerebro.
Los ojos los tenía torcidos y hundidos, como si estuviesen fijos en la nuca.
La boca la tenía abierta y la lengua sacada por las aberturas de las narices, y colgando hasta los labios.
Los dientes eran agudos como clavos de hierro, fijos en el paladar.
Los brazos tan largos que llegaban a los pies. Las manos estaban llenas y comprimían sebo y pez ardiendo.
El cutis que cubría al alma, era una sucia y asquerosísima piel, tan fría, que sólo de verla causaba temblor, y de ella salía materia como de una úlcera con sangre corrompida y con un hedor tan malo, que no puede compararse con nada asqueroso del mundo.
DESPUÉS DE VER ESTE TORMENTO, OYÓ LA SANTA UNA VOZ que salía de lo íntimo de aquella alma, que dijo cinco veces: “¡Ay de mí! ¡Ay de mí”, clamando con toda su fuerza y vertiendo abundantes lágrimas!
“¡Ay de mí, que tan poco amé a Dios por sus supremas virtudes y por la gracia que me concedió!
¡Ay de mí, que no temí como debía la justicia de Dios!
¡Ay de mí, que amé el deleite de mi cuerpo y de mi carne pecadora!
¡Ay de mí, que me dejé llevar de las riquezas del mundo y de la vanidad y soberbia! ¡Ay de mí, porque os conocí Luis y Juana!”

EXPLICACIÓN DEL POR QUÉ SUFRE ESA ALMA LAS PENAS REFERIDAS
Dice el ángel a santa Brígida: Aquella alma, que viste y oíste sentenciar, está en la más grave pena del purgatorio.
Y esto lo ha ordenado Dios así, porque presumía mucho de ser discreto e inteligente en cosas del mundo y de su cuerpo;
pero de las espirituales y de su alma no hacía caso, porque estaba muy olvidado de lo que debía a Dios y lo menospreciaba.
Por eso su alma padece el ardor del fuego y tiembla de frío; las tinieblas la tienen ciega, y la horrible vista de los demonios le causan continuo temor,
y la vocería y clamoreo de los demonios la tienen sorda, interiormente padece hambre y sed, y exteriormente se halla vestida de confusión y vergüenza.
Pero después que murió le ha concedido Dios una merced, y es que no la atormenten ni toquen los demonios, porque cuando estaba en el mundo, solo por la honra de Dios, perdonó graves injurias a sus mayores enemigos, e hizo amistades con uno cuya enemistad era de muerte.

III.- EXPIACIÓN QUE TENDRÍAMOS QUE HACER DURANTE NUESTRAS VIDAS SI QUISIÉRAMOS NO PASAR POR EL PURGATORIO, O SÓLO ESTAR ALLÍ POR BREVE “TIEMPO”.

EJEMPLO DE REPARACIÓN EXIGIDA PARA REPARAR LOS PECADOS COMETIDOS
En una visión de Santa Brígida, cierta alma dijo lo siguiente:
“Yo soy uno de aquellos a quienes este hombre sentenciado al purgatorio ayudó en vida con sus limosnas. Y así me ha concedido Dios, por su amor, que si alguno quisiere hacer lo que yo le dijere como expiación de los pecados de esa alma, al hacerlos ayudará esa alma para que no sufra las penas terribles que tendría que sufrir por los terribles pecados que cometió.
Y lo que se ha de hacer es, que como le oíste aquellos cinco clamores y ayes, se hagan por él cinco cosas que lo consuelen.
El primer ¡ay! fue de lo poco que había amado a Dios, y para remedio de éste se den de limosna treinta cálices, en los que se ofrezca la sangre de Jesucristo y se honre más a Dios.
El segundo ¡ay! fue de que temió poco a Dios, y para remedio de éste se busquen treinta devotos sacerdotes que digan cada uno treinta misas, y todos rueguen con mucho fervor por el alma de este hombre, poderoso un día en la tierra, a fin de que se aplaque la ira de Dios, y su justicia se incline a la misericordia.
El tercer ¡ay! y su pena es por la soberbia y codicia. Para éste lávense los pies a treinta pobres con mucha humildad, y denle limosna de dinero, comida y vestido, y nieguen ellos y el que se los lava a nuestro Señor, que por su humildad y Pasión perdone a esta alma su soberbia y codicia.
El cuarto ¡ay! fue por la sensualidad de su carne, y para éste, el que dotase una doncella y una viuda en un monasterio, y casase una joven, dándoles lo suficiente para su matrimonio, alcanzará que Dios perdone a esa alma el pecado que en la carne había cometido. Porque esos son tres estados de vida que Dios eligió y mandó que hubiese en el mundo.
El quinto ¡ay! es porque cometió bastantes pecados, poniendo en tribulación a muchos, como el que cometió cifrando todo su empeño en que se casaran esos dos ya referidos, no pudiendo por ser parientes;
pero hizo se verificase este casamiento, más por su capricho que por el bien del reino, y se llevó a cabo sin licencia del Papa, contra la loable disposición de la santa Iglesia.
Con este motivo fueron atormentados y martirizados muchos, porque no querían aceptar tal casamiento, que era contra Dios, contra su santa Iglesia y contra las costumbres de los cristianos.
Si alguno quiere borrar ese pecado, ha de ir al Papa y decirle:
<>.
Y aunque no le dé en penitencia más que un Pater Noster, le aprovechará a esa alma para disminuir su pena en el purgatorio”.

CONCLUSION
QUERIDOS FIELES, QUE ESTAS REFLEXIONES NOS AYUDEN a tener mayor amor por las almas del Purgatorio, y a no cesar jamás de rezar por ellas.
ALGÚN DÍA, TAMBIÉN EL TURNO NOS LLEGARÁ A NOSOTROS: vendrá la muerte, vendrá el terrible juicio de Dios, ¿qué será de nosotros?
¡NO TENGAMOS MIEDO!,
desde ahora preparémonos bien para nuestro juicio, purifiquemos nuestras almas con frecuentes confesiones, y hagámonos amigos de las almas del Purgatorio, para que ellas al llegar al cielo, rueguen a su vez por nosotros.

SANTA BRÍGIDA, EN UNA VISIÓN, OYÓ UNA VEZ QUE UN ÁNGEL EXCLAMÓ: “¡Bendito de Dios sea, el que en el mundo ayuda las almas con sus oraciones y con el trabajo de su cuerpo!”.
Y TAMBIÉN OYÓ MUCHAS VOCES DESDE EL PURGATORIO QUE DECÍAN: “¡Dios se lo pague a aquellos que nos ayudan y suplen nuestras faltas!
¡Oh Señor Dios!, da de tu incomprensible poder, el ciento por uno, a todos los que en el mundo nos ayudan y nos elevan con sus buenas obras, para que veamos la luz de tu Divinidad, y gocemos de tu presencia y divino rostro”.