viernes, 20 de marzo de 2009

LA TOLERANCIA: VIRTUD PELIGROSA – I

La tolerancia, así como su contraria, que es la intolerancia, no pueden ser consideradas intrínsecamente buenas, ni intrínsecamente malas. En otros términos, hay casos en que tolerar es un deber, y no tolerar es un mal. Y otros casos, en que, por el contrario, tolerar es un mal y no tolerar es un deber.
RIESGOS DE LA TOLERANCIA. Antes de todo, recordemos que toda tolerancia -por más necesaria y legítima que sea- tiene riesgos que le son inherentes. En efecto, la tolerancia consiste en dejar subsistir un mal para evitar otro mayor. Ahora, la subsistencia impune del mal crea siempre un peligro, pues el mal tiende necesariamente a producir efectos malos y, además, tiene una seducción innegable. Así, existe el riesgo de que la tolerancia traiga por sí misma males aún mayores que aquellos que se desea evitar.
Es necesario que estemos atentos con relación a este aspecto de la cuestión, pues es en torno de él que se hará todo nuestro estudio.
Para evitar la aridez de una exposición exclusivamente doctrinaria, imaginemos la situación de un oficial que nota en su tropa graves síntomas de agitación.
Se le presenta un problema:
a) ¿Es el caso de castigar con todo el rigor de justicia a los responsables?
b) ¿O debe tratarlos con tolerancia?
Esta segunda solución abriría campo a otras cuestiones. ¿En qué medida y de qué manera se debe practicar la tolerancia? ¿Aplicando penas suaves? ¿No aplicándolas, llamando a los culpables y aconsejándoles afectuosamente a cambiar de actitud? ¿Fingir que se ignora la situación? ¿Comenzar, tal vez, por la más benigna de estas soluciones e ir aplicando sucesivamente las demás, a medida que los procesos más blandos se fueren revelando insuficientes? ¿Cuál es el momento exacto en que se debe renunciar a un proceso para adoptar otro más severo?
Estas son cuestiones que forzosamente asaltarán el espíritu de muchos oficiales, pero también el de cualquier persona investida de mando o responsabilidad en la vida civil, si tiene exacta conciencia de sus obligaciones. ¿Qué padre de familia, o jefe de sección, o director de empresa, o profesor, o líder, no ha tropezado mil veces con todas estas cuestiones? ¿Cuántos males evitó por haberlas resuelto con perspicacia y vigor de alma? ¿Y con cuántos tuvo que cargar por no haber dado solución acertada a las situaciones en que se encontraba?
EXAMEN DE CONCIENCIA. En realidad, la primera medida que debe tomar quien se ve en tal contingencia, consiste en hacer un examen de conciencia para prevenirse contra las trampas que su modo de ser personal le pueda crear.
Debo confesar que a lo largo de mi vida, he visto en esta materia los mayores disparates. Y casi todos ellos conduciendo al exceso de tolerancia. Los males de nuestra época tomaron el carácter alarmante que actualmente presentan porque hay con relación a ellos una simpatía generalizada, de la cual participan frecuentemente aquellos mismos que los combaten.
Existen, por ejemplo, muchos anti-divorcistas. Pero entre éstos, numerosos son los que, oponiéndose incluso al divorcio, tienen un modo de ser exageradamente sentimental.
En consecuencia consideran románticamente los problemas nacidos del «amor». Colocados ante la situación difícil del matrimonio de un amigo, esos anti-divorcistas juzgarán sobrehumano -por no decir inhumano- exigir del cónyuge inocente e infeliz que recuse la posibilidad de "rehacer su vida" (es decir, de dar muerte a su alma por el pecado).
Continuarán «lamentando el gesto» de este último, etc., pero cuando se pusiere para ellos el problema de la tolerancia, tendrán interiormente todos los elementos para justificar las condescendencias más extremas y aberrantes. Así, comentarán con dejadez lo ocurrido, recibirán a los recién «casados», los visitarán, etc. Es decir, con el ejemplo trabajarán en favor de divorcio, al mismo tiempo que con la palabra lo condenarán. Claro está que el divorcio gana mucho más que lo que pueda perder con tal conducta de miles o millones de anti-divorcistas.
¿De dónde vino la deliberación de tolerar de manera tan mala el cáncer roedor de la familia? En el fondo ellos tenían una mentalidad divorcista.

Catolicismo N° 78, Junio de 1957

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