viernes, 20 de marzo de 2009

JESUS, VERDADERO DIOS Y VERDADERO HOMBRE: VERDADERO REY

«Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Juan 10, 10).

Esta venida de Nuestro Señor no indica sólo la finalidad de su ministerio sino que supone la venida a este mundo de alguien que existía por encima y antes que él.
A partir de la misión de Cristo, penetramos más adentro en el misterio de su Persona. Lo importante es conocer mejor a Nuestro Señor, pues tenemos que conocer su misión, su origen y saber de dónde viene. Naturalmente tendremos más respeto por Jesucristo en la medida en que comprendamos mejor que Él es Dios. Por supuesto que Él asumió un cuerpo de hombre, un alma humana, pero esto no lo disminuye en nada. Cuando el Hijo dice que le debe todo a su Padre, reconoce sencillamente la paternidad del Padre con quien está unido consubstancialmente con el Espíritu Santo desde toda la eternidad en la Santísima Trinidad.
Hacer del misterio de Nuestro Señor Jesucristo el objeto de nuestras reflexiones y de nuestras meditaciones puede parecer, en cierto modo, un poco teórico. Pero si lo examinamos de cerca, es algo perfectamente actual y concreto.
Definir, de algún modo, lo que es Nuestro Señor Jesucristo, intentar conocerlo mejor, conocer más de cerca sus relaciones con el Padre en el seno de la Trinidad, las relaciones del Padre y del Hijo, su misión eterna y su misión temporal, forma parte de nuestra vida, diría yo, incluso de una manera dramática, puesto que en el mundo moderno en que vivimos lo que se pone realmente en duda es la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Si Nuestro Señor Jesucristo es Dios, como consecuencia es el dueño de todas las cosas, de los elementos, de los individuos, de las familias y de la sociedad. Es el Creador y el fin de todas las cosas. (...)
Si no estamos convencidos de la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo no tendremos bastante fuerza para mantener esta fe ante la creciente invasión de todas las religiones falsas en las que Él no es Rey ni se le afirma como Dios, con todas las consecuencias que esto significa en la moralidad general: moralidad del Estado, de las familias y de los individuos.
A causa de la libertad religiosa que se declara en los textos del concilio y que va en contra del reinado social de Nuestro Señor Jesucristo, ya que coloca todas las religiones en pie de igualdad y se otorgan los mismos derechos a la verdad y al error, ya no se considera a Nuestro Señor Jesucristo como la sola Verdad y como fuente de la Verdad.
En Alemania, el cardenal Josef Hoeffner, arzobispo de Colonia, dijo: «Aquí somos pluralistas". ¿Qué quiere decir "pluralistas"? Quiere decir que Nuestro Señor no es el único, que hay algo más que Nuestro Señor. Se admite a Nuestro Señor Jesucristo pero se admite también que no es Dios; se admiten todas las opiniones y todas las religiones. Cuando tales palabras salen de la boca de un cardenal arzobispo de Colonia, se trata de algo muy grave. Quiere decir que los católicos que se han acostumbrado a vivir en un ambiente protestante admiten en definitiva el protestantismo como una religión válida. La pluralidad de religiones, en un Estado, provoca un peligro de indiferentismo; pero este peligro no ha sido nunca tan nocivo como después del ecumenismo conciliar: la pluralidad se convierte en el pluralismo. Han perdido el sentido de la realeza de Nuestro Señor Jesucristo y, por el hecho mismo, pierden implícitamente el sentido de la divinidad de Nuestro Señor. Es una falta de fe profunda y muy grave, pues en ese caso, basta muy poco para que se alejen de la Iglesia, no practiquen su religión y su moral se vuelva deplorable. (…)
Tenemos que reflexionar, meditar, y convencernos de la necesidad de la realeza social de Nuestro Señor Jesucristo y no sólo sobre nuestras personas.
Si decís: «Quiero vivir según la ley de Nuestro Señor, según la moral que ha enseñado; quiero vivir según su gracia, su amor y sus sacramentos, pero me veo obligado a aceptar la libertad de costumbres y la libertad de pensamiento cuando me encuentro fuera de mi hogar», estad seguros de que un día u otro quedaréis contaminados. El solo hecho de admitir esto y decir, como la declaración sobre la libertad religiosa, que es un derecho de la persona humana, que todos tienen el derecho de pensar lo que quieran, que están en su derecho, es abandonar todo espíritu de evangelización.
Si oímos decir: «Esa persona es libre, no piensa como yo y tiene una religión distinta de la mía», sepamos que eso no es verdad. No es libre y tenemos que decirle: «Lo siento, pero estás en el error y no en la verdad; un día serás juzgado sobre tus pensamientos, tu comportamiento y tu actitud; tienes que convertirte. Y esto no sólo por las ideas sino por las costumbres, la moral y todo. »

Mons. Marcel Lefebvre

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