jueves, 19 de marzo de 2009

LA VIDA DE ORACION – I

"Me alimento de un pan y de una bebida invisibles a los hombres". (TOB., XII, 19).
LAS VIDAS DEL HOMBRE. Hay en el hombre dos vidas: la del cuerpo y la del alma; una y otra siguen, en su orden, las mismas leyes. La del cuerpo depende, en primer lugar, de la alimentación; cual es la comida, tal la salud; depende en segundo lugar del ejercicio que desarrolla y da fuerzas, y, por último, del descanso, donde se rehacen las fuerzas cansadas con el ejercicio. Todo exceso en una de estas leyes es, en mayor o menor grado, principio de enfermedad o de muerte.
Las leyes del alma en el orden sobrenatural son las mismas, de las cuales no debe apartarse el espíritu, como tampoco el cuerpo de las suyas.
EL ALIMENTO DEL ALMA. Ahora bien: la comida, el manjar del alma, así como su vida, es Dios. Acá abajo, Dios conocido, amado y servido por la fe; en el cielo, Dios visto, poseído y amado sin velos; siempre Dios. El alma se alimenta de Dios meditando su palabra, con la gracia, con la súplica, que es el fondo de la oración, el único medio de obtener la divina gracia.
De la misma manera que en la naturaleza cada temperamento necesita alimentación diferente según la edad, los trabajos y las fuerzas que gasta, así también cada alma necesita una dosis particular de oración. Notad que no es la virtud la que sostiene la vida divina, sino la oración, pues la virtud es un sacrificio y resta fuerzas en lugar de alimentar. En cambio, quien sabe orar según sus necesidades cumple con su ley de vida, que no es igual para todos, pues unos no necesitan de mucha oración para sostenerse en estado de gracia, en tanto que otros necesitan larga. Esta observación es absolutamente segura: es un dato de la experiencia.
Mirad un alma que se conserva bien en estado de gracia con poca oración; no tiene necesidad de más; pero no volará muy alto. A otra, al contrario, le cuesta mucho conservarse en él con mucha oración y siente que le es necesario darse de lleno a ella. ¡Ore esa alma, que ore siempre, pues se parece a esas naturalezas más flacas que necesitan comer con mayor frecuencia, so pena de caer enfermas!
Mas hay oraciones de estado que son obligatorias. El sacerdote tiene que rezar el oficio y el religioso sus oraciones de regla. Estas nunca es lícito omitirlas ni disminuirlas por sí mismo, de propia autoridad.
LAS ORACIONES Y LA VIDA DIARIA. La piedad hace que uno sea religioso en medio del mundo. A estas almas la gracia de Dios pide más oraciones que las de la mañana y de la tarde. La condición esencial para conservarse en la piedad es orar más. Es imposible de otro modo.
ORACIÓN VOCAL Y MENTAL. Sabéis muy bien que hay dos clases de oración; la vocal, de la que hemos venido hablando, y la mental, que es el alma de la primera. Cuando uno no ora, cuando la intención no se ocupa en Dios al orar verbalmente, las palabras nada producen: la única virtud que tienen se la presta la intención, el corazón.
¿Será necesaria la oración mental considerada en su acepción más restringida de meditación, de oración? Es, cuando menos, muy útil, puesto que todos los santos la han practicado y recomendado; es muy útil, porque es difícil llegar sin ella a la santidad.
TRES TIPOS DE ORACIÓN. Esto me conduce como de la mano a decir que hay una oración de necesidad, una oración de consejo y una oración de perfección.
¡Sí; estáis estrictamente obligados, bajo pena de condenación, a orar! Abrid el evangelio y al punto veréis el precepto de la oración. Claro que no está indicada la medida, porque ésta tiene que ser proporcionada a la necesidad de cada uno. Debéis, sin embargo, orar lo bastante para manteneros en estado de gracia, lo suficiente para estar a la altura de vuestros deberes.
Si no, os parecéis a un nadador que no mueve bastante los brazos; seguro que va a perderse. Que redoble sus esfuerzos, que si no su propio peso le arrastrará al abismo. Si os sentís demasiado apurados por las tentaciones, doblad las oraciones. Es lo que hacéis en otras cosas; cada cual se arregla según sus necesidades. ¡Oh! Es algo muy serio esto de proporcionar la oración a nuestras necesidades. ¡En ello va nuestra salvación! ¿Faltáis fácilmente a vuestros deberes de estado? Es que no oráis bastante. ¡Pero si os condenáis! Clamad a Dios. Moveos. La humana miseria ha disminuído vuestra marcha y acabará de echaros completamente por tierra, si no resistís fuertemente. Orad, por consiguiente, cuanto os haga falta para ser cristianos cabales.

San Pedro Julián de Eymard

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