lunes, 23 de marzo de 2009

Sermón de ordenaciones - Junio 2000 – II

Del mismo modo no queremos nada con esa Iglesia que se identifica, en diversos grados, con todas las religiones, y en definitiva, y en buena lógica, con el mundo, con esa Iglesia que rinde culto también a los falsos dioses y que rinde un falso culto al verdadero Dios y que admite en su seno a todos los errores que recorren el mundo, y principalmente los pensamientos de la filosofía moderna. Pues bien, nosotros adherimos indefectiblemente a la Iglesia depositaria de la Verdad, Madre y Maestra de todas las iglesias y de todo el mundo, Madre y Maestra de la Verdad. Y es precisamente por eso que somos católicos, porque la Iglesia nos da la Verdad. Y no queremos saber nada de ese pensamiento moderno que está lleno de anticristianismo y de ateísmo. Ellos que conocen tan bien la filosofía, no han entendido nada.
Tomo un ejemplo, que es tal vez un poco filosófico, pero que me parece interesante. En el siglo pasado vivió un pensador, un filósofo, filólogo, poeta, dicen, Federico Niestzsche, que ha sido como un profeta y un místico del espíritu anticristiano del mundo moderno. Profeta, y él mismo lo afirma: “Me propongo anunciar lo que ocurrirá en la Historia a lo largo de los dos próximos siglos”. Es un hombre que toma el pensamiento moderno, que saca las últimas consecuencias contenidas y que se hace apóstol de este anticristianismo. Y místico porque él mismo vivió en sí esos procesos espirituales modernistas. Parte de la negación de la Verdad, fundándose en Kant, en la filosofía del devenir siguiendo a Hegel, y entonces va aún más lejos y concluye en el nihilismo y en la proclamación de la muerte de Dios. Y a partir de ahí, como todos esos filósofos, se convierte en un demiurgo, es decir, es preciso hacer de nuevo la realidad, hay que dirigirla hacia una dirección, hacia un fin. (…) Y entonces el hombre debe primeramente darle vuelta al orden existente, debe cambiar completamente todas las verdades, y en primer lugar el cristianismo y la Iglesia católica, porque ha comprendido perfectamente que la Iglesia católica era la protectora de toda Verdad. Hay que volver a fundar un mundo nuevo, asentado sobre el materialismo, sobre el hedonismo, y a eso lo llama la voluntad de poder: es exactamente el mundo que nosotros vivimos, es el hombre el que modela la Verdad, el bien y la realidad. Este proceso se termina con el superhombre, es decir, sencillamente el hombre que se sustituye a Dios. Y ese es verdaderamente el fondo del pensamiento moderno. Entonces, ¿cómo puede pretenderse incorporar los valores de este pensamiento si el liberalismo mismo se inscribe perfectamente en esta lógica anticristiana, nihilista? Se quiere unir la luz con las tinieblas, a Cristo y Belial. Ha sido un místico, sí, ha vivido todos estos procesos y ha terminado loco. Ha terminado sus días después de haber escrito el último libro, donde propone esta lucha contra el cristianismo, un libro titulado “El Anticristo”. Pues bien, ha terminado loco. (…) Nosotros no queremos tener nada que ver con esta filosofía y este pensamiento moderno. Queremos la filosofía perenne, la de Santo Tomás de Aquino, la filosofía de la Verdad, del bien, de lo verdadero, de la realidad.
Así pues, queridos ordenandos, en primer lugar es necesario que tengamos la intransigencia doctrinal. Sobre la doctrina, sobre la Verdad, se es intransigente. Y eso es porque la Verdad, por definición, es una y única. Por consiguiente no hay más que un solo y único Cristo, una sola y única verdadera Iglesia. Y cuando se trata de la doctrina, no hay otra actitud posible más que la intransigencia doctrinal. “Y no puede ser que, como lo dice también el cardenal Pie, un exceso de verdad nos conduzca a un defecto de caridad”. Son las palabras del cardenal Pie. Es decir que la Verdad debe necesariamente estar acompañada de la Caridad, del amor de Dios, del amor al prójimo. El apóstol nos dice: “la Verdad en la Caridad”.
Y San Agustín sobre este tema tiene reflexiones muy interesantes. Por ejemplo dice: “Sólo la verdad tendrá la victoria, y la victoria de la Verdad es la caridad”. No hay victoria contra el error fuera de la Verdad. Pero la victoria de la Verdad es la Caridad. Dice también: “El Señor que ha dado a sus servidores la facultad de destruir los reinos del error nos invita, sin embargo, a salvar a los hombres y a no aniquilarlos. La Verdad sin la caridad, dice también, es la maldad”. Y de esta manera eleva una oración a Dios: “Enviad Señor dulzura a mi corazón (mitigaciones, dulzuras, suavidades a mi corazón), para que el amor de la verdad no me haga perder la verdad del amor”. Y esto es muy profundo, ya que decimos que Dios es Verdad, sí, pero Dios es Caridad, por lo tanto la Verdad en Dios es la Caridad y la Caridad, la Verdad. Y si no se tiene el amor de la verdad, no se puede tener la caridad; y si no se tiene la caridad, se pierde finalmente la verdad. He aquí los dos fallos que tenemos siempre, es la historia repetida y cíclica. Las dos tentaciones son la de comprometer un poco la verdad por cansancio o bajo el pretexto de caridad, o la de faltar a la caridad bajo el pretexto de defender la verdad.

Monseñor Alfonso de Galarreta

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