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viernes, 11 de diciembre de 2009

FIESTA DE TODOS LOS SANTOS

UN CÉLEBRE ARQUITECTO, MARCO AGRIPA, había levantado, antes del nacimiento de Cristo, un templo magnífico, el Panteón, dedicado a todos los dioses, a los conocidos y a los ignorados.
AL CONVERTIRSE ROMA AL CRISTIANISMO, no fue derribado aquel tem­plo; si los paganos adoraban a sus mentirosas divinidades, ¿no tenía­mos nosotros nuestros santos merecedores de toda veneración?
POR ESO EL PAPA BONIFACIO IV DEDICÓ EL TEMPLO al culto de los mártires que habían ofrecido su sangre y su vida a Dios en todas las regiones del mundo.
DESPUÉS, DEL CULTO A TODOS LOS MÁRTIRES SE PASÓ AL CULTO DE TODOS LOS SANTOS. Y la razón es clara:
¡De cuántos santos no conocemos absolutamente nada, ni su vida ni el nombre!
Sólo Dios ha penetrado en su alma, contemplando sus virtudes, sus plegarias, sus lágrimas, sus largos sufrimientos y sus ásperas peni­tencias...
Además, también de los santos conocidos no podemos celebrar su fiesta particular durante el año.
NO ES, PUES, JUSTO QUE ESTOS HÉROES CRISTIANOS PASEN DESCONOCIDOS, y que nosotros nos perdamos su poderosa pro­tección.
ESTAS RAZONES HAN MOVIDO A LA IGLESIA A ESTABLECER ESTA FIESTA en la que todos los santos sean honrados e invocados.
Por eso, para incrementar nuestra devoción por los santos, veamos estas dos sencillas reflexiones:
1) los santos son un gran ejemplo para nosotros
2) y son también un auxilio pode­roso

1. LOS SANTOS SON UN GRAN EJEMPLO PARA NOSOTROS

HABÍAN LLEGADO PARA EL PUEBLO ISRAELITA DÍAS TRISTES Y DESGRA­CIADOS.
Jerusalén había caído en poder de los extranjeros; el templo, profanado y robado; la juventud, prisionera o muerta; y por todas partes resonaban las torpes canciones de los soldados de Antíoco, deseosos siempre de saquear y matar.
MATATÍAS, el anciano padre de los Macabeos, se había escondido en el desierto, donde por la edad y por la congoja se enfermó. PERO ANTES DE MORIR, llamó en derredor de su lecho a sus cinco hijos y les dijo: «Hijos míos: Os toca vivir en medio de un mundo pervertido, en un tiempo de pecado y de escándalo; recordad los ejemplos de vuestros antepasados, y sacaréis fuerza y gloria. Recordad la fe de Abraham, que creyó en las promesas de Dios, aun cuando se le ordenó sacrificar a su hijo; Tened también vosotros fe en Dios, ahora que nuestra nación está destruida. Acordaos de la resignación de José, vendido por sus crueles hermanos, y tan temeroso de la ley de Dios, que huyó de la deshonesta mujer de Putifar, y fue recompensado por Dios; también vosotros resignaos a la voluntad de la Providencia, y conservaos puros, si anheláis el premio. Acordaos de Josué, que, con grandes trabajos y haza­ñas, logró conquistar la tierra prometida.
No echéis en olvido a David, que por su piedad y misericordia heredó el trono real por los siglos de los siglos.
Acordaos de Daniel, que fue arrojado en la cueva de los leones a causa de su rectitud, y de aquellos jóvenes que prefirieron ser encerrados en el horno encendido antes que quebrantar la ley de Dios...»
“Así, de generación en generación, el anciano moribundo recordaba a sus hijos las proezas de los santos del Antiguo Testamento, y cuando terminó, levantó la mano, los bendijo y murió”. (I Mac, II).

APLICACIÓN
ME PARECE QUE LA IGLESIA, A SEMEJANZA DEL ANCIANO MATATÍAS, con­grega en derredor de sí a sus hijos para mostrarles los ejemplos de los santos.
Es verdad que vivimos en tiempos de pecado y en un mundo esencialmente perverso, pero también los santos que reinan en el Paraíso vivieron tiempos difíciles. Recordemos sus ejemplos para imitarlos y por ese medio santificarnos.

«PERO NO TENGO TIEMPO — dicen algunos — para santificarme y de­dicarme a tantas devociones; estoy muy ocupado en mis asuntos.»
¿Y creen ustedes que Santa Teresa de Jesús, Santa Catalina de Génova, San Felipe Neri y tantos otros santos no tenían ocupaciones materiales?
Si el tiempo que emplean en las diversiones, en el Internet, viendo televisión, en la vanidad, en las conversaciones frívolas y mundanas, lo emplearan en santificar el alma, ¡qué ele­vada sería vuestra santidad!
“Decís que no tenéis tiempo, y tenéis a vuestra disposición toda vuestra vida, pues para eso únicamente os ha creado el Señor”.

«PERO TENGO MI FAMILIA, VIVO EN MEDIO DE UN MUNDO CORROMPIDO, RODEADO DE ESCÁNDALOS.»
Los santos también vivieron en medio de muchas tentaciones según sus diversos estados de vida: San Luis, era rey; Santa Pulqueria vivía en la corrupción de la corte de Constantinopla; San Isidro era aldeano; Santa Zita, sirvienta en una casa privada.
En todos los estados y condiciones podemos llegar a la santidad.

«PERO YO TENGO UN TEMPERAMENTO FOGOSO, SOBERBIO..., MI CARNE ES DÉBIL, MUY DÉBIL…NO PUEDO RESISTIR A LAS TENTACIONES.»
También los santos tuvieron flaquezas, como nosotros; también ellos fueron zarandeados por la tentación, pero la superaron.
Si ellos vencieron, ¿por qué no hemos de vencer nos­otros?
No pensemos que fue cosa sencilla para San Agustín el triunfar de las rebeldías de la sensualidad, y para San Carlos Borromeo, el vivir abra­zado con la humildad, y para San Francisco de Sales, el refrenar los ímpetus de la irascibilidad; leamos sus vidas y veremos las esforzadas luchas que tuvieron que sostener contra las pasiones.
Pero triunfa­ron de ellas. ¿Nosotros seremos los vencidos?

2. Y SON TAMBIÉN UN AUXILIO PODE­ROSO

CUANDO EL HAMBRE INVADIÓ LA TIERRA DE CANAÁN, un anciano acom­pañado de sus hijos se retiró a Egipto, presentándose al faraón para que les socorriera.
En Egipto y en el palacio del faraón se encon­traba José: «Aquí tenéis a mi padre y a mis hermanos», dijo José al introducirlos en la corte del soberano. Y tuvieron víveres en abundancia, gozaron de una paz encan­tadora, y obtuvieron tierras que cultivar: recibieron más de lo que habían soñado.
TAMBIÉN NUESTROS HERMANOS, LOS SANTOS, ESTÁN EN UNA REGIÓN RIQUÍSIMA, en la mansión de un soberano excelso, de Dios.

Cuando privados de los bienes espirituales o materiales levantamos los ojos al cielo, ellos se dirigen a Dios para decirle: «Escúchalos, atiéndelos, porque son nuestros hermanos pequeños».
¿SE MOSTRARÁ SORDO EL SEÑOR A LA SÚPLICA DE SUS ÍNTIMOS AMIGOS?
Los santos en el cielo no son egoístas una vez conseguida la feli­cidad; se acuerdan de nosotros, pobres criaturas.
Ellos, sufrieron en un tiempo lo que hoy sufrimos nosotros, y por eso nos entienden y siguen con ansiedad las peripecias de nuestra peregrinación, rogando insis­tentemente a Aquel que manda a los vientos y al mar, que se apiade de la barquilla combatida por las pasiones.
Ellos que gozan de la feli­cidad del Paraíso, tiemblan ante el pensamiento de que nosotros podamos perderla y ruegan a Dios que nos conduzca al puerto del cielo.

LOS SANTOS DEL CIELO Y LOS CRISTIANOS DE LA TIERRA FORMAN UNA SOLA FAMILIA; y así como en una familia el hermano bueno intercede ante el padre irritado por el mal comportamiento de los hijos malos, así los santos aplacan a Dios cuando se dispone a castigarnos por nues­tros pecados.

LEEMOS EN LA HISTORIA SAGRADA cómo una vez el Señor había decidido exterminar al pueblo hebreo por haberse rebelado quebrantando sus mandamientos. Pero, en medio del pue­blo, se hallaban dos almas santas: Moisés y Aarón. El Señor les decía grandemente irritado:
«Alejaos de ese pueblo, porque quiero exterminarlos en un momento.»
Pero aquellos santos no se alejaron, insistieron en su oración, y Dios, aplacado por ellos, castigó únicamente a tres de los más culpa­bles (Num., XVI, 20 s.).

LOS SANTOS, COMO MOISÉS Y AARÓN, SE INTERPONEN ENTRE DIOS Y NOSOTROS.
¿Quién podría enumerar los castigos que iban a desencade­narse sobre nuestra cabeza y que ellos han desviado?
¿Por qué no hemos muerto después de cometer nuestro primer pecado?
¿Por qué el Señor nos aguanta y nos otorga el tiem­po necesario para hacer penitencia?
¡Oh si pudiésemos ver lo que pasa en el Paraíso!

SI TAN PODEROSOS SON LOS SANTOS AL INTERCEDER POR NOSOTROS, estamos en el deber de acudir a ellos fer­vorosa y frecuentemente.

EL SEÑOR HA DICHO QUE ALLÍ DONDE ESTÁN DOS O MÁS REUNIDOS EN SU NOMBRE, allí está Él en medio de ellos para escuchar sus ruegos;
pues en el Paraíso no son solamente dos, son miles de millones los que ruegan por nosotros. Su plegaria es nuestra más sólida defensa.

CONCLUSION
Queridos fieles, ARREBATADO EN ÉXTASIS, SAN JUAN EVANGELISTA vio ante sí una puer­ta abierta por la que entraba una incontable muchedumbre, de toda edad, sexo y condición.

¡Qué consoladora es esta revelación! Si tan innumerable era el número de los elegidos, que San Juan no pudo contarlos,
esto nos indica que no es tan difícil el salvarse, esto quiere decirnos que también nosotros podemos pasar por aque­lla puerta, que es Cristo, y gozar de la compañía de los santos.

PERO HAY UNA CONDICIÓN ESENCIAL: todos cuantos arriban al puerto de sal­vación, llevan en su frente un sello revelador de su pertenencia y semejanza con el Eterno Padre y con su Hijo unigénito. Este sello, según el profeta Ezequiel, tiene forma de T, esto es, de una cruz, y está grabado en la frente de los que lloran y gimen por los pecados. Signo Tau super frontem vivorum gementium et flentium (Ez., IX, 4).
¿QUÉ QUIERE DECIR ESTO? Quiere indicarnos que para ser partici­pantes de la gloria y felicidad de los santos, hay que tomar parte en sus penitencias y sufrimientos.

jueves, 10 de diciembre de 2009

CONMEMORACIÓN DE LOS FIELES DIFUNTOS

HOY ES EL DÍA DE LA CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS.
Día muy especial para acordarnos de nuestros difuntos, para pensar en las penas que sufren, y movernos a rezar más por ellos, no sólo hoy, sino siempre; y rezar no sólo por ellos, sino también por TODOS LOS DIFUNTOS, especialmente por los más olvidados, por los que tienen más necesidad de la misericordia de Dios y también por los que Dios más ama.

ESTE DÍA, ES TAMBIÉN MUY PROVECHOSO PARA NOSOTROS,
pues nos hace recordar lo que nos espera: el terrible juicio de Dios; y después de él, según hayamos obrado en nuestras vidas, la sentencia será lanzada:
- o ir al cielo directamente ( lo cual es para pocos, para muy pocos)
- o ir al Purgatorio por quién sabe cuánto tiempo ( pues allá no hay tiempo, el reloj está parado)
- o ir al infierno por toda la eternidad

POR ESO, HOY SERÁ MUY PROVECHOSO que reflexionemos en 3 puntos:
1) en el terrible juicio de Dios y lo mucho que ayuda para aprobarlo, las oraciones de los demás
2) en las penas que se sufren en el Purgatorio
3) en la expiación que tendríamos que hacer durante nuestras vidas si quisiéramos no pasar por el Purgatorio, o sólo estar allí por breve “tiempo”.

I.- EL TERRIBLE JUICIO DE DIOS y lo mucho que ayuda para aprobarlo, las oraciones de los demás
EL TERRIBLE JUICIO DE DIOS NOS LOS RECUERDA MUY BIEN EL “DIES IRAE”:
“Día de ira, el día aquél, que reducirá el mundo a cenizas;…
Cuán grande será el terror cuando aparezca el Juez,
para sentenciarlo todo con rigor…
El libro, ya completo, será leído, en el que todo (TODO) se haya consignado…
Cuando el juez se haya sentado, se revelará todo secreto; nada (NADA) quedará sin castigo…
¿Qué he de decir entonces, miserable de mí? ¿a qué abogado recurriré si apenas el justo estará seguro?...”

QUERIDOS FIELES, ¿TENEMOS MIEDO DE JUICIO DE DIOS?
Bueno, al menos que ese temor sea saludable para prepararnos bien para ese momento.
Pero veamos lo mucho que ayuda para aprobarlo, las oraciones de los demás.
PARA ILUSTRAR ESTO, NARREMOS UNA VISIÓN DE SANTA BRÍGIDA:
Ella, velando en oración vio en una visión espiritual, un trono, que estaba ocupado por uno como el sol;
y la luz y resplandor que de él salía, era incomprensible en longitud, latitud y profundidad.
Estaba una Virgen cerca del trono con una preciosa corona en la cabeza,
Tras esto, vio un negro como etíope, feo y abominable, lleno de inmundicia y encendido de enojo, que comenzó a dar voces diciendo: “Oh Juez justo, juzga esta alma y oye sus obras, que ya poco le resta de estar en el cuerpo, y dame licencia para que atormente al alma y al cuerpo en lo que fuera justo”.
Después vio la Santa un soldado armado junto al trono, modesto en el aspecto, sabio en las palabras y dulce en sus ademanes, el cual dijo:
“Oh Juez, ves aquí las buenas obras que ha hecho esta alma hasta este punto”.
Y LUEGO SE OYÓ UNA VOZ DEL TRONO QUE DIJO: “Más son, pues, los vicios en esta alma, que las virtudes. No es justicia que tenga parte el vicio con la suma virtud, ni se junte a ella”.
Enseguida dijo el negro: “A mí es de justicia que se me entregue esta alma;
que si ella tiene vicios, yo estoy lleno de maldad, y estará bien conmigo”.
“La misericordia de Dios, dijo el soldado, hasta la muerte acompaña a todos, y hasta que haya salido el alma del cuerpo, no se puede dar la sentencia; y esta alma sobre que pleiteamos, aun está en el cuerpo, y tiene discreción para escoger lo bueno”.
“La escritura, replicó el negro, que no puede mentir, dice: Amarás, a Dios sobre todas las cosas, y a tu prójimo como a ti mismo. Y todo cuanto éste ha hecho, ha sido por temor, no por amor de Dios como debía, y todos los pecados que ha confesado, han sido con poca contrición y dolor.
Y pues no mereció el cielo, justo es que se me dé para el infierno, pues sus pecados están aquí manifiestos ante la divina justicia, y nunca de ellos ha tenido verdadera contrición y dolor”.
“Este infeliz, dijo el soldado, esperó y creyó que asistido de la gracia tendría esa verdadera contrición”.
A lo cual le respondió el negro: “Has traído aquí todo cuanto bien ha hecho ese, todas sus palabras y pensamientos que pueden servirle para salvarse;
pero todo ello no llega ni con mucho a lo que vale un acto de verdadera contrición y dolor, nacido de la caridad divina con fe y esperanza;
y por consiguiente, no puede servir para borrar todos sus pecados.
Porque justicia es de Dios, determinada en su eternidad, que nadie se salve sin contrición; y como es imposible que vaya Dios contra este su decreto eterno, resulta, que con razón pido se me dé esta alma para ser atormentada con pena eterna en el infierno”.
¡No!, replicó el soldado, y luego aparecieron innumerables demonios, semejantes a las centellas que salen de un fuego abrasador, y a una voz clamaban diciendo…
“¡Tú amas la justicia, oh Juez!, ¿por qué no declaras ser nuestra esta alma, para que la atormentemos según sus obras?”
OYÓSE DESPUÉS EL SONIDO DE UNA TROMPETA, al cual todos quedaron silenciosos, y al punto dijo una voz:
“Callad y oíd vosotros todos, ángeles, almas y demonios, lo que va a hablar la Madre de Dios”.
Y EN SEGUIDA APARECIÓ ANTE EL TRONO DEL JUEZ LA MISMA VIRGEN MARÍA, trayendo mucho bulto de cosas como escondidas debajo del manto, y dijo a los demonios:
“Vosotros, enemigos, perseguís la misericordia, y sin ninguna caridad pregonáis la justicia.
Aunque es verdad que esta alma se halla falta de buenas obras, y por ellas no pudiera ir al cielo, mirad lo que traigo debajo de mi manto.
Y alzándolo por ambos lados, veíase por el uno una pequeña iglesia y en ella algunos religiosos; y por el otro lado se veían hombres y mujeres, amigos de Dios, todos los cuales clamaban a una voz, diciendo: Señor, tened misericordia de él”.
REINÓ DESPUÉS UN GRAN SILENCIO Y PROSIGUIÓ LA VIRGEN:
“La Sagrada Escritura dice, que el que tiene verdadera fe en el mundo, puede mudar los montes de una a otra parte.
¿Qué no pueden y deben hacer entonces los clamores de todos estos que tuvieron fe y sirvieron a Dios con fervoroso amor?
¿Qué no han de alcanzar los amigos de Dios, a quienes éste rogó que pidiesen por él, para que pudiera apartarse del infierno y conseguir el cielo, y mucho más cuando por sus buenas obras no buscó otra remuneración que los bienes celestiales?
¿Por ventura, no podrán las lágrimas y oraciones de todos estos bienaventurados ayudar esta alma y levantarla, para que antes de su muerte tenga verdadera contrición con amor de Dios?
Yo también uniré mis ruegos a las oraciones de todos los santos que están en el cielo, a quienes este honraba con particular veneración.
Y a vosotros, demonios, os mando de parte del Juez y de su poder, que atendáis a lo que veréis ahora en su justicia.
Y respondieron todos, como con una sola voz: Vemos, que como en el mundo las lágrimas y la contrición aplacan la ira de Dios, así tus peticiones le inclinan a misericordia con amor”.
DESPUÉS DE ESTO, OYÓSE UNA VOZ que salió del que estaba sentado en el solio resplandeciente, y dijo:
“Por los ruegos de mis amigos tendrá este contrición antes de la muerte, y no irá al infierno, sino al purgatorio con los que allí padecen mayores tormentos; y acabados de purgar sus pecados, recibirá su premio en el cielo, con aquellos que tuvieron fe y esperanza, pero con mínima caridad.”
Y así que oyeron esto, huyeron los demonios.

Queridos fieles, ¡QUÉ CONSOLADOR SABER lo mucho que ayudan las oraciones del prójimo!
POR ESO, DESDE AHORA, REZEMOS MÁS POR NUESTROS DIFUNTOS
para ayudarlos en el juicio de Dios que hayan tenido, que aunque ya sea un juicio pasado, Dios, con su mirada sobre todos los tiempos, veía las oraciones que se iban a hacer por determinada alma, y así podría haberles concedido el perdón antes de haber comparecido ante su divina presencia.
Y NOSOTROS, DESDE AHORA, TENGAMOS MAYOR DEVOCIÓN A LOS SANTOS, pidámosles que rueguen siempre por nosotros, especialmente en la hora de nuestra muerte; Y CLARO ESTÁ, TENGAMOS MAYOR AMOR Y DEVOCIÓN A NUESTRA SEÑORA, y recemos con fervor, esas palabras que a menudo decimos distraídos:
“Ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte”.
Y TAMBIÉN TENGAMOS AMIGOS EN ESTE MUNDO, a quienes ayudemos por nuestras limosnas, caridad, consejos, amor, para que ellos rueguen a Dios por nosotros, especialmente en la hora de nuestra muerte y también después de ella. Pues aunque nos hayamos salvado, también necesitaremos su ayuda para mitigar los terribles tormentos del Purgatorio.

II.- LAS PENAS QUE SE SUFREN EN EL PURGATORIO

LAS PENAS QUE SUFREN LAS ALMAS DEL PURGATORIO son muchas en cantidad, son indecibles en intensidad, y en duración, parecen muchas veces casi interminables.
CONTINUEMOS LA NARRACIÓN DE LA VISIÓN DE SANTA BRÍGIDA:
Ya hemos narrado cómo por los ruegos de los amigos de Dios tuvo antes de morir esta alma contrición de sus pecados, nacida del amor de Dios, la cual contrición la libró del infierno.
Así, pues, la justicia de Dios la sentenció a que ardiese en el purgatorio por seis períodos de tiempo, como los que él había vivido, desde que a sabiendas cometió el primer pecado mortal hasta el momento en que por amor de Dios se arrepintió con fruto.
VIO DESPUÉS SANTA BRÍGIDA QUE SE ABRIÓ UNA PROFUNDIDAD TERRIBLE Y TENEBROSA (el infierno), en la que había un horno ardiendo interiormente, y el fuego no tenía otro combustible que demonios y almas vivas que estaban abrasándose.
SOBRE AQUEL HORNO (el lugar más terrible del Purgatorio, justo arriba del infierno) ESTABA ESTA AFLIGIDÍSIMA ALMA.
Tenía los pies fijos en el horno, y lo demás levantado como si fuera una persona; y no estaba en lo más alto ni en lo más bajo del horno.
La figura que tenía era terrible y espantosa. El fuego parecía salir de bajo de los pies del alma, y venir subiendo cuando el agua sube por un caño; y comprimiéndose violentamente, le pasaba por encima de la cabeza, de modo que por todos sus poros y venas corría un fuego abrasador.
Las orejas echaban fuego como de fragua, que con el continuo soplo le atormentaba todo el cerebro.
Los ojos los tenía torcidos y hundidos, como si estuviesen fijos en la nuca.
La boca la tenía abierta y la lengua sacada por las aberturas de las narices, y colgando hasta los labios.
Los dientes eran agudos como clavos de hierro, fijos en el paladar.
Los brazos tan largos que llegaban a los pies. Las manos estaban llenas y comprimían sebo y pez ardiendo.
El cutis que cubría al alma, era una sucia y asquerosísima piel, tan fría, que sólo de verla causaba temblor, y de ella salía materia como de una úlcera con sangre corrompida y con un hedor tan malo, que no puede compararse con nada asqueroso del mundo.
DESPUÉS DE VER ESTE TORMENTO, OYÓ LA SANTA UNA VOZ que salía de lo íntimo de aquella alma, que dijo cinco veces: “¡Ay de mí! ¡Ay de mí”, clamando con toda su fuerza y vertiendo abundantes lágrimas!
“¡Ay de mí, que tan poco amé a Dios por sus supremas virtudes y por la gracia que me concedió!
¡Ay de mí, que no temí como debía la justicia de Dios!
¡Ay de mí, que amé el deleite de mi cuerpo y de mi carne pecadora!
¡Ay de mí, que me dejé llevar de las riquezas del mundo y de la vanidad y soberbia! ¡Ay de mí, porque os conocí Luis y Juana!”

EXPLICACIÓN DEL POR QUÉ SUFRE ESA ALMA LAS PENAS REFERIDAS
Dice el ángel a santa Brígida: Aquella alma, que viste y oíste sentenciar, está en la más grave pena del purgatorio.
Y esto lo ha ordenado Dios así, porque presumía mucho de ser discreto e inteligente en cosas del mundo y de su cuerpo;
pero de las espirituales y de su alma no hacía caso, porque estaba muy olvidado de lo que debía a Dios y lo menospreciaba.
Por eso su alma padece el ardor del fuego y tiembla de frío; las tinieblas la tienen ciega, y la horrible vista de los demonios le causan continuo temor,
y la vocería y clamoreo de los demonios la tienen sorda, interiormente padece hambre y sed, y exteriormente se halla vestida de confusión y vergüenza.
Pero después que murió le ha concedido Dios una merced, y es que no la atormenten ni toquen los demonios, porque cuando estaba en el mundo, solo por la honra de Dios, perdonó graves injurias a sus mayores enemigos, e hizo amistades con uno cuya enemistad era de muerte.

III.- EXPIACIÓN QUE TENDRÍAMOS QUE HACER DURANTE NUESTRAS VIDAS SI QUISIÉRAMOS NO PASAR POR EL PURGATORIO, O SÓLO ESTAR ALLÍ POR BREVE “TIEMPO”.

EJEMPLO DE REPARACIÓN EXIGIDA PARA REPARAR LOS PECADOS COMETIDOS
En una visión de Santa Brígida, cierta alma dijo lo siguiente:
“Yo soy uno de aquellos a quienes este hombre sentenciado al purgatorio ayudó en vida con sus limosnas. Y así me ha concedido Dios, por su amor, que si alguno quisiere hacer lo que yo le dijere como expiación de los pecados de esa alma, al hacerlos ayudará esa alma para que no sufra las penas terribles que tendría que sufrir por los terribles pecados que cometió.
Y lo que se ha de hacer es, que como le oíste aquellos cinco clamores y ayes, se hagan por él cinco cosas que lo consuelen.
El primer ¡ay! fue de lo poco que había amado a Dios, y para remedio de éste se den de limosna treinta cálices, en los que se ofrezca la sangre de Jesucristo y se honre más a Dios.
El segundo ¡ay! fue de que temió poco a Dios, y para remedio de éste se busquen treinta devotos sacerdotes que digan cada uno treinta misas, y todos rueguen con mucho fervor por el alma de este hombre, poderoso un día en la tierra, a fin de que se aplaque la ira de Dios, y su justicia se incline a la misericordia.
El tercer ¡ay! y su pena es por la soberbia y codicia. Para éste lávense los pies a treinta pobres con mucha humildad, y denle limosna de dinero, comida y vestido, y nieguen ellos y el que se los lava a nuestro Señor, que por su humildad y Pasión perdone a esta alma su soberbia y codicia.
El cuarto ¡ay! fue por la sensualidad de su carne, y para éste, el que dotase una doncella y una viuda en un monasterio, y casase una joven, dándoles lo suficiente para su matrimonio, alcanzará que Dios perdone a esa alma el pecado que en la carne había cometido. Porque esos son tres estados de vida que Dios eligió y mandó que hubiese en el mundo.
El quinto ¡ay! es porque cometió bastantes pecados, poniendo en tribulación a muchos, como el que cometió cifrando todo su empeño en que se casaran esos dos ya referidos, no pudiendo por ser parientes;
pero hizo se verificase este casamiento, más por su capricho que por el bien del reino, y se llevó a cabo sin licencia del Papa, contra la loable disposición de la santa Iglesia.
Con este motivo fueron atormentados y martirizados muchos, porque no querían aceptar tal casamiento, que era contra Dios, contra su santa Iglesia y contra las costumbres de los cristianos.
Si alguno quiere borrar ese pecado, ha de ir al Papa y decirle:
<>.
Y aunque no le dé en penitencia más que un Pater Noster, le aprovechará a esa alma para disminuir su pena en el purgatorio”.

CONCLUSION
QUERIDOS FIELES, QUE ESTAS REFLEXIONES NOS AYUDEN a tener mayor amor por las almas del Purgatorio, y a no cesar jamás de rezar por ellas.
ALGÚN DÍA, TAMBIÉN EL TURNO NOS LLEGARÁ A NOSOTROS: vendrá la muerte, vendrá el terrible juicio de Dios, ¿qué será de nosotros?
¡NO TENGAMOS MIEDO!,
desde ahora preparémonos bien para nuestro juicio, purifiquemos nuestras almas con frecuentes confesiones, y hagámonos amigos de las almas del Purgatorio, para que ellas al llegar al cielo, rueguen a su vez por nosotros.

SANTA BRÍGIDA, EN UNA VISIÓN, OYÓ UNA VEZ QUE UN ÁNGEL EXCLAMÓ: “¡Bendito de Dios sea, el que en el mundo ayuda las almas con sus oraciones y con el trabajo de su cuerpo!”.
Y TAMBIÉN OYÓ MUCHAS VOCES DESDE EL PURGATORIO QUE DECÍAN: “¡Dios se lo pague a aquellos que nos ayudan y suplen nuestras faltas!
¡Oh Señor Dios!, da de tu incomprensible poder, el ciento por uno, a todos los que en el mundo nos ayudan y nos elevan con sus buenas obras, para que veamos la luz de tu Divinidad, y gocemos de tu presencia y divino rostro”.

martes, 13 de octubre de 2009

EL CREDO DE SAN ATANASIO

También se lo conoce por sus primeras palabras de la versión latina: símbolo "Quicumque". ES una de las diferentes redacciones del Credo católico, síntesis de las verdades de fe que todo católico debe creer firmemente.
Se le llama de San Atanasio no porque él lo escribiera sino porque recoge sus expresiones e ideas. Algunos piensan que fue escrito por San Ambrosio.
Dice así:
"Todo el que quiera salvarse, ante todo es menester que mantenga la fe Católica; el que no la guarde íntegra e inviolada, sin duda perecerá para siempre.
Ahora bien, la fe católica es que veneremos a un solo Dios en la Trinidad, y a la Trinidad en la unidad; sin confundir las personas ni separar las sustancias. Porque una es la persona del Padre y el Hijo y otra la del Espíritu Santo; pero el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo tienen una sola divinidad, gloria igual y coeterna majestad. Cual el Padre, tal el Hijo, increado el Espíritu Santo; increado el Padre, increado el Hijo, increado el Espíritu Santo; inmenso el Padre, inmenso el Hijo, inmenso el Espíritu Santo; eterno el Padre, eterno el Hijo, eterno el Espíritu Santo. Y, sin embargo, no son tres eternos, sino un solo eterno, como no son tres increados ni tres inmensos, sino un solo increado y un solo inmenso. Igualmente, omnipotente el Padre, omnipotente el Hijo, omnipotente el Espíritu Santo; y, sin embargo no son tres omnipotentes, sino un solo omnipotente. Así Dios es el Padre, Dios es el Hijo, Dios es el Espíritu Santo; y, sin embargo, no son tres dioses, sino un solo Dios; Así, Señores el Padre, Señor es el Hijo, Señor el Espíritu Santo; y, sin embargo, no son tres Señores, sino un solo Señor; porque así como por la cristiana verdad somos compelidos a confesar como Dios y Señor a cada persona en particular; así la religión católica nos prohíbe decir tres dioses y señores. El Padre, por nadie fue hecho ni creado ni engendrado. El Hijo fue por solo el Padre, no hecho ni creado, sino engendrado. El Espíritu Santo, del Padre y del Hijo, no fue hecho ni creado, sino que procede.
Hay, consiguientemente, un solo Padre, no tres padres; un solo Hijo, no tres hijos; un solo Espíritu Santo, no tres espíritus santos; y en esta Trinidad, nada es antes ni después, nada mayor o menor, sino que las tres personas son entre sí coeternas y coiguales, de suerte que, como antes se ha dicho, en todo hay que venerar lo mismo la unidad de la Trinidad que la Trinidad en la unidad. El que quiera, pues, salvarse, así ha sentir de la Trinidad.
Pero es necesario para la eterna salvación creer también fielmente en la encarnación de nuestro Señor Jesucristo. Es, pues, la fe recta que creemos y confesamos que nuestro Señor Jesucristo, hijo de Dios, es Dios y hombre. Es Dios engendrado de la sustancia del Padre antes de los siglos, y es hombre nacido de la madre en el siglo: perfecto Dios, perfecto hombre, subsistente de alma racional y de carne humana; igual al Padre según la divinidad, menor que el Padre según la humanidad. Mas aun cuando sea Dios y hombre, no son dos, sino un solo Cristo, y uno solo no por la conversión de la divinidad en la carne, sino por la asunción de la humanidad en Dios; uno absolutamente, no por confusión de la sustancia, sino por la unidad de la persona. Porque a la manera que el alma racional y la carne es un solo hombre; así Dios y el hombre son un solo Cristo. El cual padeció por nuestra salvación, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos, está sentado al adiestra de Dios Padre omnipotente, desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos, y a su venida todos los hombres han de resucitar con sus cuerpos y dar cuenta de sus propios actos, y los que obraron bien, irán a la vida eterna; los que mal, al fuego eterno.
Esta es la fe católica y el que no la creyere fiel y firmemente no podrá salvarse."

lunes, 23 de marzo de 2009

NUESTRA SEÑORA DE LA MISERICORDIA

Aun viviendo en la tierra, dice san Jerónimo, fue María de corazón tan tierno y piadoso con los humanos, que no ha habido persona que sufra tanto con las penas propias, como María con las de los demás. Bien demostró la compasión que sentía por las aflicciones ajenas en las bodas de Caná, como lo recordamos en anterior capítulo, cuando al ver que faltaba el vino, sin ser requerida, como escribe san Bernardino de Siena, tomó el oficio de piadosa consoladora. Y por pura compasión de la aflicción de aquellos recién casados, intercedió con su Hijo y obtuvo el milagro de la conversión del agua en vino.
Contemplando a María, le dice san Pedro Damiano: "¿Acaso por haber sido ensalzada como Reina del cielo te habrás olvidado de nosotros los miserables? Jamás se puede pensar semejante cosa. Nada tiene que ver con una piedad tan grande como la que hay en el corazón de María, el olvidarse de tan gran miseria como la nuestra". No va con María el proverbio "Honores mudan costumbres". Esto sucede a los mundanos que, ensalzados a cualquier dignidad, se llenan de soberbia y se olvidan de los amigos de antes que han quedado pobres; pero no sucede con María, que es feliz de verse tan ensalzada para poder así socorrer mejor a los necesitados. Considerando esto mismo san Buenaventura, le aplica a la Virgen las palabras del libro de Ruth: "Has sobrepujado tu primera bondad con la que manifiestas ahora" (Rt 3,10), queriendo decir, como él mismo lo declara, que si fue grande la piedad de María para con los necesitados cuando vivía en la tierra, mucho mayor es ahora que ella reina en el cielo. Y da la razón el santo diciendo que la Madre de Dios muestra ahora su total misericordia con las innumerables gracias que nos obtiene, porque ahora conoce mejor nuestras miserias. Por lo que, como el sol con su esplendor supera inmensamente al brillo de la luna, así la piedad de María, ahora que está en el cielo, supera a la piedad que tenía de los hombres cuando estaba en la tierra. ¿Quién hay en el mundo que no disfrute de los rayos del sol? Y ¿quién hay, sobre el que no resplandezca la misericordia de María?
San Alfonso María de Ligorio. Las Glorias de María.

VUELVE A NOSOTROS ESOS TUS OJOS MISERICORDIOSOS

María es toda ojos para compadecerse de nosotros y socorrernos San Epifanio llama a María "la de los muchos ojos"; la que es todo ojos para ver de socorrer a los necesitados. Exorcizaban a un poseído por el demonio; y al preguntarle el exorcista qué hacía María, respondió el poseso: "baja y sube". Quería decir, que esta benignísima Señora no hace otra cosa más que bajar a la tierra para traer gracias a los hombres, y subir al cielo para obtener el divino beneplácito para nuestras súplicas. Con razón san Andrés Avelino llama a la Virgen la administradora del Paraíso que de continuo se ocupa de obtener mise-ricordia, impetrando gracias para todos, tanto justos como pecadores. "El Señor tiene los ojos sobre los justos" (Sal 33,16). Pero los ojos de la Señora, dice Ricardo de San Lorenzo, están vueltos, tanto hacia los justos como hacia los pecadores. Y es porque los ojos de María son ojos de madre, y la madre no sólo mira porque su hijo no caiga, sino para que, habiendo caído, lo pueda levantar.
Bien lo dio a entender el mismo Jesús a santa Brígida cuando le oyó que hablando a su Madre le decía: "Madre, pídeme lo que quieras". Esto es lo que siempre le está diciendo el Hijo a María, gozando en complacer a esta su amada Madre en todo lo que pide. Y ¿qué le pide María al Hijo? Santa Brígida oyó que ella le decía: "Pido misericordia para los pecadores". Como si dijese: "Hijo, tú me has nombrado Madre de la misericordia, refugio de los pecadores, abogada de los desgraciados y me dices que te pida lo que quiera. ¿Qué he de pedirte? Te pido que tengas misericordia de los necesitados". "Así que, oh María – le dice con ternura san Buenaventura – tú estás tan llena de misericordia, y tan atenta a socorrer a los necesitados, que parece que no tienes otro deseo ni otro afán". Y porque entre los necesitados, los más desgraciados de todos son los pecadores, afirma Beda el Venerable, María está siempre rogando al Hijo en favor de los pecadores.

San Alfonso María de Ligorio. Las Glorias de María.

LA SANTA CUARESMA – III

Firmeza en la verdad. Si existe un tiempo en el cual debemos estar vigilantes de una forma especial es el de nuestros días, pues el mundo, con espíritu diabólico, favorece y ayuda a los perversos planes, sobre todo dirigidos contra la Iglesia, con el fin de provocar sentimientos antirreligiosos, y así disminuir el prestigio y la reputación respecto a los hombres que la gobiernan, haciendo resaltar todos los defectos, en todos los grados de la jerarquía, por lo cual concluimos con el Apóstol: resistid fuertes en la fe. Permaneced firmes en la verdad que se encuentra substancialmente en Jesucristo, a quien Dios Padre ha constituido piedra angular en la edificación de la nueva Jerusalén, la Iglesia Católica, y todo aquel que tenga en El cimentada su Fe no será confundido. Fuente de gracia para los que son fieles, esta piedra misteriosa se convierte sin embargo en piedra de escándalo y de ruina para todos los que pretenden edificar sin ponerla como base en sus sistemas.
Estad alertas, queridísimos hijos, y mantened viva la Fe; guardaos de sus enemigos declarados, que han dejado arrinconado en el pasado el carácter secreto de sus conciliábulos, y ahora, con banderas desplegadas, se esfuerzan por arrebatar al pueblo su joya más valiosa: La Fe; y esto, con sutiles artimañas intentan socavar la autoridad de la Iglesia y de sus ministros denunciándolos como perturbadores, blanco de todas las sospechas y extremistas, hasta tal punto que no pocos católicos, ingenuos o hipócritas, acaban por admitir todas estas cosas, y se creen cuando les dicen que no se combate a la religión, sino que únicamente se quiere liberarla de los abusos que se han introducido, separar la Religión y la política; no se quiere perseguir a la Iglesia, pero hay que saber –dicen ellos que no se puede actuar rectamente si se desconoce el espíritu de los tiempos. Deseamos el bien de los pueblos, afirman, para lo ual nos empeñamos en la paz de todas las naciones.
Resistid fuertes en la fe, decimos a aquellos cristianos que conociendo sólo superficialmente la ciencia de la Religión, y practicándola menos, pretenden erigirse en maestros de la Iglesia afirmando que debe adaptarse a las exigencias de los tiempos, sacrificando para ellos algún punto de la integridad de sus santas leyes; que el derecho público de la cristiandad debe mostrarse sumiso entre los grandes Principios de la era moderna, y manifestar esta sumisión ante el nuevo vencedor, incluso la moral evangélica, demasiado severa, debe adaptarse a estas nuevas normas mas complacientes y acomodaticias. Finalmente la disciplina eclesiástica debe prescindir de sus prescripciones que resultan molestas a la naturaleza humana, para abrir paso al progreso de la ley en la libertad y amor.
Resistid fuertes en la fe, contra todos aquellos que pretenden dirigir y guiar a la Iglesia en provecho de sus propios intereses y decisiones, juzgando sus enseñanzas e impidiendo sus censuras y condenas; todo esto constituye un pecado enorme de soberbia, y para no ser víctimas de su gran castigo, tengamos el valor de luchar en nuestra sociedad contra todos estos enemigos, descubriendo la malicia de sus ideas perniciosas y haciendo frente al terror de sus maquinaciones o desafiando sus ironías o insultos
Resistid fuertes en la fe, especialmente los que se glorían en verdad del nombre de católicos, sobre todo para no dejarse seducir por los falsos apóstoles que como Satanás se disfrazan de ángeles de luz, y fingen lamentos, temores e inquietudes por los males de la Iglesia y por los peligros por los que atraviesa, y en virtud de una caridad fingida y con un corazón hipócrita aceptan las máximas que poco a poco llevan a la Iglesia a una situación de enfermedad y de males mortales
Aunque es cierto que ciertos triunfos de la moderna iniquidad pueden escandalizarnos y poner a prueba nuestra fe en la providencia, sin embargo la fuerza misma de los acontecimientos va serenando la inquietud de la Fe. Las Sagradas Letras nos advierten así: “¡Ay de los que al mal llaman bien, que de la luz hacen tinieblas y de las tinieblas luz, y dan lo amargo por lo dulce y lo dulce por lo amargo! ¡Ay de los que son sabios a sus ojos, y son prudentes delante de sí mismos! ¡Ay de los que son valientes para beber vino, y fuertes para mezclar licores; de los que por cohecho dan justo al impío y quitan al justo su justicia!” Y en otro pasaje dice: “¡Ay de ti, Asur, vara de mi cólera, bastón de mi furor! Yo le mandé con una gente impía, le envié contra el pueblo objeto de mi furor, para que saquease e hiciera de él su botín, y le pisase como se pisa el polvo de las calles, pero él no tuvo los mismos designios, no eran éstos los pensamientos de su corazón, su deseo era desarraigar, exterminar pueblos en gran número.”
¡Como los acontecimientos que contemplamos en la Iglesia se ven iluminados con estos pasajes! Meditémoslos, queridísimos hijos, y aceptemos todo lo que sucede como una prueba y una expiación; convirtámonos al Señor y respondamos con prontitud a la paternal llamada de su misericordia. Que estos días de la Santa Cuaresma sean para nosotros días de propiciación y así nos encontremos algo más dignos para celebrar con Nuestro Señor Jesucristo la gloriosa Pascua de Resurrección.

LA SANTA CUARESMA – II

Templanza espiritual. Dado que el hombre está compuesto de cuerpo y de espíritu, conviene añadir a la templanza de tipo corporal la templanza espiritual, la cual es más y más larga y penosa en la medida que resulta indispensable para resistir a ciertos impulsos, cortar ciertos afectos o poner orden en determinadas inclinaciones.
La templanza mesura el uso de las cosas de la tierra, nos pone en guardia en cuanto a la vestimenta, amor de los placeres, el deseo de conocer y saberlo todo, en guardia respecto a espectáculos, amistades, modas y demás aspectos de la vida. No concuerda bien con la templanza el espíritu de impaciencia que trae consigo la discordia, e igualmente si existe rechazo hacia una determinada persona, con la templanza este espíritu se cambia en una actitud de dulzura, de amor, de buena voluntad, decidiéndose a actuar con corazón sincero y generoso. Con la templanza se llega a desarraigar también cualquier afecto desordenado, como el que a veces ciertos padres sienten por sus hijos, queriendo poseerlos exclusivamente, desarraigar también los conatos de envidia por lo que no llegamos a tolerar a los demás, situando nuestro bien en el mal ajeno: desarraigar nuestro orgullo que domina tal vez nuestros pensamientos, haciendo inflexibles nuestras decisiones, no pudiendo tolerar cualquier consejo o aviso por parte de los otros. La templanza siempre está vigilante para hacer valer la ley, las formas y las buenas maneras en todos los arranques de nuestro corazón, no permitiendo ir más allá de los límites de la razón y de la Fe.
El camino y el medio más seguro para que no nos dominen las pasiones es de conservar la templanza y no dejarnos sorprender; y así nos lo recomienda el Apóstol cuando nos dice que vigilemos frente al enemigo: “vigilad porque el diablo, vuestro adversario, da vueltas en torno vuestro buscando a quien devorar”. Y démonos cuenta que cuanto abarca nuestra mirada todo puede ser nuestro enemigo: nuestra propia casa y nuestra propia persona, lo más cercano a nosotros puede ser nuestro adversario más encarnizado, alimentando nuestras pasiones y deseos, y por eso nuestra propia carne es la que con más furor nos asalta, sin tregua, existiendo hasta la muerte esa enemistad entre ella y el espíritu.
Amadísimos hijos, estad vigilantes para que no seáis presa de las sugestiones de la carne que se lamenta de su propia impotencia para guardar la práctica del ayuno y de la abstinencia, y por lo tanto no olvidéis que un cuerpo demasiado bien alimentado es enemigo de lo espiritual.
Cuidad vuestra mirada ya que por lo ojos entran las funestas imaginaciones en la mente y los afectos perversos invaden el corazón. Preservad los oídos ya que a través de ellos el espíritu puede verse atrapado en sugestiones maliciosas. Igualmente mucha atención con la lengua, porque aquel que habla mucho no estará exento de culpa; y de forma especial tengamos sumo cuidado con nuestro enemigo más recalcitrante, el amor propio, que finge, seduce y engaña, valiéndose de mil maneras para no ser reconocido.
No olvidemos que una simple antipatía –así nos parece– que sentimos por algunos de nuestros hermanos puede convertirse sin pasar mucho tiempo en una abierta enemistad. Si se siente una inclinación especial hacia una determinada persona, afecto inocente por otra parte, no bajemos la guardia, pues en caso contrario se verá afectada la castidad, y tanto en el trato como en las expresiones seamos puros y moderados. En cuanto a los bienes materiales guardémoslos como conviene pero estando muy atentos que este cuidado no acabe en una dañina avaricia. Aunque se afirme que ciertos espectáculos y lecturas no son peligrosos, conviene recordar que la serpiente maligna permanece oculta e incluso en las flores y en el aire que se respira puede haber un veneno mortal.
No olvidemos nunca que nuestro adversario, que se esconde para atacarnos, no nos presente desde el primer momento el mal, sino que después de mostrarnos algún bien nos lleva poco a poco a un espíritu de tibieza en el servicio divino y tras esto nos hunde en la disipación y la ruina o apatía.

Carta del Cardenal Giuseppe Sarto, fechada el 17 de febrero de 1895

LA SANTA CUARESMA – I

Carta del Cardenal Giuseppe Sarto, fechada el 17 de febrero de 1895, siendo entonces Patriarca de Venecia y venerado hoy en todo el orbe católico como San Pío X, Papa.

Teniendo como deber, por exigencias de mi ministerio apostólico, exhortar a todos a observar puntualmente el cumplimiento de la Santa Cuaresma, y de esta forma estar en actitud digna de recibir a Jesucristo en la solemnidad pascual, se abren mis labios espontáneamente con esas palabras con las que la Santa Liturgia inicia este tiempo de retiro, de ayuno y de oración
“Transcurrido el pasado tiempo en medio de la somnolencia y de una detestable indiferencia y ociosidad, levantémonos con presteza de nuestro sueño y cubrámonos de ceniza, puesto el cilicio y con ayunos y llantos invoquemos al Señor; haciendo penitencia para enmendarnos del mal que por ignorancia o malicia hayamos cometido”
Mas si esta exhortación al ayuno, al cilicio y a la penitencia supusiese demasiado para el espíritu mundano, entremos no obstante en el espíritu de la Iglesia que como Madre benigna, y con el deseo de adaptarse a la fragilidad de sus hijos, ha mitigado todas estas prácticas santas, por lo cual no puedo dejar de traer aquí las palabras de San Pedro dirigidas a los cristianos de su tiempo: “Sed sobrios y vigilad, porque vuestro adversario el diablo da vueltas a vuestro alrededor, como león rugiente, buscando a quien devorar: resistidle fuertes en la Fe” (I San Pedro V, 8-9); y sin ninguna duda, si practican estos santos consejos, la Santa Cuaresma será un tiempo aceptable, será el tiempo de la salvación.
Necesidad de la Penitencia. La recta razón y la Fe nos manifiestan conjuntamente esta verdad: fue precisamente en el momento en que se rompió la amistad con Dios en el Paraíso terrenal, cuando se suscitó dentro de nosotros la concupiscencia, incentivo y alimento de las más escondidas pasiones, germen de los vicios y causa fatal de la guerra entablada entre la carne y el espíritu, la cual con magistrales trazos y elocuentes palabras fue descrita por San Pablo de la forma siguiente: “Me complazco en la Ley de Dios según el hombre interior: mas llevo otra ley en mis miembros opuesta a la ley del espíritu, que me hace esclavo de la ley del pecado, y esta ley está impresa en mis miembros. ¡Infeliz de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” El único remedio para obtener esta liberación es combatir en nosotros esa raíz que es la causa principal de nuestros vicios y de nuestras pasiones, y como nuestro gran enemigo es el cuerpo, habrá que esforzarse en humillarlo para reconducirlo a su verdadero fin, dada la carga de pereza que lleva consigo, y mediante esta humillación se adquirirá una vida más vigorosa en perfecta armonía con el espíritu.
Templanza corporal. ¿Cómo podrá llevarse a cabo este prodigio? Por el amor cristiano y la virtud de la penitencia, la abnegación del propio yo, el abandono del mundo, las mortificaciones y la cruz. Para todos aquellos cristianos que no tienen el valor de imponerse otros sacrificios, se tornan necesarias aquellas virtudes prácticas ya en los círculos paganos, pero conocidas solamente desde un punto de vista natural, tales como la templanza que regula el uso de las cosas puestas a nuestro servicio y que afectan nuestros sentidos, sin quedar prohibido el placer, pero limitándolo a ponerlo en conformidad con la razón y la santa ley de Dios. Virtudes que en la Sagrada Escritura vienen plasmadas en la abstinencia que modera el uso de los alimentos, la sobriedad que nos aleja del exceso en el consumo de bebidas alcohólicas, la castidad que lleva a sus justos términos, dentro del deber, la inclinación carnal, el pudor que nos defiende contra todo aquello capaz de dañar la pureza, la humildad que nos hace que otorguemos a Dios todo el bien que podamos hacer y la dulzura que mantiene el alma serena en la tranquilidad. Todas estas virtudes, elevadas así al rango de su verdadera dignidad, deben ser practicadas.
Entiéndase bien que cuando recomendamos la templanza no exhortamos a que se deje el mundo alejándose del propio hogar, solamente queremos decir que permaneciendo en el mundo no sigan sin embargo sus preceptos, opuestos a una vida santa, ni practiquen sus obras, sino que dentro del mundo vivan con un cristiano distanciamiento.
Tampoco quiero decir que maceren con austeridad sus cuerpos, sino que procediendo en toda obra con la necesaria virtud, mortifiquen las pasiones de tal manera que rindan un buen servicio al espíritu en lugar de oprimirlo y acallarlo. Tampoco deseo exhortar a que ayunen durante un número de días superior a lo ya establecido, sino que observen un ayuno discreto, el prescrito por la Santa Iglesia, que conoce bien la fragilidad de sus hijos: ayuno que desde la época antigua no nos recuerda sino que debemos sentirnos confundidos y humillados.

SACRIFICIO Y SACERDOCIO DE CRISTO

El Concilio de Trento, como sabéis, definió que la Misa es «un verdadero sacrificio», que recuerda y renueva la inmolación de Cristo en el Calvario. La Misa es ofrecida como «un verdadero sacrificio» (Sess 22, can.1). En «ese divino sacrificio», que se realiza en la Misa, se inmola de una manera incruenta el mismo Cristo que sobre el altar de la Cruz se ofreció de un modo cruento. No hay, por consiguiente, más que una sola víctima; el mismo Cristo que se ofreció sobre la Cruz es ofrecido ahora por ministerio de los sacerdotes; la diferencia, pues, consiste únicamente en el modo de ofrecerse e inmolarse (ib. cap.2).
El sacrificio del altar, según acabáis de ver por el Concilio de Trento, renueva esencialmente el del Gólgota, y no hay más diferencia que la del modo de oblación. Pues si queremos comprender la grandeza del sacrificio que se ofrece en el altar, debemos considerar un instante de dónde proviene el valor de la inmolación de la Cruz. El valor de un sacrificio depende de la dignidad del pontífice y de la calidad de la víctima, por eso vamos a decir unas palabras del sacerdocio y del sacrificio de Cristo.
Todo sacrificio verdadero supone un sacerdocio, es decir, la institución de un ministro encargado de ofrecerlo en nombre de todos.- En la ley judía, el sacerdote era elegido por Dios de la tribu de Aarón y consagrado al servicio del Templo por una unción especial. Pero en Cristo el sacerdocio es trascendental; la unción que le consagra pontífice máximo es única: consiste en la gracia de unión que, en el momento de la Encarnación, une a la persona del Verbo la humanidad que ha escogido. El Verbo encarnado es «Cristo», que significa «ungido» no con una unción externa, como la que servía para consagrar a los reyes, profetas y sacerdotes del Antiguo Testamento, sino ungido por la divinidad, que se extiende sobre la humanidad, según dice el Salmista, «como aceite delicioso»; «Has amado la justicia y odiado la iniquidad; por eso te ungió el Señor, tu Dios, anteponiéndote a tus compañeros, con aceite de alegría» (Sal 44,8).
Jesucristo es «ungido», consagrado y constituido sacerdote y pontífice, es decir, mediador entre Dios y los hombres, por la gracia que le hace Hombre-Dios, Hijo de Dios, y en el momento mismo de esa unión. Y de esta suerte quien le constituye pontifice máximo es su Padre. Escuchemos lo que dice San Pablo: «Cristo no se glorificó a sí mismo para llegar a ser pontifice, sino que Aquel que le dijo (en el día de la Encarnación): «Tú eres mi Hijo; Te he engendrado hoy», le llamó para constituirle sacerdote del Altísimo» (Heb 5,5; +6, y 7,1).
De ahí, pues, que, por ser el Hijo único de Dios, Cristo podrá ofrecer el único sacrificio digno de Dios. Y nosotros oímos al Padre Eterno ratificar por un juramento esta condición y dignidad de pontífice: «El Señor lo juró, y no se arrepentirá de ello: Tú eres sacerdote por siempre, según el orden de Melquisedec» (Sal 109,4). ¿Por qué es Cristo sacerdote eterno? -Porque la unión de la divinidad y de la humanidad en la Encarnación, unión que le consagra pontífice, es indisoluble: «Cristo, dice San Pablo, posee un sacerdocio eterno porque El permanece siempre» (Heb 7,3).
Y ese sacerdocio es según «el orden», es decir, la semejanza «del de Melquisedec». San Pablo recuerda ese personaje misterioso del Antiguo Testamento, que representa, por su nombre y por su ofrenda de pan y vino, el sacerdocio y el sacrificio de Cristo. Melquisedec significa «Rey de justicia», y la Sagrada Escritura nos dice que era «Rey de Salem» (Gén 14,18; Heb 7,1), que quiere decir «Rey de paz». Jesucristo es Rey; El afirmó, en el momento de su Pasión, ante Pilato, su realeza: «Tú lo has dicho» (Jn 18,37). Es rey de justicia porque cumplirá toda justicia. Es rey de paz (Is 9,6) y vino para restablecerla en el mundo entre Dios y los hombres, y precisamente en su sacrificio fue donde la justicia, al fin satisfecha, y la paz, ya recobrada, pactaron, con un beso, su alianza (Sal 84,11).
Lo veis bien: Jesús, Hijo de Dios desde el momento de su Encarnación, es por esta razón el pontífice máximo y eterno y el mediador soberano entre los hombres y su Padre; Cristo es el pontífice por excelencia. Así, pues, su sacrificio posee, como su sacerdocio, un carácter de perfección única y de valor infinito.

"Jesucristo, vida del alma", Dom Columba Marmión

sábado, 21 de marzo de 2009

ORACIONES A SAN JOSÉ – IV

ORACIÓN AL ACOSTARSE
Oh Dios Omnipotente, arrepentido por las muchas culpas que he cometido contra tu divina majestad en este día, vengo a solicitar de tu misericordia infinita tu generoso perdón.
Por la valiosa intercesión del Santísimo Patriarca San José te suplico humildemente que me concedas nuevas gracias para servir y amarte, a fin de que después de haber combatido denodadamente en esta vida, tenga la dicha de alcanzar el galardón eterno a la hora de la muerte. Así sea.
¡Oh glorioso Patriarca San José! Antes de ir al lecho, te suplico no te apartes de mí. En tus horas de reposo tuviste la dicha de conversar con los ángeles del cielo y de recibir la comunicación de los misterios de Dios.
Aleja de mí los malos sueños y haz que, aún dormido, siga amando más y más a mi Dios y a ti, dulcísimo Padre y Protector.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

ORACIÓN A SAN JOSÉ PARA TODOS LOS DÍAS
¡Glorioso Patriarca San José! Animado de una gran confianza en vuestro gran valimiento, a Vos acudo para que seáis mi protector durante los días de mi destierro en este valle de lágrimas. Vuestra altísima dignidad de Padre putativo de mi amante Jesús hace que nada se os niegue de cuanto pidáis en el cielo. Sed mi abogado, especialísimamente en la hora de mi muerte, y alcanzadme la gracia de que mi alma, cuando se desprenda de la carne, vaya a descansar en las manos del Señor. Amén.

JOSÉ DULCÍSIMO
José dulcísimo y Padre amantísimo de mi corazón, a ti te elijo como mi protector en la vida y en la muerte; y consagro a tu culto este día, en recompensa y satisfacción de los muchos que vanamente he dado al mundo, y a sus vanísimas vanidades.
Te suplico con todo mi corazón que por tus siete dolores y gozos me alcances de tu adoptivo Hijo Jesús y de tu verdadera esposa, María Santísima, la gracia de emplearlos a mucha honra y gloria suya, y en bien y provecho de mi alma.
Alcánzame vivas luces para conocer la gravedad de mis culpas, lágrimas de contrición para llorarlas y detestarlas, propósitos firmes para no cometerlas más, fortaleza para resistir a las tentaciones, perseverancia para seguir el camino de la virtud, particularmente lo que te pido en esta oración; y una cristiana disposición para morir bien.
Esto es, Santo mío, lo que te suplico; y esto es lo que mediante tu poderosa intercesión, espero alcanzar de mi Dios y Señor, a quien deseo amar y servir, como tú lo amaste y serviste siempre, por siempre, y por una eternidad. Amén.

ORACIÓN POR LA NIÑEZ
Oh glorioso Patriarca San José, solícito guardián del divino Niño Jesús, por aquélla amorosa vigilancia que tuviste en la conservación, educación y desarrollo del Pequeño que te fue encomendado, te suplico ardientemente que libres a la niñez cristiana de los nuevos Herodes que quieren ahogarla en la sangre. Coloca bajo tu manto paternal a todos los niños, a fin de que conserven su santa pureza, su inocencia y su candor. Así sea.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

ORACIÓN A SAN JOSÉ PARA ANTES DE COMULGAR
¡Oh José Bendito, a quién se le concedió no sólo ver y escuchar a Dios a quien muchos reyes anhelaron ver y no vieron, anhelaron escuchar y escucharon; sino también llevarle en sus brazos, abrazarlo, vestirlo, guardarlo y defenderlo!
V.: Ruega por nosotros, Oh José Bendito.
R.: Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Cristo.
Oración: Oh Dios misericordioso, te pedimos que así como el Bendito José fue encontrado digno de tocar con sus manos y llevar en sus brazos a Tu Hijo, nacido de la Virgen María, seamos también dignos, por la limpieza de nuestro corazón y la inocencia de nuestra vida, de recibir con devoción reverente en este día el Cuerpo y Sangre de tu Hijo, y ser entre aquellos que han de recibir la recompensa eterna. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

ORACIONES A SAN JOSÉ – V

PARA PEDIR UNA BUENA MUERTE
¡Poderoso patrón del linaje humano, amparo de pecadores, seguro refugio de las almas, eficaz auxilio de los afligidos, agradable consuelo de los desamparados, glorioso San José!, el último instante de mi vida ha de llegar sin remedio.
Mi alma quizás agonizará terriblemente acongojada con la representación de mi mala vida y de mis muchas culpas; el paso a la eternidad será sumamente duro; el demonio, mi enemigo, intentará combatirme terriblemente con todo el poder del infierno, a fin de que pierda a Dios eternamente.
Mis fuerzas en lo natural han de ser nulas: no tendré en lo humano quien me ayude; desde ahora, para entonces, te invoco, padre mío; a tu patrocinio me acojo; asísteme en aquel trance para que no falte en la fe, la esperanza y en la caridad.
Cuando tú moriste, tu Hijo y mi Dios, tu esposa y mi Señora, ahuyentaron a los demonios para que no se atreviesen a combatir tu espíritu. Por estos favores y por los que en vida te hicieron, te pido ahuyentes a estos enemigos, para que así acabe la vida en paz, amando a Jesús, a María y a ti, San José. Amén.

EN EL LECHO DE MUERTE
¡Oh glorioso San José, feliz esposo de María, escogido para custodio del Salvador del mundo, Jesucristo! Vos que estrechándole tiernamente en vuestros brazos gozasteis anticipadamente del Paraíso en este mundo, obtenedme del Señor un eterno perdón de mis pecados, y la gracia de imitar vuestras virtudes, para que no me separe nunca de la vía que conduce al cielo. Y por la incomparable felicidad de veros acompañado de Jesús y de María en el lecho de muerte, y de expirar dulcemente entre sus brazos, os pido que me defendáis en mis últimos momentos contra los enemigos de mi salvación, y así consolado con la dulce esperanza de ir a gozar con Vos de la eterna gloria del Paraíso, expire pronunciando los santísimos nombres de Jesús, José y María. Amen.

ORACIÓN A SAN JOSÉ EN LAS TRIBULACIONES
¡Oíd, querido San José, una palabra mía!... Me veo abrumado de aflicciones y cruces, y a menudo lloro... Despedazado bajo el peso de estas cruces, me siento desfallecer, ni tengo fuerzas para levantarme y deseo que mi Bien me llame pronto. En la tranquilidad, empero, entiendo que no es cosa difícil el morir... pero si el bien vivir. ¿A quién, pues, acudiré sino a Vos, que sois tan bueno y querido, para recibir luz... consuelo… y ayuda? A Vos, pues, consagro toda mi vida, y en vuestras manos pongo las congojas, las cruces, los intereses de mi alma… de mi familia… de los pecadores… para que, después de una vida tan trabajosa, podamos ir a gozar para siempre con Vos de la bienaventurada vida del Paraíso. Amén.

EN LAS ANGUSTIAS
¡Oh benditísimo Padre mío Señor San José! Al meditar en tus innumerables angustias no puedo menos que reconfortar mi espíritu en medio de la prueba y del dolor.
En estas circunstancias aflictivas te suplico encarecidamente que me alcances del cielo la gracia de aceptar, si no con alegría al menos con resignación cristiana, este sufrimiento y esta pena que el Señor se ha dignado enviarme.
Hazme comprender que las tribulaciones de esta vida me ayudarán a purificar mi alma y a merecer un día, mediante la paciencia y la perseverancia, la beatitud eterna. Amén.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
- Para alcanzar el Cielo, Oh dulce Protector.
- Sé mi eficaz modelo en la prueba y el dolor.

PARA PEDIR LA CASTIDAD
Oh custodio y padre de vírgenes, San José, a cuya fiel custodia fueron encomendadas la misma inocencia Cristo Jesús y la Virgen de las vírgenes, María; por estas dos preciadísimas prendas, Jesús y María, te ruego y suplico me alcances que, preservado de toda impureza, sirva siempre castísimamente con alma limpia, corazón puro y cuerpo casto a Jesús y a María. Amén.
San José, mi Padre y Señor, tu que fuiste guardián del Hijo de Dios y de su Madre Santísima, la Virgen María, alcánzame del Señor la gracia de un espíritu recto y de un corazón puro y casto para servir siempre mejor a Jesús y a María. Amén.

viernes, 20 de marzo de 2009

ADORACIÓN POR LAS ALMAS DEL PURGATORIO

Oh misericordiosísimo Corazón de Jesús Eucarístico, por el purísimo corazón de María Inmaculada, y desde lo más profundo de mi alma, te ruego y te suplico, te dignes disponerme y confortarme, con abundantes gracias, para hacer y ofrecer esta adoración reparadora con verdaderos afectos de fe, esperanza y caridad para con las dolidas y prisioneras almas del purgatorio que imploran el beneficio de tu sangre preciosísima, oh Jesús, y el fruto de los dolores de Maria, tu Inmaculada y Santa Madre.
Si, mi Jesús, esa sangre y esos dolores que fueron tan eficaces en el calvario para la humanidad entera sírvales de alivio a aquellas infelices prisioneras. Pues esa sangre, esos dolores, o mejor, esos vuestros Sagrados Corazones martirizados al unísono, rompieron todo lazo de iniquidad, librándonos del imperio y esclavitud de satanás y nos hicieron hijos verdaderos del Dios inmortal, del Dios del amor.
Por eso ahora quiero unir mi humilde adoración reparadora a tu Sagrado Corazón, y al purísimo Corazón de tu Madre Inmaculada. Así, a ellos unida, ésta, mi adoración, servirá para reparar las faltas por las que están detenidas las almas de muchos hermanos míos. Redimidos por ti, sufriendo la mayor, la indecible pena de no poder verte, Jesús amadísimo, están separados lejos del fin para el que fuimos creados: alabarte, bendecirte, glorificarte y gozarte por siempre a Ti, Jesús, que con el Padre y el Espíritu Santo eres nuestro Dios. Amen

ORACIÓN A STA. ANA PARA PEDIR POR LOS HIJOS

Gloriosa Santa Ana, patrona de las familias cristianas, a ti encomiendo mis hijos. Sé que los he recibido de Dios y que a Dios le pertenecen. Por tanto te ruego me concedas la gracia de aceptar lo que tu Divina Providencia disponga para ellos. Bendíceles, oh misericordiosa Santa Ana, y tómalos bajo tu protección. No te pido para ellos privilegios excepcionales; solo quiero consagrarte sus almas y sus cuerpos para que preserves ambos de todo mal. A ti confío sus necesidades temporales y su salvación eterna.
Imprime en sus corazones, mi buena Santa Ana, horror al pecado. Apártales del vicio, presérvales de la corrupción, conserva en su alma la fe, la rectitud y los sentimientos cristianos; y enséñales, como enseñaste a tu Purísima Hija la inmaculada Virgen Maria, a amar a Dios sobre todas las cosas. Santa Ana, tu que fuiste espejo de paciencia, concédeme la virtud de sufrir con paciencia y amor las dificultades que se presenten en la educación de mis hijos.
Para ellos y para mi pido tu bendición, oh bondadosa madre celestial, que siempre te honremos como a Jesús y a Maria, que vivamos conforme a la voluntad de Dios y que después de esta vida hallemos la bienaventuranza en la otra, reuniéndonos contigo en la gloria para toda la eternidad. Amen.

COMUNIÓN POR LAS ALMAS DEL PURGATORIO

OFRECIMIENTO DE LA COMUNIÓN POR LAS ÁNIMAS. ¡Oh Dios mío! lleno de confianza en Vos y persuadido de que no rechazáis a quien viene a Vos con corazón contrito y humillado, me presento a la mesa de los ángeles anhelando alimentarme del celeste pan que Vos me habéis preparado, y que no es otra cosa que Vos mismo. Oh divino Jesús, otorgadme el perdón de mis pecados por medio de vuestro cuerpo y de vuestra sangre que voy a recibir. No os pido solamente la remisión de mis faltas, sino que sabiendo que vuestra misericordia y bondad no conocen límites, os suplico además os apiadéis de las atormentadas ánimas del purgatorio, que a causa de sus pecados están privadas todavía de la felicidad eterna. Oh bondadoso Jesús, por el amor que os movió a instituir este adorable y divino sacramento, librad de las llamas aquellas pobres almas, en particular las de N. y N., por las cuales yo os ofrezco humildemente esta santa comunión. Os ofrezco, juntamente con mis débiles e indignas oraciones, los preciosos méritos de vuestra dolorosa pasión y la ignominiosa muerte de cruz que padecisteis por nosotros. Por tanto, Dios mío, conceded a las ánimas del purgatorio el eterno descanso llevándolas a la bienaventuranza eterna. Así sea.

CONSIDERACIÓN PARA ANTES DE LA COMUNIÓN. Aviva tu fe, alma mía, y mira en aquella sagrada hostia a Jesucristo sacramentado. ¿Qué harías si, rasgándose los cielos, vieras aquel sol divino a la diestra de su eterno Padre, lleno de gloria, adorado de millares de ángeles y serafines abrasándose de amor en su presencia? ¿Si lo vieras como vendrá en el juicio universal por los aires lleno de grandeza y majestad? ¡Con qué amor lo adorarías, si lo vieras como niño en los brazos de su Madre santísima!
Ea, pues, alma mía, aviva tu fe y llega a recibirlo con la misma reverencia, amor y devoción, pues es el mismo Señor al que vas a recibir, tan poderoso y tan glorioso como está en el cielo; el mismo que nació de la virgen, el que murió en la Cruz por tu amor y se queda oculto en ese divino sacramento para venir a tu alma. Ea, llega con tanto amor y devoción como si estuvieras con los apóstoles, como si pusieras tus labios en la misma sacratísima llaga de su costado; di con el corazón: el cuerpo de mi Señor Jesucristo guarde mi alma para la vida eterna. Amén.

DESEOS DE COMULGAR. ¡Oh gran Señor, quién tuviera los deseos de todos los santos y santas que con más fervorosos afectos han deseado recibiros; los de santa Marta para hospedaros, y los de su hermana para no apartarme un punto de vuestros pies! ¡Quién tuviera los encendidísimos deseos y afectos de la santísima Virgen para recibiros, agradaros y serviros! ¡Quién tuviera la grandeza de los cielos, la pureza de los ángeles y el abrasado amor de los serafines! ¡Quién poseyera todas las virtudes para convidaros, Señor, a que vinieras a mi morada! ¡Oh que dichoso fuera yo si en gracia recibiera al Autor de la vida para tenerle en mi alma! ¡Oh qué rico estuviera yo poseyéndoos en gracia y con pureza! ¡Venid, Señor, a mi, pues podéis, que si yo pudiera, no salieras de mi eternamente! ¡Oh Virgen purísima, alcanzadme esta gracia de vuestro divino Hijo! Como el ciervo desea las fuentes de las aguas, así mi alma a ti, Dios mío. Señor, así lo deseo, lo quiero y lo pido. Come el pan del cielo, alma mía, y mira que te aproveche para tu salvación.

CONSIDERACIÓN PARA DESPUÉS DE LA COMUNIÓN. Considera, alma mía, que tu pecho es ahora un sagrario y un trono de la divinidad. Jesucristo lleno de gloria está dentro de ti. Mírale rodeado de ángeles y serafines que están alrededor de ti adorándole llenos de reverencia. Este es el tiempo más precioso de tu vida, no dejes perder un momento alma mía.1° Adora a Jesucristo con fe viva, más que si le vieras con los ojos, y humíllate delante de Él. 2° Dale gracias por su venida, y pídele la salvación de tu alma y el remedio de tus necesidades y las de tus prójimos. 3° Ofrécele tu corazón y todo cuanto eres, para que habite en él y no se aparte jamás de ti.

“MI CORAZÓN ESTARÁ ALLÍ TODOS LOS DÍAS”

(III Reyes, IX, 3)
Deseaba San Pablo que los habitantes de Efeso conocieran, por la gracia de Dios Padre, de quien procede todo don, la incomparable ciencia de la caridad de Jesucristo para con el hombre. Nada podría desearles más santo, más hermoso ni más importante. Conocer el amor de Jesucristo y estar llenos de él es el reino de Dios en el hombre. Estos son precisamente los frutos de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, que vive y nos ama en el Santísimo Sacramento. Esta devoción es el culto supremo del amor. Es el alma y el centro de toda la religión, porque la religión no es otra cosa que la ley, la virtud y la perfección del amor, y el Sagrado Corazón de Jesús contiene la gracia y es el modelo y la vida de este amor. Estudiemos tal amor delante de ese foco en el cual está ardiendo por nosotros.
La devoción al Sagrado Corazón tiene un doble objeto: propónese, en primer lugar, honrar por medio de la adoración y del culto público, el corazón de carne de Jesucristo, y, en segundo lugar, tiende a honrar aquel amor infinito que nos ha tenido desde su creación y que todavía está consumiéndole por nosotros en el Sacramento de nuestros altares.
De todos los órganos del cuerpo humano el corazón es el más noble. Hállase colocado en medio del cuerpo como un rey en medio de sus estados. Está rodeado de los miembros más principales, que son como sus ministros y oficiales, él los mueve y les imprime actividad, comunicándoles el calor vital que en él hay acumulado y reservado. Es la fuente de donde emana la sangre por todas las partes del organismo, regándolas y refrescándolas, Esta sangre, debilitada por la pérdida de principios vitales, vuelve desde las extremidades al corazón para renovar su calor y recobrar nuevos elementos de vida.
Lo que es verdad, tratándose del corazón humano en general, lo es también verdad tratándose del Corazón de Jesús. Es la parte más noble del cuerpo del Hombre-Dios unido hipostáticamente al Verbo, por lo cual merece el culto supremo de adoración que se debe a Dios solo. Es necesario notar que en nuestra veneración no debemos separar el Corazón de Jesús de la divinidad del Hombre-Dios; está unido al la divinidad por indisolubles lazos, y el culto que tributamos al Corazón no termina en él, sino que pasa a la Persona adorable que le posee y a la cual está unido para siempre.
De aquí se sigue que pueden dirigirse a este Corazón divino las oraciones, los homenajes y las adoraciones que dirigimos al mismo Dios. Están equivocados todos aquéllos que al oír estas palabras “Corazón de Jesús”, piensan únicamente en este órgano material, considerando el Corazón de Jesús como un miembro sin vida y sin amor, poco más o menos como se haría tratándose de una santa reliquia; se equivocan también aquéllos que juzgan que esta devoción divide la persona de Jesucristo, restringiendo a1 corazón sólo el culto que debe tributarse a toda la Persona. Estos no se fijan en que, al honrar el Corazón de Jesús no suprimimos lo restante del compuesto divino del Hombre-Dios, ya que al honrar a su Corazón lo que en realidad pretendemos es celebrar todas las acciones, la vida entera de Jesucristo que no es otra cosa que la difusión de su Corazón al exterior.
El Corazón de Jesús vive en la Eucaristía, supuesto que su cuerpo está allí vivo. Es verdad que este Corazón divino no está allí de un modo sensible, ni se le puede ver, pero lo, mismo ocurre con todos los hombres. Este principio de vida conviene que sea misterioso, que esté oculto: descubrirlo sería matarlo; sólo se conoce su existencia por los efectos que produce. El hombre no pretende ver el corazón de un amigo, le basta una palabra para cerciorarse de su amor. ¿Qué diremos del Corazón divino de Jesús? El se nos manifiesta por los sentimientos que nos inspira, y esto debe bastarnos. Por otra parte, ¿quién sería capaz de contemplar la belleza y la bondad de este Corazón? ¿Quién podría tolerar el esplendor de su gloria ni soportar la intensidad del fuego devorador de su amor, capaz de consumirlo todo? ¿Quién se atrevería a dirigir su mirada a esa arca divina, en la cual está escrito con letras de fuego su Evangelio de amor, en donde se hallan glorificadas todas sus virtudes, donde su amor tiene su trono y su bondad guarda todos sus tesoros? ¿Quién querría penetrar en el propio santuario de la divinidad? ¡El Corazón de Jesús! ¡Es el cielo de los cielos, habitado por el mismo Dios, en el cual encuentra todas sus delicias! ¡No, no vemos el Corazón eucarístico de Jesús; pero lo poseemos…! ¡Es nuestro!

"Obras Eucarísticas de San Pedro Julián de Eymard"

LA INFLUENCIA DE MARÍA MEDIADORA

Hay muchos ilusos que pretenden alcanzar la unión con Dios, sin recurrir constantemente a Nuestro Se­ñor que es el camino, la verdad y la vida. Otro error sería querer llegar a Nuestro Señor sin pasar por María a quien la iglesia llama Mediadora de todas las gracias. Los protestantes cayeron en este error. Hay, dice San Luis María Grignon de Montfort, una gran falta de humildad en menos­preciar a los mediadores que Dios nos brinda, teniendo en cuenta nuestra debilidad. La intimidad con Nuestro Señor nos es grandemente facilitada mediante una verdadera y pro­funda devoción a los santos y en especial a la Virgen María.
¿Qué se entiende por mediación universal? "Al oficio de mediador", dice Santo Tomás, "corres­ponde el acercar y unir a aquéllos entre quienes ejerce tal oficio; porque los extremos se unen por un intermediario". Ahora bien, unir los hombres a Dios es propio de Jesucristo que los ha reconciliado con el Padre, según las palabras de San Pablo: "Dios reconcilió al mundo consigo mismo en Cristo.” Igualmente, después de decir San Pablo: "Uno solo es el mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hecho hombre", continúa: "que se ha entregado en rehén por todos”. Nada impide, sin embar­go, que, en cierto modo, otros sean dichos mediadores entre Dios y los hombres, en tanto cooperan a la unión de los hombres con Dios, como encargados o ministros." En este sentido, añade Santo Tomás los profetas y sacer­dotes del Antiguo Testamento pueden llamarse mediadores; y lo mismo los sacerdotes de la nueva Alianza, como ministros del verdadero mediador.
"Jesucristo", continúa el santo, "es mediador en cuanto hombre; porque en cuanto hombre es como se encuentra entre los dos extremos: inferior a Dios por naturaleza, supe­rior a los hombres por la dignidad de su gracia y de su glo­ria. Además, como hombre unió a los hombres a Dios en­señándoles sus preceptos y dones, y satisfaciendo por ellos." Jesús satisfizo como hombre, mediante una satisfacción y un mérito que de su personalidad divina recibió infinito valor. Estamos pues ante una doble mediación, descendente y as­cendente, que consistió en traer a los hombres la luz y la gracia de Dios, y en ofrecerle, en favor de los hombres, el culto y reparación que le eran debidos.
Y habiendo otros mediadores secundarios podemos preguntarnos si no será María la mediadora Universal para todos los hombres y para la distribución de todas y cada una de las gracias. San Alberto Magno habla de la mediación de María como superior a la de los profe­tas, cuando dice: "Non est assumpta in ministerium a Domi­no, sed in consortium et adjutorium, juxta illud: Faciamus ei adjutorium simile sibi"; María fue elegida por el Señor, no como ministra, sino para ser asociada de un modo espe­cialísimo y muy íntimo, “como su semejante”, a la obra de la redención del género humano.
¿No es María, en su cualidad de Madre de Dios, natural­mente designada para ser mediadora universal? ¿No es real­mente intermediaria entre Dios y los hombres? Sin duda, por ser una criatura, es inferior a Dios y a Jesucristo; pero está a la vez muy por encima de todos los hombres en razón de su maternidad divina, "que la coloca en las fronteras de la divinidad", y por la plenitud de la gracia recibida en el instante de su concepción inmaculada, plenitud que no cesó de aumentar hasta su muerte. Y no solamente por su maternidad divina era María la designada para esta función de mediadora, sino que la reci­bió y ejercitó de hecho.
Esto es lo que nos demuestra la Tradición, que le ha otorgado el título de mediadora universal, aunque subor­dinada a Cristo; título por lo demás consagrado por la fiesta especial que se celebra en la Iglesia universal.
Para bien comprender el sentido y el alcance de este título, consideremos que le conviene a María por dos ra­zones principales: 1º por haber ella cooperado por la satis­facción y los méritos al sacrificio de la Cruz; 2º porque no cesa de interceder en favor nuestro y de obtenernos y distribuirnos todas las gracias que recibimos del cielo.
Tal es la doble mediación, ascendente y descendente, que debemos considerar, para aprovecharnos de ella sin cesar.

LA COMUNIÓN FRECUENTE

Se cuenta de Mitrídates, rey del Ponto, que, habiendo inventado el antídoto mitridático, de tal manera reforzó su cuerpo que, cuando quiso envenenarse a sí mismo, para no caer en la servidumbre de los romanos, no pudo lograrlo. Jesús el Salvador ha instituido el sacramento de la Eucaristía, que contiene realmente su carne y su sangre, para que quien lo coma viva eternamente. Por esta causa, el que la recibe con frecuencia y con devoción, de tal manera robustece la salud y la vida de su alma, que es casi imposible que sea envenenado por ninguna clase de malos afectos.
Es imposible alimentarse de esta carne de vida y vivir con afectos de muerte. Así como los hombres del paraíso terrenal no podían morir, por la fuerza de aquel fruto de vida que Dios había puesto allí, de la misma manera no se puede morir espiritualmente, por la virtud de este sacramento de vida.
Si los frutos más tiernos y más sujetos a la corrupción, como las cerezas, los albaricoques y las fresas, fácilmente se conservan todo el año confitados con azúcar y con miel, no es de maravillar que nuestros corazones, aunque débiles y miserables, se preserven de la corrupción del pecado, cuando están azucarados y dulcificados con la carne y la sangre del Hijo de Dios.
¡Oh Filotea!, los cristianos que sean condenados no sabrán qué responder, cuando el imparcial Juez les haga ver que, por su culpa, han muerto espiritualmente, aunque era una cosa muy sencilla conservar la vida y la salud, con sólo comer su Cuerpo: "Miserables –les dirá–, ¿por qué habéis muerto, teniendo a vuestra disposición comer del fruto y del manjar de vida?"
"En cuanto a recibir la comunión eucarística todos los días, ni lo alabo ni la repruebo; en cuanto a comulgar a lo menos todos los domingos, lo aconsejo y exhorto a todos a que lo hagan, con tal que el alma esté libre de todo afecto al pecado." Así habla san Agustín, por lo cual no alabo ni vitupero absolutamente el que comulgue diariamente, sino que lo dejo a la discreción del padre espiritual de cada uno, ya que, siendo necesarias las disposiciones debidas para la comunión frecuente, no es posible dar un consejo general. Estas disposiciones pueden encontrarse en muchas almas, por lo que se debe considerar la preparación interior de cada persona.
Sería imprudente aconsejar a todos indistintamente esta práctica; pero sería igualmente imprudente censurar a los que la siguen, sobre todo si obran aconsejados por algún digno director. Fue muy graciosa la respuesta de santa Catalina de Siena, a la cual, mientras hablaba de la comunión frecuente, le dijeron que san Agustín no alababa ni vituperaba el comulgar cada día: "Pues bien –replicó ella–, puesto que san Agustín no lo reprueba, os ruego que tampoco lo reprobéis vosotros, y esto me basta." Has visto cómo san Agustín exhorta y aconseja que no se deje de comulgar cada domingo; hazlo siempre que te sea posible.
Si eres prudente, no habrá ni padre, ni esposa, ni marido, que te impida comulgar frecuentemente; porque el ir a comulgar no ha de ser ningún estorbo para el cumplimiento de tus obligaciones diarias; más aún, comulgando serás cada día más dulce y más amable con ellos y no les negarás ningún servicio; por esto, no habrá por qué temer que se opongan a la práctica de este ejercicio, que no les acarreará ninguna molestia, a no ser que obren movidos por un espíritu en extremo quisquilloso e incomprensivo; en este caso, el director, como ya te lo he dicho, te aconsejará cierta condescendencia.
Es conveniente, ahora, decir unas palabras a los casados. En la Ley antigua, no era cosa bien vista que los acreedores exigiesen el pago de las deudas en los días de fiesta, pero aquella Ley nunca reprobó que los deudores cumpliesen sus obligaciones y pagasen a los que lo exigían. En cuanto a los derechos conyugales, si bien es de alabar la moderación, no es pecado hacer uso de los mismos los días de comunión, y el pagarlos no sólo no es reprobable, sino que es justo y meritorio. Así, pues, nadie que tenga obligación de comulgar se ha de privar de la comunión a causa de las relaciones conyugales. En la primitiva Iglesia, los cristianos comulgaban cada día, aunque estuviesen casados y tuviesen hijos; por esto te he dicho que la comunión frecuente no ocasiona ninguna molestia ni a los padres, ni a las esposas, ni a los maridos con tal que el alma que comulga sea prudente y discreta.
En cuanto a las enfermedades corporales, ninguna puede ser legítimo obstáculo para esta santa participación, a no ser que provocase con mucha frecuencia el vómito.
Para comulgar con frecuencia basta con estar libre de pecado mortal y tener un recto deseo de hacerlo. Siempre, empero, es mejor que pidas el parecer al padre espiritual.
San Francisco de Sales

ORACIONES A SAN JOSÉ – III

VISITA A SAN JOSÉ
¡Oh castísimo esposo de la Virgen María, mi amantísimo protector San José! Todo el que implora vuestra protección experimenta vuestro consuelo. Sed, pues, Vos mi amparo y mi guía. Pedid al Señor por mí; libradme del pecado, socorredme en las tentaciones y apartadme del mal y del pecado. Consoladme en las enfermedades y aflicciones. Sean mis pensamientos, palabras y obras fiel trasunto de cuanto os pueda ser acepto y agradable para merecer dignamente vuestro amparo en la vida y en la hora de la muerte. Amén.

ORACIÓN UNIVERSAL
Santo Patriarca, dignísimo esposo de la Virgen María y Padre adoptivo de Nuestro Redentor Jesús, que por vuestras heroicas virtudes, dolores y gozos merecisteis tan singulares títulos; y por ellos, especialísimos privilegios para interceder por vuestros devotos; os suplico, Santo mío, alcancéis la fragante pureza a los jóvenes y doncellas, castidad a los casados, continencia a los viudos, santidad y celo a los sacerdotes, paciencia a los confesores, obediencia a los religiosos, fortaleza a los perseguidos, discreción y consejo a los superiores, auxilios poderosos a los pecadores e infieles para que se conviertan, perseverancia a los penitentes, y que todos logremos ser devotos de vuestra amada Esposa, María Santísima, para que por su intercesión y la vuestra podamos vencer a nuestros enemigos, por los méritos de Jesús, y conseguir las gracias y favores que os hemos pedido para santificar nuestras almas hasta conseguir dichosa muerte, y gozar de Dios eternamente en el Cielo. Amén.

PARA PEDIR UNA GRACIA PARTICULAR
¡Glorioso Patriarca San José, que viviste y vives cerca del Hijo de Dios y de su Madre la Virgen María, a quienes te dedicaste a servir con todo cuidado, amor y diligencia!
Me acerco a ti y lleno de confianza te pido intercedas en mi favor para que Dios me conceda, por tu intercesión, la gracia que en este momento necesito (se pide el favor que se desea obtener).
Mira mis intenciones y oriéntalas y hazlas agradables a los ojos de Dios. Ruega para que mi vida sea digna y consecuente de mi condición de hijo de Dios, realice mi existencia según sus designios y pueda gozar para siempre en tu compañía de su eterna felicidad. Amén

ANTE UNA DIFICULTAD ESPECIAL
Glorioso patriarca San José, cuyo poder sabe hacer posibles las cosas imposibles, venid en mi ayuda en estos momentos de angustia y dificultad. Tomad bajo vuestra protección las situaciones tan ser-ias y difíciles que os encomiendo a fin de que tengan una feliz solución. (Se pide aquí la gracia particular) Mi bienamado Padre: toda mi confianza esta puesta en Vos. Que no se diga que os he invocado en vano. Y puesto que Vos podéis todo ante Jesús y María, mostradme que vuestra bondad es tan grande como vuestro poder. Amén.

ACTOS DE FE, ESPERANZA Y CARIDAD CON SAN JOSÉ
Oh Dios Omnipotente, en compañía del glorioso Patriarca San José quiero hacer los actos de fe, de esperanza y de caridad.
Con esa luz que brilló sobre la frente del Santísimo Patriarca creo firmemente en Ti, Dios mío, y en cuanto me has revelado por medio de la Santa Iglesia.
Espero que por mediación del Padre Nutricio de tu Hijo Unigénito me concederás las gracias que necesito para mi eterna salvación.
Te adoro y te amo con todo el corazón uniendo mis sentimientos a los de aquel Serafín en carne, el glorioso Patriarca San José, quien se entregó en cuerpo y alma a tu divino servicio.
Finalmente quiero cantarte mis himnos de gratitud por haberme conservado este nuevo día que dedicaré fervoroso a tu santa esclavitud y la devoción y culto de San José, tu santo predilecto. Amén.

ORACIÓN POR LA MAÑANA
Oh benignísimo Padre mío Señor San José, al abrir los ojos a este nuevo día yo alabo y bendigo al Dios Omnipotente por haberte elegido desde toda la eternidad para ser dignísimo Esposo de María y Padre Virginal de Jesús. Por el amor que tienes a su Bondad infinita, alcánzame del cielo, oh Santo mío, las gracias que necesito en este día para comportarme como un cristiano modelo, un hijo y devoto tuyo, a fin de que todos mis pasos se encaminen hacia la meta de la virtud y santidad. Amén.

jueves, 19 de marzo de 2009

LA ABSTINENCIA Y EL AYUNO

La templanza y la sobriedad son virtudes que la higiene aconseja para obtener una vida sana y gozar de salud robusta. Las pasiones humanas, nacidas del entre alma y cuerpo, exigen igualmente una medicina y una higiene que por disposición divina la Iglesia está encargada de administrar. Por esto, ya antes de Nuestro Señor Jesucristo, la Sinagoga tenía sus reglamentos de sanidad espiritual, que el Divino Maestro sancionó con su ejemplo y con su doctrina, y que después la Iglesia ha preceptuado bajo la forma de abstinencias y ayunos en ciertas épocas y en determinados días del año. Bástale al hombre de fe saber que la Iglesia ordena tales prácticas para creer en su excelencia y en la obligación que le incumbe de observarlas; pero a la curiosidad humana le gusta saber las causas y razones de los preceptos eclesiásticos, y a nuestra Madre la Iglesia no le duelen prendas para explicar el porqué de sus disposiciones. Durante toda la Cuaresma el sacerdote, al cantar el prefacio de la Misa, recuerda a los fieles reunidos en el santo templo los altos y provechosos fines que Dios se propone alcanzar con la observancia del ayuno, y que reduce a tres:
1. Reprime los vicios. El cuerpo bien cebado, la carne regalada, se insolentan contra el espíritu, y teniendo una ley opuesta la carne y el espíritu, la que debe ser esclava quiere hacerse señora, y si lo logra no se ha visto despotismo parecido al despotismo de la carne. Al espíritu que el Creador constituyó señor lo envilece, lo bestializa y lo mata. El hombre desaparece y aparece la bestia humana. Cuando reina la carne reina la suciedad y el crimen, desaparecen los nobles sentimientos, y una vez la carne ha degradado y muerto al espíritu, se mata a sí misma con sus excesos. La abstinencia y el ayuno son dos fuertes auxiliares del espíritu en su lucha contra la carne; y cuando el espíritu logra sostener su imperio, a semejanza de Dios, de quien es imagen, no usa de él despóticamente; no mata a la carne, sino que, quitándola sus instintos de bestia, se la asocia a sí; hácela partícipe de sus racionales empresas y de sus méritos en Cristo, la dignifica y le asegura una eternidad gloriosa.
2. Eleva la mente. La gula entorpece el entendimiento; la digestión y el raciocinio se rechazan mutuamente, y la operación mental es la más alta de las humanas operaciones. Los santos, gente de vida espiritual, a veces se engolosinan demasiado con el ayuno. El austero San Jerónimo reprendía a la ilustre viuda Santa Paula, su hija espiritual, porque, para gozar de las dulzuras de la contemplación, extremaba sus ayunos, enflaquecía su cuerpo y quebrantaba su salud. La oración es un ejercicio necesario al cristiano; y es ejercicio de la mente y del corazón; el vientre bien repleto no levanta al Señor el incienso puro de la oración del espíritu; por esto la Iglesia manda el ayuno en las vigilias de aquellos días que de un modo más especial consagra a los ejercicios del espíritu y a las prácticas de la devoción y hasta hace poco, antes de la invasión de sensualidad que nos domina, los cristianos fervorosos tenían por práctica oír en ayunas el santo sacrificio de la Misa.
3. Alcanza virtudes y premios. Las abstinencias y ayunos son un verdadero sacrificio que ofrecemos a Dios, al que el generoso Señor corresponde con raudales de gracias. Las historias de los Santos manifiestan claramente cómo estos héroes de la virtud se robustecieron mortificando su carne; y la Religión nos enseña que al banquete eterno de las almas, cuyo manjar es la misma substancia divina, no serán admitidos aquellos que de su vientre hicieron un dios.
Tal vez, lector, admitirás sin dificultad alguna estas excelencias del ayuno, pero encontrarás excesivamente duro que un hombre pueda condenarse eternamente por comer, verbigracia, unas chuletas en día prohibido; pero acuérdate que por un fruto que comieron del árbol vedado por Dios, Adán y Eva, con toda su descendencia, han sufrido males sin cuento, y a no haber hecho penitencia de su pecado los primeros padres de nuestro linaje, por toda la eternidad hubiesen quedado excluidos de la gloria y sido contados en el número de los réprobos rebeldes a Dios.

Monseñor José Torras y Bages