lunes, 28 de julio de 2008

LA CORRECCIÓN FRATERNA

Sermón Domingo XI después de Pentecostés - Julio 2008

Queridos fieles,
HEMOS HABLADO LA SEMANA PASADA SOBRE LOS JUICIOS TEMERARIOS, pecado muy común entre la gente; dijimos que este pecado es la sopa de cada día, o más bien, ¡el veneno de cada día!

JUZGAMOS A TODOS: al esposo, a la esposa, al hermano, a la hermana, al papá, a la mamá;Juzgamos al compañero de trabajo, juzgamos al jefe (¡oh, cuánto nos gusta juzgar al jefe!, es nuestro “preferido”);juzgamos al vecino, a los fieles de la capilla, ¡juzgamos hasta el sacerdote!, ¡y de qué manera!
NADIE NI NADA SE NOS ESCAPA, somos jueces terribles, sin piedad, sin misericordia. Arrasamos con todos. Si nosotros fuéramos jueces en el juicio particular, ¿quién se salvaría?

¡QUÉ ABOMINABLES SON LOS JUICIOS TEMERARIOS! ¡Cuánto Dios los aborrece!
“¡Ay de vosotros los que llamáis mal al bien y bien al mal, y tomáis las tinieblas por la luz, y la luz por las tinieblas!” (Is.5,20)

Y POR ESO DIOS DIO A ENTENDER EN LA SAGRADA ESCRITURA, que por este pecado, bien merecería el pecador ser escupido por Dios.
PERO, queridos fieles, SUPONGAMOS QUE NUESTRO JUICIO SOBRE EL PRÓJIMO NO ES TEMERARIO; Supongamos que hemos visto claramente y sabemos con certeza que nuestro prójimo es realmente culpable:
Lo hemos visto emborracharse, lo hemos visto andar con tal mujer ajena, Lo hemos visto hacer tal acción mala, etc.;

ANTE ESTA EVIDENCIA DE SU CULPABILIDAD, NOS PREGUNTAMOS: ¿Nos será permitido juzgarlo? Pues no.
Y NO, PORQUE NUESTRO SALVADOR NOS LO PROHIBE de una manera muy clara diciendo:
“No juzguéis á los demás, si queréis no ser juzgados” (Mt.7,1-2)
Y SAN PABLO AGREGA:
“Guardaos de juzgar antes de tiempo, hasta que venga el Señor, que manifestará a la luz lo que está oculto en las tinieblas, y descubrirá los pensamientos más secretos de los corazones” (I.Cor.4); “¿Quién sois vosotros para juzgar a un siervo que no os pertenece? (Rom.14)

NO USURPEMOS EL LUGAR DE DIOS, a quién únicamente pertenece el juicio. El corazón del hombre es un santuario, donde sólo Dios tiene derecho de entrar; Él solo puede conocer sus sentimientos, sus intenciones, penetrar en sus más secretos pliegues y saber perfectamente lo que pasa en él; los hombres nada pueden ver en él.

ENTONCES, ¿ESTO QUIERE DECIR QUE NOS ESTÁ ABSOLUTAMENTE PROHIBIDO SOSPECHAR Y JUZGAR AL PRÓJIMO? NO;
 cuando hay ciertos fundamentos para sospechar, y hay un interés lícito por conocer la verdad del hecho, sí nos es lícito sospechar, con tal que se suspenda el juicio hasta que se aclare la verdad.
Por ejemplo:
Cuando no hay motivos ni razones suficientes, los papás no deben sospechar que los hijos están haciendo algo malo;Pero si los papás ven que sus hijos comienzan a ausentarse de la casa mucho tiempo, que duermen fuera de la casa, que hacen gastos excesivos, que se están reuniendo con amistades malas;En estos casos, los papás tendrán motivos para dudar y sospechar, que en sus hijos hay, quizás, algún desorden oculto.En consecuencia de esto, los papás se ponen más atentos y comienzan a vigilarlos más de cerca; no manifiestan a nadie sus sospechas, pero siguen observándolos cuidadosamente;Estas dudas y sospechas no son pecado, más aún, los padres pecarían si las omitieran, pues ellos tienen la obligación de velar por sus hijos.

POR LO TANTO, RESUMIENDO, PARA QUE SE PERMITA SOSPECHAR Y JUZGAR A ALGUIEN se necesitan dos condiciones:
1) que sea un deber de justicia, es decir, que seamos responsables ante Dios de esa persona de quien vamos a sospechar ó a juzgar: los padres deben velar por los hijos; el superior por sus súbditos; el obispo y sacerdote por sus fieles encomendados;
2) que haya motivos y razones suficientes para dudar del comportamiento de los hijos y súbditos.

PERO AHORA NOS HACEMOS LA SIGUIENTE PREGUNTA:
Si sólo podemos juzgar al prójimo que está sujeto a nosotros,¿QUÉ PODEMOS HACER POR EL OTRO PRÓJIMO (el no sujeto a nosotros), cuando lo vemos claramente pecar, cuando lo vemos hacer algo malo?

PUES PODEMOS PONER EN PRÁCTICA UN DEBER SANTO Y MUY DIFÍCIL DE REALIZAR BIEN: la corrección fraterna.
ESTUDIEMOS UN POCO los siguientes puntos:
1) ¿Qué es la corrección fraterna?
2) La corrección fraterna es algo muy difícil de realizar bien
3) ¿Cómo debe hacerse la corrección fraterna?

I) ¿QUÉ ES LA CORRECCIÓN FRATERNA?
ES UN ACTO DE CARIDAD por el cual intentamos que nuestro prójimo de enmiende de algún vicio ó pecado.Este acto de caridad que se realiza para corregir al prójimo, es de muchísimo mayor valor que el de atender a las necesidades materiales y corporales del prójimo, pues es muy claro que el bien del alma es muy superior a los bienes del cuerpo y a los bienes de riqueza.
SANTO TOMÁS NOS DICE QUE LA CORRECCIÓN FRATERNA CAE BAJO PRECEPTO, es decir, que a veces no es opcional el hacerla o no, sino que, cuando se dan todas las circunstancias y condiciones necesarias para corregir a nuestro prójimo, entonces hay que hacerlo, bajo pena de pecado.

DIJO SAN AGUSTÍN:
“Si descuidares el corregir, te vuelves peor que el que pecó”.
COMO HEMOS DICHO, NO SIEMPRE ESTAMOS OBLIGADOS A CORREGIR AL PRÓJIMO, sino que deben darse las circunstancias requeridas, es decir, que corrijamos donde, cuando y en el modo como se debe.
La corrección fraterna es una obra de virtud, y las obras de virtud deben ser bien ejecutadas, por eso, si se piensa que la corrección fraterna no va a ser buena para alcanzar su efecto, que es la enmienda del prójimo, entonces es mejor no hacerla.SANTO TOMÁS RESUME LA OBLIGACIÓN DE CORREGIR AL PRÓJIMO con estas palabras:
“La corrección fraterna se ordena a la enmienda del prójimo;Por lo tanto, cae bajo precepto en la medida que es necesaria para este fin;Pero no hasta el punto que haya que corregir al prójimo en cualquier lugar y tiempo”.

II) LA CORRECCIÓN FRATERNA, ALGO MUY DIFÍCIL DE REALIZAR BIEN
NO HAY COSA QUE REQUIERA MÁS TACTO Y CARIDAD que el corregir a nuestro prójimo;¿Y POR QUÉ? Porque son muy pocos las personas que reciben bien la corrección de otros.
USTEDES LO SABEN MUY BIEN: apenas nos corrigen o nos reprenden en algo, incluso minúsculo,Y ya se nos eriza el pelo, se nos pone el rostro color de sangre, y arremetemos y nos defendemos del que nos corrige:
SÍ, NO NOS GUSTA QUE NOS CORRIJAN, ésta es una de las grandes marcas que dejó en nosotros el primer pecado de orgullo, y esta repulsión a la corrección fue uno de los primeros pecados que se descubrieron en Adán pecador.

APENAS ADÁN FUE REPRENDIDO POR SU TRANSGRESIÓN, y quiso justificarse, acusando a su mujer de haberle incitado.
Y NO CONTENTO CON ESTA EXCUSA, se atreve a hacer caer la responsabilidad de su pecado sobre el mismo Dios, por haberle dado tan débil compañía:
LO MISMO HACEMOS NOSOTROS, miserables hijos de Adán; lejos de agradecer la reprensión, echamos la culpa sobre otros, y, tal vez, sobre el mismo que nos reprende.

TAMBIÉN, LA CORRECCIÓN FRATERNA ES ALGO MUY DIFÍCIL DE PRACTICAR NO SÓLO POR PARTE DEL QUE ES CORREGIDO (porque no se deja corregir), sino también por parte del que corrige:
¡Cuántos hay que corrigen tan mal, que mejor sería que se callaran la boca!
- Hay algunos que al corregir, lo hacen con mucha inquietud y precipitación, y no esperan la ocasión oportuna para hacerlo con buen resultado:
 se parecen a un tigre feroz, que tan pronto como ve el pecado en el prójimo, al instante se lanza sobre su presa para destrozarla con sus garras
- Hay otros que al corregir, lo hacen de una manera severa y áspera, y parecen ser insensibles a la miseria del prójimo;
en lugar de hablar con delicadeza, sus palabras son flagelos feroces que desgarran las carnes y hacen sangrar
- Hay otros que corrigen no por caridad, sino por odio, por venganza, ó porque les cae mal el prójimo, y pronto se echan encima de él:
 estas personas no hablan sin ofender;Ellos no amonestan, sino que punzan y muerden;Ellos no cicatrizan las llagas, sino que abren más las heridas, y abren otras nuevas,Ellos no echan bálsamos a las heridas espirituales del prójimo, sino que vierten gran cantidad de hiel que les hace más daño.

DE ESTE TIPO DE PERSONAS QUE ASÍ CORRIGEN, ¡líbrenos el Señor!Estas personas que así corrigen, mejor que ni lo hagan;De lo contrario, cuando sean juzgadas por Dios, Él descargará contra ellas su justa severidad.

III) ¿CÓMO SE DEBE HACER LA CORRECCIÓN FRATERNA?
a) con pureza de intención.- El que ha de corregir, tiene que hacerlo no por odio, ni por ostentación, ni por orgullo, sino por puro y desinteresado amor, con el objeto de ayudar a salvar el alma del prójimo.Dijo San León: “La corrección ha de ser más obra de la caridad que del poder o del dominio”.
b) con caridad.- San Pablo dijo que la caridad es paciente, es dulce y bienhechora, no es envidiosa, no obra con precipitación, no es temeraria, no se jacta, no se irrita, no piensa mal, no se huelga en la injusticia y se complace en la verdad.Así debe obrar el que quiere corregir a su prójimo.San Gregorio dijo: “Hay que tratar al prójimo no como enemigo o como duro y rígido médico, que sólo sabe cortar o hacer aplicación de fuertes cauterios”.
c) en el momento apropiado.- Es preciso también, antes de proceder a la corrección fraterna, meditar mucho cuál es la ocasión oportuna de emplearla con buen éxito.Dijo el Espíritu Santo: “Toda las cosas tienen su tiempo”.El padre de familias del Evangelio, obrando con suma prudencia, dejó crecer en su campo el trigo con la cizaña, hasta que llegó el tiempo de la recolección.Sería pues gran temeridad pretender con un falso celo, arrancar al instante la cizaña que vemos en nuestro prójimo.
d) la corrección fraterna debe hacerse en secreto.- Nuestro Señor nos dijo “si tu hermano peca contra ti, corrígelo a solas”. Por eso hay que amonestarlo en secreto.Si esto no fuera suficiente, y la corrección no tuviese el efecto deseado, se debe hacer la corrección en presencia de uno o varios testigos; y si a pesar de esto, persistiendo en su obstinación, se hiciese insensible a todo género de avisos y amonestaciones, entonces, condoliéndonos de su desgracia, se le denuncia ante superior a quien le compete castigarle.

Nota: Cuando el pecado del prójimo es público, es lícito denunciarlo a la autoridad sin que preceda la corrección en secreto.Si el pecado del prójimo es secreto, pero es en perjuicio de un tercero, ó en daño de la sociedad, también es lícito denunciarlo a la autoridad sin que preceda la corrección en secreto.

CONCLUSION
Queridos fieles,
La corrección fraterna, deber difícil de practicar. Pero no olvidemos que, antes de querer corregir a nuestro prójimo, primero debemos enmendarnos nosotros mismos, sobretodo de nuestras faltas graves.Exclama San Isidoro: “¿Cómo se atreverá a corregir a otros el que está contaminado con los mismos vicios?”, ¿o incluso peores?
El pecador que desee cumplir como se debe el precepto de la corrección fraterna, es preciso que antes eche de sí su propia culpa, limpie su conciencia, y entonces podrá corregir con buen fruto al prójimo. Es lo que Nuestro Señor dijo, que hay que sacarse primero la viga que tenemos en nuestro ojo, antes de querer sacar la pajita en el ojo de nuestro hermano.
Hagamos estas cosas, queridos fieles, no juzguemos temerariamente, vigilemos a nuestros hijos y a los que dependen de nosotros; y si encontramos en ellos faltas y desórdenes, pidamos a Dios su gracia y su luz para poder ayudarlos a volver al recto camino, por medio de una virtuosa corrección fraterna, que será eficaz en la medida en que nosotros mismos les demos el buen ejemplo por medio de nuestras buenas obras y virtudes.

LOS ORNAMENTOS SAGRADOS: EL ALBA

Descripción. Después del amito el sacerdote se reviste del alba (2). Desde los primeros siglos del cristianismo esta vestimenta de la vida ordinaria fue introducida en el culto divino. Desde los orígenes fue, y aún lo es, una prenda de lino, amplia y blanca, que desciende hasta los pies y envuelve todo el cuerpo. Ya en el siglo IX se acostumbraba agregar a los bordes del alba adornos preciosos.

Simbolismo y liturgia. La significación simbólica del alba, basada sobre todo en su color y en su material, es fácil de reconocer, y está claramente expresada en la oración que el sacerdote reza al revestirla: “Blanquea, oh Señor, y limpia mi corazón, para que lavado en la sangre del Cordero, goce de las alegrías eternas”. El alba es, pues, el símbolo de la inocencia inmaculada, de la perfecta pureza de corazón y de cuerpo con que el sacerdote debe ascender al altar, si quiere ser encontrado digno de sentarse en el banquete nupcial y gustar las delicias sin fin con los bienaventurados “revestidos de vestimentas blancas”.

Simbolismo y Sagradas Escrituras. Solo aquellos que han lavado sus vestiduras en la sangre del Cordero están de pie delante del trono de Dios y le sirven día y noche en su templo (Apoc. 8, 14-15). El Salvador mismo dice: “Aquél que sea vencedor será revestido con las vestiduras blancas; no borraré su nombre del libro de la vida, sino que le reconoceré delante de mi Padre y de los ángeles” (Apoc. 3, 5).
Según la Sagrada Escritura, la vestidura blanca es la imagen de la santidad: refiriéndose a la Iglesia triunfante, la gloriosa Esposa de Cristo, dicen las Sagradas Letras: “Le fue dado el revestirse de lino (byssus) de una blancura resplandeciente. El lino (byssus) representa las buenas obras de los santos” (Apoc. 19, 8).

Simbolismo y naturaleza. Para apreciar el simbolismo de este ornamento conviene resaltar algunos aspectos de su semejanza. Esta tela toma su blancura y su brillo, no de su naturaleza, sino de que es lavada, blanqueada en la lluvia y expuesta al sol. ¿No sucede lo mismo con la vida? El alma no adquiere su blancura deslumbrante, es decir su pureza y su santidad, sino mediante numerosas mortificaciones, por al renuncia y el sufrimiento, a los cuales se suman el rocío del cielo y los rayos abrazadores de la gracia. El Hijo de Dios nos mereció la perla preciosa de la santidad sufriendo bajo la forma de esclavo, con penas inenarrables y sudor de sangre: derramó toda su sangre para purificarnos de nuestros pecados. Es, por tanto, muy justo que nos esforcemos, por nuestras lágrimas y oraciones, por obras de penitencia y renuncia a nosotros mismos, en conservar intactas o en reparar en nosotros la pureza, la inocencia y la belleza del alma. Ningún trabajo nos debe parecer demasiado penoso, ningún combate demasiado duro, ningún sacrificio demasiado grande, para lavarnos más y más en la sangre del Cordero hasta que nuestra alma sea más “brillante que la nieve, más blanca que la leche, más bella que el zafiro” (Tren. 4, 7). “¡Bienaventurados los que laven sus vestiduras en la sangre del Cordero! Obtendrán el poder de comer del árbol de vida y entrarán por las puertas en la ciudad celeste” (Apoc. 21, 14).
La blancura resplandeciente del alba recuerda, pues, al sacerdote que debe velar, vivir y orar, de modo tal que pueda subir al altar con un corazón puro, con un alma serena, sin preocupaciones, con una alegría dulce y un vivo deseo de unirse a Dios.

EL PROGRAMA DEL PONTIFICADO DE SAN PÍO X

La primera encíclica del Papa San Pío X es del 4 de octubre de 1903; en ella trataba las líneas fundamentales, sencillas y claras, de su Pontificado: Instaurare omnia in Christo (Restaurar todas las cosas en Cristo); el mismo programa de la “plenitud de los tiempos”, el mismo e idéntico programa que él, hombre de acción rígidamente rectilínea, había vivido y llevado a cabo en todos los días como una gran batalla de fe y meta suprema de una continua afirmación, de la cual no se había apartado ni un sólo momento. (...)

Siendo Patriarca de Venecia, el 9 de agosto de 1879, en el XIX Congreso Eucarístico, había proclamado fuerte con solemne elocuencia los soberanos derechos de Cristo: “Jesucristo es Rey y Rey supremo, y como Rey debe ser honrado. Su pensamiento debe estar en nuestras inteligencias; su moral en nuestras costumbres; su caridad en las instituciones; su justicia en las leyes; su acción en la historia; su culto en la religión; su vida en nuestra vida”.
Él sabía bien que la salvación de los individuos y de las naciones estaba únicamente en la práctica positiva de la doctrina del Maestro Divino: la doctrina que supera a todos los tiempos y domina a todas las edades.
Por consiguiente, la ciencia y la civilización, la cultura y la política, el derecho y la moral, el estado y la familia, la sociología y la escuela, la vida pública y la vida privada, en todas sus múltiples manifestaciones, debían inspirarse no en las hábiles artes de una diplomacia inteligente o en éxitos de la pequeñez humana, sino en las enseñanzas inmutables del Evangelio, en la vida cristiana entendida en toda su amplitud y en toda su profundidad: la vida que un día devolverá a Cristo su Reino, el reino que está en el Sermón de la Montaña, y no en las transacciones de aquí abajo.

Por eso, al anunciar Pío X su Pontificado al mundo, escribía así: “Ante la sociedad humana sólo queremos ser Ministro de Dios, de cuya autoridad somos depositarios. Los intereses de Dios serán nuestros intereses, por los cuales estamos decididos a desgastar todas nuestras fuerzas y hasta la vida misma, y si alguno nos pidiese una consigna, como expresión de nuestra decidida voluntad, siempre daremos ésta y no otra: "Restaurar todas las cosas en Cristo", para que Cristo sea todo en todos. Arrancados el enorme crimen de la apostasía de todo orden sobrenatural, tan propia de nuestro tiempo, en la que la sociedad ha caído, hay que devolver el honor debido a las leyes santísimas y a los consejos del Evangelio; afirmar la verdad y la doctrina de la Iglesia acerca de la santidad del matrimonio cristiano, la educación de la juventud, la posesión y el uso de los bienes, los deberes hacia quienes llevan las riendas del gobierno, hay que restituir el equilibrio entre las diversas clases sociales según las normas de las prescripciones y de las costumbres cristianas.”
Y para que no pudiese surgir duda alguna acerca de la orientación de su Pontificado, y para que nadie pudiese hacerse ilusiones o pretender equívocos acerca de sus intenciones, no titubeó en aclarar y concretar todavía con mayor precisión su programa en el primer Consistorio del 9 de noviembre siguiente: “Misión sublime la nuestra, porque se trata de algo que, sobrepasando estos efímeros bienes de la tierra, se extiende hasta la eternidad, abraza a todas las naciones y estimula nuestra solicitud hacia todos los hombres, por los cuales Cristo murió. “Restaurar todas las cosas en Cristo”. Este es nuestro programa, como ya lo hemos anunciado. Y puesto que Cristo es la verdad, nuestro primer deber será, ante todo, enseñar, proclamar y defender la verdad y la ley de Cristo. De ahí el deber de ilustrar y de confirmar los principios de la verdad natural y sobrenatural, que con tanta frecuencia en nuestros días, vemos, por desgracia, oscurecidos y olvidados; consolidar los principios de dependencia, de autoridad, de justicia y de equidad, que hoy día son conculcados; orientar a todos según las normas de la moralidad, también en los asuntos sociales y políticos; a todos, decimos, tanto a los que obedecen como a los que mandan.

(...) “La victoria será siempre de Dios –había dicho poco antes de su primera Encíclica–, y la derrota del hombre que se atreve a oponerse a Dios nunca estará más cercana que cuando en medio del entusiasmo del triunfo se levante con mayor audacia.”
A los 68 años de edad, Pío X era todavía un hombre robusto, lleno de vigor y de vida, con una entera seguridad en la existencia de Dios y en la eterna juventud comunicada por Cristo a su Iglesia. No había frecuentado la escuela de diplomacia, pero tenía la diplomacia de la experiencia, poseía la ciencia de los hechos, porque había escrutado al mundo desde la cima de muchos observatorios y había dominado el horizonte que había ido ensanchándose cada vez más.
Conocía a fondo la diplomacia del Evangelio que trastoca todas las viejas y las nuevas diplomacias del mundo: tenía fuerza de carácter, un corazón firme y una voluntad que vibraba al rito profundo de una segura precisión de juicio, con la fuerza de una fe viva, ardiente, inconfundible.
Así, mirando serenamente hacia la frontera de la eternidad, dirigiendo el alto pensamiento y la acción fecunda a la restauración de todas las cosas en Cristo, con indomable firmeza empezó su pontificado, que si bien en la complejidad de las vicisitudes durante sus 11 años sintió más de una vez la amarga soledad de Getsemaní, también tuvo la luz refulgente que brotó de las tinieblas del Calvario cuando Cristo, muriendo destruía la muerte, y resucitando renovaba la vida.

Girolamo Dal-Gal
“Pío X, el Papa Santo”

domingo, 20 de julio de 2008

LOS JUICIOS TEMERARIOS

Sermón Domingo X después de Pentecostés - Julio 2008
Queridos fieles, hemos escuchado el Evangelio del fariseo y del publicano, Evangelio que nos vuelve a recordar lo abominable que es el orgullo y lo hermoso que es la humildad.

El fariseo se decía: “Yo no soy como los demás…”; ¡qué orgullo detestable!
¡cuántos de nosotros si no decimos lo mismo, al menos lo pensamos!;

Y después el fariseo añadía: “Yo no soy como ese publicano…”;
¡Que juicio temerario tan abominable!

Y con este juicio temerario, hundía en su estimación al pobre publicano, lo hacía menos,
lo consideraba gran pecador, lo despreciaba;
y eso que en la presencia de Dios, el publicano, con sus primeros actos de arrepentimiento y de humildad, ya estaba justificado!

¡Cuántos de nosotros, quizás, nos parecemos a este fariseo!
¡Cuántas veces, por nuestros juicios temerarios, hundimos a nuestro prójimo, lo pisamos, lo despreciamos!

- Vemos a algún varón, hablando con alguna mujer, y ya pensamos que hay algo entre ellos;
- Vemos a alguien, tomándose una cerveza, y ya pensamos que es un borracho!;
- El marido llega algunos días un poco tarde a la casa, y ya pensamos lo peor;
- Una señora da una buena donación a la iglesia, y ya pensamos:
“¡lo hizo para presumir, para que la vieran, por vanagloria!
¡ah, es que ella es rica, no le duele dar!”.

¡cuántos juicios temerarios cometemos cada día, a cada hora!
El juicio temerario, es la sopa de cada día, más bien, ¡es el veneno de cada día!

- un compañero llega un poco tarde al trabajo y ya pensamos: “es un incumplido, es un perezoso”;
- ven que una mujer no usa velo (ya sé que no está bien) , pero la gente ve sólo esto y ya por eso descarga sobre ella una fulminante cantidad de juicios y desprecios.
- Ven que su superior, que su jefe, tiene tal y tal defectos, o hizo una acción que nos les gustó, y ya lo sientan en el banquillo de los acusados, cuando no en la silla eléctrica sus juicios y desprecios.

¡Y cuántos hay que incluso se atreven a juzgar temerariamente al sacerdote!

- le ven hablando varias veces con la misma mujer y ya piensan lo peor;
- le ven que se reúne ú habla muchas veces o más tiempo con algunos y ya piensan: “el padre tiene acepción de personas”;
- le ven que ya no confiesa con tanta frecuencia como antes, y ya comienzan a juzgar al sacerdote: “¿que estará haciendo? ¡el santo Cura de Ars confesaba muchísimas horas…!”.
¡Sí, cuántos de nosotros, quizás, nos parecemos a este fariseo,
por nuestros detestables juicios temerarios!

Para ir luchando contra este feo y muy común pecado, hablemos sobre los juicios temerarios, que es propiamente el segundo grado de soberbia del que hemos venido hablando;
Pues la murmuración, la envidia y la burla, que ya hemos estudiado, muchas veces son una consecuencia de los juicios temerarios:

Primero observamos: y muchas veces por curiosidad ; luego juzgamos lo que observamos(y muchas veces juzgamos temerariamente); Y por eso terminamos hablando mal, obrando mal o sintiendo mal del prójimo (murmuración, burla, envidia)

Para estudiar un poco los juicios temerarios, veamos los siguientes puntos:

1) ¿Qué es el juicio temerario?
2) ¿Cuáles son las causas más comunes del juicio temerario?
Es decir, ¿por qué la gente hace juicios temerarios?
3) Veamos cuán errados son los juicios de los hombres
4) ¿Qué tan grave es el pecado del juicio temerario?¿cuando es pecado mortal y cuándo venial?
5) ¿Cómo lo ha castigado Dios?



I) ¿QUÉ ES EL JUICIO TEMERARIO?

“Es un juicio atrevido, precipitado, formado interiormente en perjuicio del prójimo y formado por motivos leves e insuficientes”.

Dicho brevemente de otro modo, “es un juicio malo sobre el prójimo, sin motivo suficiente”.

El juicio temerario es un pecado contra la justicia, y muchas veces contra la caridad.

Es un pecado contra la justicia, porque el hombre tiene el derecho a que no se le juzgue malo sin causa o sin motivo suficiente;

Y muchas veces es un pecado contra la caridad, cuando el juicio temerario conlleva cierto desprecio del prójimo.

SE DAN GRADOS en el juicio temerario:
DUDA TEMERARIA
OPINION TEMERARIA
SOSPECHA TEMERARIA
JUICIO TEMERARIO

EJEMPLO: Supongamos que en lugar, hay mujer aparentemente piadosa.
Por la manera en que se comporta en la capilla, por el modo de hacer la genuflexión, de rezar, etc., podemos darnos cuenta de su aparente piedad.
Por otra parte, supongamos que una persona temeraria ve algunas cosas del comportamiento de esa mujer fuera de la capilla, que no son concordes con su aparente piedad y devoción;
y comienza entonces a pensar si ella será hipócrita;

Los hechos y motivos que conoce de esa mujer son insuficientes para determinar algo sobre ella, pero si aún así, procede a juzgarla, estos serían los grados por los que podría subir:

DUDA TEMERARIA (el temerario se dice interiormente: “No sé si esa mujer es hipócrita, tengo duda”; es decir, él pone las dos posibilidades, pero no se inclina por ninguna de ellas, pensar así ya es pecado).
OPINION TEMERARIA (el temerario se dice: “opino que esa mujer es hipócrita”; ya se inclinó a pensar así, aunque no descarta que se puede equivocar, el pecado se agrava).
SOSPECHA TEMERARIA (después se dice: “sospecho que esa mujer es hipócrita”, ò sea, ya se inclinó más fuertemente por pensarlo; el pecado aumenta)
JUICIO TEMERARIO (finalmente juzga temerariamente: “¡sí esa mujer es hipócrita!”, y así consuma el pecado de juicio temerario).

Muchas veces, nosotros nos saltamos todos los grados y llegamos directamente al juicio temerario.
Notemos bien que lo que caracteriza al juicio temerario es la insuficiencia de motivos o razones que tenemos para pensar mal de nuestro prójimo.

Por eso, también hay juicio temerario cuando, sin suficiente fundamento, se juzga mal del prójimo, aunque luego resulte verdadero o se confirme plenamente el pecado del prójimo que se juzgó temerariamente.


II) ¿Cuáles son las causas más comunes del juicio temerario?
Es decir, ¿por qué la gente hace juicios temerarios?

Sto. Tomás de Aquino señala tres causas:

1) La idiotez de la inteligencia y La malicia de la voluntad:

Idiotez de la inteligencia:

Es cuando uno juzga sin considerar todas las causas, intenciones y circunstancias del que obra. Y por eso, somos muchos los que emitimos cada día gran cantidad de juicios temerarios, pues Dios dijo:
“El número de los idiotas es infinito”.

Malicia de la voluntad:

“...porque uno es malo en sí mismo, y por ello, como conocedor de su malicia, fácilmente piensa mal de otros” (S.T. II-II q. 60, a. 3)
Esto también lo dijo Dios: «El tonto, andando su camino, como él es un insensato, estima que todos los demás son tontos [Eccles.10, 3]»

2) La mala disposición respecto a otro, (es decir, por que el otro nos cae mal):

“pues cuando alguien desprecia u odia a otro o se irrita y le envidia, piensa mal de él por ligeros indicios, porque cada cual cree fácilmente lo que le apetece”.

3) Una larga experiencia:

“...el juicio temerario puede provenir de la larga experiencia; por lo que dice Aristóteles que «los ancianos son grandemente suspicaces (sospechan, juzgan), ya que muchas veces han experimentado los defectos de otros»”
¿Y de estas causas del juicio temerario cuáles son las más graves?

Pues cuando se emite el juicio temerario porque uno es malo y porque a uno le cae mal alguien, pues en estos casos, el juicio temerario procede de un sentimiento perverso;

En cambio, cuando uno emite juicios temerarios por la larga experiencia que tiene, el pecado es menor, pues por la experiencia que tiene, el juicio se acerca a la certeza.

III) Veamos cuán errados son los juicios de los hombres

Dios se reservó para sí todo juicio, por lo mismo que Él es el único que ve todas nuestras intenciones.

¡Cuántos ejemplos tenemos en la Sagrada Escritura de lo errado que son los juicios de los hombres!

- Ana, mujer piadosa y buena, que no había podido tener hijos, muy atribulada entró al templo a rezar con mucho fervor,
El pontífice del templo, llamado Helí, la observó, y juzgó temerariamente que esa manera de rezar se debía a que estaba pasada de tragos;
Sin embargo, la misma Escritura nos dice cuales eran los sentimientos de aquella mujer suplicante, y cuán equivocado el juicio que de ella se formó el sacerdote.
Ella rezaba con ese fervor porque le suplicaba a Dios que le concediera tener un hijo y que ella se lo ofrecería si Dios se lo daba. (I Rey. I)

- También fue igual de equivocado el juicio temerario que hicieron los amigos de Job.
Ellos juzgaron que las desgracias que sufría Job se debían a pecados suyos, gravísimos y ocultos;
Pero Dios vino en defensa de su siervo Job, reprendió duramente a sus amigos temerarios, y declaró que sólo por intermediario de su siervo Job les perdonaría sus pecados, que con sus falsos juicios habían cometido. (Job.42)

- En la historia de José (hijo de Jacob) se lee que una vez, estando él solo con la esposa del faraón, se escapó rápido, dejando su manto en poder de la señora;
¿quién, al saber sólo esto, no hubiera pensado qué él realmente había intentado deshonrar a la esposa del faraón?
Así lo creyó Putifar, el faraón, y lo metió a la cárcel.
Pero Dios y José mismo sabían que él era inocente, pues era ella, esa impúdica mujer, quien había querido seducirlo, y por escapar rápido de ella y del pecado, dejó su manto con ella. (Gén.39)

IV) ¿Qué tan grave es el pecado del juicio temerario?

Dios ya lo ha condenado:
“¡Ay de vosotros los que llamáis mal al bien y bien al mal, y tomáis las tinieblas por la luz, y la luz por las tinieblas!” (Is.5,20)

“No juzguéis á los demás, si queréis no ser juzgados; Porque con el mismo juicio que juzgareis, habéis de ser juzgados”(Mt.7,1-2)

“¡oh hombre, quien quiera que seas, que te pones á condenar á los demás!
Pues en lo que condenas á otro, te condenas á ti mismo”(Rom.2,1)
San Buenaventura dijo:

“El juicio temerario es una peste oculta, pero gravísima, que nos aleja de Dios, y es altamente opuesta a la caridad”

¿Y cuando es pecado mortal y cuándo venial?
Las Condiciones requeridas para que sea pecado mortal son las siguientes:

1) Que sea con perfecta deliberación: (que realmente hayamos hecho un juicio), por lo que no hay pecado grave en quien ignora, o no advierte plenamente... (ejem.: se le escapó un juicio temerario…).
2) Que exista plena temeridad: es decir, la plena advertencia sobre la ligereza de los motivos sobre los cuales se apoya el juicio.
3) Que se trate de materia grave: por tanto, todo juicio que aún siendo deliberado y temerario, si recae sobre un vicio no ignominioso, no es un pecado grave. (ejem.: Juzgar temerariamente que alguien sea un poco perezoso, glotón, un poquito mentiroso, etc., esto no será pecado grave.)

SI NO SE DA LA CONJUNCIÓN DE LAS TRES CONDICIONES, el pecado será sólo venial.

La materia grave, en el juicio temerario, es solamente la que atenta contra las personas y de hecho tiene la cualidad de ser muy vergonzoso y gravemente perjudicial del honor:

(juzgar temerariamente que alguien es un ladrón, fornicador, adúltero, homosexual, incestuoso, etc.)

También hay que tomar en cuenta sobre qué persona se está formando el juicio temerarrio, por ejemplo:

- si se juzga temerariamente que una criada es mentirosa, esto es sólo pecado venial;
- si se juzga con temeridad que un sacerdote es mentiroso, esto será pecado mortal;

Notas:
a) La mayor o menor gravedad del juicio temerario depende no sólo de la calidad del pecado o crimen que se juzga temerariamente, sino también de la mayor o menor proporción entre el juicio y los motivos insuficientes en que se apoya para emitirlo.
b) No está prohibido adoptar ciertas medidas de precaución para precaverse de posibles daños, guardando el dinero o cosas de valor bajo llave, sin que esto signifique sospecha o juicio temerario contra persona determinada...

V) ¿y Cómo ha castigado Dios el pecado de juicio temerario?

Dios lo ha castigado muy fuertemente, para advertencia nuestra.
Bueno, les recuerdo sólo el siguiente hecho que narra la Sagrada Escritura:

Moisés era un hombre muy manso, más que hombre alguno sobre la tierra.
Él se había casado con una mujer extranjera (no israelita) llamada Séfora, ella era del país de Cus, situado en los límites de Arabia y el Sinaí;
María era la hermana de Moisés, e hizo un juicio temerario contra Moisés,
por haberse casado con esta mujer extranjera;
Y Dios se inflamó de ira y le mandó una terrible lepra que le cubrió su cuerpo; Para que se le perdonase el pecado, Moisés tuvo que interceder por ella y le pidió a Dios diciendo:

“Ruégote, ¡oh Dios!, que la sanes”
Y Yavhé le respondió a Moisés: “Si su padre le hubiera escupido a ella en la cara, ¿acaso no se avergonzaría ella por siete días?
Sea, por lo tanto, excluída del campamento por siete días, y después será recibida de nuevo”.
Así lo hizo ella y después volvió sana.

Vean, queridos fieles, ésta ofensa por juicio temerario (y también por murmuración) fue tan desagradable a Dios,
que Dios dio a entender que, por este pecado, bien merecería el pecador ser escupido por Dios.

¡Y sobre todo cuando alguien emite juicios temerarios contra los elegidos de Dios, como lo son sus sacerdotes!; sí, ese tal, ó esa tal, merecería ser escupido(a) por Dios.

CONCLUSION
Queridos fieles,

¡Desechemos ya de los juicios temerarios, veneno de todo los días!
¡No juzguemos al prójimo, no lo pisemos, no lo hundamos con nuestros pensamientos y desprecios!
¡Y menos al sacerdote! , pues dijo Dios: “No toquéis a mis Ungidos” (Salm.104,15)
Queridos fieles, Nunca olviden las palabras de Nuestro Señor:
“No juzguéis y no seréis juzgados” (Mt. 7,1)

ANÉCDOTA:
Se cuenta de un hombre bueno y muy simple que se hallaba en el lecho de su muerte.
Estaba envuelto en medio de grandes dolores, pero aún así permanecía en paz y con gran alegría.
Alguno de los que estaban presentes le preguntaba:

“¿Pero cómo puede estar usted con esa alegría en estos momentos?
No sabe usted que ya se está acercando al terrible juicio de Dios,
Al terrible juicio de Dios que hace incluso temblar a los santos?”

El buen hombre respondió:

“¿Y por qué habría yo de tener miedo de ese juicio?
¿acaso no dijo Nuestro Señor: “No juzguéis y no seréis juzgados”?
Yo, en mi vida, nunca he juzgado a nadie, por eso yo no tengo miedo,
Yo no seré juzgado.
Y así murió en paz y con gran alegría.

QUERIDOS FIELES, ESTO NO QUIERE DECIR que ese hombre no haya tenido juicio particular, Sino que simplemente, su juicio fue muy sencillo y alegre, Pues si él tuvo gran misericordia del prójimo para no juzgarlo en sus acciones, en sus pecados;
También Dios tuvo gran misericordia de él, y ya antes de la hora de su juicio, Dios ya le había perdonado sus pecados.
¡Qué hermoso ejemplo para nosotros, queridos fieles!,
Por eso, imitémoslo también nosotros: “¡no juzguemos y no seremos juzgados!”

sábado, 19 de julio de 2008

LA INQUIETUD

La inquietud no es una simple tentación, sino una fuente de la cual y por la cual vienen muchas tentaciones; diremos, pues, algo acerca de ella. La tristeza no es otra cosa que el dolor del espíritu a causa del mal que se encuentra en nosotros contra nuestra voluntad; ya sea exterior, como pobreza, enfermedad, desprecio, ya interior, como ignorancia, sequedad, repugnancia, tentación. Luego, cuando el alma siente que padece algún mal, se disgusta de tenerlo, y he aquí la tristeza, y, enseguida desea verse libre de él y poseer los medios para echarlo de sí. Hasta este momento tiene razón, porque todos, naturalmente, deseamos el bien y huimos de lo que creemos que es un mal.
Si el alma busca, por amor de Dios, los medios para librarse del mal, los buscará con paciencia, dulzura, humildad y tranquilidad, y esperará su liberación más de la bondad y providencia de Dios que de su industria y diligencia; si busca su liberación por amor propio, se inquietará y acalorará en pos de los medios, como si este bien dependiese más de ella que de Dios. No digo que así lo piense, sino que se afanará como si así lo pensase.
Si no encuentra enseguida lo que desea, caerá en inquietud y en impaciencia, las cuales, lejos de librarla del mal presente, lo empeorarán, y el alma quedará sumida en una angustia y una tristeza, y en una falta de aliento y de fuerzas tal, que le parecerá que su mal no tiene ya remedio. He aquí, pues, cómo la tristeza, que al principio es justa, engendra la inquietud, y ésta le produce un aumento de tristeza, que es mala sobre toda medida.

La inquietud es el mayor mal que puede sobrevenir a un alma, fuera del pecado; porque, así como las sediciones y revueltas intestinas de una nación la arruinan enteramente, e impiden que pueda resistir al extranjero, de la misma manera nuestro corazón, cuando está interiormente perturbado e inquieto, pierde la fuerza para conservar las virtudes que había adquirido, y también la manera de resistir las tentaciones del enemigo, el cual hace entonces toda clase de esfuerzos para pescar a río revuelto, como suele decirse.
La inquietud proviene del deseo desordenado de librarse del mal que se siente o de adquirir el bien que se espera, y, sin embargo, nada hay que empeore más el mal y que aleje tanto el bien como la inquietud y el ansia. Los pájaros quedan prisioneros en las redes y en las trampas porque, al verse cogidos en ellas, comienzan a agitarse y revolverse convulsivamente para poder salir, lo cual es causa de que, a cada momento, se enreden más. Luego, cuando te apremie el deseo de verte libre de algún mal o de poseer algún bien, ante todo es menester procurar el reposo y la tranquilidad del espíritu y el sosiego del entendimiento y de la voluntad, y después, suave y dulcemente, perseguir el logro de los deseos, empleando, con orden, los medios convenientes; y cuando digo suavemente, no quiero decir con negligencia, sino sin precipitación, turbación e inquietud; de lo contrario, en lugar de conseguir el objeto de tus deseos, lo echarás todo a perder y te enredarás cada vez más.

"Mi alma –decía David– siempre está puesta, ¡oh Señor!, en mis manos, y no puedo olvidar tu santa ley." Examina, pues, una vez al día a lo menos, o por la noche y por la mañana, si tienes tu alma en tus manos, o si alguna pasión o inquietud te la ha robado: considera si tienes tu corazón bajo tu dominio, o bien si ha huido de tus manos, para enredarse en alguna pasión desordenada de amor, de aborrecimiento, de envidia, de deseo, de temor, de enojo, de alegría. Y, si se ha extraviado, procura, ante todo, buscarlo y conducirlo a la presencia de Dios, poniendo todos tus afectos y deseos bajo la obediencia y la dirección de su divina voluntad. Porque, así como los que temen perder alguna cosa que les agrada mucho, la tienen bien cogida de la mano, así también, a imitación de aquel gran rey, hemos de decir siempre: "¡Oh Dios mío!, mi alma está en peligro; por esto la tengo siempre en mis manos, y, de esta manera, no he olvidado tu santa ley."
No permitas que tus deseos te inquieten, por pequeños y por poco importantes que sean; porque, después de los pequeños, los grandes y los más importantes encontrarán tu corazón más dispuesto a la turbación y al desorden. Cuando sientas que llega la inquietud, encomiéndate a Dios y resuelve no hacer nada de lo que tu deseo reclama hasta que aquélla haya totalmente pasado, a no ser que se trate de alguna cosa que no se pueda diferir; en este caso, es menester refrenar la corriente del deseo, con un suave y tranquilo esfuerzo, templándola y moderándola en la medida de lo posible, y hecho esto, poner manos a la obra, no según los deseos, sino según la razón.

Si puedes manifestar la inquietud al director de tu alma, o, a lo me-nos, a algún confidente y devoto amigo, no dudes que enseguida te sentirás sosegada; porque la comunicación de los dolores del corazón hace en el alma el mismo efecto que la sangría en el cuerpo que siempre está calenturiento: es el remedio de los remedios. Por este motivo, dio san Luis este aviso a su hijo: "Si sientes en tu corazón algún malestar, dilo enseguida a tu confesor o a alguna buena persona, y así podrás sobrellevar suavemente tu mal, por el consuelo que sentirás."

San Francisco de Sales

DOS CLASES DE ORGULLO

3l. Hay dos clases de humildad. así como hay dos clases de orgullo: la primera clase de orgullo consiste en despreciar a su hermano, en no tenerlo en cuenta, como si no fuese nada, y en creerse superior a él. Si no procedemos de inmediato a vigilarnos estrictamente, caeremos poco a poco en la segunda especie que consiste en exaltarse ante Dios mismo y atribuirse sus buenas obras a sí mismo y no a Dios. En verdad, hermanos, yo conocí a uno que había caído en ese miserable estado. Al principio, cuando un hermano le decía algo, el lo despreciaba y decía: "¿Quién es ese? No hay en el mundo como Zósimo y sus discípulos". Después se puso a despreciar también a estos diciendo: "No hay como Macario", y poco después "¿Quién es Macarlo? No hay como Basilio y Gregorio". Pero enseguida comenzó a despreciarlos también: "¿Quiénes son Basilio y Gregorio?, decía. "No hay como Pedro y Pablo". Ciertamente hermano, le dije, pronto despreciarás a Pedro y a Pablo. Créanme, poco tiempo después comenzó a decir: "¿Quién es Pedro y quién es Pablo. No hay como la Santísima Trinidad". Finalmente se levantó contra el mismo Dios y esa fue su ruina. Por esta razón, hermanos, debemos luchar contra la primera clase de orgullo, para no caer poco a poco en el orgullo total.

32. Existe también un orgullo mundano y un orgullo monástico. El mundano consiste en creerse más que su hermano porque se es más rico, más hermoso, mejor vestido o más noble que él. Cuando veamos que nos gloriamos en esas cosas, o bien de que nuestro monasterio sea el más grande o el más rico o el más numeroso, sepamos que todavía estamos en el orgullo mundano.
Lo mismo sucede cuando nos vanagloriamos de cualidades naturales: por ejemplo de tener una voz bella o salmodiar bien, o de ser hábil o de trabajar y servir correctamente. Estos motivos son más elevados que los primeros, aunque todavía se trata de orgullo mundano.
El orgullo monástico consiste en gloriarse de sus vigilias, de sus ayunos, de su piedad, de sus observancias, de su celo, así como en humillarse por vanidad. Todo esto es orgullo monástico. Si no podemos evitar el enorgullecemos, conviene que este orgullo recaiga sobre cosas monásticas y no mundanas.
Hemos explicado, entonces, cuál es la primera especie de orgullo y cuál es la segunda; también hemos definido el orgullo mundano y el orgullo monástico. Mostremos ahora cuáles son las dos especies de humildad.

33. La primera consiste en considerar a su hermano como más inteligente que uno mismo y superior en todo; es decir, como decía un santo: "colocarse por debajo de todos", la segunda especie de humildad consiste en atribuir a Dios las buenas obras. Esa es la perfecta humildad de los santos. Ella nace naturalmente en el alma como consecuencia de la práctica de los mandamientos. En efecto, miremos hermanos los árboles cargados de frutos: son los frutos los que doblegan y hacen bajar las ramas. Al contrario, la rama que no tiene frutos se yergue en el espacio y crece derecha. Incluso hay cierto árboles cuyas ramas no dan frutos mientras se mantienen erguidas hacia el cielo, pero si se les cuelga una piedra para guiarlas hacia abajo, entonces dan fruto. Lo mismo sucede con el alma: cuando se humilla da fruto y cuanto más produce, más se humilla. Porque cuanto más se acerca a Dios, más pecadora se ve.

34. Recuerdo que un día hablábamos de la humildad y un hombre distinguido de Gaza, al oírnos decir que cuanto más nos acercamos a Dios, más pecadores nos vemos estaba asombrado y decía: "¿Cómo es posible?" No comprendía y pedía una explicación. "Distinguido Señor, le pregunté, dígame, ¿quién piensa que es usted en la ciudad?" "Un gran personaje, me respondió, el primero de la ciudad. Si va a Cesárea, ¿por quién se tendrá allí? Por inferior a los grandes de ese lugar: ¿y si va a Antioquía? Me tendré por extranjero; ¿y en Constantinopla, junto al Emperador? Por un miserable. Así es, le dije. así sucede a los santos: cuanto más se acercan a Dios, se ven más pecadores . Cuando Abrahán vio al Señor se llamó tierra y ceniza (Gn 18, 27). Isaías decía: Oh, qué miserable e impuro soy (Is 6, 5). De la misma manera cuando Daniel estaba en la fosa de los leones al llegar Habacuc con la comida y decirle: Toma la comida que Dios te envía, ¿qué dijo Daniel? El Señor se ha acordado de mi (Dan 14, 36-37). ¿Se dan cuenta, qué humildad tenía en su corazón? Estaba en la fosa, en medio de los leones que no le hacían ningún daño, y esto no solo una primera vez sino una segunda también (cf. Dan 6 y 14), y a pesar de todo eso se admiraba y decía: El Señor se ha acordado de mí.

San Gregorio Magno

viernes, 18 de julio de 2008

LOS DOCE GRADOS DEL SILENCIO

La vida interior podría consistir en esta sola palabra: ¡Silencio! El silencio prepara los santos; él los comienza, los continúa y los acaba. Dios, que es eterno, no dice más que una sola palabra, que es el Verbo. Del mismo modo, sería deseable que todas nuestras palabras digan Jesús directa o indirectamente. Esta palabra “silencio” ¡cuán hermosa es!

1° Hablar poco a las creaturas y mucho a Dios. Este es el primer paso, pero indispensable, en las vías solitarias del silencio. En esta escuela es donde se enseñan los elementos que disponen a la unión divina. Aquí el alma estudia y profundiza esta virtud, en el espíritu del Evangelio, en el espíritu de la Regla que abrazó, respetando los lugares consagrados, las personas y sobre todo esta lengua en que tan a menudo descansa el Verbo o la Palabra del Padre, el Verbo hecho carne. Silencio al mundo, silencio a las noticias, silencio con las almas más justas: la voz de un Angel turbó a María...
2° Silencio en el trabajo, en los movimientos. Silencio en el porte, silencio de los ojos, de los oídos, de la voz; silencio de todo el ser exterior, que prepara al alma a pasar a Dios. El alma merece tanto como puede, por estos primeros esfuerzos en escuchar la voz del Señor. ¡Qué bien recompensado es este primer paso!
Dios la llama al desierto, y por eso; en este segundo estado, el alma aparta todo lo que podría distraerla; se aleja del ruido y huye sola hacia Aquél que solo es. Allí ella saboreará las primicias de la unión divina y el celo de su Dios. Es el silencio del recogimiento, o el recogimiento en el silencio.
3° Silencio de la imaginación. Esta facultad es la primera en llamar a la puerta cerrada, del jardín del Esposo; con ella vienen las emociones ajenas, las vagas impresiones, las tristezas. Pero en este lugar retirado, el alma dará al Bien Amado pruebas de su amor. Presentará a esta potencia, que no puede ser destruida, las bellezas del cielo, los encantos de su Señor, las escenas del Calvario, las perfecciones de su Dios. Entonces, también ella permanecerá en el silencio, y será la sirvienta silenciosa del Amor divino.
4° Silencio de la memoria. Silencio al pasado... olvido. Hay que saturar esta facultad con el recuerdo de las misericordias de Dios... Es el agradecimiento en el silencio, es el silencio de la acción de gracias.

5° Silencio a las creaturas. ¡Oh, miseria de nuestra condición presente! A menudo el alma, atenta a sí misma, se sorprende conversando interiormente con las creaturas, respondiendo en su nombre. ¡Oh, humillación que hizo gemir a los santos!
En ese momento esta alma debe retirarse dulcemente a las más íntimas profundidades de este lugar escondido, donde descansa la Majestad inaccesible del Santo de los santos, y donde Jesús, su consolador y su Dios, se descubrirá a ella, le revelará sus secretos y le hará probar la bienaventuranza futura. Entonces le dará un amargo disgusto para todo lo que no es Él, y todo lo que es de la tierra dejará poco a poco de distraerla.
6° Silencio del corazón. Si la lengua está muda, si los sentidos se encuentran en la calma, si la imaginación, la memoria y las creaturas se callan y hacen silencio, si no alrededor, sí al menos en lo íntimo de esta alma de esposa el corazón hará poco ruido. Silencio de los afectos, de las antipatías, silencio de los deseos en lo que tienen de demasiado ardiente, silencio del celo en lo que tiene de indiscreto; silencio del fervor en lo que tiene de exagerado: silencio hasta en los suspiros... Silencio del amor en lo que tiene de exaltado, no de esa exaltación de que Dios es autor, sino de aquella en que se mezcla la naturaleza. El silencio del amor, es el amor en el silencio...
Es el silencio ante Dios, suma belleza, bondad, perfección... Silencio que no tiene nada de molesto, de forzado; este silencio no daña a la ternura, al vigor de este amor, de modo semejante a como el reconocimiento de las faltas no daña tampoco al silencio de la humildad, ni el batir de las alas de los ángeles de que habla el profeta al silencio de su obediencia, ni el fiat al silencio de Getsemaní, ni el Sanctus eterno al silencio de los serafines...
Un corazón en el silencio es un corazón de virgen, es una melodía para el corazón de Dios. La lámpara se consume sin ruido ante el Sagrario, y el incienso sube en silencio hasta el trono del Salvador: así es el silencio del amor. En los grados precedentes, el silencio era todavía la queja de la tierra; en éste el alma, a causa de su pureza, empieza a aprender la primera nota de este cántico sagrado que es el cántico de los cielos.
7° Silencio de la naturaleza, del amor propio. Silencio a la vista de la propia corrupción, de la propia incapacidad. Silencio del alma que se complace en su bajeza. Silencio a las alabanzas, a la estima. Silencio ante los desprecios, las preferencias, las murmuraciones; es el silencio de la dulzura y de la humildad.
Silencio de la naturaleza ante las alegrías o los placeres. La flor se abre en silencio y su perfume alaba en silencio al creador: el alma interior debe hacer lo mismo. Silencio de la naturaleza en la pena o en la contradicción. Silencio en los ayunos, en las vigilias, en las fatigas, en el frío y el calor. Silencio en la salud, en la enfermedad, en la privación de todas las cosas: es el silencio elocuente de la verdadera pobreza y de la penitencia; es el silencio tan amable de la muerte a todo lo creado y humano. Es el silencio del yo humano transformándose en el querer divino. Los estremecimientos de la naturaleza no podrían turbar este silencio, porque está por encima de la naturaleza.
8° Silencio del espíritu. Hacer callar los pensamientos inútiles, los pensamientos agradables y naturales; sólo éstos dañan al silencio del espíritu, y no el pensamiento en sí mismo, que no puede dejar de existir. ¡Nuestro espíritu quiere la verdad, y nosotros le damos la mentira! ¡Ahora bien, la verdad esencial es Dios! ¡Dios basta a su propia inteligencia divina, y no basta a la pobre inteligencia humana!
Por lo que mira a una contemplación de Dios sostenida, inmediata, no es posible en la debilidad de la carne, a no ser que Dios conceda un puro don de su bondad; pero el silencio en los ejercicios propios del espíritu consiste con relación a la fe en contentarse con su luz oscura. Silencio a los razonamientos sutiles que debilitan la voluntad y disecan el amor. Silencio en la intención: pureza, simplicidad; silencio a las búsquedas personales; en la meditación, silencio a la curiosidad; en la oración, silencio a las propias operaciones, que no hacen más que obstaculizar la obra de Dios. Silencio al orgullo que se busca en todo, siempre y en todas partes; que quiere lo bello, el bien, lo sublime; es el silencio de la santa simplicidad; del desprendimiento total de la rectitud.
Un espíritu que combate contra tales enemigos es semejante a esos ángeles que ven sin cesar la Faz de Dios. Ésta es la inteligencia, siempre en el silencio, que Dios eleva hasta sí.

9° Silencio del juicio. Silencio en cuanto a las personas, silencio en cuanto a las cosas. No juzgar, no dejar ver la propia opinión. No tener opinión a veces, es decir, ceder con simplicidad, si nada se opone a ello por prudencia o por caridad. Es el silencio de la bienaventurada y santa infancia, es el silencio de los perfectos, el silencio de los ángeles y de los arcángeles, cuando siguen las órdenes de Dios. ¡Es el silencio del Verbo encarnado!
10° Silencio de la voluntad. El silencio a los mandamientos, el silencio a las santas leyes de la regla, no es, por decirlo así, más que el silencio exterior de la propia voluntad. El Señor tiene algo que enseñarnos de más profundo y de más difícil: el silencio del esclavo bajo los golpes de su amo. Pero ¡feliz esclavo, pues el Amo es Dios! Este silencio es el de la víctima sobre el altar, es el silencio del cordero que es despojado de su vellocino, es el silencio en las tinieblas, silencio que impide pedir la luz, al menos la que alegra. Es el silencio en las angustias del corazón, en los dolores del alma; el silencio de un alma que se vio favorecida por su Dios, y que, sintiéndose rechazada por Él no pronuncia ni siquiera estas palabras: ¿Por qué? ¿Hasta cuándo? Es el silencio en el abandono, el silencio bajo la severidad de la mirada de Dios, bajo el peso de su mano divina; el silencio sin otra queja que la del amor. Es el silencio de la crucifixión, es más que el silencio de los mártires, es el silencio de la agonía de Jesucristo. Sí, este silencio es su divino silencio, y nada es comparable a su voz, nada resiste a su oración, nada es más digno de Dios que esta clase de alabanza en el dolor, que este fiat en el lagar; que este silencio en el trabajo de la muerte.
Mientras esta voluntad humilde y libre, verdadero holocausto de amor, se destroza y se destruye para la gloria del nombre de Dios, Él la transforma en su voluntad divina. Entonces ¿qué falta para su perfección? ¿Qué se requiere todavía para la unión? ¿Qué falta para que Cristo sea acabado en esta alma? Dos cosas: la primera es el último suspiro del ser humano, la segunda es una dulce atención al Bien Amado cuyo beso divino es la inefable recompensa.
11° Silencio consigo mismo. No hablarse interiormente, no escucharse, no quejarse ni consolarse. En una palabra, callarse consigo mismo, olvidarse a si mismo, dejarse solo, completamente solo con Dios; huirse, separarse de sí mismo. Este es el silencio más difícil, y sin embargo es esencial para unirse a Dios tan perfectamente como pueda hacerlo una pobre creatura, que, con la gracia, llega a menudo hasta aquí, pero se detiene en este grado, por que no lo comprende y lo practica menos aún. Es el silencio de la nada. Es más heroico que el silencio de la muerte.
12° Silencio con Dios. Al comienzo Dios decía al alma: "Habla poco a las creaturas y mucho conmigo”. Aquí le dice. "No me hables más”. El silencio con Dios es adherirse a Dios, presentarse y exponerse ante Dios, ofrecerse a Él, aniquilarse ante Él, adorarlo, amarlo, escucharlo, oírlo, descansar en Él. Es el silencio de la eternidad; es la unión del alma con Dios.

Sor Amada de Jesús

LA ORACIÓN POR LOS DIFUNTOS

La Doctrina católica. La Biblia nos dice que después de la muerte viene el juicio: «Está establecido que los hombres mueran una sola vez y luego viene el juicio» (Hebr. 9, 27). Después de la muerte viene el juicio particular donde «cada uno recibe conforme a lo que hizo durante su vida mortal» (2 Cor. 5, 10).
Al fin del mundo tendrá lugar el «juicio universal» en el que Cristo vendrá en gloria y majestad a juzgar a los pueblos y naciones.
Es doctrina católica que en el juicio particular se destina a cada persona a una de estas tres opciones: Cielo, Purgatorio o Infierno.
Las personas que en vida hayan aceptado y correspondido al ofrecimiento de salvación que Dios nos hace y se hayan convertido a Él, y que al morir se encuentren libres de todo pecado, van directamente al Cielo, a reunirse con el Señor y comienzan una vida de gozo indescriptible «Bienaventurados los limpios de corazón -dice Jesús- porque ellos verán a Dios» (Mt. 5, 8).
Quienes hayan rechazado el ofrecimiento de salvación que Dios hace a todo mortal, o no se convirtieron mientras su alma estaba en el cuerpo, recibirán lo que ellos eligieron: el Infierno, donde estarán separados de Dios por toda la eternidad.
Y finalmente, los que en vida hayan servido al Señor pero que al morir no estén aún plenamente purificados de sus pecados, irán al Purgatorio. Allá Dios, en su misericordia infinita, purificará sus almas y, una vez limpios, podrán entrar en el Cielo, ya que no es posible que nada manchado por el pecado entre en la gloria: «Nada impuro entrará en ella (en la Nueva Jerusalén)» (Ap. 21, 27).

¿Qué acontece, entonces, con los que mueren? Ya lo dijimos: Los que mueren en gracia de Dios se salvan. Van derechamente al cielo. Los que rechazan a Dios como Creador y a Jesús como Salvador durante esta vida y mueren en pecado mortal se condenan. También aquí la respuesta es clara y coincidente entre católicos y protestantes.
Pero, ¿qué ocurre con los que mueren en pecado venial o que no han satisfecho plenamente por sus pecados? Ahí está la diferencia entre católicos y protestantes. Los católicos creemos en el Purgatorio. Nuestra fe católica nos enseña que el Purgatorio es el lugar donde, en atención a los méritos de Cristo, se purifican las almas de los que han muerto en gracia de Dios, pero que aún no han satisfecho plenamente por sus pecados. El Purgatorio no es un estado definitivo sino temporal. Y van allá sólo aquellos que al morir no están plenamente purificados de las impurezas del pecado, ya que en el cielo no puede entrar nada que sea manchado o pecaminoso.

Ahora bien, según los protestantes no hay Purgatorio porque no figura en la Biblia y Cristo salva a todos, menos a los que se condenan. Pero la realidad es que hay Purgatorio y en cuanto a su duración podemos decir que después que venga Jesús por segunda vez y se ponga fin a la historia de la humanidad, el Purgatorio dejará de existir y sólo habrá Cielo e Infierno.
Es así que, como nos enseña nuestra fe católica, se pueden ofrecer oraciones, sacrificios y Misas por los muertos, para que sus almas sean purificadas de sus pecados y puedan entrar cuanto antes a la gloria a gozar de la presencia divina. Los protestanes insisten en que la palabra «Purgatorio» es una pura invención de los católicos y que ni siquiera este nombre se halla en la Biblia. Pero tampoco está en la Biblia la palabra «Encarnación» y, sin embargo, los protestantes la utilizan. Tampoco está la palabra «Trinidad» y todos, católicos y protestantes, utilizan esta palabra, los católicos creyendo con fe divina sobrenatural en este misterio, los protestantes repitiéndola sin creer en el misterio. Por tanto, su argumentación no prueba nada.
En definitiva, el porqué de esta diferencia es muy sencillo. Los protestantes sólo admiten la Biblia, pero la realidad es que la Biblia no es la única fuente de revelación. Los católicos tenemos la Biblia y la Tradición. Es decir, si una verdad se ha creído en forma sostenida e ininterrumpida desde Jesucristo hasta nuestros días es que es dogma de fe, porque el Cuerpo Místico en su totalidad no puede equivocarse en materia de fe porque el Señor ha comprometido su asistencia. Es el mismo caso de la Asunción de la Virgen a los cielos, que si bien no está en la Biblia, la Tradición cristiana la ha creído y celebrado desde los primeros tiempos, por lo que es un dogma de fe. Además esto lo ha reafirmado la doctrina del Magisterio durante los dos mil años de fe de la Iglesia Católica.

La Tradición de la Iglesia Católica. La Tradición constante de la Iglesia, que se remonta a los primeros siglos del cristianismo, confirma la fe en el Purgatorio y la conveniencia de orar por nuestros difuntos. San Agustín, por ejemplo, decía: «Una lágrima se evapora, una rosa se marchita, sólo la oración llega hasta Dios». Además, el mismo Jesús dice que «aquel que peca contra el Espíritu Santo, no alcanzará el perdón de su pecado ni en este mundo ni en el otro» (Mt. 12, 32). Eso revela claramente que alguna expiación del pecado tiene que haber después de la muerte y eso es lo que llamamos el Purgatorio. En consecuencia, después de la muerte hay Purgatorio y hay purificación de los pecados veniales.
El Apóstol San Pablo dice, además, que en el día del juicio la obra de cada hombre será probada. Esta prueba ocurrirá después de la muerte: «El fuego probará la obra de cada cual. Si su obra resiste al fuego, será premiado, pero si esta obra se convierte en cenizas, él mismo tendrá que pagar. Él se salvará pero como quien pasa por el fuego» (1 Cor. 3, 15). La frase: «tendrá que pagar» no se puede referir a la condena del Infierno, ya que de ahí nadie puede salir. Tampoco puede significar el Cielo, ya que allá no hay ningún sufrimiento. Sólo la doctrina y la creencia en el Purgatorio explican y aclaran este pasaje. Pero, además, en la Biblia se muestra que ya en el Antiguo Testamento, Israel oró por los difuntos. Así lo explica el Libro II de los Macabeos (12, 42-46), donde se dice que Judas Macabeo, después del combate oró por los combatientes muertos en la batalla para que fueran liberados de sus pecados. Dice así: «Y rezaron al Señor para que perdonara totalmente de sus pecados a los compañeros muertos». Y también en 2 Timoteo 1, 1-18, San Pablo dice refiriéndose a Onesíforo: «El Señor le conceda que alcance misericordia en aquel día».

Resumiendo, entonces, digamos que con nuestras oraciones pode-mos ayudar a los que están en el Purgatorio para que pronto puedan verse libres de sus sufrimiento y ver a Dios.
Además, como en la práctica, cuando muere una persona, no sabemos si se salva o se condena, debemos orar siempre por los difuntos, porque podrían necesitar de nuestra oración. Y si ellos no la necesitan, le servirá a otras personas, ya que en virtud de la Comunión de los Santos existe una comunicación de bienes espirituales entre vivos y difuntos. Esto explica aquella costumbre popular de orar «por el alma más necesitada del Purgatorio».
Las catacumbas. En las catacumbas o cementerios de los primeros cristianos, hay aún esculpidas muchas oraciones primitivas, lo que demuestra que los cristianos de los primeros siglos ya oraban por sus muertos. Del siglo II es esta inscripción: «Oh Señor, que estás sentado a la derecha del Padre, recibe el alma de Nectario, Alejandro y Pompeyo y proporciónales algún alivio». Tertuliano (año 160-222) dice: «Cada día hacemos oblaciones por los difuntos». San Juan Crisóstomo (344-407) dice: «No en vano los Apóstoles introdujeron la conmemoración de los difuntos en la celebración de los sagrados misterios. Sabían ellos que esas almas obtendrían de esta fiesta gran provecho y gran utilidad» (Homilía a Filipo, Nro. 4).
Una pregunta. ¿Cómo queremos que nos recuerden nuestros amigos y familiares cuando nos muramos, con o sin oración?
Por lo menos entre los católicos, todos dirán que su deseo es que oren por ellos y que se les recuerde con la Santa Misa, porque aunque un católico muera con todos los sacramentos, siempre puede quedar en su alma alguna mancha de pecado y por eso conviene orar por ellos. Este es el sentir de la Iglesia Católica desde sus comienzos.
En lo que se refiere al Purgatorio hay que agregar que no es como una segunda oportunidad para que la persona “haga las paces” con Dios. La conversión y el arrepentimiento deben darse en esta vida.

Los católicos, pues, no nos contentamos solamente con cantar alabanzas y glorificar a Dios, sino que elevamos plegarias a Dios y a la Santísima Virgen por nuestros difuntos y con más razón en los días inmediatos a su muerte.
La oración por los difuntos. Los primeros misioneros que evangelizaron América introdujeron la costumbre, que aún perdura en algunos lugares, de reunirse y hacer un velorio que se prolonga por una semana o nueve días. Se reza aún una Novena en la que los familiares se congregan para acompañar a los deudos y ofrecen a Dios oraciones por el difunto. También la Iglesia, desde tiempo inmemorial, introdujo la costumbre de celebrar el día 2 de Noviembre dedicado a los difuntos, día en el que los católicos vamos a los cementerios y, junto con llevar flores, elevamos una oración por nuestros seres queridos.
Orar por los vivos y por los difuntos es una obra de misericordia. De la misma manera que ayudaríamos en vida a sus cuerpos enfermos, así, después de muertos, debemos apiadarnos de ellos rezando por el descanso eterno de sus almas.
Orar por los difuntos, es un deber cristiano que obliga, especialmente, a los familiares y a los amigos más cercanos.

miércoles, 16 de julio de 2008

LA FIESTA DEL SAGRADO CORAZÓN

¿Queréis conocer la vida del Corazón de Jesús? Está distribuida entre su Padre y nosotros. El Corazón de Jesús nos guarda: mientras el Salvador, encerrado en una débil Hostia parece dormir el sueño de la impotencia, su Corazón vela: "Yo duermo, mi corazón vigila" (Cantar de los Cantares, 5, 2).
Vela, tanto si pensarnos como si no pensamos en Él; no reposa: continuamente está pidiendo perdón por nosotros a su Padre. Jesús nos escucha con su Corazón y nos preserva de los golpes de la cólera divina provocada incesantemente por nuestros pecados; en la Eucaristía, como en la cruz, está su Corazón abierto, dejando caer sobre nuestras cabezas torrentes de gracias y de amor.
Está también allí este Corazón para defendernos de nuestros enemigos, como la madre que para librar a su hijo de un peligro lo estrecha contra su corazón, con el fin de que no se hiera al hijo sin alcanzar también a la madre. Y Jesús nos dice: "Aun cuando una madre pudiera olvidar a su hijo, Yo no os olvidaré jamás".

La segunda mirada del Corazón de Jesús es para su Padre. Lo adora con sus inefables humillaciones, con su adoración de anonadamiento lo alaba y le da gracias por los beneficios que concede a los hombres sus hermanos; se ofrece como víctima a la justicia de su Padre, y no cesa su oración en favor de la Iglesia, de los pecadores y de todas las almas por Él rescatadas.
¡Oh Padre eterno! Mirad con complacencia el Corazón de vuestro hijo Jesús. Contemplad su amor, oíd propicio sus peticiones y que el Corazón eucarístico de Jesús sea nuestra salvación.

Las razones por las cuales fue instituida la fiesta del Sagrado Corazón y la manera que ha tenido Jesús de manifestar su Corazón nos enseñan, además, que en la Eucaristía debernos honrarlo y que allí lo encontraremos con todo su amor.
Delante del Santísimo Sacramento expuesto recibió Santa Margarita María la revelación del Sagrado Corazón; en la Hostia consagrada se manifestó a ella el Señor con su Corazón entre las manos y dirigiéndole aquellas adorables palabras, que son el comentario más elocuente de su presencia en el Santísimo Sacramento: "¡He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres!"
Nuestro Señor, apareciendo a la venerable Madre Matilde, fundadora de una Congregación de Adoratrices, le recomendó que amase ardientemente y honrase cuanto pudiese su Sagrado Corazón en el Santísimo Sacramento, y se lo entregó como prenda de amor, para que fuera su refugio durante la vida y su consuelo en la hora de la muerte.

Y el objeto de la fiesta del Sagrado Corazón no es otro que honrar con más fervor y devoción el amor de Jesucristo, que lo hizo sufrir indecibles tormentos por nosotros e instituir también para nosotros el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre.
Para penetraros del espíritu de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús debéis honrar los sufrimientos que padeció el Salvador y reparar las ingratitudes de que es objeto todos los días en la Eucaristía.
¡Qué grandes fueron los dolores del Corazón de Jesús! Pasó por todas las pruebas imaginables; fue víctima de toda clase de humillaciones; las calumnias más groseras se cebaron en su honra y lo persiguieron con el mayor encarnizamiento; se vio harto de oprobios y abrumado por el menosprecio. A pesar de todo, Él se ofreció voluntariamente y nunca se quejó de ello. Su amor fue más poderoso que la muerte, y los torrentes de desolación no pudieron apagar sus ardores. Ciertamente, todos esos dolores pasaron ya; pero siendo así que Jesucristo los sufrió por nosotros, nuestra gratitud no debe tener fin, nuestro amor debe honrarlos como si estuviesen presentes ante nuestros ojos. ¡Y el Corazón que los sufrió con tanto amor está ahí... no muerto, sino vivo y activo; no insensible, sino más amante todavía!

Mas, ¡ay!, aunque Jesús no pueda ya sufrir, los hombres muestran con Él una ingratitud monstruosa. ¡Esa ingratitud al Dios presente, que vive con nosotros para conseguir nuestro amor, es el tormento supremo del Corazón de Jesús en el Santísimo Sacramento!
El hombre se muestra indiferente con ese supremo don del amor de Jesús: no lo tiene para nada en cuenta: ni piensa siquiera en él, y si alguna vez, a pesar suyo, se acuerda de él y Jesús quiere despertarlo de su letargo, no es sino para procurar apartar de su mente este pensamiento importuno. ¡El hombre no quiere tener el amor de Jesús! (...)
¡En su agonía buscaba a quien lo consolase; en la cruz pedía que se tuviese compasión de sus dolores...! ¡Por eso, hoy más que nunca, es necesaria la satisfacción, hace falta la reparación de honor para ofrecerla al Corazón adorable de Jesucristo! Rodeemos la Eucaristía de adoraciones y de actos de amor.
Al Corazón de Jesús, vivo en el Santísimo Sacramento, ¡honor, alabanza, adoración y dignidad regia por los siglos de los siglos!

San Pedro Julián de Eymard

LAMENNAIS, EL PRECURSOR

Origen y desarrollo del modernismo

Pocos días antes de su muerte se lamentaba el santo pontífice Pío XII de la mala situación en que dejaba a la Iglesia; incluso se le atribuyó la frase "después de mí, el diluvio". Los católicos de filas no entendimos entonces esas palabras –que más que profecía eran advertencia– porque, aparentemente al menos, la Iglesia ofrecía en aquella época un aspecto tranquilo y disciplinado; incluso en esa primera mitad del siglo XX se había operado un rever­de­cimiento de la filosofía católica que había llegado a considerarse co­mo una de las corrientes más acre­ditadas del pensamiento universal.

Pero el Papa sabía lo que por dentro se tramaba y conocía muy bien lo que su predecesor San Pío X había condenado bajo el nombre de "modernismo" como la "síntesis y compendio de todas las herejías". Los clérigos contaminados de modernismo, como por un acuerdo tácito, se habían sometido hasta entonces en todas las condenas y admoniciones papales, retractándose de cuanto se les pidiera con el fin de permanecer dentro de la Iglesia y poder realizar en ella la labor de zapa. El motor psicológico de los modernistas era doble: el cansancio y la ambición. Cansancio de la situación de aislamiento en que la Iglesia se encontraba respecto de los poderes del mundo moderno desde la Revolución; ambición de volver a ocupar un puesto relevante e influyente en la sociedad como otrora tuvo. Para ello postulaban una "reconciliación" con ese "mundo moderno", con su ciencia, sus ideas y poderes, incluso llegando a considerar a los ideales de la Revolución como creaciones cripto­cristianas o "cristianas sin saberlo". De aquí el nombre genérico de "modernismo" con el que fue condenado.

Precursor o iniciador de esta teoría fue, en el siglo pasado, el clérigo francés Felicité de Lamennais, cuyas doctrinas sobre el cristianismo encierran la clave de ese modo de pensar y de sus derivaciones, sumamente actuales por desgracia.
Fue autor de dos libros notables –“Ensayo sobre la indiferencia religiosa” y “Palabras de un creyente”– y dirigió con Lacordaire una revista titulada L´Avenir.
Según Lamennais, la razón humana fue iluminada en sus orígenes por una especie de revelación primitiva que la hizo fecunda para alcanzar progresivamente la verdad, toda verdad. Identificando en su origen la razón humana con la revelación divina, supone Lamennais que el progreso de la razón (la ciencia y la filosofía) ha de coincidir con un supuesto desarrollo de la fe.
Consecuencia de ello es la idea central que este autor transmitió al modernismo y a sus herederos espirituales: que la fe no es un conjunto de verdades inmutables por divinas en su origen y reveladas en su transmisión, ni la Iglesia algo constituido sobre bases incam­bia­bles, ni la religión religación con un orden transcendente y eterno, sino que fe, Iglesia y religión son algo “en transformación”, en evolución perfectiva como la razón y la ciencia humanas, con cuyo progreso o desarrollo vendrán a identificarse a modo de una concomitante iluminación o animación profética. Tal es la idea que Lamennais legó al modernismo del siglo pasado y al llamado "progresismo religioso" de nuestros días.
En el progreso de la ciencia (y de la técnica) se acerca el hombre a su plenitud humana, y, simultáneamente, a la futura religión universal o planetaria en la que coincidirán por convergencia todas las religiones del mundo.

Lamennais hace la apología de la religión, al contribuir a romper las ligaduras de la opresión histórica y a liberar las fuerzas de la razón y la personalidad del hombre. En su término, la religión está llamada a disolverse en esa plena realización de las potencias humanas, de cuya asunción cósmica habrá sido heraldo y profeta.
Veamos, como ejemplos, algunas de las frases más significativas de nuestro autor, que parecen expresar, con más de siglo y medio de anticipación, las ideas de los actuales progresismo y ecumenismo religiosos, recibidas por éstos a través del modernismo de principios de siglo:
“La religión es universal; es como la razón humana, pero (como ella también) se desarrolla en un proceso natural, tanto en el género humano como en cada uno de sus individuos".
(Reconocemos aquí la noción actual de una religión progresiva, sin dogmas ni normas inmutables, y el tan divulgado slogan de “aggiornamento” y de una Iglesia en marcha. Asimismo los dic­tados descalificadores de inmovilista y de reaccionario, comunes a la terminología del progresismo y del marxismo.)
"Antes o después se implantará una gran religión (humanista) que no será sino una fase de esa religión universal y una. Brotará del caos actual de religiones y realizará entre los hombres la más vasta unidad que nunca en el pasado se haya conocido".
(Se trata aquí de la expresión más perfecta del ecumenismo de nues­tros días, que no es ya un inten­to misionero y caritativo de atraer a cismáti­cos y paganos hacia la única y ver­da­dera Iglesia, sino el ensayo (extra­eclesiástico y di­plo­má­tico) de al­can­zar un punto teórico de confluencia del que nazca un nuevo cristianismo –o una nueva religión– que sea como el desarrollo de las exis­ten­tes. Es también el ger­men del pacifismo eclesiástico (o irenismo) de la ac­tua­lidad que busca, a cualquier precio, la paz (temporal) del mundo, aún prescindiendo de lo que hoy se llaman despectivamente "diferencias" o "discriminaciones" religiosas.)
"Las prerrogativas que los católicos creen patrimonio de la Iglesia sobrenatural pertenecen a la humanidad toda; ella es la verdadera Iglesia instituida por Dios en la creación, y esas altas prerrogativas forman lo que se ha llamado Soberanía del Pueblo. En ella, la decisión suprema: vox populi, vox Dei (...) Confinada hasta aquí la Iglesia en lo que tiene de dogma y jerarquía, el cristianismo no ha penetrado todavía en la Ciencia ni en la gran sociedad del futuro".

(Estos párrafos nos descubren las raíces del llamado humanismo cristiano, especie de culto al Hombre como fuente de todo valor, y del consiguiente rebajamiento de la religión para situarla al servicio del hombre. La tendencia asimismo de sustituir al pueblo fiel por el "pueblo de Dios", es decir, todos los hom­­bres. Nos explican también el im­perativo contemporáneo de des­mi­tificación religiosa -religión racio­nal, "para adultos"- o desa­lie­na­­ción, como se dice también con terminología marxista. Según este im­perativo, el cristiano consciente o "maduro" debe desasirse sucesivamente de toda concreción históri­ca o de toda forma de civilización supuestamente cristiana, estimada ahora como "triunfalismo" o "constantinismo"; de toda simbo­lo­gía, rito o costumbre de la Iglesia, til­dados de "alienaciones" superadas; y, por último, de su propio contenido religioso –dogmático y disci­pli­nario– para insertarse en una pan­teística apertura de amor a todo lo humano en su progreso, supuestamente "realizador" y perfeccio­nante.)

Lamennais fue condenado por las encíclicas de Gregorio XVII de 1831 y 1834, y, más tarde, sus doctrinas por el Syllabus de Pío IX. Murió sin retractación, fuera de la Iglesia.
Sus doctrinas, sin embargo, no mueren con él. A fines del siglo pasado renacen en un extenso movimiento cuyo centro más visible fue la revista Le Sillon (El Surco) de Marc Sangnier, al que se asocian nombres como los de Loisy, La­berthonnière, etc.
Este movimiento fue solemnemente condenado por San Pío X en su Encíclica Pascendi bajo el nombre genérico de "modernismo", y hasta tal punto consideró peligrosa y disolvente para la fe su doctrina que estableció la obligación para todos los clérigos en el momento de su ordenación, y para todos los obispos en su consagración, de prestar el "juramento contra el modernismo" que les ataba con el estigma de perjurio si en todo o en parte aceptaban ese conjunto de doctrinas. Este juramento fue abolido, naturalmente, en 1967.
Los modernistas, siempre agazapados en una falsa sumisión, no han dejado de propagar sus doctrinas en el seno de la Iglesia, en la espera siempre de unas condiciones propicias –deseablemente un papa proclive– para hacerse con el poder en la Iglesia.
Esa ocasión fue el Concilio Vaticano II, donde lograron im­poner unos esquemas de inspiración ecumenista (nombre actual del modernismo) en los que aparece ya el ecumenismo sincretista que sería su culminación.
Recuérdese el discurso de clausura de Pablo VI que es una glosa de la idea de Lamennais según la cual "la religión del hombre que se hace Dios (por el progreso de la ciencia) vendrá a identificarse con la religión del Dios que se hace hombre (el cristia­nismo en interpretación moder­nista)".
Recuérdese más tarde la asamblea inter­­religiosa de Asís convocada por Juan Pablo II y las visitas de éste a todas las religiones del mundo rindiéndoles pleitesía por sus valores salvíficos.

En los treinta últimos años desde el Concilio no se ha logrado ciertamente la reunión de ninguna confesión al verdadero tronco de la Iglesia, pero sí la división de ésta en católicos y ecumenistas o progresistas. Sin embargo, por duro que sea el presente, el católico sabe por su fe que las "puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia".

Rafael Gambra

FUERA DE LA IGLESIA CATÓLICA ¿SALVACIÓN?

Carta de la Sgda. Congregación del Santo Oficio al arzobispo de Boston (USA), de fecha 8 de agosto de 1949, sobre el axioma que dice: "Fuera de la iglesia catolica no hay salvacion"

Estamos obligados por la fe católica y divina a creer todas las cosas contenidas en la palabra de Dios, ya sea en las Sagradas Escrituras o en la Tradición y que son propuestas por la Iglesia para ser creídas como divinamente reveladas, no sólo a través de la solemne declaración sino también por medio de su oficio de enseñar ordinario y universal.
Ahora bien, entre todas las cosas que la Iglesia ha siempre predicado y nunca dejará de predicar está lo contenido en esa declaración infalible por la cual se nos instruye que no existe la salvación fuera de la Iglesia Católica.
Sin embargo, este dogma debe ser entendido en el mismo sentido que lo entiende la Iglesia. Puesto que no fue para juicio privado que Jesucristo Nuestro Señor manifestó las verdades contenidas en el depósito de la fe, sino para que fueran contenidas por la autoridad de enseñar de la Iglesia.
Ahora bien, en primer lugar, la Iglesia enseña que en esta materia existe una cuestión de la más estricta orden de Jesucristo. Puesto que Él explícitamente ordenó a sus apóstoles el predicar a todas las naciones la practica de todas las verdades que Él mismo ha ordenado.

OBLIGACION DE PERTENECER A LA IGLESIA CATÓLICA. Ahora, bien, uno de los mandamientos de Dios (...) es por el cual estamos obligados a pertenecer por medio del Bautizo al cuerpo místico de Jesucristo, es decir la Iglesia Católica, y permanecer unidos a Jesucristo y su Vicario, por medio del cual Él mismo de una manera visible gobierna a la Iglesia en este mundo.
Por lo tanto nadie se salvará quien a sabiendas de cuál es la Iglesia divinamente establecida por Jesucristo, se niegue someterse a Ella y rechace la obediencia debida al Soberano Pontífice, vicario de Jesucristo en la tierra. No sólo ordenó, Jesucristo Nuestro Señor, que todas las naciones deberían de pertenecer a la Iglesia Católica, sino que también declaró a la Iglesia como medio de salvación, sin la cual nadie puede entrar al reino de la gloria eterna.

EL "DESEO" DE PERTENECER A LA IGLESIA, PUEDE SER SUFICIENTE. En su infinita misericordia Dios ha deseado que los efectos necesarios para que alguien se salve, es decir esos medios de salvación los cuales están dirigidos a la salvación del hombre como a su fin último, no por necesidad intrínseca sino por institución divina, pueden también ser obtenidos en ciertas circunstancias, cuando éstos sean utilizados sólo como un "deseo persistente". Esto lo vemos claramente establecido en el Concilio de Trento, tanto en referencia al sacramento del Bautismo como al de la Penitencia.
Lo mismo debe declararse de la Iglesia en su propio nivel, en cuanto a que Ella es el medio general de salvación. Por lo tanto, para que alguien pueda obtener la salvación de su alma (...) es necesario que por lo menos esté en unión con la Iglesia por el deseo persistente de así serlo.

EL “DESEO” IMPLICITO. De cualquier forma, el “deseo” no necesita ser siempre “explícito”, como lo es en los catecúmenos; pero cuando una persona está envuelta en una ignorancia invencible, Dios acepta de igual forma un “deseo implícito”, así llamado porque esta incluido dentro de esa buena disposición del alma por medio de la cual una persona desea que su voluntad sea conforme a la voluntad de Dios.
Estas enseñanzas están claramente manifiestas en la carta dogmática emitida por el Soberano Pontífice, Papa Pío XII, el 29 de Junio de 1948, sobre "El Cuerpo Místico de Jesucristo". Puesto que en esta encíclica, el Papa claramente distingue entre quienes están actualmente incorporados a la Iglesia como miembros, y quienes pertenecen a ésta sólo por el “deseo” de así serlo.
Discutiendo acerca de cuales son los miembros que pertenecen al Cuerpo Místico en el mundo, el mismo Pontífice dice: "En realidad sólo aquellos, quienes han sido bautizados y profesan la fe verdadera y quienes no han tenido la mala fortuna de separarse ellos mismos de la unidad del Cuerpo, o han sido excluidos por la autoridad legítima por alguna falta grave cometida, deben ser considerados como miembros de la Iglesia".
(...) Cuando de una manera mucho más afectiva invita a la unidad a aquellos que no pertenecen al cuerpo de la Iglesia Católica, menciona a aquellos que "están relacionados al cuerpo místico del Redentor por una cierta emoción fuerte de deseo inconsciente", a éstos por ningún motivo los excluye de la salvación eterna sino que por el contrario establece que éstos están en la condición "en la cual no pueden estar seguros de su salvación", puesto que "ellos aún permanecen privados de todos esos beneficios celestiales y gracias que sólo pueden disfrutarse dentro de la Iglesia Católica".
Con estas sabias palabras rechaza a ambos, a aquellos que excluyen de la salvación eterna todos los unidos a la Iglesia Católica sólo por el deseo implícito, y a aquellos que falsamente afirman que el hombre puede salvarse de la misma manera en cualquier religión.

NECESIDAD DE LA FE. Mas no se debe enseñar que cualquier tipo de “deseo” de pertenecer a la Iglesia es suficiente para que uno pueda salvarse. Es necesario que el deseo por el cual se relaciona a la Iglesia sea animado por la caridad perfecta. Ni puede un deseo implícito producir sus efectos, a menos que la persona tenga la fe sobrenatural "porque quien se acerque a Dios debe creer que Dios existe y que Él recompensará a quienes lo buscan". El Concilio de Trento declara: "La fe, es el principio de la salvación del hombre (...) sin la cual es imposible agradar a Dios (...)”.

EL SANTO ROSARIO Y LAS FAMILIAS

En otra de sus habituales alocuciones a los recién casados el Papa Pío XII desgrana la espiritualidad del Santo Rosario imbricándola en los misterios de gozo, de dolor y de gloria que vivirán las nuevas familias a lo largo de los años. Llama particularmente la atención sobre la importancia de la espiritualidad mariana, resumida en este salterio de la Virgen, y el buen curso que su rezo cotidiano y devoto imprime a la vida familiar.

16 de Octubre de 1940.
De todo corazón os damos la bienvenida, queridos recién casados, a quienes parece haber conducido a Nos la Virgen del Santísimo Rosario, en este mes consagrado a ella. Nos place mirarla con los ojos del espíritu -como la han visto algunos santos privilegiados- inclinada hacia vosotros con una sonrisa para ofreceros aquel simple y devoto objeto que, a través de una cadena de anillos flexibles y ligeros que no recuerda sino una servidumbre de amor, reúne por decenas sus pequeños granos, llenos de un invisible jugo sobrenatural, mientras que en vuestro canto, arrodillados ante ella, prometéis honrarla, ofreciéndole con la mayor frecuencia posible, en todas las vicisitudes de la vida familiar, el tributo de vuestra piedad.

El rosario, según la etimología misma de la palabra, es una corona de rosas, cosa encantadora que en todos los pueblos representa una ofrenda de amor y un símbolo de alegría. Pero estas rosas no son aquellas con que se adornan con petulancia los impíos, de los que habla la Sagrada Escritura: "Coronémonos de rosas -exclaman- antes de que se marchiten". Las flores del rosario no se marchitan; su frescura es incesantemente renovada en las manos de los devotos de María; y la diversidad de la edad, de los países y de las lenguas, da a aquellas rosas vivaces la variedad de sus colores y de su perfume.
En este rosario universal y perenne, habéis tomado parte desde vuestra infancia. Vuestras madres os enseñaron a hacer correr lentamente entre vuestros dedos infantiles los granos del rosario y a pronunciar al mismo tiempo las sencillas y sublimes palabras de la oración dominical y de la salutación angélica. Un poco más tarde, con ocasión de vuestra primera comunión, fuisteis consagrados a vuestra Madre celestial, recitando el rosario, recibido en regalo como recuerdo de aquel gran día, con un fervor ingenuamente aumentado por la delicada belleza de sus perlas. ¡Cuántas veces, después, habréis renovado vuestra doble ofrenda, a Jesús y a su Divina Madre, ante el tabernáculo eucarístico o en la Congregación Mariana! Y ahora, con el sacramento del matrimonio celebrado en este mes dedicado a María, nos parece que toda vuestra vida por venir será como una mata de rosas, un rosario cuyo rezo perseverante y concorde comienza cuando a los pies del altar habéis unido vuestros corazones, obligados así por deberes nuevos y más graves, que con vuestro consentimiento nupcial bendito por Dios habéis libremente contraído.

Vuestro "sí" sacramental, tiene en realidad algo del "Pater noster" por el compromiso que implica de santificar el nombre de Dios en la obediencia a sus leyes ("sanctificetur nomen tuum"), de establecer su reino en vuestro hogar doméstico ("adveniat regnum tuum"), de perdonar todos los días, el uno a la otra, las mutuas ofensas o faltas ("et dimitte nobis... sicut es nos dimittimus..."), de combatir las tentaciones ("et ne nos inducas in tentationem"), de huir del mal ("sed libera nos a malo"), y sobre todo el "fiat" resuelto y confiado con que os presentáis al encuentro de los misterios del porvenir.
Aquel "sí" es también como un reflejo de la salutación angélica, porque os abre una nueva fuente de gracia, de la que María, "gratia plena", es la soberana dispensadora, y que es la habitación de Dios en vosotros ("Dominus tecum"); es una prenda especial de bendiciones no sólo para vosotros, sino también para los frutos de vuestra unión; un nuevo título de remisión de los pecados durante la vida y de asistencia materna en la hora suprema ("nunc et in hora..."). Así pues, permaneciendo fieles a los deberes de vuestro nuevo estado, viviréis en el espíritu del santo rosario, y vuestras jornadas se desenvolverán como una concatenación de actos de fe y de amor hacia Dios y hacia María, a través de los años, que os deseamos numerosos y ricos de favores celestes.

Pero un rosario, queridos hijos e hijas, significa también que los misterios de vuestro porvenir no serán siempre y únicamente hechos de alegrías; tendrán también acaso providenciales dolores. Es la ley de toda vida humana, como de todo ramo de rosas, que las flores están mezcladas con las espinas. Vosotros vivís ahora los misterios gozosos, y os auguramos que gustéis largamente su dulzura, porque la felicidad se ha prometido a quien teme al Señor y pone todas sus delicias en sus mandamientos, está prometida a los mansos, a los misericordiosos, a los puros de corazón, a los pacíficos, y vosotros esperáis que la Providencia, cuyos secretos designios os han traído el uno hacia la otra, derramará sobre vuestro hogar la bendición prometida a los patriarcas, cantada por la Iglesia en la liturgia del matrimonio; la bendición alegre de la fecundidad: "matrem filiorum, laetantem".
De igual manera que habéis recibido y recibiréis las alegrías -las de hoy y las de mañana- con filial reconocimiento y prudente moderación, acogeréis con espíritu de fe y sumisión los misterios dolorosos del porvenir, cuando llegue su hora. ¿Misterios? Es el nombre que el hombre da con frecuencia al dolor, porque si no acostumbra a buscar una significación a sus gozos, querría, en cambio, con su corta vista, saber la razón de sus desventuras, y sufre doblemente cuando no ve aquí abajo su por qué. La Virgen del Rosario, que es también la del "Stabat" en el Calvario, os enseñará a estar de pie bajo la cruz, por muy densa que pueda ser su sombra, porque comprenderéis con el ejemplo de esta "Mater dolorosa" y reina de los mártires, que los designios de Dios superan infinitamente los pensamientos de los hombres, y que aun cuando hieren el corazón, están inspirados por el más tierno amor de nuestras almas.

¿Podréis esperar, deberéis desear que haya también en el rosario de vuestra vida misterios gloriosos? Sí, si se trata aquí de la gloria que sólo la fe puede percibir y gustar. Los hombres se paran con frecuencia ante los resplandores humeantes del nombre que se dan o se disputan entre ellos con altisonantes palabras o acciones. Ser alabados, ser célebres: he aquí en lo que consiste para ellos la gloria. "Gloria es el frecuente conocimiento de algo con alabanza", escribía Cicerón. Pero los hombres no se cuidan con frecuencia de la gloria que sólo Dios puede dar, y por eso, según la palabra de nuestro Señor, no tienen la fe: "¿Cómo es posible, decía el Redentor a los judíos, que creáis, vosotros que andáis mendigando gloria los unos de los otros, y no buscáis la gloria que de sólo Dios procede?". La gloria del mundo se marchita, como las flores del campo, exclamaba Isaías; y por boca de este mismo Profeta, anunciaba el Dios de Israel que humillaría a los grandes de la tierra. ¿Qué hará, pues, el Dios encarnado, aquel Jesús que se decía "humilde de corazón" y que no había jamás buscado su propia gloria? Elevad, pues, vuestra mirada más arriba, o mejor aún, penetrad más profundamente con los ojos de la fe, y a la luz de las Sagradas Escrituras, en lo íntimo de vuestras almas. "Es una gran gloria, os dirá el Espíritu Santo, seguir al Señor". En una familia donde Dios es honrado, "corona de los ancianos son los hijos e hijas, y gloria de los hijos son sus padres". Cuanto más puros sean vuestros ojos, jóvenes madres de mañana, tanto más veréis en los queridos pequeñines confiados a vuestro cuidado almas destinadas a glorificar con vosotros el único objeto digno de todo honor y de toda gloria. Entonces, en lugar de perderos, como tantas otras, en sueños ambiciosos sobre la cuna de un recién nacido, os inclinaréis con mente devota sobre el frágil corazón que comienza a palpitar, y pensaréis, sin vanas inquietudes, en los misterios de su porvenir, que confiaréis a la ternura ¡más maternal todavía y cuánto más poderosa que la vuestra! de la Virgen del Rosario.
De este modo, el santo Rosario os enseña que la gloria del cristiano no tiene lugar en su peregrinación terrestre. Interrogad la serie de los misterios: gozosos y dolorosos, desde la anunciación a la crucifixión, dibujan como en diez cuadros toda la vida del Salvador; los misterios gloriosos no comienzan sino el día de Pascua, y ya no cesan; ni para Jesús resucitado, que sube a la diestra del Padre y envía al Espíritu Santo a presidir, hasta el fin de los siglos, la propagación de su reino; ni para María que, arrebatada al Cielo sobre las alas ardientes de los ángeles, recibe allí de las manos del Padre celestial la corona eterna.

De este mismo modo os ocurrirá a vosotros, queridos hijos e hijas, si permanecéis fieles a las promesas hechas a Dios y a María, y observáis lealmente las obligaciones que habéis adquirido el uno respecto de la otra. No os avergoncéis del Evangelio; y en un tiempo en que muchas almas débiles y vacilantes se dejan vencer por el mal, no imitéis su extravío, sino triunfad del mal, según el consejo de San Pablo, haciendo el bien. Así, el rosario de vuestra vida, continuado por una cadena de años, que os deseamos largos y benditos, tendrá su término feliz cuando caiga para vosotros el velo de los misterios en la glorificación luminosa y eterna de la Santísima Trinidad: "¡Gloria Patri et Filio et Spiritui Sancto, amen!".

S.S. Pío XII Papa