Mons. Williamson nos recuerda las reflexiones que Mons. Lefebvre brindó a los cuatro futuros obispos durante el retiro preparatorio a las consagraciones episcopales de 1988.
Monseñor, a diez años de distancia, ¿qué recuerdo guarda Ud. de aquel día inolvidable de las consagraciones episcopales del 30 de junio de 1988? Si debiese resumirlo todo en una palabra, diría que las consagraciones de 1988 me dejan un recuerdo de objetividad.
Pero, ¿qué entiende usted por objetividad? Para mí, constituye verdaderamente la esencia misma del espíritu y del combate de Mons. Lefebvre. Para un mundo que se ahoga en el subjetivismo, es la Tradición la que prima sobre el magisterio subjetivo. Hay un Dios, hay una verdad, hay un Salvador. Hoy se los traiciona. A nosotros nos toca hacer lo que esté en nuestras manos para no traicionarlos. Eso es todo.
¿Les habló Mons. Lefebvre de que llegaran, a pesar de todo, a un acuerdo con Roma? Al contrario, nos mostró que no había acuerdo posible con esa Roma: «Se acabó, nos dijo durante el retiro preparatorio ya no hay negociaciones entre Roma y nosotros. Cuanto más se reflexiona, más cuenta se da uno de que sus intenciones no son buenas. Miren lo que les ha pasado a Dom Agustín, el padre de Blignières. Quieren que el Concilio se enseñoree de todo, aunque dejándonos un poco de Tradición. (...)
«Dom Gérard nos dice que un acuerdo con Roma nos daría un campo inmenso de apostolado. Sí, pero en un mundo equívoco, ambiguo, que acabaría por pudrirnos. (...)».
¿Evocó Mons. Lefebvre las consecuencias previsibles, internas o externas, de dichas consagraciones, para la Fraternidad Sacerdotal San Pío X? Sí; he aquí lo que nos dijo: «Si algunos nos abandonan como consecuencia de las consagraciones episcopales, no será más grave que en 1977, cuando varios profesores y seminaristas nos dejaron de repente. Todos estos acabaron por someterse y ahora están dispersos.
«Una excomunión eventual no vale nada, dado que ellos (Roma) no defienden el bien de la Iglesia y quieren acabar con la Tradición; pero excomulgarnos va a molestarles. Andan un poco como locos buscando por todos los medios hacerme dudar (...).
«Basta leer la carta de aquel sacerdote, antiguo seminarista de Ecône, tránfuga a Roma (seminario Mater Ecclesiae), que quiso influir en nuestros seminaristas, alejándolos de nosotros, pero a quien las artimañas de dicha Roma harto desengañaron después. Confiesa en esa carta que se les trata como a parias, que se les obliga a quitarse la sotana, que no se les recibe. Descubrió lo que es esa Roma.
«Y entonces ¿quién nos garantiza que mantendrían su palabra con nosotros? Esa Roma que quiere hacernos retroceder. Fue Dios quien nos protegió al hacer que el protocolo del 5 de mayo se quedara en agua de borrajas. Mons. de Saventhem me objeta: ‘¡Son pequeños detalles y nada más!’ Respondo diciendo que sobre tales detalles gravita un peso enorme. Desean conducir nuestras obras hacia el espíritu conciliar. Con el protocolo del 5 de mayo habríamos muerto pronto: no habríamos durado ni un año.
«Actualmente estamos unidos, pero si, por el contrario, hubiera cuajado el protocolo en cuestión, andaríamos ahora precisados de contactos, reinaría la división en el interior de la Fraternidad, todo nos dividiría. Quizá afluyeran a nosotros nuevas vocaciones porque estaríamos ‘con Roma’, pero éstas no soportarían ningún distanciamiento con la Santa Sede: sería la división. En la actualidad, las vocaciones se expurgan por sí mismas.
«(...) Por nuestra parte, salvamos la Tradición y a la Fraternidad alejándonos prudentemente. Hicimos una prueba leal, para ver si podíamos continuar la Tradición, guardándola en lugar seguro; sin embargo, se reveló imposible: ellos han cambiado, pero para peor. (...)».
¿Les dijo también Monseñor palabras con respecto a su papel de obispos? Sí. Nuestra función es predicar la fe. Nuestra situación nada tiene de cismática, y lo que está en juego es preservar la fe en la Iglesia a pesar de una autoridad que ya no profesa esta fe.
«Serán ustedes obispos para la Iglesia, al servicio de la Fraternidad, como se apuntaba en el protocolo del 5 de mayo. Sólo la Fraternidad es interlocutora válida con Roma. Al Superior General tocará reanudar el contacto con Roma eventualmente, en el momento oportuno. Roma sólo trató conmigo a causa de la Fraternidad. Es un órgano válido.
«Su papel consistirá en administrar los sacramentos del orden y de la confirmación, preservar la fe con las confirmaciones y proteger al rebaño. (...)».
Ahora dura ya treinta años. ¿Ha habido algún cambio? Esencialmente no. Mons. Lefebvre supo discernir y trazar con clarividencia y coraje las grandes líneas de nuestro combate. ¡A nosotros nos toca seguirlo! ¡A nosotros nos toca resistir!
Monseñor, a diez años de distancia, ¿qué recuerdo guarda Ud. de aquel día inolvidable de las consagraciones episcopales del 30 de junio de 1988? Si debiese resumirlo todo en una palabra, diría que las consagraciones de 1988 me dejan un recuerdo de objetividad.
Pero, ¿qué entiende usted por objetividad? Para mí, constituye verdaderamente la esencia misma del espíritu y del combate de Mons. Lefebvre. Para un mundo que se ahoga en el subjetivismo, es la Tradición la que prima sobre el magisterio subjetivo. Hay un Dios, hay una verdad, hay un Salvador. Hoy se los traiciona. A nosotros nos toca hacer lo que esté en nuestras manos para no traicionarlos. Eso es todo.
¿Les habló Mons. Lefebvre de que llegaran, a pesar de todo, a un acuerdo con Roma? Al contrario, nos mostró que no había acuerdo posible con esa Roma: «Se acabó, nos dijo durante el retiro preparatorio ya no hay negociaciones entre Roma y nosotros. Cuanto más se reflexiona, más cuenta se da uno de que sus intenciones no son buenas. Miren lo que les ha pasado a Dom Agustín, el padre de Blignières. Quieren que el Concilio se enseñoree de todo, aunque dejándonos un poco de Tradición. (...)
«Dom Gérard nos dice que un acuerdo con Roma nos daría un campo inmenso de apostolado. Sí, pero en un mundo equívoco, ambiguo, que acabaría por pudrirnos. (...)».
¿Evocó Mons. Lefebvre las consecuencias previsibles, internas o externas, de dichas consagraciones, para la Fraternidad Sacerdotal San Pío X? Sí; he aquí lo que nos dijo: «Si algunos nos abandonan como consecuencia de las consagraciones episcopales, no será más grave que en 1977, cuando varios profesores y seminaristas nos dejaron de repente. Todos estos acabaron por someterse y ahora están dispersos.
«Una excomunión eventual no vale nada, dado que ellos (Roma) no defienden el bien de la Iglesia y quieren acabar con la Tradición; pero excomulgarnos va a molestarles. Andan un poco como locos buscando por todos los medios hacerme dudar (...).
«Basta leer la carta de aquel sacerdote, antiguo seminarista de Ecône, tránfuga a Roma (seminario Mater Ecclesiae), que quiso influir en nuestros seminaristas, alejándolos de nosotros, pero a quien las artimañas de dicha Roma harto desengañaron después. Confiesa en esa carta que se les trata como a parias, que se les obliga a quitarse la sotana, que no se les recibe. Descubrió lo que es esa Roma.
«Y entonces ¿quién nos garantiza que mantendrían su palabra con nosotros? Esa Roma que quiere hacernos retroceder. Fue Dios quien nos protegió al hacer que el protocolo del 5 de mayo se quedara en agua de borrajas. Mons. de Saventhem me objeta: ‘¡Son pequeños detalles y nada más!’ Respondo diciendo que sobre tales detalles gravita un peso enorme. Desean conducir nuestras obras hacia el espíritu conciliar. Con el protocolo del 5 de mayo habríamos muerto pronto: no habríamos durado ni un año.
«Actualmente estamos unidos, pero si, por el contrario, hubiera cuajado el protocolo en cuestión, andaríamos ahora precisados de contactos, reinaría la división en el interior de la Fraternidad, todo nos dividiría. Quizá afluyeran a nosotros nuevas vocaciones porque estaríamos ‘con Roma’, pero éstas no soportarían ningún distanciamiento con la Santa Sede: sería la división. En la actualidad, las vocaciones se expurgan por sí mismas.
«(...) Por nuestra parte, salvamos la Tradición y a la Fraternidad alejándonos prudentemente. Hicimos una prueba leal, para ver si podíamos continuar la Tradición, guardándola en lugar seguro; sin embargo, se reveló imposible: ellos han cambiado, pero para peor. (...)».
¿Les dijo también Monseñor palabras con respecto a su papel de obispos? Sí. Nuestra función es predicar la fe. Nuestra situación nada tiene de cismática, y lo que está en juego es preservar la fe en la Iglesia a pesar de una autoridad que ya no profesa esta fe.
«Serán ustedes obispos para la Iglesia, al servicio de la Fraternidad, como se apuntaba en el protocolo del 5 de mayo. Sólo la Fraternidad es interlocutora válida con Roma. Al Superior General tocará reanudar el contacto con Roma eventualmente, en el momento oportuno. Roma sólo trató conmigo a causa de la Fraternidad. Es un órgano válido.
«Su papel consistirá en administrar los sacramentos del orden y de la confirmación, preservar la fe con las confirmaciones y proteger al rebaño. (...)».
Ahora dura ya treinta años. ¿Ha habido algún cambio? Esencialmente no. Mons. Lefebvre supo discernir y trazar con clarividencia y coraje las grandes líneas de nuestro combate. ¡A nosotros nos toca seguirlo! ¡A nosotros nos toca resistir!
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