La televisión no favorece nuestra unión con Dios. Entorpece mucho el recogimiento, excita nuestra curiosidad de saberlo todo, nos hace vivir continuamente fuera de nosotros mismos. No hay vida interior posible con televisión. No nos enseña a amar a Dios por encima de todas las cosas, no nos anima a practicar la virtud y evitar el pecado, todo lo contrario, predica continuamente los siete pecados capitales. ¿Qué hace sino explotar y estimular las debilidades que hemos heredado del pecado original? Y no pensemos tan sólo en el sexto mandamiento; es todo ese espíritu que lucha contra Cristo y su Iglesia el que se pavonea continuamente y el que arrasa con la fe, la moral, las costumbres, las instituciones y todo aquello que debería encaminarnos hacia Dios. Se nos enseña a vulnerar los diez mandamientos, desde el primero hasta el último.
La televisión enfría también la caridad con el prójimo, favoreciendo el egoísmo y deshaciendo toda vida familiar, y la caridad con nosotros mismos pues nos impide cumplir con nuestro deber de estado, haciéndonos perder el tiempo que podríamos aprovechar mejor. ¿Y qué decir cuando además hay niños en la casa? ¡Atención a la responsabilidad de los padres ante Dios, que por su falta de vigilancia y cuidado serán causa de tantas faltas de sus hijos!
Incluso desde un punto de vista meramente natural incita a la revuelta de nuestra sensibilidad contra nuestra alma. ¿Quién no ha experimentado su poder “hipnótico”? El bombardeo de imágenes paraliza nuestra inteligencia y debilita nuestra voluntad.
Pero ¡cuántas razones se alegan!:
No veo nunca malas películas. «Incluso películas moralmente irreprochables pueden sin embargo ser espiritualmente nocivas si descubren al espectador un mundo en el que no se hace ninguna alusión a Dios y a los hombres que creen en Él y lo veneran, un mundo donde las personas viven y mueren como si Dios no existiese» (Pío XII, 28 oct. 1955). «Una película, incluso irreprochable nos da, por su misma naturaleza una visión unilateral y corre el riesgo por consiguiente de tornar superficial el espíritu del joven si éste no se alimenta al mismo tiempo de útiles y sanas lecturas» (Pío XII, 30 enero 1949). «La película, no hablando más que a los sentidos y de una manera demasiado unilateral arrastra consigo el riesgo de producir en las almas un estado de ligereza y de pasividad» (Pío XII, 6 oct. 1948).
La miro tan sólo para entretenerme. «La radio, el cine, la televisión ponen a los cristianos de hoy en contacto con todas las formas de la vida y de la actividad humana. Atrapados en ese torbellino que no les da oportunidad para la reflexión y el recogimiento, cómo no van a llegar insensiblemente a perder el sentido de las otras realidades, más verdaderas y más altas, pero también más austeras, las de la vida espiritual, de las que conservan, a pesar de todo, como una nostalgia, pero que corren el riesgo de estancarse sin tener ya valor alguno o significación» (Pío XII, 3 abril 1956).
Tan sólo veo las noticias. Sí, esas “noticias” siempre filtradas y dirigidas que no hacen en el fondo sino “desinformar”. Se hincha, recarga, exagera, fantasea la realidad, de la que se nos aleja y que ya no conocemos sino a través del criterio que se nos impone. ¿No es acaso la televisión la que en gran parte determina la norma y la medida de lo que hay que pensar sobre los diferentes acontecimientos? ¿Qué dice y qué “opina” la gente, sino lo que ha oído y visto en la televisión? No basta con conocer los hechos, es necesario juzgarlos a la luz del buen sentido y de la fe, y eso es precisamente lo que falta en la televisión.
Si todavía no nos sentimos capaces de hechar fuera de nuestros hogares al “judío electrónico”, por lo menos fortalezcamos nuestras almas en esta cuaresma ofreciendo, quizás, el sacrificio de ver, al menos, menos televisión. Dios no podrá dejar de ayudarnos a cumplir este santo propósito.
La televisión enfría también la caridad con el prójimo, favoreciendo el egoísmo y deshaciendo toda vida familiar, y la caridad con nosotros mismos pues nos impide cumplir con nuestro deber de estado, haciéndonos perder el tiempo que podríamos aprovechar mejor. ¿Y qué decir cuando además hay niños en la casa? ¡Atención a la responsabilidad de los padres ante Dios, que por su falta de vigilancia y cuidado serán causa de tantas faltas de sus hijos!
Incluso desde un punto de vista meramente natural incita a la revuelta de nuestra sensibilidad contra nuestra alma. ¿Quién no ha experimentado su poder “hipnótico”? El bombardeo de imágenes paraliza nuestra inteligencia y debilita nuestra voluntad.
Pero ¡cuántas razones se alegan!:
No veo nunca malas películas. «Incluso películas moralmente irreprochables pueden sin embargo ser espiritualmente nocivas si descubren al espectador un mundo en el que no se hace ninguna alusión a Dios y a los hombres que creen en Él y lo veneran, un mundo donde las personas viven y mueren como si Dios no existiese» (Pío XII, 28 oct. 1955). «Una película, incluso irreprochable nos da, por su misma naturaleza una visión unilateral y corre el riesgo por consiguiente de tornar superficial el espíritu del joven si éste no se alimenta al mismo tiempo de útiles y sanas lecturas» (Pío XII, 30 enero 1949). «La película, no hablando más que a los sentidos y de una manera demasiado unilateral arrastra consigo el riesgo de producir en las almas un estado de ligereza y de pasividad» (Pío XII, 6 oct. 1948).
La miro tan sólo para entretenerme. «La radio, el cine, la televisión ponen a los cristianos de hoy en contacto con todas las formas de la vida y de la actividad humana. Atrapados en ese torbellino que no les da oportunidad para la reflexión y el recogimiento, cómo no van a llegar insensiblemente a perder el sentido de las otras realidades, más verdaderas y más altas, pero también más austeras, las de la vida espiritual, de las que conservan, a pesar de todo, como una nostalgia, pero que corren el riesgo de estancarse sin tener ya valor alguno o significación» (Pío XII, 3 abril 1956).
Tan sólo veo las noticias. Sí, esas “noticias” siempre filtradas y dirigidas que no hacen en el fondo sino “desinformar”. Se hincha, recarga, exagera, fantasea la realidad, de la que se nos aleja y que ya no conocemos sino a través del criterio que se nos impone. ¿No es acaso la televisión la que en gran parte determina la norma y la medida de lo que hay que pensar sobre los diferentes acontecimientos? ¿Qué dice y qué “opina” la gente, sino lo que ha oído y visto en la televisión? No basta con conocer los hechos, es necesario juzgarlos a la luz del buen sentido y de la fe, y eso es precisamente lo que falta en la televisión.
Si todavía no nos sentimos capaces de hechar fuera de nuestros hogares al “judío electrónico”, por lo menos fortalezcamos nuestras almas en esta cuaresma ofreciendo, quizás, el sacrificio de ver, al menos, menos televisión. Dios no podrá dejar de ayudarnos a cumplir este santo propósito.
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