Mas el amor encuentra su ejercicio en la inmolación. Pártese del principio de que no hay más amor verdadero que el que nace del sacrificio de sí en todo; sacrificios escogidos, he aquí la esencia del amor puro. Es lo que nuestro Señor expresaba con estas palabras: "Nadie ama más que aquel que da la vida por su amigo."
Dios hace sufrir al alma que se le ha entregado, y sufrir incesantemente. ¡Arduo trabajo! Para tomar plena posesión del alma, Dios la aniquila y ocupa su lugar, y como quiera que la tentación de volver a ser ella renace sin cesar, Dios combate esta tentación y le hace padecer; anula su espíritu y sofoca su corazón.
Al entendimiento que no quiere rendirse a discreción, lo sumerge en tinieblas, en tentaciones contra la fe, la esperanza y la confianza en Dios, en el desaliento. No habrá paz mientras rindiéndose del todo no renuncie el entendimiento a sus propias luces. Nada pueden los directores en semejante estado. Estos razonan, hablan de una bondad de Dios, que ya por ningún lado ve el alma, el pasado espanta y el porvenir hace temblar. ¿Qué hacer? Aceptarlo todo. Dios os quiere ver en tan rudo trance y no os indica el motivo. Lo que espera es que le digáis: No soy más que pecador, me someto a la prueba, haced cuanto os plazca. ¿Queréis que me vea agitado y atormentado? Pues yo también lo quiero. Así todo va bien. En lugar de ofreceros las buenas acciones que se presentan a mis ojos, os llevaré mi propia miseria que me mostráis. No amaré mi miseria, pero sí os glorificaré hasta por ella. Y Dios está aún entonces con vosotros. Puesto que Dios os quiere de esta manera, ¿qué os importa lo demás? Pero, sobre todo, no pretendáis examinar de demasiado cerca. Si decís: "¡Si Dios me desampara!, ¿qué va a ser de mí?", ¡os pondréis locos! Lo que Dios quiere saber es si le amáis más que vuestra voluntad aún sobrenatural; por lo demás, estad tranquilos, que hasta en el infierno le glorificáis. ¿Será que ambicionáis algo más que su gloria?
Respecto al corazón, ¡ah!, el corazón es de suyo tierno. Poco ha estaba en el paraíso y helo entre hielos y desgarramientos. Decir ¡amo! os parecerá una blasfemia. ¿Qué hacer? ¿Meter en razón al corazón o levantaros contra él? Eso no serviría sino para agravar la pena. Decid tan sólo: Cuán feliz era, Dios mío, cuando os amaba entre dulzuras; ahora me encuentro en tierra desolada y sin agua; pues bien, os amaré a vos más que la dulzura de vuestro corazón. Mi corazón me dice que no os amo. Pese a mi corazón, ¡os amaré por la voluntad!
Dios envía estos terribles asaltos a toda alma que quiere transformar en sí, no ciertamente para satisfacción propia, sino para hacerle merecer más. Gusta de atormentaros para que crezcáis en méritos y en gloria. Conoceréis que este estado proviene de Dios cuando continúa a pesar de todos los medios empleados para salir de él. ¿Es vuestra voluntad que os ame más que mi vida espiritual? Pues también la mía y ¡me sepulto vivo! Hasta tanto hay que llegar, si se quiere unir de veras con Dios. Quiere oro, no tierra ni aleaciones; la unión con Dios se suelda en el fuego. Cuando Dios pone a un alma en esta senda, cobra ésta una libertad interior increíble, libertad independiente de toda práctica, de todo estado particular. Su estado es su vida; puesto que Dios la ha puesto en él, ¿quién sino Él la hará salir de él?
¡Pero si esto es embrutecerse!, diréis quizá. ¡Cómo! ¿Vamos a privarnos de toda acción y de toda iniciativa? Claro que sí, como que éste es el sendero por donde Dios conduce a sus almas predilectas. ¿No las ama acaso tanto como puede amárselas? Contentaos con amaros como Dios os ama y dejaos en sus manos.
Decid a Dios con san Buenaventura: "Bien sé que me amáis más de lo que yo puedo amarme a mí mismo; ya no tengo por qué ocuparme de mí: para Vos este cuidado; sólo me ocuparé de Vos ".
San Pedro Julián de Eymard
Dios hace sufrir al alma que se le ha entregado, y sufrir incesantemente. ¡Arduo trabajo! Para tomar plena posesión del alma, Dios la aniquila y ocupa su lugar, y como quiera que la tentación de volver a ser ella renace sin cesar, Dios combate esta tentación y le hace padecer; anula su espíritu y sofoca su corazón.
Al entendimiento que no quiere rendirse a discreción, lo sumerge en tinieblas, en tentaciones contra la fe, la esperanza y la confianza en Dios, en el desaliento. No habrá paz mientras rindiéndose del todo no renuncie el entendimiento a sus propias luces. Nada pueden los directores en semejante estado. Estos razonan, hablan de una bondad de Dios, que ya por ningún lado ve el alma, el pasado espanta y el porvenir hace temblar. ¿Qué hacer? Aceptarlo todo. Dios os quiere ver en tan rudo trance y no os indica el motivo. Lo que espera es que le digáis: No soy más que pecador, me someto a la prueba, haced cuanto os plazca. ¿Queréis que me vea agitado y atormentado? Pues yo también lo quiero. Así todo va bien. En lugar de ofreceros las buenas acciones que se presentan a mis ojos, os llevaré mi propia miseria que me mostráis. No amaré mi miseria, pero sí os glorificaré hasta por ella. Y Dios está aún entonces con vosotros. Puesto que Dios os quiere de esta manera, ¿qué os importa lo demás? Pero, sobre todo, no pretendáis examinar de demasiado cerca. Si decís: "¡Si Dios me desampara!, ¿qué va a ser de mí?", ¡os pondréis locos! Lo que Dios quiere saber es si le amáis más que vuestra voluntad aún sobrenatural; por lo demás, estad tranquilos, que hasta en el infierno le glorificáis. ¿Será que ambicionáis algo más que su gloria?
Respecto al corazón, ¡ah!, el corazón es de suyo tierno. Poco ha estaba en el paraíso y helo entre hielos y desgarramientos. Decir ¡amo! os parecerá una blasfemia. ¿Qué hacer? ¿Meter en razón al corazón o levantaros contra él? Eso no serviría sino para agravar la pena. Decid tan sólo: Cuán feliz era, Dios mío, cuando os amaba entre dulzuras; ahora me encuentro en tierra desolada y sin agua; pues bien, os amaré a vos más que la dulzura de vuestro corazón. Mi corazón me dice que no os amo. Pese a mi corazón, ¡os amaré por la voluntad!
Dios envía estos terribles asaltos a toda alma que quiere transformar en sí, no ciertamente para satisfacción propia, sino para hacerle merecer más. Gusta de atormentaros para que crezcáis en méritos y en gloria. Conoceréis que este estado proviene de Dios cuando continúa a pesar de todos los medios empleados para salir de él. ¿Es vuestra voluntad que os ame más que mi vida espiritual? Pues también la mía y ¡me sepulto vivo! Hasta tanto hay que llegar, si se quiere unir de veras con Dios. Quiere oro, no tierra ni aleaciones; la unión con Dios se suelda en el fuego. Cuando Dios pone a un alma en esta senda, cobra ésta una libertad interior increíble, libertad independiente de toda práctica, de todo estado particular. Su estado es su vida; puesto que Dios la ha puesto en él, ¿quién sino Él la hará salir de él?
¡Pero si esto es embrutecerse!, diréis quizá. ¡Cómo! ¿Vamos a privarnos de toda acción y de toda iniciativa? Claro que sí, como que éste es el sendero por donde Dios conduce a sus almas predilectas. ¿No las ama acaso tanto como puede amárselas? Contentaos con amaros como Dios os ama y dejaos en sus manos.
Decid a Dios con san Buenaventura: "Bien sé que me amáis más de lo que yo puedo amarme a mí mismo; ya no tengo por qué ocuparme de mí: para Vos este cuidado; sólo me ocuparé de Vos ".
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