Se cuenta de Mitrídates, rey del Ponto, que, habiendo inventado el antídoto mitridático, de tal manera reforzó su cuerpo que, cuando quiso envenenarse a sí mismo, para no caer en la servidumbre de los romanos, no pudo lograrlo. Jesús el Salvador ha instituido el sacramento de la Eucaristía, que contiene realmente su carne y su sangre, para que quien lo coma viva eternamente. Por esta causa, el que la recibe con frecuencia y con devoción, de tal manera robustece la salud y la vida de su alma, que es casi imposible que sea envenenado por ninguna clase de malos afectos.
Es imposible alimentarse de esta carne de vida y vivir con afectos de muerte. Así como los hombres del paraíso terrenal no podían morir, por la fuerza de aquel fruto de vida que Dios había puesto allí, de la misma manera no se puede morir espiritualmente, por la virtud de este sacramento de vida.
Si los frutos más tiernos y más sujetos a la corrupción, como las cerezas, los albaricoques y las fresas, fácilmente se conservan todo el año confitados con azúcar y con miel, no es de maravillar que nuestros corazones, aunque débiles y miserables, se preserven de la corrupción del pecado, cuando están azucarados y dulcificados con la carne y la sangre del Hijo de Dios.
¡Oh Filotea!, los cristianos que sean condenados no sabrán qué responder, cuando el imparcial Juez les haga ver que, por su culpa, han muerto espiritualmente, aunque era una cosa muy sencilla conservar la vida y la salud, con sólo comer su Cuerpo: "Miserables –les dirá–, ¿por qué habéis muerto, teniendo a vuestra disposición comer del fruto y del manjar de vida?"
"En cuanto a recibir la comunión eucarística todos los días, ni lo alabo ni la repruebo; en cuanto a comulgar a lo menos todos los domingos, lo aconsejo y exhorto a todos a que lo hagan, con tal que el alma esté libre de todo afecto al pecado." Así habla san Agustín, por lo cual no alabo ni vitupero absolutamente el que comulgue diariamente, sino que lo dejo a la discreción del padre espiritual de cada uno, ya que, siendo necesarias las disposiciones debidas para la comunión frecuente, no es posible dar un consejo general. Estas disposiciones pueden encontrarse en muchas almas, por lo que se debe considerar la preparación interior de cada persona.
Sería imprudente aconsejar a todos indistintamente esta práctica; pero sería igualmente imprudente censurar a los que la siguen, sobre todo si obran aconsejados por algún digno director. Fue muy graciosa la respuesta de santa Catalina de Siena, a la cual, mientras hablaba de la comunión frecuente, le dijeron que san Agustín no alababa ni vituperaba el comulgar cada día: "Pues bien –replicó ella–, puesto que san Agustín no lo reprueba, os ruego que tampoco lo reprobéis vosotros, y esto me basta." Has visto cómo san Agustín exhorta y aconseja que no se deje de comulgar cada domingo; hazlo siempre que te sea posible.
Si eres prudente, no habrá ni padre, ni esposa, ni marido, que te impida comulgar frecuentemente; porque el ir a comulgar no ha de ser ningún estorbo para el cumplimiento de tus obligaciones diarias; más aún, comulgando serás cada día más dulce y más amable con ellos y no les negarás ningún servicio; por esto, no habrá por qué temer que se opongan a la práctica de este ejercicio, que no les acarreará ninguna molestia, a no ser que obren movidos por un espíritu en extremo quisquilloso e incomprensivo; en este caso, el director, como ya te lo he dicho, te aconsejará cierta condescendencia.
Es conveniente, ahora, decir unas palabras a los casados. En la Ley antigua, no era cosa bien vista que los acreedores exigiesen el pago de las deudas en los días de fiesta, pero aquella Ley nunca reprobó que los deudores cumpliesen sus obligaciones y pagasen a los que lo exigían. En cuanto a los derechos conyugales, si bien es de alabar la moderación, no es pecado hacer uso de los mismos los días de comunión, y el pagarlos no sólo no es reprobable, sino que es justo y meritorio. Así, pues, nadie que tenga obligación de comulgar se ha de privar de la comunión a causa de las relaciones conyugales. En la primitiva Iglesia, los cristianos comulgaban cada día, aunque estuviesen casados y tuviesen hijos; por esto te he dicho que la comunión frecuente no ocasiona ninguna molestia ni a los padres, ni a las esposas, ni a los maridos con tal que el alma que comulga sea prudente y discreta.
En cuanto a las enfermedades corporales, ninguna puede ser legítimo obstáculo para esta santa participación, a no ser que provocase con mucha frecuencia el vómito.
Para comulgar con frecuencia basta con estar libre de pecado mortal y tener un recto deseo de hacerlo. Siempre, empero, es mejor que pidas el parecer al padre espiritual.
Es imposible alimentarse de esta carne de vida y vivir con afectos de muerte. Así como los hombres del paraíso terrenal no podían morir, por la fuerza de aquel fruto de vida que Dios había puesto allí, de la misma manera no se puede morir espiritualmente, por la virtud de este sacramento de vida.
Si los frutos más tiernos y más sujetos a la corrupción, como las cerezas, los albaricoques y las fresas, fácilmente se conservan todo el año confitados con azúcar y con miel, no es de maravillar que nuestros corazones, aunque débiles y miserables, se preserven de la corrupción del pecado, cuando están azucarados y dulcificados con la carne y la sangre del Hijo de Dios.
¡Oh Filotea!, los cristianos que sean condenados no sabrán qué responder, cuando el imparcial Juez les haga ver que, por su culpa, han muerto espiritualmente, aunque era una cosa muy sencilla conservar la vida y la salud, con sólo comer su Cuerpo: "Miserables –les dirá–, ¿por qué habéis muerto, teniendo a vuestra disposición comer del fruto y del manjar de vida?"
"En cuanto a recibir la comunión eucarística todos los días, ni lo alabo ni la repruebo; en cuanto a comulgar a lo menos todos los domingos, lo aconsejo y exhorto a todos a que lo hagan, con tal que el alma esté libre de todo afecto al pecado." Así habla san Agustín, por lo cual no alabo ni vitupero absolutamente el que comulgue diariamente, sino que lo dejo a la discreción del padre espiritual de cada uno, ya que, siendo necesarias las disposiciones debidas para la comunión frecuente, no es posible dar un consejo general. Estas disposiciones pueden encontrarse en muchas almas, por lo que se debe considerar la preparación interior de cada persona.
Sería imprudente aconsejar a todos indistintamente esta práctica; pero sería igualmente imprudente censurar a los que la siguen, sobre todo si obran aconsejados por algún digno director. Fue muy graciosa la respuesta de santa Catalina de Siena, a la cual, mientras hablaba de la comunión frecuente, le dijeron que san Agustín no alababa ni vituperaba el comulgar cada día: "Pues bien –replicó ella–, puesto que san Agustín no lo reprueba, os ruego que tampoco lo reprobéis vosotros, y esto me basta." Has visto cómo san Agustín exhorta y aconseja que no se deje de comulgar cada domingo; hazlo siempre que te sea posible.
Si eres prudente, no habrá ni padre, ni esposa, ni marido, que te impida comulgar frecuentemente; porque el ir a comulgar no ha de ser ningún estorbo para el cumplimiento de tus obligaciones diarias; más aún, comulgando serás cada día más dulce y más amable con ellos y no les negarás ningún servicio; por esto, no habrá por qué temer que se opongan a la práctica de este ejercicio, que no les acarreará ninguna molestia, a no ser que obren movidos por un espíritu en extremo quisquilloso e incomprensivo; en este caso, el director, como ya te lo he dicho, te aconsejará cierta condescendencia.
Es conveniente, ahora, decir unas palabras a los casados. En la Ley antigua, no era cosa bien vista que los acreedores exigiesen el pago de las deudas en los días de fiesta, pero aquella Ley nunca reprobó que los deudores cumpliesen sus obligaciones y pagasen a los que lo exigían. En cuanto a los derechos conyugales, si bien es de alabar la moderación, no es pecado hacer uso de los mismos los días de comunión, y el pagarlos no sólo no es reprobable, sino que es justo y meritorio. Así, pues, nadie que tenga obligación de comulgar se ha de privar de la comunión a causa de las relaciones conyugales. En la primitiva Iglesia, los cristianos comulgaban cada día, aunque estuviesen casados y tuviesen hijos; por esto te he dicho que la comunión frecuente no ocasiona ninguna molestia ni a los padres, ni a las esposas, ni a los maridos con tal que el alma que comulga sea prudente y discreta.
En cuanto a las enfermedades corporales, ninguna puede ser legítimo obstáculo para esta santa participación, a no ser que provocase con mucha frecuencia el vómito.
Para comulgar con frecuencia basta con estar libre de pecado mortal y tener un recto deseo de hacerlo. Siempre, empero, es mejor que pidas el parecer al padre espiritual.
San Francisco de Sales
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