Tal vez vosotros tenéis miedo de asistir a una misa verdadera, a pesar del deseo que experimentáis, porque se os ha hecho creer que está prohibida esta misa. Tenéis miedo a situaros fuera de la Iglesia; en un principio este temor es loable, pero mal enfocado. Deseo deciros lo que hay en estas sanciones, prendidas con alfileres y de las que se han regocijado grandemente los francmasones y los marxistas. Es necesario hacer un relato histórico para que se comprenda bien.
Cuando fui enviado al Gabón como misionero, mi Obispo me nombró enseguida profesor en el seminario de Libreville, donde formé seminaristas durante dos años, de los cuales fueron varios los que recibieron después la gracia del episcopado. Llegado a Obispo a mi vez en Dakar, me pareció que mi primera ocupación debería ser la de buscar vocaciones, formar jóvenes que respondieran a la llamada del Señor, y conducirlos al sacerdocio.
De regreso en Europa, para asumir el cargo de Superior General de los Padres del Espíritu Santo, traté de conservar todos los valores esenciales de la formación sacerdotal. Tengo que confesar que ya entonces, a principios de los años 60, era tal la presión, las dificultades tan considerables, que no pude alcanzar el resultado que deseaba; no pude mantener el seminario francés de Roma, bajo la autoridad de nuestra Congregación, en la buena línea que era la suya, cuando noso-tros mismos estábamos en él, entre 1920 y 1930. Me vi obligado a dimitir en 1968 para no aceptar la reforma emprendida por el Capítulo General en un sentido contrario al de la tradición católica. Ya antes de esta fecha, numerosas familias y también sacerdotes, me habían rogado que les informara a qué lugares podrían enviar a los jóvenes que desearan hacerse sacerdotes. Confieso que me hallaba lleno de dudas. Libre de mis responsabilidades y pensando en retirarme, pensé en la Universidad de Friburgo, en Suiza, todavía orientada y dirigida por la doctrina tomista. El Obispo, Mons. Charrière, me recibió con los brazos abiertos. Alquilé una casa y acogimos en ella a 9 seminaristas, que seguían los cursos en la universidad, y llevaban en lo demás una verdadera vida de seminario. Muy pronto manifestaron su deseo de continuar y de trabajar unidos, por lo que, después de reflexionar, pregunté a Mons. Charrière si quería firmar un decreto de fundación de una “Fraternidad”. Monseñor aprobó los estatutos y así nació, el 1º de noviembre de 1970, la “Fraternidad Sacerdotal de San Pío X”. Estábamos erigidos canónicamente en la diócesis de Friburgo.
Estos detalles son importantes, como veréis. Un Obispo tiene canónicamente el derecho de erigir asociaciones en su diócesis, que Roma reconoce por el hecho mismo. A tal punto que si un Obispo, sucesor del primero, desea suprimir esta asociación o esta Hermandad, no puede hacerlo sin recurrir a Roma. La autoridad romana protege lo que ha hecho el primer Obispo, a fin de que las asociaciones no estén sometidas a una precariedad, que sería perjudicial a su desarrollo. ¡Así lo quiere el Derecho de la Iglesia!
Por consiguiente, la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X está reconocida por Roma de una manera absolutamente legal, aunque sea de derecho diocesano y no pontificio, lo que no es indispensable. Hay centenares de congregaciones religiosas de derecho diocesano que tienen casas en el mundo entero.
Cuando la Iglesia acepta una fundación, una asociación diocesana, acepta que ésta forme sus miembros; si se trata de una congregación religiosa, acepta que ésta tenga un noviciado, una casa de formación. Este es el papel de nuestros seminarios. El 18 de febrero de 1971, el Card. Wright, Prefecto de la Congregación del Clero, nos envió una carta, estimulándome y mostrándose seguro de que la Fraternidad “podría muy bien ponerse de acuerdo con el fin perseguido por el Concilio en este Santo Dicasterio, para la distribución del clero en el mundo”. Y, sin embargo, en noviembre de 1972 se hablaba, en la Asamblea Plenaria del Episcopado francés, en Lourdes, de “seminario salvaje”, sin que ninguno de los Obispos presentes, necesariamente al corriente de la situación jurídica del seminario de Ecône, protestase.
¿Por qué se nos considera como salvajes? Porque nosotros no dábamos la llave de la casa a los seminaristas para poder salir todas las noches a su antojo; porque no les hacíamos ver la televisión de 8 a 11; porque no llevaban jerseys de cuello de cisne, y sí, en cambio, asistían todas las mañanas a Misa, en lugar de quedarse en la cama hasta la primera clase.
Y, sin embargo, el Card. Garrone, con el que me reuní en aquel tiempo, me dijo: “Usted no depende de mí, y yo sólo puedo decirle una cosa: siga la ratio fundamentalis que he dado para la fundación de seminarios, y que todos los seminarios deben seguir”. La ratio fundamentalis prevé que se siga estudiando latín en el seminario; que los estudios se sigan según la doctrina de Santo Tomás. Me permití responderle: “Eminencia, creo que somos uno de los pocos que la siguen”. Y así continúa en el día de hoy, siguiendo la ratio fundamentalis en vigor. Entonces, ¿qué se nos reprocha?
Monseñor Lefebvre, Carta abierta a los católicos perplejos, cap. XIX
Cuando fui enviado al Gabón como misionero, mi Obispo me nombró enseguida profesor en el seminario de Libreville, donde formé seminaristas durante dos años, de los cuales fueron varios los que recibieron después la gracia del episcopado. Llegado a Obispo a mi vez en Dakar, me pareció que mi primera ocupación debería ser la de buscar vocaciones, formar jóvenes que respondieran a la llamada del Señor, y conducirlos al sacerdocio.
De regreso en Europa, para asumir el cargo de Superior General de los Padres del Espíritu Santo, traté de conservar todos los valores esenciales de la formación sacerdotal. Tengo que confesar que ya entonces, a principios de los años 60, era tal la presión, las dificultades tan considerables, que no pude alcanzar el resultado que deseaba; no pude mantener el seminario francés de Roma, bajo la autoridad de nuestra Congregación, en la buena línea que era la suya, cuando noso-tros mismos estábamos en él, entre 1920 y 1930. Me vi obligado a dimitir en 1968 para no aceptar la reforma emprendida por el Capítulo General en un sentido contrario al de la tradición católica. Ya antes de esta fecha, numerosas familias y también sacerdotes, me habían rogado que les informara a qué lugares podrían enviar a los jóvenes que desearan hacerse sacerdotes. Confieso que me hallaba lleno de dudas. Libre de mis responsabilidades y pensando en retirarme, pensé en la Universidad de Friburgo, en Suiza, todavía orientada y dirigida por la doctrina tomista. El Obispo, Mons. Charrière, me recibió con los brazos abiertos. Alquilé una casa y acogimos en ella a 9 seminaristas, que seguían los cursos en la universidad, y llevaban en lo demás una verdadera vida de seminario. Muy pronto manifestaron su deseo de continuar y de trabajar unidos, por lo que, después de reflexionar, pregunté a Mons. Charrière si quería firmar un decreto de fundación de una “Fraternidad”. Monseñor aprobó los estatutos y así nació, el 1º de noviembre de 1970, la “Fraternidad Sacerdotal de San Pío X”. Estábamos erigidos canónicamente en la diócesis de Friburgo.
Estos detalles son importantes, como veréis. Un Obispo tiene canónicamente el derecho de erigir asociaciones en su diócesis, que Roma reconoce por el hecho mismo. A tal punto que si un Obispo, sucesor del primero, desea suprimir esta asociación o esta Hermandad, no puede hacerlo sin recurrir a Roma. La autoridad romana protege lo que ha hecho el primer Obispo, a fin de que las asociaciones no estén sometidas a una precariedad, que sería perjudicial a su desarrollo. ¡Así lo quiere el Derecho de la Iglesia!
Por consiguiente, la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X está reconocida por Roma de una manera absolutamente legal, aunque sea de derecho diocesano y no pontificio, lo que no es indispensable. Hay centenares de congregaciones religiosas de derecho diocesano que tienen casas en el mundo entero.
Cuando la Iglesia acepta una fundación, una asociación diocesana, acepta que ésta forme sus miembros; si se trata de una congregación religiosa, acepta que ésta tenga un noviciado, una casa de formación. Este es el papel de nuestros seminarios. El 18 de febrero de 1971, el Card. Wright, Prefecto de la Congregación del Clero, nos envió una carta, estimulándome y mostrándose seguro de que la Fraternidad “podría muy bien ponerse de acuerdo con el fin perseguido por el Concilio en este Santo Dicasterio, para la distribución del clero en el mundo”. Y, sin embargo, en noviembre de 1972 se hablaba, en la Asamblea Plenaria del Episcopado francés, en Lourdes, de “seminario salvaje”, sin que ninguno de los Obispos presentes, necesariamente al corriente de la situación jurídica del seminario de Ecône, protestase.
¿Por qué se nos considera como salvajes? Porque nosotros no dábamos la llave de la casa a los seminaristas para poder salir todas las noches a su antojo; porque no les hacíamos ver la televisión de 8 a 11; porque no llevaban jerseys de cuello de cisne, y sí, en cambio, asistían todas las mañanas a Misa, en lugar de quedarse en la cama hasta la primera clase.
Y, sin embargo, el Card. Garrone, con el que me reuní en aquel tiempo, me dijo: “Usted no depende de mí, y yo sólo puedo decirle una cosa: siga la ratio fundamentalis que he dado para la fundación de seminarios, y que todos los seminarios deben seguir”. La ratio fundamentalis prevé que se siga estudiando latín en el seminario; que los estudios se sigan según la doctrina de Santo Tomás. Me permití responderle: “Eminencia, creo que somos uno de los pocos que la siguen”. Y así continúa en el día de hoy, siguiendo la ratio fundamentalis en vigor. Entonces, ¿qué se nos reprocha?
Monseñor Lefebvre, Carta abierta a los católicos perplejos, cap. XIX
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