Cuando fue necesario abrir un verdadero seminario y alquilé la casa en Ecône, antigua casa de los Señores del Gran San Bernardo, fui a ver a Mons. Adam, Obispo de Sion, que me dio su consentimiento. Esta creación no era el resultado de un viejo proyecto que hubiera planeado durante años, sino que se impuso a mí providencialmente. Yo dije: “si la obra se extiende universalmente, será la prueba de que Dios está con ella”. De año en año crece el número de seminaristas; en 1970 hubo 11 ingresos; en 1974, 40. La inquietud cundió entre los innovadores: era evidente que si nosotros formábamos seminaristas era para ordenarlos y para que los futuros sacerdotes fueran fieles a la Misa de la Iglesia, a la Misa de la Tradición, a la Misa de siempre. No es necesario buscar otra razón para los ataques de que éramos objeto, no es posible encontrar otra. Ecône se revelaba como un peligro para la Iglesia neomodernista; había que frenarlo cuanto antes.
Así pues, el 11 de noviembre de 1974, llegaban al seminario dos visitadores apostólicos, enviados por una comisión que había sido nombrada por el Papa Pablo VI, compuesta por tres Cardenales: Garrone, Wright y Tabera, éste último Prefecto de la Congregación de Religiosos. Interrogaron a 10 profesores y a 20 de los 104 alumnos presentes, así como a mí mismo, y se fueron dos días después dejando una desagradable impresión. Dijeron a los seminaristas cosas escandalosas, estimando normal la ordenación de hombres casados, declarando que ellos no admitían una Verdad inmutable, y emitiendo dudas sobre el modo tradicional de concebir la Resurrección de Jesucristo; del seminario no hicieron el menor comentario ni dejaron ningún pro-tocolo. A continuación e indignado por la conversación mantenida, publiqué una declaración, comenzando con estas frases: “Nos adherimos de todo corazón y con toda el alma a la Roma católica, guardiana de la fe católica y de las tradiciones necesarias al mantenimiento de esta fe, a la Roma eterna, maestra de Ciencia y de Verdad.
Por el contrario, nos negamos, y siempre nos hemos negado, a seguir a la Roma neomodernista y neoprotestante, que se ha manifestado claramente en el Concilio Vaticano II y después del Concilio, en todas las reformas que han salido del mismo”.
Los términos eran un poco duros, pero traducían y siguen traduciendo mi pensamiento; por este texto, la comisión Cardenalicia decide aplastarnos, cosa que no podía hacer con referencia a la disciplina del seminario. Los Cardenales me dijeron dos meses después que los visitadores apostólicos habían recibido una buena impresión de su encuesta.
Esta comisión me invitó el 13 de febrero siguiente a una “conversación” en Roma, para aclarar algunos puntos, y yo fui, sin sospechar que se trataba de una trampa. La “conversación” se convierte desde el primer momento en un interrogatorio cerrado, de tipo judicial, que fue seguido de otro el 3 de marzo y, 2 meses más tarde, la comisión me informaba “con la completa aprobación de Su Santidad” de las decisiones que había tomado. Mons. Mamie, nuevo Obispo de Friburgo, se reconocía el derecho de retirar la aprobación dada a la Fraternidad por su predecesor. Y así, ésta como sus fundaciones y, especialmente, el seminario de Ecône, perdían “el derecho a la existencia”.
Sin esperar la notificación de estas decisiones, Mons. Mamie me escribió: “Le informo, pues, que retiro las actas y las concesiones efectuadas por mi predecesor en lo que concierne a la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X, especialmente el decreto de erección del 1º de noviembre de 1970. Esta decisión tiene efecto inmediato”.
Si me habéis seguido atentamente, podréis constatar que esta anulación estaba hecha por el Obispo de Friburgo y no por la Santa Sede. Según el canon 493, se trata de una medida nula de pleno derecho, por falta de competencia.
Monseñor Marcel Lefebvre, Carta abierta a los católicos perplejos
Así pues, el 11 de noviembre de 1974, llegaban al seminario dos visitadores apostólicos, enviados por una comisión que había sido nombrada por el Papa Pablo VI, compuesta por tres Cardenales: Garrone, Wright y Tabera, éste último Prefecto de la Congregación de Religiosos. Interrogaron a 10 profesores y a 20 de los 104 alumnos presentes, así como a mí mismo, y se fueron dos días después dejando una desagradable impresión. Dijeron a los seminaristas cosas escandalosas, estimando normal la ordenación de hombres casados, declarando que ellos no admitían una Verdad inmutable, y emitiendo dudas sobre el modo tradicional de concebir la Resurrección de Jesucristo; del seminario no hicieron el menor comentario ni dejaron ningún pro-tocolo. A continuación e indignado por la conversación mantenida, publiqué una declaración, comenzando con estas frases: “Nos adherimos de todo corazón y con toda el alma a la Roma católica, guardiana de la fe católica y de las tradiciones necesarias al mantenimiento de esta fe, a la Roma eterna, maestra de Ciencia y de Verdad.
Por el contrario, nos negamos, y siempre nos hemos negado, a seguir a la Roma neomodernista y neoprotestante, que se ha manifestado claramente en el Concilio Vaticano II y después del Concilio, en todas las reformas que han salido del mismo”.
Los términos eran un poco duros, pero traducían y siguen traduciendo mi pensamiento; por este texto, la comisión Cardenalicia decide aplastarnos, cosa que no podía hacer con referencia a la disciplina del seminario. Los Cardenales me dijeron dos meses después que los visitadores apostólicos habían recibido una buena impresión de su encuesta.
Esta comisión me invitó el 13 de febrero siguiente a una “conversación” en Roma, para aclarar algunos puntos, y yo fui, sin sospechar que se trataba de una trampa. La “conversación” se convierte desde el primer momento en un interrogatorio cerrado, de tipo judicial, que fue seguido de otro el 3 de marzo y, 2 meses más tarde, la comisión me informaba “con la completa aprobación de Su Santidad” de las decisiones que había tomado. Mons. Mamie, nuevo Obispo de Friburgo, se reconocía el derecho de retirar la aprobación dada a la Fraternidad por su predecesor. Y así, ésta como sus fundaciones y, especialmente, el seminario de Ecône, perdían “el derecho a la existencia”.
Sin esperar la notificación de estas decisiones, Mons. Mamie me escribió: “Le informo, pues, que retiro las actas y las concesiones efectuadas por mi predecesor en lo que concierne a la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X, especialmente el decreto de erección del 1º de noviembre de 1970. Esta decisión tiene efecto inmediato”.
Si me habéis seguido atentamente, podréis constatar que esta anulación estaba hecha por el Obispo de Friburgo y no por la Santa Sede. Según el canon 493, se trata de una medida nula de pleno derecho, por falta de competencia.
Monseñor Marcel Lefebvre, Carta abierta a los católicos perplejos
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