1 Bienaventurado el hombre, que no anduvo en consejo de impíos,
y en camino de pecadores no se paró,
y en cátedra de pestilencia no se sentó:
2 Sino que en la ley del Señor está su voluntad,
y en su ley medita día y noche.
3 Y será como el árbol, que está plantado a las corrientes de las aguas,
el cual dará su fruto en su tiempo:
Y su hoja no caerá:
y todo cuanto él hiciere, irá en prosperidad.
4 No así los impíos, no así:
sino como el tamo, que arroja el viento de la faz de la tierra.
5 Por eso no se levantarán los impíos en el juicio,
ni los pecadores en el concilio de los justos.
6 Porque conoce el Señor el camino de los justos;
y el camino de los impíos perecerá.
“Y será como el árbol...”. En esta parte se describe el final de la felicidad e indica en primer lugar su diversidad; en segundo lugar añade su razón, allí donde dice: “Porque conoce el Señor...”. Sobre lo primero hace dos cosas. En primer lugar indica el final de los buenos, y en segundo lugar el de los malos (“No así los impíos...).
Acerca del final de los buenos se vale de una comparación; primero la indica, y luego la adapta, allí donde dice: “y todo cuanto él hiciere...”. Así pues, toma la comparación del árbol, del que se consideran tres cosas: el ser plantado, el dar fruto, y el conservarse. Para ser plantado, es necesaria una tierra humedecida por las aguas, pues de otro modo se secaría; y por eso dice: “que está plantado a las corrientes de las aguas”, es decir, junto a las corrientes de las gracias: "el que cree en mí... de su seno correrán ríos de agua viva" (Jn. 7).
Y quien tenga sus raíces junto a esta agua fructificará haciendo buenas obras; y esto es lo que sigue: “el cual dará su fruto”. "Pero el fruto del espíritu es caridad, alegría, paz, y paciencia, generosidad, bondad, fidelidad", etc. (Gál. 5). “En su tiempo”, es decir, sólo cuando es momento de obrar. "Mientras tenemos tiempo, obremos el bien a todos" (Gál. 6). Y no se seca; por el contrario, se conserva. Ciertos árboles se conservan en su substancia, pero no en sus hojas, pero otros se conservan también en sus hojas: así también los justos, por lo que dice “y su hoja no caerá”, es decir, no serán abandonados por Dios ni siquiera en las obras más pequeñas y exteriores. "Pero los justos germinarán como una hoja verde" (Prov. 11).
Luego cuando dice “y todo cuanto él hiciere...”, adapta la compaón: pues los bienaventurados prosperarán en todo, cuando alcancen el fin deseado en todo lo que desean, pues los justos llegarán a la felicidad. Oh Señor, sálvame, oh Señor, dame la prosperidad etc. (Sal 117). Opuesto es el final de los malvados, que se describe allí donde dice “No así los impíos...”. Y sobre esto hace dos cosas. En primer lugar hace una comparación, y en segundo lugar la adapta, allí donde dice “No se levantará”. Pero hay que notar que aquí repite “no así” y “no así” dos veces, para una mayor certeza. "Lo que viste por segunda vez, es juicio de firmeza" (Gén. 41). O bien, “no así” obran en el camino, y por eso “no así” reciben al final. "Recibiste bienes en tu vida, y Lázaro asimismo males: pero ahora éste es consolado, y tu atormentado" (Lc. 16).
Ahora son propiamente comparados con el polvo porque poseen tres características que son contrarias a lo que se ha dicho sobre el hombre justo. Primero que el polvo no se adhiere a la tierra, sino que está en la superficie; el árbol plantado, en cambio, ha echado raíces. Asimismo, el árbol es compacto en sí mismo, y es además húmedo; pero el polvo es en sí mismo dividido, seco y árido, por lo que se dice que los buenos están unidos por la caridad como un árbol: “Estableced un día solamente con espesuras, hasta el cornijal del altar” (Sal 117); pero los malos están divididos: "Entre los soberbios siempre hay contiendas" (Prov. 13). Asimismo, los buenos se adhieren radical-mente en las cosas espirituales y en los bienes divinos, mientras que los malos se sostienen en los bienes exteriores. Asimismo, están sin el agua de la gracia: "Eres polvo etc." (Gén. 3). Y por eso toda su malicia pasa. "No perecerá ni un cabello de vuestra cabeza" (Lc. 21).
Pero sobre estos malos se dice que serán arrojados completamente de la faz, esto es, de los bienes superficiales; el viento, es decir la tribulación, los arroja de la faz de la tierra. "Vi que los que obran la iniquidad, y siembran dolores, y los siegan, han perecido ante el soplo de Dios, y han sido consumidos por el espíritu de su ira" (Job 4).
y en camino de pecadores no se paró,
y en cátedra de pestilencia no se sentó:
2 Sino que en la ley del Señor está su voluntad,
y en su ley medita día y noche.
3 Y será como el árbol, que está plantado a las corrientes de las aguas,
el cual dará su fruto en su tiempo:
Y su hoja no caerá:
y todo cuanto él hiciere, irá en prosperidad.
4 No así los impíos, no así:
sino como el tamo, que arroja el viento de la faz de la tierra.
5 Por eso no se levantarán los impíos en el juicio,
ni los pecadores en el concilio de los justos.
6 Porque conoce el Señor el camino de los justos;
y el camino de los impíos perecerá.
“Y será como el árbol...”. En esta parte se describe el final de la felicidad e indica en primer lugar su diversidad; en segundo lugar añade su razón, allí donde dice: “Porque conoce el Señor...”. Sobre lo primero hace dos cosas. En primer lugar indica el final de los buenos, y en segundo lugar el de los malos (“No así los impíos...).
Acerca del final de los buenos se vale de una comparación; primero la indica, y luego la adapta, allí donde dice: “y todo cuanto él hiciere...”. Así pues, toma la comparación del árbol, del que se consideran tres cosas: el ser plantado, el dar fruto, y el conservarse. Para ser plantado, es necesaria una tierra humedecida por las aguas, pues de otro modo se secaría; y por eso dice: “que está plantado a las corrientes de las aguas”, es decir, junto a las corrientes de las gracias: "el que cree en mí... de su seno correrán ríos de agua viva" (Jn. 7).
Y quien tenga sus raíces junto a esta agua fructificará haciendo buenas obras; y esto es lo que sigue: “el cual dará su fruto”. "Pero el fruto del espíritu es caridad, alegría, paz, y paciencia, generosidad, bondad, fidelidad", etc. (Gál. 5). “En su tiempo”, es decir, sólo cuando es momento de obrar. "Mientras tenemos tiempo, obremos el bien a todos" (Gál. 6). Y no se seca; por el contrario, se conserva. Ciertos árboles se conservan en su substancia, pero no en sus hojas, pero otros se conservan también en sus hojas: así también los justos, por lo que dice “y su hoja no caerá”, es decir, no serán abandonados por Dios ni siquiera en las obras más pequeñas y exteriores. "Pero los justos germinarán como una hoja verde" (Prov. 11).
Luego cuando dice “y todo cuanto él hiciere...”, adapta la compaón: pues los bienaventurados prosperarán en todo, cuando alcancen el fin deseado en todo lo que desean, pues los justos llegarán a la felicidad. Oh Señor, sálvame, oh Señor, dame la prosperidad etc. (Sal 117). Opuesto es el final de los malvados, que se describe allí donde dice “No así los impíos...”. Y sobre esto hace dos cosas. En primer lugar hace una comparación, y en segundo lugar la adapta, allí donde dice “No se levantará”. Pero hay que notar que aquí repite “no así” y “no así” dos veces, para una mayor certeza. "Lo que viste por segunda vez, es juicio de firmeza" (Gén. 41). O bien, “no así” obran en el camino, y por eso “no así” reciben al final. "Recibiste bienes en tu vida, y Lázaro asimismo males: pero ahora éste es consolado, y tu atormentado" (Lc. 16).
Ahora son propiamente comparados con el polvo porque poseen tres características que son contrarias a lo que se ha dicho sobre el hombre justo. Primero que el polvo no se adhiere a la tierra, sino que está en la superficie; el árbol plantado, en cambio, ha echado raíces. Asimismo, el árbol es compacto en sí mismo, y es además húmedo; pero el polvo es en sí mismo dividido, seco y árido, por lo que se dice que los buenos están unidos por la caridad como un árbol: “Estableced un día solamente con espesuras, hasta el cornijal del altar” (Sal 117); pero los malos están divididos: "Entre los soberbios siempre hay contiendas" (Prov. 13). Asimismo, los buenos se adhieren radical-mente en las cosas espirituales y en los bienes divinos, mientras que los malos se sostienen en los bienes exteriores. Asimismo, están sin el agua de la gracia: "Eres polvo etc." (Gén. 3). Y por eso toda su malicia pasa. "No perecerá ni un cabello de vuestra cabeza" (Lc. 21).
Pero sobre estos malos se dice que serán arrojados completamente de la faz, esto es, de los bienes superficiales; el viento, es decir la tribulación, los arroja de la faz de la tierra. "Vi que los que obran la iniquidad, y siembran dolores, y los siegan, han perecido ante el soplo de Dios, y han sido consumidos por el espíritu de su ira" (Job 4).
Comentario de Sto. Tomás de Aquino - II
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