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viernes, 6 de noviembre de 2009

Roma y la Fraternidad Sacerdotal San Pío X - ¿Que tenemos que esperar de las conversaciones con Roma?

Reverendos Padres,
Queridos fieles

Es para mí una alegría muy grande y un honor especial poder hablar esta noche para ustedes. Por desgracia no hablo todavía suficientemente su hermoso idioma, de manera que tendré que leer este texto. Agradezco para su comprensión y su paciencia si llego a lastimar sus sensibles oídos por la inadecuada selección de palabras o por el mal acento.
Quisiera poner en relieve estos últimos acontecimientos: nuestra situación en la iglesia, en la Fraternidad y nuestra tarea en la tradición. El tema de la conferencia de hoy es un pequeño resumen de los acontecimientos de las últimas semanas y meses, así como el contacto de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X con la curia en Roma. Al mismo tiempo quisiera también presentarles la causa y el tipo de nuestra lucha que es realmente una lucha por la verdadera fe católica. Y, finalmente, que comprendamos que es necesaria la contribución de todos – sacerdotes y laicos –.

La situación actual: Roma y FSSPX
A pesar de que el año aún no llega a su fin, podemos decir sin exageración: es un año muy agitado, el más accidentado en general durante los 40 años de historia de la Fraternidad.
Al inicio del año, el sorprendente decreto del 21 de enero de 2009 referente a la excomunión tan mencionada de los cuatro Obispos de la Fraternidad. Todavía en diciembre no sabíamos si debíamos esperar una nueva excomunión, esta vez universal, o si el ir y venir entre Roma y la Fraternidad llevaría de hecho a la anulación de la excomunión. Dicho de otro modo, debíamos considerar las dos opciones. Fue un paso valeroso e inesperado del papa.
¡Aunque nunca nos hayamos considerado como excomulgados, a los ojos del mundo y en la conducta de los obispos lo éramos! Por eso este decreto no es tanto de importancia para nuestra obra, sino un signo importante ante el mundo y un paso en la dirección correcta: La tradición no se deja excluír a plazo limitado; se necesita una vuelta a las raíces de la fe.
Aunque el decreto no sea completo y esperamos todavía la correspondiente rehabilitación de Monseñor Marcel Lefebvre, sin embargo es un ataque contra la teología modernista y una afirmación indirecta de la crítica sobre el concilio y el tiempo postconciliar. Los obispos lo han entendido muy bien y oponen una resistencia tan intensa contra la fraternidad y sobre todo contra la voluntad del papa por encontrar una solución para la ella.
Lo que quería conseguir el papa Benedicto XVI con este decreto (2. 7. 2009), lo escribe él mismo una vez más en el decreto del 2 de julio: "Por esta decisión quería eliminar el obstáculo que podría haber en la apertura de una puerta para el diálogo en el camino que invita así a los obispos y a la "Fraternidad San Pío X." a reencontrar el camino a la plena comunión con la iglesia."
Repito de nuevo: no nos sentimos en absoluto fuera de la iglesia católica, y tenemos sólo el deseo de servir a ésta y construirla de nuevo. Pero para los obispos estamos fuera de la iglesia – para ellos es así. Por eso se defienden contra los esfuerzos del papa de ir al encuentro de la tradición. Independientemente de las intenciones del papa, de hecho la tradición se ve fortalecida por su afán.
Las lamentables observaciones que hizo Monseñor Richard Williamson sobre el holocausto y la destrucción de los judíos durante la segunda guerra mundial fue para los medios de comunicación en todo el mundo, y para los obispos, sobre todo en Alemania y en Europa, un buen motivo, para hacer impacto no sólo en la Fraternidad, pero sobre todo en el „papa alemán“. Por esta reacción hostil de los obispos, los enemigos de la iglesia se sentían fortalecer en su odio repartido más o menos abiertamente contra la fe católica. Sobre todo los medios de comunicación, pero también los judíos y fuerzas liberales se han juntado y han causado a la iglesia un gran daño, pensemos sólo en la intervención de la canciller federal alemana que ha reprendido públicamente al papa, y esto sólo debido a los judíos. Pero también todos parlamentos europeos como por ejemplo en Francia, Inglaterra y Bélgica se han avalanzado de repente contra el papa.
Los ataques eran tan insolitos y tan duros que el papa se vío, en cierto modo, forzado a escribir una carta de varias páginas al episcopado mundial en la cual se defiende, si bien, cortésmente, sin embargo bastante bien y expresa que él estaba personalmente herido por los ataques. Les doy algunas citas de la carta: „La anulación de la excomunión... ha llevado dentro y fuera de la iglesia católica a múltiples causas para una discusión de una violencia como no la hemos vivido más desde hace mucho."
„En cambio, diferentes agrupamientos acusaban total y abiertamente al papa con querer volver atrás del concilio. Una avalancha de protestas se puso en marcha cuya amargura hacía heridas visibles que continuan en este momento."
„Lo que más me ha afligido es que los cátolicos que deberían comprenderlo mejor, creyeron deber atacarme, estaban listos para saltar sobre mi."
„Disonancias de representantes de esta comunidad "..." Y ¿no tenemos que admitir que también en los círculos eclesiásticos las ha habido? A veces uno tiene la impresión que nuestra sociedad necesita por lo menos un grupo enfrente al cual no tiene que de haber ninguna tolerancia; en el que se puede soltar tranquilamente con el odio. Y quien se atreva a tocar la tolencia - en este caso el papa – corre el riego de perder el mismo el derecho de la tolerancia y podía ser cubierto sin timidez y reserva igualmente con el odio."

La necesidad de las discusiones con Roma
Ya en el decreto de excomunión (21. 1. 2009) el papa había admitido nuestro deseo de conversaciones teológicas y pedía a los cuatro obispos de la Fraternidad, escatimar "ningún esfuerzo para profundizar las discuciones con la Santa Sede en las preguntas todavía abiertas y llegar por ahí a una solución completa y satisfactoria de los problemas existentes".

En la carta a los obispos él anuncia la reestructura de la comisión de Ecclesia Dei: "Con eso debe ponerse claro que los problemas a tratar ahora son esencialmente de naturaleza doctrinal, sobre todo la aceptación del concilio vaticano II y el magisterio postconciliar de los papas concernientes." (Carta del papa, 10. 3. 2009)
Después en el Motu proprio ECCLESIAE UNITATEM (2. 7. 2009) se dirá: "Justamente porque los problemas, que tienen que ser discutidos ahora con la Fraternidad, son en esencia de naturaleza doctrinal..."
A pesar de todo, esta reorganización de la comisión de Ecclesia Dei es sorprendente y rara hasta cierto punto, tanto más que el papa con al redactó ese Motu propio para ocuparse nuevamente esencialmente de nosotros. La comisión de Ecclesia Dei fue fundada el 2 de julio de 1988 para la "tarea de colaborar con los obispos, Dicasterios de la curia romana y los grupos respectivos para fabricar la plena comunión eclesiástica con los sacerdotes, los seminaristas, las comunidades o la gente de orden particular que estaba ligada hasta ahora de forma diferente con la Fraternidad fundada por Mons. Lefebvre...". Es decir, fue fundada para atraer al sacerdote, al seminarista y al laico de nuestra obra a un marco propio y una estructura propia. Todos los fieles saben, como este intento estaba ligado con muchos problemas, y cómo los obispos del lugar han intentado todo para mantener pequeños estos grupos y no promover la antigua misa. Ahora sin embargo en esta "nueva" comisión se trata solamente de nosotros, del contacto con la Fraternidad –no se habla más de los otros grupos, al menos uno tiene esta impresión. Parecería casi así, como si ahora éstas debieran volver de nuevo a nosotros... Causa fastidio a todos estos grupos como la Fraternidad San Pedro, el Instituto del Buen Pastor etc. que 20 años despues de las consagraciones episcopales, la atención continua sobre nosotros. Al menos eso se ve claro: la obra de la tradición se ha vuelto demasiado fuerte como para no verla o para poder esperar la famosa solución biológica “ (la extinción de la obra de la tradición).
Sin embargo ¿Por qué, queridos fieles, estas discusiones? ¿De que se trata?
Seguramente no se trata a dar "clases particulares de teología“ como ha expresado en Alemania el obispo de Regensburg. Tampoco se trata de que quisiéramos cambiar nuestra línea o entender el concilio de otra manera o que quisiéramos acercarnos, aun despacio, a la interpretación del papa con lo cual el concilio y las reformas postconciliares no representan ninguna ROTURA con la tradición, sino que están en la continuidad con la tradición (la tan llamada Hermeneutica de la continuidad). No, no se trata en estas discusiones tanto de nosotros, sino de la iglesia. Ellas son una posibilidad que nos permite explicarnos de frente a Roma y señalar también que nuestra posición está bien fundada. Vamos a Roma por el bien de la Santa Iglesia; discutimos por el amor a la verdad y por el bien de la fe. Estas discusiones no son por un interés privado, sino por el bien de la iglesia y la salvación de las almas.
En esencia se trata de señalar que el Concilio Vaticano II era diferente que los concilios pasados que quería llevarse él mismo de otra manera, como un concilio pastoral, y que por lo mismo no puede exigir un mismo grado de aprovación y sumisión. También se debe señalar que las nuevas doctrinas del concilio están en contraste a la doctrina de la iglesia y al magisterio anterior y por tanto no son católicas. Y, finalmente, se tendrá que discutir los problemas particulares. Trataremos de señalar que hay una crisis en la iglesia que tiene esencialmente su origen en el concilio, en el problema de la nueva liturgia, en la libertad de religión, ecumenismo, una nueva falsa colegialidad.
Se tiene que ser realista y no se puede esperar que estas grandes preguntas sean resueltas en algunas conversaciones. En estas circunstancias esto puede durar mucho tiempo, aún si los teólogos, que el papa ha determinado para las discusiones, tienen buena voluntad y estan abiertos a nuestro punto de vista. Aún en buenas condiciones, otro problema se presenta. Una gran parte en Roma y sobre todo muchos obispos en el mundo, con una disposición hostil a este contacto entre Roma y la Fraternidad, esperan rápidamente un resultado (o sea, que nosotros reconoscámos el concilio y el magisterio actual como tales) y en consecuencia ejercen presión sobre el papa y la opinión pública. Sin embargo hemos dicho siempre : antes de que una solución (acuerdo) práctico con Roma se produzca, queremos mostrar que hay una crisis, dónde está su causa, y que la práctica actual de la iglesia es contraria a su doctrina y su historia.
Mientras tanto, el primer encuentro ya ha tenido lugar, esto fue el 26 de octubre. El próximo encuentro debe tener lugar en enero. Los encuentros están pensados para cada dos meses.
Es manifiesto que el santo padre quiere estas conversaciones y una solución para la fraternidad, Y por esto se ha atraído muchísima oposición. Frente a esto, la reacción de los obispos es muy sorprendente, sobre todo en Alemania, nos hacen pensar al huracan de la oposición y a la indignación en relación a las ordenaciones en primavera y con las ordenaciones sacerdotales en junio. Ciertos obispos han exigido hasta la excomunión repetida. ¡Sí, el presidente de la Conferencia Episcopal alemana, arzobispo Zollitsch, ha dicho públicamente, que a fines de 2009 la Fraternidad será de nuevo excomulgada!
¿Por qué este odio y este rechazo? Se quisiera pensar que si el papa lo quiere, los obispos tendrían que también estar detrás del papa; ¡ser obedientes a él! ¿Por qué no lo son?
Se produce espontáneamente el símil del buen samaritano en este sentido. ¿Si ellos piensan ya, que estamos excomulgados y fuera de la iglesia, por qué ellos no hacen nada para admitirnos con paciencia de nuevo? Al contrario, ellos hacen todo, alrededor de nosotros por lanzarnos. Ellos no atienden a estos sacerdotes y creyentes, sino que pasan como el sacerdote y el Levita en el símil. Extraño, este comportamiento. Pero esto tiene una causa profunda que tenemos que entender bien.
Además no comprendemos que la crisis continúa – y si es posible continuará todavía por mucho tiempo. Miren, los obispos reaccionan así porque ellos han perdido el „amor a la verdad“. San Paolo habla varias veces de ello, de este amor a la verdad que no es distinto nada como el amor a Cristo, el (único) salvador, el único camino para la salvación: "Yo soy el camino, la verdad y la vida. ¡Nadie viene al padre sino por mí!“
Santo Tomás de Aquino enseña, que la primera consecuencia del pecado fue el deslumbramiento del espíritu y de la razón. Es decir, que son incapaces de reconocer la crisis y su causa, se han vuelto ciegos para ello, y no son capacesde reconocer que esta crisis se ha implantado y ha divulgado en todas partes. La crisis de culto no es simplemente el asunto de Roma o el tema de escándalos particulares, sino que está divulgada en todo el mundo y ha llevado a este descenso masivo de culto. Apostasía, Indiferentismo, el cese de una vida cristiana practicada, son generales. Se no va más a la iglesia, no hay más vocaciones, y las iglesias tienen que ser vendidas. No sólo en Europa, en todas partes. Sólo un ejemplo: Guatemala. Hasta hace aproximadamente 20 años prácticamente el 100% de los habitantes eran católicos. En 2004 el cuarenta por ciento de los católicos dejaron la iglesia católica para unirse a las sectas; ahora, en 2009 es ya más del 60 por ciento. ¡En cinco años más del 20 por ciento han perdido la fe! Dentro de pocos años no habrá más católicos en este país. Es el fin de la iglesia local visible.
La crisis se ha vuelto general. No se puede hablar más en Francia del „Reinado social de Cristo“ – de la verdad, que hay sólo una verdad, que todas las personas están obligadas a Dios. El estado cristiano es pasado, no exite más. Tenemos enfrentarnos con gobiernos anti-cristianos. En Alemania existen más musulmanes que en toda Canada, la América del Norte y la América del Sur juntas. El Islam es un peligro aún mayor que las sectas protestantes. Y los obispos hacen todo, para que puedan ser construidas mezquitas y en las escuelas se dan clases de Islam. Precisamente en Suiza se ha iniciado una iniciativa contra la construcción de minaretes. Los obispos católicos no han solamente combatido esta iniciativa popular, sino ellos promueven con todos los medios el ecumenismo y las religiones equivocadas, ¡Es increíble!, ellos hacen todo, para que el Islam pueda extenderse. Han perdido el amor a la verdad. Es la crisis. Son las consecuencias del concilio.
Estámos en medio. No podemos decir, esto no nos concierne a nosotros, o ya estamos cansados, sólo porque la crisis dura ya tanto tiempo. Tampoco podemos decir simplemente, „el papa piensa bien sobre la Misa Antigua, así firmamos un acuerdo y tenemos la paz“. Sería una paz equivocada, una paz de cementerio, sería una traición a nuestra fe, a la lucha de la tradición y a la obra de Monseñor. ¿Qué podemos hacer?

Nuestro camino y nuestra tarea
Monseñor Marcel Lefebvre nos ha puesto un ejemplo claro y que alienta. Para él la tan llamada "desobediencia" (en verdad no era sino obediencia frente a la fe) era simplemente un rechazo de la liturgia y la nueva misa. Desde la creación de la Fraternidad (pronto 40 años) la lucha era para él una doble lucha - "se trata no sólo de la misa, sino también de la doctrina", decía él una vez. Es quiere decir una adhesión firme a la tradición, la lucha por la liturgia verdadera y la fidelidad la verdadera fe y está ligada siempre – necesariamente – con una denuncia y rechazo de los errores modernos. Ambos van de la mano. Se sabe que uno no se pueden separar el uno del otro; son los dos lados de la medalla. Con esto no se trata simplemente de una acusación o condena del concilio. Monseñor Lefebvre hablaba siempre del „concilio y sus consecuencias“, así como de las reformas postconciliares. Éstas tienen asimismo un espíritu protestante y no católico.
A pesar de esta lucha doble – para la fe y contra los errores modernos – no impedía a nuestro distinguido fundador el tener presente al mismo tiempo la preocupación por toda la iglesia y la salvación de las almas. A pesar de que él fuera castigado y fuera condenado, mantenía con la Sede romana el contacto por derecho, escribía cartas al papa o iba él mismo a Roma. Todavía en 1987, después del escándalo de Asis, cuando él decía, se no puede hablar con Roma, „Roma ha perdido la fe“, todavía el mismo año fue a Roma presentó al cardenal Gagnon personalmente una propuesta para una solución canonica para la Fraternidad. Para la tan mencionada solución canonica él ponía siempre dos condiciones: que podemos continuar nuestra obra exactamente como hasta ahora, sin dependencia de los obispos de lugar, y exigía en segundo lugar la protección de Roma ante de la resistencia esperada de los obispos, es decir por una comisión en Roma dónde la tradición debía tener mayoría de los miembros.
Ustedes verán que si comienzan ahora las negociaciones con Roma, no es absolutamente nada nuevo. Sin embargo al mismo tiempo no puede haber ninguna solución, mientras no sea absolutamente claro que nuestra obra permanece independiente, para la protección de la fe y la tradición. La fidelidad por la fe es verdaderamente más importante que la fidelidad a la letra o a la ley.
Es decir que si bien las discusiones teológicas son importantes y un testimonio claro para nuestra fidelidad el magisterio y la Santa Iglesia. Sin embargo lo que se necesita todavía mucho más, es nuestra oración, nuestros sacrificios y nuestro ejemplo. Monseñor Lefebvre estaba convencido que Roma puede ser convencida al fin y al cabo sólo con los hechos (obras).
Las cifras, vocaciones, familias numerosas, la extención de la obra y sobre todo el buen ejemplo es esto lo que convencerá a las autoridades de la necesidad de la tradición y la vuelta a la verdadera fe. Las discusiones son una cosa, pero nuestro testimonio es también importante. Cristo lo ha dicho frente a Pilato: „He venido al mundo para dar testimonio de la verdad. Y vos daréis testimonio, porque sois mis discípulos.“
¡Se no puede servir a dos señores! Es importante que ustedes comprendan esta lucha inicial y la retomen nuevamente. Como que uno tiene aquí la impresión de que el celo por el combate se estanca la gente se ha cansado de oponer continuamente resistencia. Se quisiera permanecer ya católico y celebrar la verdadera liturgia vieja, pero al mismo tiempo no se quisiera llamar la atención y ser difernte para el mundo. Pero esto no va. Quién cree hoy realmente y quiere vivir de modo cristiano, él no podrá hacer todo como en el mundo, y ante todo no debe dejarse contaminar por el espíritu del mundo. Esto se mostrará en el comportamiento, con la moda, en la manera de vivir, en la familia, en relaciones con los bienes y los medios técnicos de este tiempo.
Esto es válido sobre todo para la juventud, pero es también un llamado a las familias. Mire los frutos magníficos y muchas vocaciones en los primeros años de la tradición: en Mexico, Colombia, también aquí, muchos grupos, que han comenyado la lucha con entusiasmo, y de esto se han producido muchas vocaciones y entradas en los conventos. Este entusiasmo nos falta hoy un poco. Quizá uno piensa a menudo: „Es hermoso, pero no es para mí, es para los otros.“ No, en Ti depende, es un compromiso particular.
Podríamos necesitar así muchas fuerzas, en el Brasil, aquí, pero también en el norte del distrito. P. Bouchacourt, el superior del distrito, se queja siempre de tener pocos sacerdotes. Pero necesitaríamos también vocaciones religiosas, hermanos religiosos, religiosas, Oblatas. ¿Por qué no tenemos aquí prácticamente ningunas vocaciones de hermanos? Fuí hace algunas semanas a los EE.UU. y he predicado allá a nuestros hermanos de la Fraternidad, en Pheonix, Arizona, eran en total doce. Y les he dicho: „¿Por qué este gran país, con muchas familias católicas, con muchos jóvenes, sólo tiene doce hermanos religiosos? ¿Tendríais que ser mucho más?“ ¿Por qué tan pocos pueden entusiasmarse con el gran ideal de la imitación de Cristo? El materialismo nos ha contaminado ya, y ¿nos hemos acostumbrado ya a la crisis?
He mencionado hace un momento Guatemala. Tenemos allá desde hace 20 años un Priorato, tres sacerdotes ejercen su apostolado allá. ¡Pero no tenemos ningúna vocación sacerdotal de este país antes católico! Esto puede tener muchas causas, y no tenemos el tiempo de discutir sobre ello, pero digo totalmente en general y sin reproche: no es normal, algo no anda bien.

Seguramente tenemos que rezar más; rezar también en el gran deseo de la iglesia, por la propagación de la fe, por el regreso de las autoridades a la verdaderafe, por la salvación de las almas. Es lo primero y lo más importante. Por eso nuestro Superior General ha llamado a una nueva cruzada de rosarios. Con nuestras fuerzas no podemos superar la crisis, allí la ganadora en todas las batallas del Dios“, la Santísima Virgen María, tiene que acudir en nuestro auxilio „. Y ella acude en auxilio de nosotros si se lo pedimos. Tengamos esta confianza y recen con empeño el rosario en sus familias.
Pero esto necesita también el testimonio personal, el ejemplo de los sacerdotes, los padres, los fieles. Ellos no pueden hacer nada mejor que colaborar al reino de Dios y ayudar a la salvación de las almas. El Papa Pío XII lo decía así en la encíclica sobre la iglesia: „Es un secreto que causa escalofrío pensar que la salvación de muchas almas depende de nuestras oraciones y nuestros sacrificios.“ Mucho más importante que la discusión infinita y estéril sobre el sentido y objetivo de las negociaciones con Roma es el testimonio de la vida cristiana. Esfuércense por educar a sus hijos de modo cristiano y en el espíritu de sacrificio, ayuden a los sacerdotes en el catecismo y en el trabajo de parroquia, y alienten a sus hijos de ponerse al servicio de la iglesia. Dios llama ahora tantos jóvenes como antes. Pero es más difícil oír el llamado, hay tanto ruido, tanto distracciones, muchas tentaciones. Qué responsabilidad para los padres católicos si ellos tienen hijos llamados por Dios, pero los hijos no pueden oír el llamado de Dios. (Es tonto y equivocado si ahora en todas partes en todo el mundo de la tradición nuestros jóvenes se enamoran tan temprano, a los 17 o 18 años. Ellos no son aún maduros. Y sobre todo ellos tienen que examinar primeramente la pregunta de la elección de estado. ¡Qué responsabilidad para de ustedes, queridos padres! Finalmente, tienen que comprender que la alma de sus hijos es más importante que el cuerpo, que una buena carrera profesional y mucho dinero.)
Qué alegría sin embargo también de rezar por este deseo de las vocaciones y hacer todo, para que los propios hijos dejen todo y sigan a Cristo. ¡No hay nada más hermoso en este mundo! Ellos tienen que hacer aquí en la América del Sur, en su Priorato y en su capilla, en su familia y con sus parientes, hay que hacer todo para que tengamos más vocaciones y que la verdadera fe puede extenderse. Este servicio en el bien comunes, como se dice ahora, así en la iglesia y la sociedad, es su gran tarea. Ayuden, les pido muy insistentemente.
Acabo con la hermosa anécdota del gran emperador Conrado que mando construir la magnífica catedral en Espira en el XII siglo. Un día visitaba las talleres de construcción y se encontró con un grupo de canteros. Allí le preguntaba al primero: „¿Que haces?“ Éste respondió, labro la piedra.“ – esta bien, pero hay más. Le pregunta a otro: „Y ¿que haces?“ „Alimento a mi familia.“ – eso ya es mucho más... Y le pregunta a un tercero: „¿Que haces?“ „Contruyo la catedral.“ Esto lo es que debemos hacer, reconstrír la Iglesia. Les agradezco su atención.
R.P. Pfluger, Asistente del Superior General
Conferencia en América del Sur - Noviembre de 2009

miércoles, 21 de octubre de 2009

JAMÁS FIRMAREMOS UN COMPROMISO

Entrevista a Monseñor Tissier de Mallerais para “La Vie”(Ecône - 29 de junio de 2009)

Periodista Joséphine Bataille: ¿Cómo la Fraternidad San Pío X se prepara en vista a las discusiones teológicas que deben reali-zarse con el Vaticano?
Mons. Tissier de Mallerais: « El Superior General de la comu-nidad ha nombrado recientemente una comisión compuesta por una decena de sacerdotes que son especialistas en doctrina. Han estudiado teología en Ecône o son profesores en los seminarios: serán capaces de exponer nuestras críticas al Concilio y de responder a las objecio-nes que nos serán realizadas. Los cuatro Obispos de la Fraternidad están también implicados; tienen una función de supervisión. »
JB: ¿Estas discusiones podrían, pues, abrirse desde el momento en que Roma determine el marco?
Mons.: « No, puesto que será necesario antes haber determinado el orden en el cual se abordarán los diferentes temas; hay que ir en un orden creciente de dificultad, y resolver un punto después del otro. Vamos a expresar nuestros deseos al respecto. »
JB: ¿Cuáles son?
Mons.: «Hay que comenzar por la liturgia: sería el tema más simple, ya que se podrá mostrar la deficiencia del nuevo rito de ordenación sacerdotal, por ejemplo. Deficiencia que, por el contrario, cuando se habla de la nueva misa, es más bien contradicción pura y simple; pues se trata de una nueva teología que se expresa en el nuevo rito; por lo tanto de otra religión. Enseguida deben tratarse el ecumenismo y la libertad religiosa: temas tanto más graves cuanto que comprometen la fe. La cuestión de la colegialidad de los obispos solo puede llegar al final, pues es la más difícil. »
JB: Cuando Ud. habla de arreglar las disensiones, ¿considera Ud. la vía del compromiso, que permitiría que coexistieran las posiciones de la Fraternidad y las de Roma?
Mons.: « Jamás firmaremos un compromiso; las discusiones solo avanzarán cuando Roma reforme su punto de vista y reconozca los errores a los cuales el Concilio ha conducido a la Iglesia. »
JB: ¿A la espera de la resolución de los conflictos, está Ud. abierto, como Mons. Fellay dice estarlo, a la adopción de un estatuto intermedio o provisorio para la Fraternidad?Mons.: La condición sine que non para que uno se pregunte sobre el estatuto a dar a la Fraternidad San Pío X es la resolución de las disensiones. Mientras esperamos, conservaremos el estatuto que es el nuestro actualmente; no hay ninguna urgencia de hacerlo cambiar, y no cambiaremos nada en nuestro apostolado. Por lo tanto, las discusiones podrán y deberán tomar el tiempo que sea necesario. »

viernes, 16 de octubre de 2009

LAS TRES CARAS DEL DEMONIO

Satán, el ángel de luz caído, queriendo ser como Dios y obtener la perfecta felicidad en sí y por sí, sin dependencia de Dios, se sentía frustrado, envidioso e incapaz de igualarse a la perfección divina.
Bien sabía el ángel caído el motivo de su frustración, lo que no podía jamás alcanzar: que Dios, era uno en substancia y trino en sus Personas, el misterio más insondable, la maravilla más luminosa de los cielos, la perfección más sublime desde toda la eternidad.
Quiso, pues, desafiar el misterio de Dios e imitarlo, alzándose como una trinidad falsa, aparente, contraria a Dios Uno y Trino, y, por tanto, intentó tener tres disfraces diabólicos distintos manteniendo al mismo tiempo su misma naturaleza diabólica y su único ser satánico.
Ensimismado en estos sueños de odio, de repente cayó con gran estrépito a un infierno aún más profundo y su cabeza quedó con tres rostros, signo de su inicua y soberbia pretensión; rostros carbonizados y deformes que lo acomplejaron hasta obligarlo a fabricar tres máscaras para presentarse ante los hombres.
Entonces, las labró de ébano con sus largas uñas afiladas repetidamente sobre una áspera roca humedecida con sangre. Pintó la máscara del lado derecho de color oro viejo trazándole rasgos piadosos, finos y tradicionales, mediante incrustaciones de cobre. Con esta máscara quería presentarse ante los hombres humildes, de mirada puesta al cielo, amantes de la Verdad, de las alegrías espirituales y de la esperanza en la Vida eterna. La máscara del lado izquierdo la tiñó de rojo sangre y le delineó rasgos bruscos, revolucionarios y voluptuosos con una extraña mixtura de lodo volcánico y ceniza de huesos calcinados. Con ella quería presentarse ante los hombres de mirada horizontal, hombres contrarios a la realidad trascendente e inclinados a adorarse a sí mismos, a resarcirse en lo tangible, en las riquezas materiales, en el placer carnal y en el honor y la gloria; finalmente, a la máscara central le dio color bermejo mezclando los dos colores anteriores y le trazó con tintura de raíz de mandrágora y jugo lechoso de amapola, rasgos amables, pacíficos y reconciliadores para presentarse a todos por igual.
A Satán le era clave mantener en guerra constante o en amenaza de guerra a sus numerosos adversarios. Sabía que él, aunque apoyado por su pequeño grupo de cómplices humanos, nunca triunfaría ante ellos en un campo de batalla abierto, frontal y visible; buscaba el engaño perfecto. Día y noche maquinaba las mil y una maneras de polarizar a los hombres en dos bandos, sacando el mayor provecho a sus tres máscaras; maquinaba echando vapores nauseabundos por sus seis orejas de murciélago y por sus tres bocas de dragón. Quería alimentarles el odio entre sí hasta llevarlos a la guerra fratricida, para, luego, desangrados y sin ningún vigor, masificados, conducirlos encadenados a su Averno.
Así, pues, una noche sin luna ni estrellas, Satán desesperado encontró repentinamente la forma más eficaz de utilizar sus tres máscaras y sus tres lenguas: un fuego mortecino infernal había irrumpido en la noche y le había inspirado el plan para crear la guerra entre los hombres y, luego, esclavizarlos.
Este era el plan: su máscara derecha expondría con elocuencia a los hombres justos y piadosos tesis de tinte tradicional, mientras su máscara izquierda enseñaría a los demás, sin pudor alguno, ideas opuestas a la ortodoxia, ideas revolucionarias, esto es, la antítesis. Luego, creada la tensión y la guerra entre los dos bandos opuestos, en medio del trágico fragor de la batalla, haría entrar en escena su máscara central de color bermejo; su máscara de rasgos serenos y de labios reconciliadores que, como bandera de la paz, invitaría a construir la verdad mediante el diálogo.
Esta sería, por tanto, su máscara del falso dios de la paz, del “anticristo salvador” de la humanidad, su máscara gentil y anfitriona, con cuyos labios invitaría por igual a ortodoxos y a revolucionarios, a deponer las diferencias y la guerra, cediendo en todo aquello que los dividiera y uniéndose entre sí en torno a sus puntos comunes, es decir, adhiriéndose a una doctrina híbrida.
Esta sería entonces la síntesis satánica, en la cual, lo que no fuera común a los contendientes, esto es el motivo de la guerra – Cristo, el enemigo de Satán –, quedaría excluido, y lo que los unía – un ficticio y confuso dios de la paz – sería aceptado por todos. Esta, pues, sería la máscara de la victoria del Satán ecuánime y aparentemente justo, adalid de una falsa paz, con la cual daría su última batalla.

jueves, 15 de octubre de 2009

LA DESACRALIZACIÓN AL GALOPE

“Lo característico de nuestra época es su ceguera para la dimensión de lo sagrado (das Heil). Quizá es éste el único “Unheil”, la única y radical desdicha de nuestro tiempo.” Martin Heidegger

Para poner la Iglesia a tono con los “signos de los tiempos”, el Papa Juan XXIII convocó el Concilio Vaticano II. Según sus palabras, era necesario abrir la ventana de la Iglesia para que entrara aire fresco. Sin duda, el Papa expresó nobles intenciones, pero... si el Papa no quería que el aire fresco soplara desde dentro de la Iglesia para evangelizar al mundo, de dónde más podría venir tal aire, sino del mundo exterior, es decir, de aquella corriente modernista cargada de materialismo que entonces y ahora domina el mundo; del humo de la desacralización que había ensombrecido a la pobre Europa, para luego infestar con su penetrante hedor a todas las naciones. Así, al abrir la ventana de la Iglesia durante el Concilio, el humo de Satanás se empezó a mezclar con el incienso y las fumarolas que anunciaban la Nueva Iglesia; es decir, el humo no entró al lugar sagrado por una grieta, sino por la puerta grande, engalanada y respaldada por la autoridad conciliar, para luego imponer a obispos, sacerdotes y fieles, con sutileza magistral y sirviéndose de una falsa obediencia, un espíritu desacralizador revestido con capa de progresismo.
A partir de tal Concilio, todo en la vida de la “nueva Iglesia”, de una u otra manera, se impregnó de este humo, apagándose de manera manifiesta el brillo de la Santa Tradición, de sus costumbres y ritos, e implicando así todo el universo de la fe. De manera especial, el proceso desacralizador se aceleró vertiginosamente con la instaura-ción de la Nueva Misa (el Novus Ordo), que desplazó a la venerable y santa liturgia romana que San Pío V había consagrado como Misa eterna. Pero, el humo de la desacralización no sólo ensombreció a la liturgia y a la vida religiosa, sino que extendió su acción a toda la cultura cristiana: es decir, a las instituciones políticas, sociales y económicas, al matrimonio y a la familia, a las costumbres, a los negocios, al miramiento del mismo cuerpo humano como templo de Dios y, hasta a las relaciones humanas fundadas en la confianza, en la “palabra sagrada” que fuera promesa empeñada y cumplida por los cristianos en los tiempos esplendorosos de su civilización.

EL BAUTISMO DE LOS NIÑOS

La liturgia moderna ha introducido una nueva pastoral del Bautismo: algunos ritos se han suprimido (por ejemplo la imposición de la sal, los exorcismos), y en algunos casos se difiere el bautismo aún por años. Frente a estas novedades consideremos las enseñanzas de siempre de la Iglesia.

La Sagrada Escritura nos habla de los bautismos que los Apóstoles confirieron en varias familias. San Pablo y Silas bautizaron en Filipos a la familia de Lidia (Act. 16, 14-15) y al carcelero «con todos los suyos» (Act. 16, 33). San Pedro ha­bía ya bautizado, por revelación di­vi­na, al centurión Cornelio y a toda su familia (Act. 10, 14 y ss.). Crispo, jefe de la sinagoga de Co­rinto y su familia fueron evan­gelizados y bautizados (Act. 18, 8 y ss.).¿Qué podemos deducir de estos hechos? Ninguno de los textos citados nos habla positivamente del bautismo de los niños pero ninguno tampoco lo excluye explícitamente. Hay que recordar las palabras de Nuestro Señor: «Dejad que los niños se acerquen a mí» (Mat. 19, 14).
La Tradición (segunda fuente de la Revelación) es más clara aún. A fines del siglo II, San Ireneo nos dice que «Cristo vino para salvar a todos los que renacen en Dios, recién nacidos, pequeños, niños, jóvenes y ancianos» (“Contra las herejías” II, 22, 4). Orígenes no duda en indicarnos, a mediados del siglo III, el origen de esta costumbre: «la Iglesia ha recibido de los Apóstoles la tradición de bautizar también a los niños» (“Comentario de la Epístola a los Romanos” 5, 9). San Cipriano se apoya en una decisión del Concilio de Cartago en el año 252 para pedir que se bautice a los niños tres días después de su nacimiento (“Carta” 64, 2). Podemos acabar esta breve enumeración con San Agustín, el doctor de la gracia, quien escribe en su “Comentario al Génesis” (10, 23, nº 39): «La costumbre de la Iglesia nuestra Madre de bautizar a los niños no debe ser despreciada ni decir que es superflua; debe creerse en ella porque es de tradición apostólica. La edad tierna tiene en su favor el gran testimonio de haber sido la primera en derramar su sangre por Cristo».
El Magisterio de la Iglesia, a través de las decisiones de los Papas y los Concilios –depositarios de la doctrina de la salvación según la orden de Cristo–, confirma esta enseñanza. Para el 4º Concilio de Cartago, en el año 418, es anatema todo el que pretende que no hay que bautizar a los niños pequeños o que el bautismo no les sirve de nada para perdonarles los pecados (canon 2). El 2º Concilio de Letrán en el año 1139 «condena y excluye de la Iglesia de Dios a todos los que, disimulando exteriormente la religiosidad reprueban el bautismo de los niños» (can. 23). Inocen­cio III confirmó esta doctrina en el año 1208 en su “Profesión de fe a los Valdenses” que dice así: «Aprobamos, pues, el bau­tismo de los niños que, como creemos y confesamos, se salvan si mueren después del Bautismo, antes de haber cometido pecados; creemos igualmente que todos los pecados, tanto el original como los cometidos voluntariamente, son borrados por el Bautismo».
Contra los protestantes, y sobre todo contra los anabaptistas, el Concilio de Trento precisó que para ser bautizado no es necesario tener la edad de Cristo (“Decreto sobre el Bautismo” can. 12), pues el niño que ya fue bautizado no necesita volverlo a ser en la edad adulta (can. 14). Y la razón profunda de esta práctica del bautismo de los niños nos la da el mismo Concilio: sólo el bautismo los puede curar del pecado original con el que están manchados (“Decreto sobre el pecado original” nº 4).
Finalmente, ante las insinuaciones de los modernistas, el Papa San Pío X tuvo que reprobar la opinión según la cual «la costumbre de conferir el Bautismo a los niños fue una evolución disciplinar y constituyó una de las causas por las que este sacramento se dividió en dos: el bautismo y la penitencia» (Decreto “Lamentabili”, proposición condenada nº 43).

EL POR QUÉ DE ESTA NECESIDAD. ¿Cuáles son las causas y razones fundamentales de esta práctica incesante de la Iglesia? El Bautismo de los niños no es sino un caso particular del mandamiento general que dio Nuestro Señor: «Id, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mat. 28, 19-20). Es la aplicación a todos de lo que Jesucristo le dijo a Nicode­mo en privado: «Quien no naciere de arriba no puede entrar en el reino de Dios... Quien no naciere del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de los cielos» (Juan 3, 3-5).
¿Por qué el carácter tan absoluto de esta orden? Porque, como dice San Cipriano, «el niño ha contraído desde su nacimiento, como descendiente de Adán, el virus mortal del antiguo contagio» (“Carta” 64, 5). Todos nosotros nacemos con la mancha original que se transmiten los hombres por generación. Este es el argumento central de Santo Tomás de Aquino: «El Apóstol dice en la epístola a los Romanos: ‘Si por la transgresión de uno solo, esto es, por obra de uno solo, reinó la muerte, mucho más los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia reinarán en la vida por medio de uno solo, Jesucristo’ (Rom. 5, 17). Ahora bien, los niños, por el pecado de Adán han contraído el pecado original, como lo deja ver el que estén sometidos a la mortalidad que, por el pecado del primer hombre ha pasado a los demás, como lo indica el Apóstol en el mismo lugar. Así que, con mayor razón, los niños pueden recibir por medio de Cristo la gracia que les hará reinar en la vida eterna. El Señor mismo dice: ‘Quien no naciere del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de los cielos’ (Juan 3, 3). Por eso es necesario bautizar a los niños porque así como por Adán incurrieron en su condenación al nacer, del mismo modo puedan obtener su salvación por Cristo cuando renacen» (IIIª, qu. 68, art. 9, corp.).
Es cierto que para un adulto es indispensable prepararse al Bautismo:
1) expresando su intención de recibirlo;
2) profesando la fe católica: «El que crea y se bautice se salvará» (Marc. 16, 16);
3) arrepintiéndose de sus pecados: «Arrepentíos y bautizaos en el nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados» (Act. 2, 38).
Los adultos, al tener el uso de razón, pueden y deben orientarse a sí mismos hacia la salvación. Los niños, sin embargo, no pueden usar su razón, de modo que el único remedio que tienen es el bautismo de agua. «Si son niños –comenta Santo Tomás de Aquino– no hay que diferir el Bautismo, primeramente porque no se puede esperar de ellos una instrucción más buena ni una conversión más profunda, y además a causa del peligro de muerte en el que se hallan, puesto que ellos no pueden tener otro remedio más que el sacramento del Bautismo» (IIIª, qu. 68, art. 3, corp.).

RESPUESTA A ALGUNAS OBJECIONES. Consideremos algunas objeciones muy actuales, pero que ya comentaba Santo Tomás en el siglo XIII y a las cuales respondía también San Agustín en el siglo V.

Puesto que el Bautismo borra el pecado original, todos los pecados personales (para los adultos) y todas las penas debidas por estos pecados, ¿no sería mejor esperar a la edad adulta para recibir el Bautismo, como se hacía en los primeros siglos de la Iglesia? Respondamos que si esta práctica estuvo en vigor se trataba en realidad de un abuso contra el cual lucharon los Santos Padres, como San Gregorio de Nicea en su obra titulada “Contra la costumbre de quienes retrasan el bautismo”. Además, escuchemos a San Agustín, que fue víctima de esta costumbre: cuando era joven cayó enfermo, por lo que se le iba a bautizar pero al curarse, se dejó para más tarde; éstas son las reflexiones que este retraso le inspiró: «Mi purificación fue diferida como si nunca más tuviese yo que volverme a manchar al encontrar de nuevo la vida. Sin duda se pensaba que, si después de la ablución bautismal volvía yo a caer en el barro del pecado, mi responsabilidad sería más pesada y peligrosa... ¿Fue para mi bien que me fueron desatadas de este modo las riendas del pecado?... Mucho más provechoso me hubiese sido ser curado prontamente, ya que tanto celo hemos tenido que emplear yo y los míos para poner este alma en lugar seguro para su salvación, bajo la tutela de Quien se la hubiese dado entonces» (“Confesiones” I, 12, 17-18). Donde la gracia reina más tiempo con su cortejo de virtudes y dones, Dios reina también con más estabilidad. ¿Por qué no querer que los niños se conviertan cuanto antes en los templos del Espíritu Santo? ¿Por qué dejar más tiempo bajo el yugo del demonio a esas almas que Dios quiere librar por medio del sacramento del Bautismo, sus oraciones, sus exor­cis­mos y la infusión del agua sal­vífica?

¿Cómo puede ser apto para recibir el Bautismo un niño, puesto que no puede manifestar su decisión personal de ser bautizado, ya que como no tiene uso de razón, no puede arrepentirse de sus pecados ni profesar solemnemente su fe? En realidad los niños son bautizados en la fe de su Madre, la Santa Iglesia. Como una madre alimenta por sí misma a su hijo que todavía no puede valerse, la Iglesia le da a sus hijos la salvación que todavía no pueden obtener por sí mismos. Además, ¿no es justicia que «quien ha sido herido por obra de otra persona (sea) también curado por la palabra de otra persona» (S. Agustín, “Sermón” 254, 12). ¿Sería injusto que quien se alejó de Dios sin un acto personal vuelva a Él sin un acto personal?

Otra objeción, muy moderna en su formulación: al bautizar a un niño sin pedirle su opinión se atenta contra su libertad; ¿cómo se le puede imponer una serie de compromisos que a lo mejor él nunca hubiese asumido? Respondamos que procurar alcanzar la felicidad del cielo es una obligación para todos: «Dios quiere que todos los hombres se salven» (I Tim. 2, 4). El Bautismo es el medio para lograr esta salvación (Juan 3, 3). El Bautismo no compromete al niño a un estado de vida particular (sacerdocio, vida religiosa, celibato o matrimonio) sino a un camino común de salvación. ¿Acaso no es lo que hacen todos los padres en el plano temporal cuando les dan el alimento, medicinas y educación (sabiendo que todo esto es indispensable para su crecimiento físico, intelectual y moral) sin preguntarles si están de acuerdo o no? Cuando un niño está enfermo, ¿deciden los padres esperar a que sea mayor para saber si acepta la medicina que lo va a curar? ¿Por qué los padres admitirían esto en el plano espiritual? ¿No es el Bautismo el remedio al pecado original?

EL TRASFONDO DEL PROBLEMA. La amplitud del problema que estamos tratando, que no se conocía en otro tiempo, es muy significativa y hace pensar en:
1) una falta de fe en el dogma revelado del pecado original (Efes. 3, 3);
2) una falta de fe en el poder intrínseco de los sacramentos (en este caso del Bautismo) siempre y cuando no se ponga un obstáculo personal;
3) una falta de fe en Jesucristo, Dios y hombre verdadero, que nos ha instruido sobre la necesidad del Bautismo para salvarnos (Mat. 28, 19-20; Mar. 16, 16). Por eso permanezcamos fieles a la pastoral tradicional del Bautismo de los niños recién nacidos, que es la única garantía para la salvación de su alma.

lunes, 23 de marzo de 2009

EL HOMBRE DE PECADO – II

Sin embargo, San Juan Damasceno no duda en decir que desde su nacimiento será impuro, totalmente impregnado de los soplos de Satán. Es de creer que, desde el uso de razón, entrará en contacto tan constante e íntimo con el espíritu de las tinieblas, se inclinará al mal con tal obstinación, que no dejará penetrar en su alma ninguna luz sobrenatural, ninguna gracia de lo alto. Permanecerá inmutablemente rebelde a todo bien.
Eso le valdrá el nombre de hombre de pecado. Llevará el pecado hasta su colmo, no haciendo de toda su vida sino un largo acto de rebeldía contra Dios. Por esta constante aplicación al mal, alcanzará un refinamiento de impiedad al que no llegó jamás hombre alguno.
El calificativo de hijo de perdición, que le es común con Judas, quiere decir que su condenación eterna esta prevista por Dios, como castigo de su espantosa malicia, hasta el punto de que está inscrita en las Escrituras y como consignada de antemano. Es probable —y tal es el pensamiento de San Gregorio— que el monstruo conocerá, por una luz salida de los abismos del infierno, la suerte que le espera, que renunciará a toda esperanza para odiar a Dios más a su gusto, que se fijará desde esta vida en la obstinación irremediable de los condenados. Y así realizará en sí mismo el nombre terrible de hijo de perdición.
De este modo será verdaderamente el Anticristo, es decir, las antípodas de Nuestro Señor. Jesucristo se encontraba fuera del alcance del pecado; él se pondrá fuera del alcance de la gracia, por un abandono de todo su ser al espíritu del mal. Jesucristo se orientaba a su Padre con todos los impulsos de una naturaleza divinizada y sustraída a las influencias del mal; él se orientará al mal con todos los impulsos de una naturaleza profundamente viciada y que renunciará incluso a la esperanza.
Siendo tan diametralmente opuesto a Nuestro Señor, realizará obras en oposición directa con las suyas. Será para Satán un órgano selecto, un instrumento de predilección.
Así como Dios, al enviar a su Hijo al mundo, lo revistió del poder de hacer milagros, e incluso de devolver la vida a los muertos, del mismo modo Satán, haciendo un pacto con el hombre de pecado, le comunicará el poder de hacer falsos milagros. Por eso dice San Pablo que “su advenimiento será según la operación de Satanás, con todo poder, señales y prodigios falsos”. Nuestro Señor sólo hizo milagros por bondad, y se negó a hacer milagros por pura ostentación; el Anticristo se complacerá en ellos, y los pueblos, por un justo juicio de Dios, de dejarán engañar por sus malabarismos.
Por lo que precede está claro que el Anticristo se presentará al mundo como el tipo más completo de estos falsos profetas que fanatizan a las masas, y que las conducen a todos los excesos bajo el pretexto de una reforma religiosa. Desde este punto de vista, Mahoma parece haber sido su verdadero precursor. Pero el Anticristo lo superará inmediatamente en perversidad, en habilidad, y también en la plenitud de su poder satánico.En el próximo artículo estudiaremos los orígenes y desarrollo de su poder, y las fases de la guerra de exterminio que desencadenará contra la Iglesia de Jesucristo.
El drama del fin de los tiempos - R.P. Emmanuel - (mayo de 1885)

EL HOMBRE DE PECADO – I

Entra dentro de lo posible, aunque la apostasía se encuentre muy avanzada, que los cristianos, por un esfuerzo generoso, hagan retroceder a los conductores de la descristianización a ultranza, y obtengan así para la Iglesia días de consuelo y de paz antes de la gran prueba. Este resultado lo esperamos, no de los hombres, sino de Dios; no tanto de los esfuerzos cuanto de las oraciones.
En este orden de ideas, algunos autores piadosos esperan, después de la crisis presente, un triunfo de la Iglesia, algo así como un domingo de Ramos, en el cual esta Madre será saludada por los clamores de amor de los hijos de Jacob, reunidos a las naciones en la unidad de una misma fe. Nos asociamos de buena gana a estas esperanzas, que apuntan a un hecho formalmente anunciado por los profetas, y del cual volveremos a hablar en su lugar.
Sea lo que fuere, este triunfo, si Dios nos lo concede, no será de larga duración. Los enemigos de la Iglesia, aturdidos por un momento, proseguirán su obra satánica con redoblado odio. Podemos representarnos el estado de la Iglesia en ese momento, como semejante en todo al estado de Nuestro Señor durante los días que precedieron a su Pasión.
El mundo será profundamente agitado, como lo estaba el pueblo judío reunido para las fiestas pascuales. Habrá rumores inmensos, y cada cual hablará de la Iglesia, unos para decir que ella es divina, otros para decir que ella no lo es. La Iglesia se encontrará expuesta a los más insidiosos ataques del librepensamiento; pero jamás habrá logrado mejor que entonces reducir al silencio a sus adversarios, pulverizando sus sofismas...
En resumen, el mundo será puesto enfrente de la verdad; la irradiación divina de la Iglesia brillará ante sus ojos; pero él desviará la cabeza, y dirá: ¡No me interesa!
Este desprecio de la verdad, este abuso de las gracias tendrá como consecuencia la revelación del hombre de pecado. La humanidad habrá querido a este amo inmundo : ella lo tendrá. Y por él se producirá una seducción de iniquidad, una eficacia de error (así tradujo Bossuet a San Pablo) que castigará a los hombres por haber rechazado y odiado la Verdad.
Al hablar así, no estamos entregándonos a imaginaciones, sino que seguimos al Apóstol. En efecto, según él, toda seducción de iniquidad obrará “sobre los que se pierden, por no haber aceptado el amor de la verdad a fin de salvarse. Por eso Dios les enviará una eficacia de error, con que crean a la mentira; para que sean juzgados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia” (II Tes. 2 11-12).
Cuando aparezca el hombre de pecado, será, como dice San Pablo, a su tiempo; es decir, en un momento en que el cuerpo de los malvados, endurecido contra los dardos de la gracia, hecho compacto e impermeable por la obstinación de su malicia, reclamará esta cabeza. Ella surgirá, y Satán hará brillar en ella toda la extensión de su odio contra Dios y los hombres.
El hombre de pecado, el Anticristo, será un hombre, un simple viador hacia la eternidad. Algunos autores supusieron en él una encarnación del demonio; esta imaginación carece de fundamento. El diablo no tiene el poder de asumir y de unirse una naturaleza humana, de simular el adorable misterio de la Encarnación del Verbo.
Los Padres piensan unánimemente que será judío de origen. Incluso dicen que será de la tribu de Dan, fundándose en que esta tribu no es nombrada en el Apocalipsis como dando elegidos al Señor. San Agustín se hace el eco de esta tradición, en su libro de Cuestiones sobre Josué. Se hace muy verosímil por el hecho de que la francmasonería es de origen judío, de que los judíos tienen en manos sus hilos en el mundo entero; lo cual hace pensar que el jefe del imperio anticristiano será un judío. Los judíos, por otra parte, que no quieren reconocer a Jesucristo, siguen esperando a su Mesías. Nuestro Señor les decía: “Yo vine en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viniere de su propia autoridad, a aquél le recibiréis” (Jn. 5 43). Por este otro, los Padres entienden comúnmente al Anticristo.
Aunque el Anticristo sea llamado el hombre de pecado, el hijo de perdición, no hay que creer que estará destinado al mal, como fatal e irremisiblemente. Recibirá gracias, conocerá la verdad, tendrá un ángel custodio. Tendrá la oportunidad y los medios para alcanzar la salvación, y sólo se perderá por su propia culpa.
El drama del fin de los tiempos - R.P. Emmanuel - (mayo de 1885)

RAZONES QUE NOS OBLIGAN A RECHAZAR LA NUEVA MISA - II

Sin fe es imposible agradar a Dios (San Pablo, Epístola a los Hebreos, 11, 6). Pero aún cuando nosotros mismos, o un ángel del cielo, os predique un Evangelio diferente del que nosotros os hemos anunciado, sea anatema. (San Pablo, Gálatas 1, 8)
Razones por las que, en conciencia, no puedo asistir a la "NUEVA MISA" o Misa de Pablo VI, o la Misa Moderna, sea en Latín o en Español, de cara al pueblo o de cara al Sagrario. Y, por lo tanto, por las mismas razones, continúo con la Misa tradicional, o Misa de San Pío V, o Misa tridentina, o Misa de siempre.
* Porque, al insertar la "oración de los fieles" luterana en la Nueva Misa no sólo se sigue, sino que se presenta como aceptable el error protestante de que todas las personas son sacerdotes.
* Porque la Nueva Misa elimina el "Yo pecador" del sacerdote, y lo hace común con el pueblo y por lo tanto favorece el error de Lutero de no aceptar la enseñanza católica de que el sacerdote es juez, testigo e intercesor ante Dios.
* Porque la Nueva Misa deja entender que el pueblo "concelebra" con el Sacerdote lo cual es contrario a la teología Católica.
* Porque fueron seis pastores protestantes los que colaboraron en su confección, sus nombres: Georges, Jasper, Shepherd, Kunneth, Smith y Thurian.
* Porque así como Lutero suprimió el Ofertorio, porque en él se expresaba de modo neto el carácter sacrificial y propiciatorio de la Misa, así también la Nueva Misa lo reduce a una simple preparación de las ofrendas.
* Porque los protestantes, sin corregir sus errores, pueden celebrar su cena usando el texto de la Nueva Misa. Es decir, se sirven de la Misa Nueva sin dejar de ser protestantes, conservando su fe protestante. Max Thurian, protestante de Taizé, dice que uno de los frutos de la Nueva Misa "será tal vez que las comunidades no católicas podrán celebrar la santa cena con las mismas oraciones de la Iglesia Católica. Teológicamente es posible" (La Croix, 30/5/69).
* Porque el modo narrativo de la consagración, induce a creer que se trata sólo de una memoria de la Cena (error protestante) y no un verdadero y propio Sacrificio.
* Porque, por las graves omisiones, llevan a pensar que se trata sólo de una cena o de un sacrificio de acción de gracias solamente y no de un sacrificio propiciatorio; esto es, se favorece el error protestante de que la Misa es sólo un banquete y que el sacerdote sólo es presidente de la asamblea.
* Porque, con las otras innovaciones a que prestó ocasión, como el altar en forma de mesa, el sacerdote orientado hacia el pueblo, la Comunión de pie o en la mano, no sólo dio margen a abusos, sino que favorece la doctrina protestante, según la cual la misa es sólo un banquete y el sacerdote solamente presidente de la asamblea.
* Porque, a causa de todo eso, los protestantes, posiblemente burlándose de nosotros, dijeron: "Las nuevas plegarias eucarísticas católicas han abandonado la falsa perspectiva del sacrificio ofrecido a Dios" (La Croix, 10/12/69). Y más: "Ahora en la Misa renovada, no hay nada que pueda perturbar al cristiano evangélico" (Siegevalt, profesor de teología en la Facultad protestante de Strasburg).
* Porque estamos frente a un serio dilema: o bien lentamente y sin darnos cuenta nos vamos haciendo protestantes siguiendo la Nueva Misa o, por el contrario, conservamos nuestra fe católica al adherirnos fielmente a la Misa tradicional de siempre.
* Porque la Misa Nueva fue elaborada de acuerdo con la definición protestante de la Misa: "La Cena del Señor o Misa es la sagrada sinaxis o asamblea del Pueblo de Dios que se congrega, presidida por el sacerdote, para celebrar el memorial del Señor" (N° 7 de la "Institutio Generalis" del 6/4/69, documento que presenta la Nueva Misa).
* Porque la Misa Nueva no agrada a Dios, quien detesta las cosas ambiguas como es la Misa Nueva, que pretende agradar a católicos y protestantes, y más a éstos.
* Porque quien asiste a la Misa Nueva, especialmente cuando es acompañada de cánticos nuevos de fuerte sabor protestante (sin hablar de las guitarras y baterías), tiene la clara impresión de asistir a una reunión, culto o cena protestante.
* Porque, siendo ambigua y favoreciendo la herejía, es peor que si fuese claramente herética, porque así es más engañadora: la peor moneda falsa es la más parecida a la verdadera.
* Porque la Santa Misa es el sacrificio de la Esposa de Cristo, que es la Iglesia Católica. Por lo tanto no puede ser al mismo tiempo de la Esposa de Cristo y de otras iglesias o sectas contrarias al verdadero y único Cristo: esto sería ofensivo para Cristo y para su Esposa.
* Porque la Misa Nueva obedece al mismo esquema de la Misa protestante de Cranmer, uno de los jefes del anglicanismo y feroz perseguidor de la Iglesia; los métodos empleados para introducirla, siguen, finalmente, las huellas de este heresiarca inglés.

Sermón de ordenaciones - Junio 2000 – II

Del mismo modo no queremos nada con esa Iglesia que se identifica, en diversos grados, con todas las religiones, y en definitiva, y en buena lógica, con el mundo, con esa Iglesia que rinde culto también a los falsos dioses y que rinde un falso culto al verdadero Dios y que admite en su seno a todos los errores que recorren el mundo, y principalmente los pensamientos de la filosofía moderna. Pues bien, nosotros adherimos indefectiblemente a la Iglesia depositaria de la Verdad, Madre y Maestra de todas las iglesias y de todo el mundo, Madre y Maestra de la Verdad. Y es precisamente por eso que somos católicos, porque la Iglesia nos da la Verdad. Y no queremos saber nada de ese pensamiento moderno que está lleno de anticristianismo y de ateísmo. Ellos que conocen tan bien la filosofía, no han entendido nada.
Tomo un ejemplo, que es tal vez un poco filosófico, pero que me parece interesante. En el siglo pasado vivió un pensador, un filósofo, filólogo, poeta, dicen, Federico Niestzsche, que ha sido como un profeta y un místico del espíritu anticristiano del mundo moderno. Profeta, y él mismo lo afirma: “Me propongo anunciar lo que ocurrirá en la Historia a lo largo de los dos próximos siglos”. Es un hombre que toma el pensamiento moderno, que saca las últimas consecuencias contenidas y que se hace apóstol de este anticristianismo. Y místico porque él mismo vivió en sí esos procesos espirituales modernistas. Parte de la negación de la Verdad, fundándose en Kant, en la filosofía del devenir siguiendo a Hegel, y entonces va aún más lejos y concluye en el nihilismo y en la proclamación de la muerte de Dios. Y a partir de ahí, como todos esos filósofos, se convierte en un demiurgo, es decir, es preciso hacer de nuevo la realidad, hay que dirigirla hacia una dirección, hacia un fin. (…) Y entonces el hombre debe primeramente darle vuelta al orden existente, debe cambiar completamente todas las verdades, y en primer lugar el cristianismo y la Iglesia católica, porque ha comprendido perfectamente que la Iglesia católica era la protectora de toda Verdad. Hay que volver a fundar un mundo nuevo, asentado sobre el materialismo, sobre el hedonismo, y a eso lo llama la voluntad de poder: es exactamente el mundo que nosotros vivimos, es el hombre el que modela la Verdad, el bien y la realidad. Este proceso se termina con el superhombre, es decir, sencillamente el hombre que se sustituye a Dios. Y ese es verdaderamente el fondo del pensamiento moderno. Entonces, ¿cómo puede pretenderse incorporar los valores de este pensamiento si el liberalismo mismo se inscribe perfectamente en esta lógica anticristiana, nihilista? Se quiere unir la luz con las tinieblas, a Cristo y Belial. Ha sido un místico, sí, ha vivido todos estos procesos y ha terminado loco. Ha terminado sus días después de haber escrito el último libro, donde propone esta lucha contra el cristianismo, un libro titulado “El Anticristo”. Pues bien, ha terminado loco. (…) Nosotros no queremos tener nada que ver con esta filosofía y este pensamiento moderno. Queremos la filosofía perenne, la de Santo Tomás de Aquino, la filosofía de la Verdad, del bien, de lo verdadero, de la realidad.
Así pues, queridos ordenandos, en primer lugar es necesario que tengamos la intransigencia doctrinal. Sobre la doctrina, sobre la Verdad, se es intransigente. Y eso es porque la Verdad, por definición, es una y única. Por consiguiente no hay más que un solo y único Cristo, una sola y única verdadera Iglesia. Y cuando se trata de la doctrina, no hay otra actitud posible más que la intransigencia doctrinal. “Y no puede ser que, como lo dice también el cardenal Pie, un exceso de verdad nos conduzca a un defecto de caridad”. Son las palabras del cardenal Pie. Es decir que la Verdad debe necesariamente estar acompañada de la Caridad, del amor de Dios, del amor al prójimo. El apóstol nos dice: “la Verdad en la Caridad”.
Y San Agustín sobre este tema tiene reflexiones muy interesantes. Por ejemplo dice: “Sólo la verdad tendrá la victoria, y la victoria de la Verdad es la caridad”. No hay victoria contra el error fuera de la Verdad. Pero la victoria de la Verdad es la Caridad. Dice también: “El Señor que ha dado a sus servidores la facultad de destruir los reinos del error nos invita, sin embargo, a salvar a los hombres y a no aniquilarlos. La Verdad sin la caridad, dice también, es la maldad”. Y de esta manera eleva una oración a Dios: “Enviad Señor dulzura a mi corazón (mitigaciones, dulzuras, suavidades a mi corazón), para que el amor de la verdad no me haga perder la verdad del amor”. Y esto es muy profundo, ya que decimos que Dios es Verdad, sí, pero Dios es Caridad, por lo tanto la Verdad en Dios es la Caridad y la Caridad, la Verdad. Y si no se tiene el amor de la verdad, no se puede tener la caridad; y si no se tiene la caridad, se pierde finalmente la verdad. He aquí los dos fallos que tenemos siempre, es la historia repetida y cíclica. Las dos tentaciones son la de comprometer un poco la verdad por cansancio o bajo el pretexto de caridad, o la de faltar a la caridad bajo el pretexto de defender la verdad.

Monseñor Alfonso de Galarreta

Sermón de ordenaciones - Junio 2000 – I

Excelencias, queridos hermanos en el sacerdocio, queridos fieles:
En el transcurso de este año hemos asistido al apogeo, podríamos decir al paroxismo de la herejía ecuménica y, por desgracia, principalmente en Roma. Pienso que no podemos poner ya en duda que nos encontramos por lo menos en el comienzo de esta gran apostasía, de esa apostasía generalizada, anunciada por la Sagrada Escritura. Cuando el apóstol San Pablo habla de esta apostasía que precederá la venida del Anticristo, nos dice que en aquel momento “muchos perecerán porque no habrán recibido el amor de la Verdad”. No habrán recibido el amor de la Verdad. Creo que es realmente una frase que explica el sentido de nuestra resistencia, de nuestro combate, y en última instancia, el problema de fondo de la crisis en la Iglesia. “No han recibido el amor de la Verdad”. No lo han recibido, no quieren recibirlo, no quieren saber nada de la Tradición. Si se recibe, hay una transmisión, y en consecuencia una tradición. No quieren saber ya nada del pasado de la Iglesia, del Magisterio de siempre. No quieren ya la Tradición.
En todas esas ceremonias de arrepentimiento, y esa oleada en cascada (ocurre en todas partes del mundo) de petición de perdón, lo peor es que piden perdón por los principios, perdón por la doctrina que ha inspirado la vida de la Iglesia durante veinte siglos. No han pedido perdón por los excesos (no es tal vez conveniente, pero en cualquier caso sería cierto), sino que hay un rechazo, una ruptura, una voluntad de ruptura con la Tradición. No existe otra cosa más que la Tradición viva, sólo hay el Concilio Vaticano II que reinterpreta absolutamente toda la Fe alejándose precisamente de la Fe. Recibir significa tener la humildad de la inteligencia, el “obsequium fidei”, la obediencia de la inteligencia ante la Verdad, y para eso hay que amar la Verdad, hay que desearla con todas sus fuerzas, hay que desearla, buscarla. Ahora bien, ellos han preferido sus opiniones, sus utopías.
Y esta verdad no es tan sólo el objeto de nuestra inteligencia, esta Verdad es Cristo, es Nuestro Señor Jesucristo: “Yo soy la Verdad”. Nuestro Señor es la Verdad, porque es Dios. Luego El es la Verdad primera y perfecta, plena, causa de toda verdad. Es la Verdad porque es el Verbo Encarnado, y por tanto la Sabiduría encarnada que ha venido para darnos testimonio de la Verdad y revelarnos la Verdad sobre Dios, sobre la Trinidad, sobre todos los misterios y sobre la salvación del hombre. Ha venido para revelarnos la verdad de la salvación. Y el sacerdote no hace más que continuar esta misión de Nuestro Señor Jesucristo, y en primer lugar debe predicar la Verdad, y toda la Verdad, y siempre la Verdad.
“No podemos nada contra la Verdad”, dice San Pablo. Así pues, no queremos saber nada de ese Cristo modernista, de ese Cristo psicológico, como lo dice tan bien el cardenal Pie, concebido por el espíritu humano, engendrado y nacido de la inteligencia, que surge de la profundidad de la conciencia del hombre, y por tanto de la humanidad. Ahí no encontramos más que al hombre. Y por consiguiente la nada, la desesperación con respecto a la salvación. No queremos saber nada de ese Cristo inmanente al hombre, que es consubstancial al hombre, y que se identifica finalmente con el hombre.
Nosotros creemos en el Cristo concebido del Espíritu Santo, nacido de Santa María Virgen, que ha venido para enseñarnos toda Verdad, que es Doctor, que es también Salvador, Redentor, que es Sumo Pontífice, que es el médico de nuestras almas, pues nos cura de nuestras desgracias, de nuestras miserias, de nuestros pecados. Nosotros queremos a Cristo Rey. Esa es nuestra Fe.

Monseñor Alfonso de Galarreta

UNA COMPRENSIÓN SUPERIOR DE LA CRISIS DE LA IGLESIA

Monseñor Tissier de Mallerais, uno de los miembros más antiguos de la FSSPX, consagrado Obispo en 1988 por Mons. Lefebvre, nos propone en esta entrevista útiles reflexiones sobre la divina constitución de la Iglesia y su crisis actual.

Monseñor, la perspectiva de ser consagrado obispo sin el consentimiento del Papa, y aun contra la voluntad explícita de éste, ¿no le embargó de espanto?
Mis sentimientos no importan: que yo experimentara temor y espanto, o bien duda y titubeo, o, por el contrario, alegría y entusiasmo, es secundario; diré, a lo sumo, que la “operación supervivencia” me tranquilizó tocante al destino de la Tradición de la Iglesia.
Admitimos que silencie usted sus sentimientos, pero díganos entonces cuáles fueron sus pensamientos.
En primer lugar estaba seguro de que con tal consagración, aun realizada contra la voluntad del Papa, ni Mons. Lefebvre, ni mis compañeros, ni yo mismo provocábamos un cisma, dado que Monseñor no pretendía atribuirnos jurisdicción alguna, ni deseaba asignarnos un rebaño determinado: “El mero hecho de consagrar a un obispo (contra la voluntad del Papa) no es un acto cismático en sí”, declarará unos días más tarde el cardenal Cas­tillo Lara (1), y el padre Patrick Valdrini (2) explicó también: “No es la consagración de un obispo (contra la voluntad del Papa) lo que crea un cisma (...), lo que consuma un cisma es conferir seguidamente a dicho obispo una misión apostólica”.
Pero ¿no le confirió Mons. Le­febvre una misión apostólica?
Mons. Lefebvre nos dijo: “Sois obispos para la Iglesia, para la Fraternidad (Sacerdotal San Pío X): administraréis el sacramento de la confirmación y conferiréis las sagradas órdenes; predicaréis la fe”. Eso es todo. No nos dijo: “Os confiero estos poderes”. Sólo nos indicó qué papel desempeñaríamos. La jurisdicción que no nos dio, que no podía darnos, y que el Papa se negó a otorgarnos, es la Iglesia la que nos la da, en razón de la situación de necesidad de los fieles. Se trata de una jurisdicción supletoria, de la misma naturaleza que la concedi­da a los sacerdotes por el derecho ca­nónico en otros casos de necesidad; por ejemplo, la jurisdicción pa­ra absolver válidamente en el sa­cramento de la penitencia en el caso de error común o de duda positiva y probable, de derecho o de hecho, sobre la jurisdicción del sacerdote (canon 209): en tales casos, la Iglesia tiene la costumbre de suplir la jurisdicción que podría faltarle al ministro: “Ecclesia supplet”.
Por consiguiente, al recibir el episcopado en tales circunstancias y al ejercerlo a continuación, ¿estaba usted cierto de que no usurpaba jurisdicción alguna?
Ninguna jurisdicción ordinaria, sí. Nuestra jurisdicción es extraordinaria y supletoria. No se ejerce so­bre un territorio determinado, si­no sobre las personas que la necesitan, caso por caso: confirmación, seminaristas de la Fraternidad o can­didatos al sacerdocio de las obras tradicionales amigas.
Así que, ¿no creó un cisma la consagración que recibió usted, Monseñor?
No, de ninguna manera. Pero se discutía un asunto más delicado desde 1983, cuando Mons. Lefebvre, frente al nuevo derecho canónico pu­blicado por Juan Pablo II, co­men­zó a pensar seriamente en consagrar uno o varios obispos: ¿serían legítimos tales obispos, no re­co­nocidos por el Papa? ¿Gozarían de la “sucesión apostólica formal”? ¿Serían, en fin, obispos católicos?
Y ese, según usted, ¿es un asunto más delicado?
Sí, porque atañe también a la divina constitución de la Iglesia, tal y como lo enseña toda la Tradición: no puede haber obispo legítimo sin el Papa, sin la aprobación –implíci­ta, al menos- del Papa, jefe por derecho divino del cuerpo episco­pal. En­tonces la respuesta es menos evidente, o mejor dicho, no es evidente en absoluto... a menos que se suponga...
Pero, con todo, Monseñor, usted no es sedeva­can­tista, ¿verdad?
No, en efecto. Pero hay que reconocer que si pudiéramos afirmar que, por causa de herejía, de cisma o de algún impedimento secreto de elección, el Papa no fuera realmente papa, si pudiésemos emitir tal juicio, sería evidente la respuesta al delicado asunto de nuestra legitimidad. El problema, por decirlo así, estriba en que ni Mons. Lefeb­vre, ni mis compañeros, ni yo mismo éramos ni somos sede­vacantistas.
No obstante, Mons. Lefebvre albergaba muchísimas reservas sobre la situación de los Papas Pablo VI y Juan Pablo II.
Exactamente. Mons. Lefebvre, desde 1976, a propósito de Pablo VI, y más tarde a propósito de Juan Pablo II, tras lo de Asís en 1986, dijo más de una vez: “No descarto que estos Papas no hayan sido Papas; la Iglesia deberá examinar un día, necesariamente, su situación; tal vez se pronunciará al respecto un próximo Pontífice, con sus cardenales, juzgando que estos Papas no lo hayan sido; pero yo prefiero considerarlos como Papas”. Lo que supone que Mons. Lefeb­vre no se sentía con los elementos sufi­cien­tes, ni con el poder requerido para emitir tal juicio. Es capital decir esto.
La lógica abrupta de un padre Guérard des Lauriers le hacía con­cluir así: “El Papa ha promulgado una herejía (con la libertad religiosa); luego es un hereje; luego no es Papa formalmente”. Pero la sabiduría de Mons. Le­febvre le hacía sentir, por el contrario, que las premisas de dicho razonamiento eran tan frágiles como la autoridad que lo formulaba, aunque fuese la de un teólogo o incluso la de un obispo.
Entonces, ¿cómo salió Mons. Lefebvre del dilema? O consagrar... (Pero ¿y si el Papa es Papa?) O el Papa no es Papa... (¡Pero no soy capaz de decidirlo!)
Mons. Lefebvre dejó abierta la cuestión teológica. Nuestro difunto y venerado compañero, el sacerdote Aloïs Kocher, decía entonces: “¡Dejemos esta cuestión a los teólogos del siglo XXI!” Nuestro fundador atacó el problema desde más arriba, y al mismo tiempo lo resolvió de la manera más concreta posible. He aquí la marca de la intuición sobrenatural que era la suya, y de la acción en él del don de sabiduría, don del Espíritu Santo.
¿Quiere usted decir que Mons. Lefebvre recibió una iluminación divina para efectuar dichas consagraciones?
En absoluto. Pero él tenía una compresión superior de la crisis del papado. No olvide que el que fue durante diez años delegado apostólico en Africa, amigo y confidente del Papa Pío XII, fiel discípulo de los papas Pío IX, León XIII, San Pío X y Pío XI, poseedor de un conocimiento perfecto de la Roma católica de siempre, penetró mejor que nadie el misterio de iniquidad que se desarrollaba en Roma desde el Vaticano II: el misterio de la ocupación de la sede de Pedro por una ideología foránea, anticristiana, con su negación práctica de la realeza y, por tanto, de la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.
No eche en olvido que la libertad religiosa es eso; que Asís en 1986 es, como lo dijo magníficamente Mons. de Castro Mayer en 1988, “el reconocimiento de la divinidad del paganismo”; que el ecumenismo no es más que la búsqueda de un universalismo más vasto que el de la Iglesia Católica: otras tantas blasfemias execrables que Mons. Lefebvre, por su fe concretísima y su unión constante con Nuestro Señor Jesucristo, sintió en lo más vivo de su propia carne, como dirigidas directamente contra Nuestro Señor.
Entonces, ante tal misterio, no quiso resolverlo, sino que tomó la decisión práctica que las necesidades del rebaño de los fieles habían hecho necesaria, y que se justificaba por la existencia del susodicho misterio, el misterio de las tinieblas.
Pero, ¿y las promesas hechas a Pedro de que las puertas del infierno no prevalecerían contra la Iglesia, por estar fundada ésta en la fe de Pedro?
Mons. Lefebvre creía con toda su alma en esta verdad de fe. Más, ¿en qué medida no se la podía conciliar, a pesar de todo, con una deficiencia grave del Papa en su predicación de la fe, deficiencia que resultaba evidente? Mons. Lefebvre respondía: “¡Los hechos hablan por sí mismos!”
En la víspera de las consagraciones, ¿no evocó Mons. Lefebvre ante los cuatro obispos tan gravísimo problema y la sabia solución que adoptaba?
Solución de una sabiduría altísima, profundísima, y al mismo tiempo tan concreta, tan práctica: sí, es cosa que confunde a nuestros espíritus limitados... ¡Pues bien! No, en la víspera de las consagraciones nos dio sencillamente pequeños consejos, muy prácticos, sobre la manera de predicar, el empleo de la mitra, la paciencia respecto a los maestros de ceremonias. Ya lo ve, ¡práctico-práctico!
Pero si quiere una exposición breve, concentrada, del juicio de sabiduría de que hablamos, se hace menester recurrir a un escrito de marzo de 1984. Todo está dicho en él, con una gravedad, una profundidad, una fuerza notables. Cito textualmente: “La situación del Papado actual vuelve caducas las dificultades de jurisdicción, de desobediencia y de apostolicidad, porque tales nociones suponen un Papa católico en su fe, en su gobierno. Sin entrar en las consecuencias del papa herético, cismático, inexistente, que arrastran a discusiones teóricas sin fin, ¿no podemos y no debemos afirmar hoy, en conciencia, tras la pro­mulgación del nuevo derecho, claro afirmador de la nueva Iglesia, y tras los actos y las escandalosas declaraciones concernientes a Lutero, que el Papa Juan Pablo II no es católico? No decimos más, pero tampoco menos. Habíamos esperado hasta que se colmara la medida: ya lo está”.
He aquí un juicio terrible, aplastante. ¿Cómo atreverse a decir eso? ¿Quién puede decirlo?
¡Sólo Mons. Lefebvre podía proferir tal juicio! Era también el único que tenía la autoridad moral para decidir: “Consagro”. No había otro. Así, no fueron mis propias luces las que me movieron a aceptar la consagración, ¡mi consagración, compréndalo bien! “Sólo Mons. Lefebvre pudo decidir dicha consagración; sólo él recibió la gracia para decidirla. A nosotros se nos dio la gracia para seguirlo”. Con estas palabras, sencillísimas, bellísimas, de uno de mis compañeros de la Hermandad, son con las que debo concluir: representan mi convicción más íntima, mi certeza más sólida, de que voy por el buen camino.
Y cuando Roma haya vuelto a ser Roma, nosotros, los cuatro obispos, con Mons. Rangel, o nuestros sucesores, depositaremos nuestro episcopado entre las manos de Pedro para que se digne confirmarlo, Deo volente (si Dios quiere), y para que haga con él lo que bien le parezca: tal era nuestra disposición el 30 de junio de 1988; tal sigue siendo nuestra resolución, nuestra confianza, nuestro abandono.
Entretanto, ¡continuaremos el combate de la fe!

(1) Presidente de la Comisión Pon­tificia para la interpretación auténtica de los textos legislativos; entrevista concedida al periódico La Repubblica, 10 de julio de 1988.
(2) Decano de la facultad de derecho canónico del Instituto Católico de París; entrevista aparecida en Valeurs actuelles, 4 de julio de 1988.

viernes, 20 de marzo de 2009

JESUS, VERDADERO DIOS Y VERDADERO HOMBRE: VERDADERO REY

«Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Juan 10, 10).

Esta venida de Nuestro Señor no indica sólo la finalidad de su ministerio sino que supone la venida a este mundo de alguien que existía por encima y antes que él.
A partir de la misión de Cristo, penetramos más adentro en el misterio de su Persona. Lo importante es conocer mejor a Nuestro Señor, pues tenemos que conocer su misión, su origen y saber de dónde viene. Naturalmente tendremos más respeto por Jesucristo en la medida en que comprendamos mejor que Él es Dios. Por supuesto que Él asumió un cuerpo de hombre, un alma humana, pero esto no lo disminuye en nada. Cuando el Hijo dice que le debe todo a su Padre, reconoce sencillamente la paternidad del Padre con quien está unido consubstancialmente con el Espíritu Santo desde toda la eternidad en la Santísima Trinidad.
Hacer del misterio de Nuestro Señor Jesucristo el objeto de nuestras reflexiones y de nuestras meditaciones puede parecer, en cierto modo, un poco teórico. Pero si lo examinamos de cerca, es algo perfectamente actual y concreto.
Definir, de algún modo, lo que es Nuestro Señor Jesucristo, intentar conocerlo mejor, conocer más de cerca sus relaciones con el Padre en el seno de la Trinidad, las relaciones del Padre y del Hijo, su misión eterna y su misión temporal, forma parte de nuestra vida, diría yo, incluso de una manera dramática, puesto que en el mundo moderno en que vivimos lo que se pone realmente en duda es la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Si Nuestro Señor Jesucristo es Dios, como consecuencia es el dueño de todas las cosas, de los elementos, de los individuos, de las familias y de la sociedad. Es el Creador y el fin de todas las cosas. (...)
Si no estamos convencidos de la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo no tendremos bastante fuerza para mantener esta fe ante la creciente invasión de todas las religiones falsas en las que Él no es Rey ni se le afirma como Dios, con todas las consecuencias que esto significa en la moralidad general: moralidad del Estado, de las familias y de los individuos.
A causa de la libertad religiosa que se declara en los textos del concilio y que va en contra del reinado social de Nuestro Señor Jesucristo, ya que coloca todas las religiones en pie de igualdad y se otorgan los mismos derechos a la verdad y al error, ya no se considera a Nuestro Señor Jesucristo como la sola Verdad y como fuente de la Verdad.
En Alemania, el cardenal Josef Hoeffner, arzobispo de Colonia, dijo: «Aquí somos pluralistas". ¿Qué quiere decir "pluralistas"? Quiere decir que Nuestro Señor no es el único, que hay algo más que Nuestro Señor. Se admite a Nuestro Señor Jesucristo pero se admite también que no es Dios; se admiten todas las opiniones y todas las religiones. Cuando tales palabras salen de la boca de un cardenal arzobispo de Colonia, se trata de algo muy grave. Quiere decir que los católicos que se han acostumbrado a vivir en un ambiente protestante admiten en definitiva el protestantismo como una religión válida. La pluralidad de religiones, en un Estado, provoca un peligro de indiferentismo; pero este peligro no ha sido nunca tan nocivo como después del ecumenismo conciliar: la pluralidad se convierte en el pluralismo. Han perdido el sentido de la realeza de Nuestro Señor Jesucristo y, por el hecho mismo, pierden implícitamente el sentido de la divinidad de Nuestro Señor. Es una falta de fe profunda y muy grave, pues en ese caso, basta muy poco para que se alejen de la Iglesia, no practiquen su religión y su moral se vuelva deplorable. (…)
Tenemos que reflexionar, meditar, y convencernos de la necesidad de la realeza social de Nuestro Señor Jesucristo y no sólo sobre nuestras personas.
Si decís: «Quiero vivir según la ley de Nuestro Señor, según la moral que ha enseñado; quiero vivir según su gracia, su amor y sus sacramentos, pero me veo obligado a aceptar la libertad de costumbres y la libertad de pensamiento cuando me encuentro fuera de mi hogar», estad seguros de que un día u otro quedaréis contaminados. El solo hecho de admitir esto y decir, como la declaración sobre la libertad religiosa, que es un derecho de la persona humana, que todos tienen el derecho de pensar lo que quieran, que están en su derecho, es abandonar todo espíritu de evangelización.
Si oímos decir: «Esa persona es libre, no piensa como yo y tiene una religión distinta de la mía», sepamos que eso no es verdad. No es libre y tenemos que decirle: «Lo siento, pero estás en el error y no en la verdad; un día serás juzgado sobre tus pensamientos, tu comportamiento y tu actitud; tienes que convertirte. Y esto no sólo por las ideas sino por las costumbres, la moral y todo. »

Mons. Marcel Lefebvre

UN POCO DE HISTORIA

A principios del siglo XVI, los ingleses conocieron una aventura del género de la que ahora vivimos, [a partir del Concilio Vaticano II], con la diferencia de que aquella comenzó con un cisma. Por lo demás, las similitudes son asombrosas y propias para hacernos reflexionar. La nueva religión, que tomaría el nombre de anglicanismo, comenzó con el ataque contra la misa, la confesión individual y el celibato eclesiástico. Enrique VIII, aunque haya tomado sobre sí la enorme responsabilidad de separar a su pueblo de Roma, rechazó las sugerencias que se le hicieron, pero, al año siguiente de su muerte, una disposición autoriza el uso del inglés para la celebración de la misa. Se prohiben las procesiones y se impone un nuevo "Ordo", el Order of Communion, en el que ya no existe el ofertorio. Para tranquilizar a los cristianos, una nueva disposición prohibe toda suerte de cambios, mientras una tercera permite a los curas suprimir en las iglesias las imágenes de la Virgen y de los santos. Obras venerables de arte son vendidas a los comerciantes, exactamente como hoy en los anticuarios.
Solamente algunos Obispos hicieron notar que el “Order of Communion” atentaba contra el dogma de la Presencia real, diciendo que Nuestro Señor nos da su Cuerpo y su Sangre espiritualmente. El Confi­teor traducido en lengua vernácula era recitado al mismo tiempo por el celebrante y los fieles. La Misa se había convertido en comida “turning into a Communion”. Hasta los Obispos lúcidos aceptaron finalmente el nue­vo libro, para conservar la paz y la unión. Por estos mismos motivos, la Iglesia post­conciliar quiere imponernos el Novus Ordo. Los obispos ingleses afirmaron en el siglo XVI que la misa era ¡“un memorial”! Una abundante propaganda transmitió las concepciones luteranas al espíritu de los fieles; los predicadores debían estar admitidos por el gobierno.
Al mismo tiempo, al Papa se le llamó simplemente “El Obispo de Roma”, ya no es más el Padre sino el Hermano de los Obispos, y en el caso presente, el Hermano del Rey de Inglaterra, que se nombra a sí mismo Jefe de la iglesia nacional. El Prayer Book de Crammer fue compuesto, mezclando parte de la liturgia griega y de la liturgia de Lutero. ¿Cómo no pensar en Mons. Bugnini, con la colaboración de seis “observadores” protestantes, agregados cualificados a Consilium pa­ra la reforma de la liturgia?
El Pra­yer Book comienza con estas palabras: “La Cena y Santa Comunión, comúnmente llamada misa...”, prefiguración del famoso artículo 7 de la Institutio Generalis del Nuevo misal repetido por el Congreso Eucarístico de Lourdes en 1981: “La Cena del Señor, llamada también misa...” La destrucción de lo sagrado está también incluida en la reforma anglicana: las palabras del Canon deberían decirse obligatoriamente en voz alta, lo mismo que sucede en las “Eucaristías” actuales.
El Prayer Book fue así aprobado por los Obispos para “conservar la unidad interior del reino”. Los sacerdotes que continuaron celebrando la “antigua Misa” incurrían en penas desde la pérdida de los emolumentos hasta la destitución pura y simple, y en caso de reincidencia, la prisión a perpetuidad. Hay que reconocer que hoy en día ya no se mete en prisión a los sacerdotes “tradicionalistas”.

La Inglaterra de los Tudor se deslizó hacia la herejía sin ni siquiera darse cuenta, aceptando el cambio bajo el pretexto de adaptarse a las circunstancias históricas del tiempo, con sus pastores a la cabeza. Hoy, toda la cristiandad está en peligro de seguir el mismo camino, y ¿habéis pensado que si los que tenemos una cierta edad corremos menos peligro, los niños, los jóvenes seminaristas formados con los nuevos catecismos, la psicología experimental, la sociología, sin el menor matiz de teología dogmática y moral, de derecho canónico, de historia de la Iglesia, educados en una fe que no es la auténtica, encontrarán naturales las nuevas nociones neoprotestantes que se les inculca? ¿Qué será de la religión de mañana si no resistimos nosotros?
Tendréis la tentación de objetar: «¿Pero qué podemos hacer? Es un Obispo quien dice esto o lo otro. Fijaos, este documento viene de la comisión de la Catequesis o de la otra comisión oficial». Bueno, ya no os falta más que perder la Fe. Pero no tenéis el derecho de reaccionar así. San Pablo os advirtió: “Aunque un Angel venido del Cielo os dijera otra cosa de lo que yo os he enseñado, no le escuchéis”. Tal es el secreto de la verdadera obediencia.

Monseñor Marcel Lefebvre - Carta abierta a los católicos perplejos, cap. XVIII

LA TOLERANCIA: VIRTUD PELIGROSA – II

Sin embargo, no paremos aquí. Tengamos el coraje de decir la verdad entera. El hombre moderno tiene horror al sacrificio. Le es antipático todo cuanto exige de la voluntad el esfuerzo de decir «no» a los sentidos. El freno de un principio moral le parece odioso. La lucha diaria contra las pasiones le parece una tortura china. Y por esto, no es sólo con relación a los divorciados que el hombre moderno, incluso aquel dotado de buenos principios, es exageradamente complaciente.
Hay legiones de padres y profesores que por esto mismo son indulgentes en exceso con sus hijos y alumnos. Y el estribillo es siempre el mismo: «pobrecito»… pobrecito por que tiene pereza; recibe mal las advertencias de los mayores; come dulces a escondidas; frecuenta malas compañías; va a malos cines, etc. Y porque es «pobrecito», raras veces recibe el beneficio de un castigo severo. A donde conduce tal educación, no es necesario decirlo. Los frutos ahí están. Son millares, millones los desastres morales ocasionados por una tolerancia excesiva. «Quien escatima la vara, odia a su hijo, quien le tiene amor, le castiga», enseña la Escritura (Prov.13, 24). ¿Pero hoy día quién quiere hacer caso a esto?
Esta tolerancia se apoya, es claro, en toda especie de pretextos. Se exagera el riesgo de una acción enérgica. Se acentúa demasiado la posibilidad de que las cosas se arreglen por sí mismas. Se cierran los ojos para los peligros de la impunidad.
En realidad, todo esto se evitaría si la persona que está en la alternativa tolerar o no tolerar fuese capaz de desconfiar humildemente de sí.
¿Tengo simpatías ocultas con relación a este mal? ¿Tengo miedo a la lucha que la intolerancia traería? ¿Tengo pereza de los esfuerzos que una actitud intolerante me impondría? ¿Tengo ventajas personales de cualquier naturaleza en una actitud conformista?
Sólo después de un tal examen de conciencia, una persona podrá enfrentar la dura alternativa tolerar o no tolerar. Pues sin ese examen nadie podrá estar seguro de tomar con relación a sí mismo los cuidados necesarios a fin de no pecar por exceso de tolerancia.
UN CONSEJO APROPIADO. De modo general, hay un consejo muy propio para los que se encuentran en esta alternativa. Todo hombre tiene tendencias malas que son particularmente enraizadas. Uno es apático, otro violento, otro ambicioso, otro escéptico, etc. Siempre que la tolerancia nos exija la victoria sobre la mala tendencia que fuere más profunda en nosotros, no debemos tener mucho temor a pecar por exceso de tolerancia. Pero siempre que ésta lisonjee nuestras malas inclinaciones, pongamos atención pues el riesgo es grave.
Así, si somos apáticos, no es probable que pequemos por demasiada tolerancia hacia un amigo que nos incita a la acción: nada más viscoso, escurridizo o colérico que el perezoso contrariado en su modorra.
Si somos irascibles, no corremos mucho riesgo de exagerar la tolerancia hacia los que nos injurian. Si somos sensuales, es improbable que nos mostremos excesivamente rigurosos en materia de modas. Y si tenemos espíritu servil con relación a la opinión pública, difícilmente nos excederemos en invectivas contra los errores de nuestro siglo.
Otro excelente consejo para no pecar por exceso de tolerancia consiste en temer mucho más una debilidad nuestra en este punto, cuando están en juego derechos de terceros, que cuando se trata de los nuestros.
Habitualmente, somos mucho más «comprensivos» cuando los otros están en causa. Perdonamos más fácilmente al ladrón que robó al vecino, que al que asaltó nuestra propia casa. Y somos más propensos a recomendar el olvido de las injurias que a practicar este acto de fortaleza.
Y en este punto no perdamos de vista el hecho doloroso que, siguiendo los primeros impulsos de nuestro egoísmo, Dios sería muchas veces para nosotros un tercero.
Así, estamos mucho más inclinados a aceptar una ofensa hecha a la Iglesia que una injuria a nosotros; a soportar la lesión de un derecho de Dios, que un interés nuestro. En general este es el estado de espíritu de los católicos híper tolerantes.
Su lenguaje es imaginativo, blando, sentimental. Solo saben argumentar -si es que a esto se puede llamar argumento- con el corazón. Con relación a los enemigos de la Iglesia, son llenos de ilusiones, atenciones, obsequios y caricias.
CUIDADO. Este híper tolerante está en el auge de una crisis de intolerancia. Todas las violencias, todas las injusticias, todas las unilateralidades pueden ser temidas de su parte. Es que su tolerancia de fachada solo existía cuando estaban en juego valores insípidos y secundarios como la ortodoxia, la pureza de la fe, los derechos de la Santa Iglesia. Pero cuando su persona entra en escena, todo cambia y helo aquí dispuesto a precipitar en el infierno a quien lo hiera aunque sea levemente, con indignación análoga a la que San Miguel tuvo contra el demonio: «¿Quién como yo? ».

Catolicismo N° 78, Junio de 1957