La clamorosa presentación en Washington del “Evangelio de Judas”, delante de la prensa mundial a propósito convocada, es sobre todo una operación económica y, ciertamente, también ideológica.
Historia y teología entran allí poco. Se trata de una "novedad" que no es tal, ya que la existencia de dicho texto se conocía desde hace más de 1800 años. En efecto, hacia el año 180 San Ireneo, obispo de Lyon, griego y gran conocedor del Mediano Oriente, compuso su obra “Contra los herejes”. En ella escribe: "[Falsamente] dicen que Judas conoció todas estas cosas y justo porque sólo él habría conocido toda la verdad más que los otros apóstoles, ejecutó el misterio de la traición. Presentan estas invenciones llamándole el evangelio de Judas". Los que enseñan así fueron gnósticos pertenecientes a una secta llamada de los "Cainitas", de Caín, venerado junto a la Serpiente que tentó a Eva, a Cam, a los Sodomitas, a Esaú y, también, a Judas. En resumen, todas las figuras negativas de las Sagradas Escrituras. Poniéndose a semejantes maestros, los "Cainitas" justificaban todo género de obscenidad y delitos.
Pero el fuerte olor de dinero ha aleteado enseguida alrededor del papiro emergido en los años Setenta del valle del Nilo, uno de los pocos lugares, junto al desierto de Judea, de donde proviene la biblioteca esénica de Qumràn, dónde la aridez del clima permite la conservación de materiales tan frágiles. Como ya es costumbre en casos parecidos, no están claras las vicisitudes comerciales de este "Evangelio de Judas", pero parece cierto que el largo rollo ha sido cortado en dos. Una parte es la que se presentó en Washington con el máximo clamor, otra parte habrá quedado custodiada en una caja fuerte: su precio es destinado a multiplicarse, visto el interés con que ha sido acogida la primicia.
Operación económica, y ciertamente también ideológica. El Código da Vinci de Dan Brown sólo es el ejemplo más afortunado de un filón que, desde hace tiempo, parece un río en plena crecida. Una pseudo-historia, una fanta-exégesis estrujan el ojo al lector, reprochándole que no puede aceptar sin más el cuento de la Iglesia sobre los orígenes cristianos. Que en absoluto es como lo cuentan desde hace demasiados siglos los curas, que saben la verdad, pero la esconden.
Si esto, en todo caso, es lo que quiere el mercado, ¿cómo no aprovechar un auténtico "documento secreto", de un trozo de aquellos "evangelios apócrifos" en el que estaría la verdad oculta, para engolosinar las masas, empujándolas a comprar periódicos, libros, ver la película, a lo mejor adquirir camisetas, gorros, llaveros? Aquí se presenta un Judas como no habrían jamás pensado: un supuesto bienhechor, un misterioso privilegiado por Dios, alguien distinto del desgraciado traidor… mentiras y burlas.
La instrumentalización ideológica de los restos se ha hecho explícita, en la presentación de Washington, cuando alguien ha dicho que - con el nuevo, benemérito Iscariote - se cortarán las uñas al antisemitismo cristiano. Esto, el periódico católica Avvenire ha comentado, si es verdadero no es otra cosa que "una demencial intención de favorecer el diálogo con el hebraísmo". Demencial no sólo porque el cristianismo siempre ha sabido que, si un apóstol israelita traicionó, los otros once eran israelitas como él, como lo fueron los 72 discípulos y los millares de primeros seguidores. Y muchos de aquellos judíos, hijos de judíos, prefirieron el martirio a la negación. Pero demencial también porque la secta de los "Cainitas", de donde viene el fragmento, consideraba el Dios de los judíos como el Dios malvado, en lucha mortal con aquel bueno, el gnóstico Dios Supremo. Destruir el Jahvé de las Escrituras fue el objetivo final de la historia.
Historia y teología entran allí poco. Se trata de una "novedad" que no es tal, ya que la existencia de dicho texto se conocía desde hace más de 1800 años. En efecto, hacia el año 180 San Ireneo, obispo de Lyon, griego y gran conocedor del Mediano Oriente, compuso su obra “Contra los herejes”. En ella escribe: "[Falsamente] dicen que Judas conoció todas estas cosas y justo porque sólo él habría conocido toda la verdad más que los otros apóstoles, ejecutó el misterio de la traición. Presentan estas invenciones llamándole el evangelio de Judas". Los que enseñan así fueron gnósticos pertenecientes a una secta llamada de los "Cainitas", de Caín, venerado junto a la Serpiente que tentó a Eva, a Cam, a los Sodomitas, a Esaú y, también, a Judas. En resumen, todas las figuras negativas de las Sagradas Escrituras. Poniéndose a semejantes maestros, los "Cainitas" justificaban todo género de obscenidad y delitos.
Pero el fuerte olor de dinero ha aleteado enseguida alrededor del papiro emergido en los años Setenta del valle del Nilo, uno de los pocos lugares, junto al desierto de Judea, de donde proviene la biblioteca esénica de Qumràn, dónde la aridez del clima permite la conservación de materiales tan frágiles. Como ya es costumbre en casos parecidos, no están claras las vicisitudes comerciales de este "Evangelio de Judas", pero parece cierto que el largo rollo ha sido cortado en dos. Una parte es la que se presentó en Washington con el máximo clamor, otra parte habrá quedado custodiada en una caja fuerte: su precio es destinado a multiplicarse, visto el interés con que ha sido acogida la primicia.
Operación económica, y ciertamente también ideológica. El Código da Vinci de Dan Brown sólo es el ejemplo más afortunado de un filón que, desde hace tiempo, parece un río en plena crecida. Una pseudo-historia, una fanta-exégesis estrujan el ojo al lector, reprochándole que no puede aceptar sin más el cuento de la Iglesia sobre los orígenes cristianos. Que en absoluto es como lo cuentan desde hace demasiados siglos los curas, que saben la verdad, pero la esconden.
Si esto, en todo caso, es lo que quiere el mercado, ¿cómo no aprovechar un auténtico "documento secreto", de un trozo de aquellos "evangelios apócrifos" en el que estaría la verdad oculta, para engolosinar las masas, empujándolas a comprar periódicos, libros, ver la película, a lo mejor adquirir camisetas, gorros, llaveros? Aquí se presenta un Judas como no habrían jamás pensado: un supuesto bienhechor, un misterioso privilegiado por Dios, alguien distinto del desgraciado traidor… mentiras y burlas.
La instrumentalización ideológica de los restos se ha hecho explícita, en la presentación de Washington, cuando alguien ha dicho que - con el nuevo, benemérito Iscariote - se cortarán las uñas al antisemitismo cristiano. Esto, el periódico católica Avvenire ha comentado, si es verdadero no es otra cosa que "una demencial intención de favorecer el diálogo con el hebraísmo". Demencial no sólo porque el cristianismo siempre ha sabido que, si un apóstol israelita traicionó, los otros once eran israelitas como él, como lo fueron los 72 discípulos y los millares de primeros seguidores. Y muchos de aquellos judíos, hijos de judíos, prefirieron el martirio a la negación. Pero demencial también porque la secta de los "Cainitas", de donde viene el fragmento, consideraba el Dios de los judíos como el Dios malvado, en lucha mortal con aquel bueno, el gnóstico Dios Supremo. Destruir el Jahvé de las Escrituras fue el objetivo final de la historia.
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