"El amor que espera obtener alguna otra cosa que no sea el amor mismo se me hace sospechoso. Hay un premio para el amor, pero es el objeto del amor. El amor no necesita ninguna otra causa ni fruto: amo porque amo, amo para amar". (San Bernardo, serm. xcv, in Cant.)
Hay dos clases de amor a Dios. Con el primero amamos a Dios por nosotros mismos, a causa de los beneficios y de la recompensa que nos tiene preparada en el cielo. Uno se ama a sí mismo en Dios: es el amor de la ley. Es bueno este amor, muy bueno; el único que pide a todos el primer mandamiento. No puede exigirse más en estricto rigor; poseyéndolo se salva uno. Glorifica la bondad, liberalidad y munificencia de Dios para con nosotros y esto está muy bien.
Pero la gratitud que deben algunas almas por razón de los beneficios privilegiados que de Dios han recibido las obliga a más. Dios nos ha colmado de gracias; no os ha dado tan sólo lo suficiente, sino hasta el exceso. En correspondencia, no os habéis de contentar con ser como el jornalero, el criado o el mercenario, pues que vuestras gracias os dan derecho a ser hijos de la familia. Y el hijo no trabaja solamente por el incentivo del salario. Su ley es el amor, que carece de límites. La medida del amor, dice san Bernardo, es amar sin medida. Cierto que Dios no os ha obligado a tanto; pero es con el intento de proporcionaros la dicha de amar más allá de lo que pide. Y, además, ¡debiera avergonzarnos el que Dios se vea obligado a darnos la orden de amar! ¡Cómo! ¿Será necesario que a nosotros, criaturas racionales, colmados de sus dones, a nosotros que hemos visto el inmenso amor que nos profesa, tenga que decirnos: Amadme más que a las criaturas, más que el oro y los placeres, y a trueque de este amor os daré el paraíso? ¡Ni ese amor, ¡ay!, da el hombre a Dios!
En cuanto a nosotros, llamados por Dios a ser amigos suyos, ¿nos habremos de contentar con eso? No, mil veces no. Demasiado liberal es Dios respecto de nosotros para que no lo seamos respecto de Él. Pues nos deja el campo libre, amémosle cuanto podamos. Esta libertad, mueve al heroísmo del amor. Se quiere complacer, dar una grata sorpresa, y se hace mucho más que lo que se hiciera de tener fijada de antemano la labor. Dios nos ha dicho: “Me desposaré contigo para siempre”, y la esposa debe darse toda al esposo, perderlo todo, dejar todo por él: patria, parientes, familia, hasta su propio nombre y personalidad. Serán dos en una sola carne.
Así es también el amor puro de Dios: Os amo, Dios mío, por Vos y sólo por Vos. No se excluyen el cielo ni la esperanza; pero no se hace consistir en ellos el motivo habitual y dominante. Bien sabemos que Dios será bueno y generoso con nosotros, si nosotros lo somos para con Él. Lo que se dice es: Aun cuando no hubiera paraíso para recompensar mi amor, yo, Dios mío, os amaría, porque por ser quien sois, merecéis todo mi amor. Toda la recompensa que ambiciono es amaros: El fruto del amor es el amor mismo. Haga lo que hiciere, lo haré para mostraros mi amor.
¿Y qué es eso para un Dios que tanto nos ama? Por cierto, no gran cosa. Eso hasta en la vida natural se hace. Ved a los pobres niños de París que desde tierna edad trabajan todo el día en las fábricas para sus pobres padres; se sacrifican por ellos y lo tienen por la cosa más sencilla; miran al amor y para nada piensan en lo que les cuesta el trabajo. Su propio amor es la recompensa: El amor tiene un premio, pero es la misma persona amada. ¿No hemos de hacer tanto por Dios? ¿Dejaremos que un padre de la tierra sea mejor tratado que nuestro Padre que está en los cielos? ¡Pero, padres y madres, si lo habéis hecho para vuestros hijos, sacrificándoos para su bien, únicamente por ellos! ¡Si todo el mundo lo hace! ¿Ocurre en la calle una desgracia a un transeúnte? Al punto corréis a su socorro, a pesar de que no le conocéis ni esperáis de él salario alguno. Siendo esto así, ¿cómo no sufrís por Él, al ver que Dios es blasfemado, que Jesucristo vuelve a sufrir de nuevo su pasión? ¿Por qué no os abnegáis por su gloria?
Que nadie diga: Eso es demasiado para mí. La primera necesidad del amor es darse en mayor medida de lo que se debe. El demonio nos sugiere a menudo este consejo: No trates de practicar este amor de abnegación; bueno es para los santos, pero no has de tener tanto orgullo como para contarte entre ellos.
Pero ¡si no hay asomo de orgullo en eso! Amad sin medida y tened bien entendido que cuanto más améis, mejor comprenderéis vuestra nada y la santidad y majestad divinas.
Hay dos clases de amor a Dios. Con el primero amamos a Dios por nosotros mismos, a causa de los beneficios y de la recompensa que nos tiene preparada en el cielo. Uno se ama a sí mismo en Dios: es el amor de la ley. Es bueno este amor, muy bueno; el único que pide a todos el primer mandamiento. No puede exigirse más en estricto rigor; poseyéndolo se salva uno. Glorifica la bondad, liberalidad y munificencia de Dios para con nosotros y esto está muy bien.
Pero la gratitud que deben algunas almas por razón de los beneficios privilegiados que de Dios han recibido las obliga a más. Dios nos ha colmado de gracias; no os ha dado tan sólo lo suficiente, sino hasta el exceso. En correspondencia, no os habéis de contentar con ser como el jornalero, el criado o el mercenario, pues que vuestras gracias os dan derecho a ser hijos de la familia. Y el hijo no trabaja solamente por el incentivo del salario. Su ley es el amor, que carece de límites. La medida del amor, dice san Bernardo, es amar sin medida. Cierto que Dios no os ha obligado a tanto; pero es con el intento de proporcionaros la dicha de amar más allá de lo que pide. Y, además, ¡debiera avergonzarnos el que Dios se vea obligado a darnos la orden de amar! ¡Cómo! ¿Será necesario que a nosotros, criaturas racionales, colmados de sus dones, a nosotros que hemos visto el inmenso amor que nos profesa, tenga que decirnos: Amadme más que a las criaturas, más que el oro y los placeres, y a trueque de este amor os daré el paraíso? ¡Ni ese amor, ¡ay!, da el hombre a Dios!
En cuanto a nosotros, llamados por Dios a ser amigos suyos, ¿nos habremos de contentar con eso? No, mil veces no. Demasiado liberal es Dios respecto de nosotros para que no lo seamos respecto de Él. Pues nos deja el campo libre, amémosle cuanto podamos. Esta libertad, mueve al heroísmo del amor. Se quiere complacer, dar una grata sorpresa, y se hace mucho más que lo que se hiciera de tener fijada de antemano la labor. Dios nos ha dicho: “Me desposaré contigo para siempre”, y la esposa debe darse toda al esposo, perderlo todo, dejar todo por él: patria, parientes, familia, hasta su propio nombre y personalidad. Serán dos en una sola carne.
Así es también el amor puro de Dios: Os amo, Dios mío, por Vos y sólo por Vos. No se excluyen el cielo ni la esperanza; pero no se hace consistir en ellos el motivo habitual y dominante. Bien sabemos que Dios será bueno y generoso con nosotros, si nosotros lo somos para con Él. Lo que se dice es: Aun cuando no hubiera paraíso para recompensar mi amor, yo, Dios mío, os amaría, porque por ser quien sois, merecéis todo mi amor. Toda la recompensa que ambiciono es amaros: El fruto del amor es el amor mismo. Haga lo que hiciere, lo haré para mostraros mi amor.
¿Y qué es eso para un Dios que tanto nos ama? Por cierto, no gran cosa. Eso hasta en la vida natural se hace. Ved a los pobres niños de París que desde tierna edad trabajan todo el día en las fábricas para sus pobres padres; se sacrifican por ellos y lo tienen por la cosa más sencilla; miran al amor y para nada piensan en lo que les cuesta el trabajo. Su propio amor es la recompensa: El amor tiene un premio, pero es la misma persona amada. ¿No hemos de hacer tanto por Dios? ¿Dejaremos que un padre de la tierra sea mejor tratado que nuestro Padre que está en los cielos? ¡Pero, padres y madres, si lo habéis hecho para vuestros hijos, sacrificándoos para su bien, únicamente por ellos! ¡Si todo el mundo lo hace! ¿Ocurre en la calle una desgracia a un transeúnte? Al punto corréis a su socorro, a pesar de que no le conocéis ni esperáis de él salario alguno. Siendo esto así, ¿cómo no sufrís por Él, al ver que Dios es blasfemado, que Jesucristo vuelve a sufrir de nuevo su pasión? ¿Por qué no os abnegáis por su gloria?
Que nadie diga: Eso es demasiado para mí. La primera necesidad del amor es darse en mayor medida de lo que se debe. El demonio nos sugiere a menudo este consejo: No trates de practicar este amor de abnegación; bueno es para los santos, pero no has de tener tanto orgullo como para contarte entre ellos.
Pero ¡si no hay asomo de orgullo en eso! Amad sin medida y tened bien entendido que cuanto más améis, mejor comprenderéis vuestra nada y la santidad y majestad divinas.
San Pedro Julián de Eymard
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