El orden social cristiano se sitúa en lo opuesto de las teorías marxistas que jamás han aportado, en todas las partes del mundo donde se han puesto en ejecución, nada más que la miseria, el aplastamiento de los más débiles, el desprecio del hombre y la muerte. El orden cristiano respeta la propiedad privada, protege a la familia contra todo lo que la corrompe, alienta a la familia numerosa y la presencia de la mujer en el hogar; deja una legítima autonomía a las iniciativas privadas, promueve las pequeñas y medianas industrias, favorece la vuelta a la tierra, estima en su justo valor la agricultura, preconiza las asociaciones profesionales, da la libertad escolar y protege a los ciudadanos contra toda forma de subversión y revolución.
Este orden cristiano se distingue por supuesto también de los regímenes liberales, fundados sobre la separación de la Iglesia y el Estado, y cuya incapacidad para superar las crisis se afirma cada vez más. ¿Cómo podrían ser capaces de superarlas después de haberse voluntariamente privado de Aquél que es “la luz de los hombres”? ¿Cómo podrían reunir las energías de los ciudadanos, cuando no tienen otro ideal que proponerles más que el bienestar y el confort? Han podido entretener la ilusión por algún tiempo, porque los pueblos conservaban sus costumbres cristianas de pensar y sus dirigentes mantenían, más o menos conscientemente, algunos valores cristianos. Pero a la hora de la verdad las referencias implícitas a la voluntad de Dios desaparecen; los sistemas liberales dejados a sí mismos, no estando accionados por una idea superior, se extenúan y son presa fácil para las ideologías subversivas.
Hablar del orden social cristiano no es incrustarse en un pasado involucionado; al contrario, es una posición de futuro que no debéis tener miedo de proclamar y defender. No combatís en retirada sino que sois los que sabéis, porque recibís vuestras lecciones de Aquel que ha dicho: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Tenemos la superioridad de la Verdad, que está con nosotros; no tenemos por qué orgullecernos, no se debe a nosotros, pero tenemos que obrar en consecuencia; la Iglesia tiene sobre el error la superioridad de poseer la Verdad. A ella le toca, con la gracia de Dios, no ocultarla vergonzosamente bajo el celemín, sino darla a conocer y extender su fulgor. (...)
He aquí la ilusión liberal, que asocia palabras contradictorias con la persuasión de expresar con ellas una verdad. A estos soñadores adúlteros y obsesionados por la idea de la unión de la Iglesia con la revolución, debemos el caos en que se debate el mundo cristiano, que abre sus puertas al comunismo. San Pío X decía de los “sillonistas”: “Desean con ansias el socialismo, fijos los ojos en una quimera”. Sus sucesores continúan. ¡Después de la democracia cristiana, el socialismo cristiano! Terminaremos por llegar a un cristianismo ateo.
La solución, que hemos de encontrar, no concierne solamente a la quiebra y fracaso del marxismo, sino también a la quiebra y fracaso de la democracia cristiana, que ya no hace falta demostrar. ¡Basta de compromisos y de uniones contra naturam! ¿Qué vamos a buscar en esas aguas turbias?
El católico tiene la verdadera “clave” de la solución; es un deber suyo trabajar con todas sus fuerzas, ya sea comprometiéndose personalmente en la política, ya sea por su voto, para dar a su patria alcaldes, concejales, diputados, resueltos a establecer el orden social cristiano, solo capaz de procurar la paz, la justicia y la libertad verdadera. No hay otra solución.
Este orden cristiano se distingue por supuesto también de los regímenes liberales, fundados sobre la separación de la Iglesia y el Estado, y cuya incapacidad para superar las crisis se afirma cada vez más. ¿Cómo podrían ser capaces de superarlas después de haberse voluntariamente privado de Aquél que es “la luz de los hombres”? ¿Cómo podrían reunir las energías de los ciudadanos, cuando no tienen otro ideal que proponerles más que el bienestar y el confort? Han podido entretener la ilusión por algún tiempo, porque los pueblos conservaban sus costumbres cristianas de pensar y sus dirigentes mantenían, más o menos conscientemente, algunos valores cristianos. Pero a la hora de la verdad las referencias implícitas a la voluntad de Dios desaparecen; los sistemas liberales dejados a sí mismos, no estando accionados por una idea superior, se extenúan y son presa fácil para las ideologías subversivas.
Hablar del orden social cristiano no es incrustarse en un pasado involucionado; al contrario, es una posición de futuro que no debéis tener miedo de proclamar y defender. No combatís en retirada sino que sois los que sabéis, porque recibís vuestras lecciones de Aquel que ha dicho: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Tenemos la superioridad de la Verdad, que está con nosotros; no tenemos por qué orgullecernos, no se debe a nosotros, pero tenemos que obrar en consecuencia; la Iglesia tiene sobre el error la superioridad de poseer la Verdad. A ella le toca, con la gracia de Dios, no ocultarla vergonzosamente bajo el celemín, sino darla a conocer y extender su fulgor. (...)
He aquí la ilusión liberal, que asocia palabras contradictorias con la persuasión de expresar con ellas una verdad. A estos soñadores adúlteros y obsesionados por la idea de la unión de la Iglesia con la revolución, debemos el caos en que se debate el mundo cristiano, que abre sus puertas al comunismo. San Pío X decía de los “sillonistas”: “Desean con ansias el socialismo, fijos los ojos en una quimera”. Sus sucesores continúan. ¡Después de la democracia cristiana, el socialismo cristiano! Terminaremos por llegar a un cristianismo ateo.
La solución, que hemos de encontrar, no concierne solamente a la quiebra y fracaso del marxismo, sino también a la quiebra y fracaso de la democracia cristiana, que ya no hace falta demostrar. ¡Basta de compromisos y de uniones contra naturam! ¿Qué vamos a buscar en esas aguas turbias?
El católico tiene la verdadera “clave” de la solución; es un deber suyo trabajar con todas sus fuerzas, ya sea comprometiéndose personalmente en la política, ya sea por su voto, para dar a su patria alcaldes, concejales, diputados, resueltos a establecer el orden social cristiano, solo capaz de procurar la paz, la justicia y la libertad verdadera. No hay otra solución.
Monseñor Marcel Lefebvre
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