LA VERDADERA ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO EN LAS ALMAS: LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO. Así pues, ¿cómo actúa el Espíritu Santo en nuestras almas? Primeramente alejándonos del pecado, mediante los dones de fortaleza y de temor de Dios. Especialmente el temor filial y no el temor servil, aunque puede ser útil el temor que nos infunden los castigos, guardándonos fieles a nuestro Señor Jesucristo y a sus Mandamientos. Pero es el temor filial el que debemos cultivar. Es este temor el que nos infunde el Espíritu Santo. Temor de alejarnos de Nuestro Señor Jesucristo que es nuestro todo, de alejarnos de Dios, del Espíritu Santo. Este temor debería ser suficiente y eficaz para apartarnos de todo pecado voluntario, sea el que sea. Que nuestra voluntad no se aleje de Dios por el apego a bienes contrarios a la Voluntad divina. Este es el primer efecto de los dones del Espíritu Santo.
A través de los Dones de Consejo y Sabiduría el Espíritu Santo nos inspira el sometimiento a la Voluntad de Dios; el Don de Consejo perfecciona la virtud de Prudencia. Todos tenemos necesidad en nuestra vida de saber cuál es la Voluntad de Dios para poder cumplirla. No siempre es fácil. Hay momentos en que debemos tomar ciertas decisiones, que son sin duda complicadas, y es entonces cuando suele ser difícil conocer la Voluntad de Dios. El Espíritu Santo nos ilumina por los Dones de Consejo y Sabiduría.
La Tercera Persona de la Santísima Trinidad nos mueve también a la oración, a la unión con Nuestro Señor Jesucristo, a la unión con Dios Padre mediante la plegaria. He aquí el Don de Piedad, uno de los siete Dones del Espíritu Santo. El Don de Piedad se manifiesta especialmente en la virtud de religión que lleva las almas a Dios. Virtud de religión que forma parte de la virtud de justicia, pues es justo y digno que tributemos un culto a Dios. Y el culto que Dios Padre quiere, se lo tributamos a través de la Persona de Nuestro Señor, mediante el Sacrificio del Calvario. Por la celebración del Santo Sacrificio de la Misa, Dios Padre ha querido que le tributemos todo honor y toda gloria por Nuestro Señor Jesucristo, con Él y en Él.
Esto es lo que la Iglesia nos pide que hagamos cada Domingo: unirnos al Sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo. Es la oración más bella y más grande. En la Santa Misa el Espíritu Santo nos inspira esta virtud de religión, espíritu de piedad profunda, realidad espiritual mucho más que sensible.
UNA FRASE MUY REPETIDA: LA PARTICIPACIÓN ACTIVA EN LA LITURGIA. De nuevo nos vemos obligados a decir que hay un error en la reforma litúrgica: la repetición machacona sobre la participación de los fieles. Yo mismo oí de labios de Monseñor Bugnini, pieza clave en la reforma litúrgica, decir lo siguiente: “La reforma litúrgica ha tenido como objetivo hacer participar a los fieles en la Liturgia”.
¿De qué participación se trata? Esta es la pregunta. ¿Una participación externa? ¿Una participación oral? Estas formas no son siempre la mejor manera de participar. ¿Por qué la participación externa? ¿Por qué estas ceremonias? ¿Por qué estos cantos? ¿Por qué estas oraciones vocales? ¿Acaso es con el fin de llegar a la unión interior, a esa unión espiritual, sobrenatural, a esa unión de nuestras almas con Dios?
Dicho esto es muy posible que uno pueda asistir al Santo Sacrificio de la Misa en actitud silenciosa, sin abrir siquiera el Misal, precisamente cuando toda la atención se cifra en lo que allí se celebra, y el alma está centrada, invadida por los sentimientos que el sacerdote manifiesta en su acción litúrgica, pendiente del momento en que el ministro pronuncia el Confiteor, su acto de contrición. De esta forma el alma hace suyas las palabras del sacerdote y se duele de sus pecados.
A través de los Dones de Consejo y Sabiduría el Espíritu Santo nos inspira el sometimiento a la Voluntad de Dios; el Don de Consejo perfecciona la virtud de Prudencia. Todos tenemos necesidad en nuestra vida de saber cuál es la Voluntad de Dios para poder cumplirla. No siempre es fácil. Hay momentos en que debemos tomar ciertas decisiones, que son sin duda complicadas, y es entonces cuando suele ser difícil conocer la Voluntad de Dios. El Espíritu Santo nos ilumina por los Dones de Consejo y Sabiduría.
La Tercera Persona de la Santísima Trinidad nos mueve también a la oración, a la unión con Nuestro Señor Jesucristo, a la unión con Dios Padre mediante la plegaria. He aquí el Don de Piedad, uno de los siete Dones del Espíritu Santo. El Don de Piedad se manifiesta especialmente en la virtud de religión que lleva las almas a Dios. Virtud de religión que forma parte de la virtud de justicia, pues es justo y digno que tributemos un culto a Dios. Y el culto que Dios Padre quiere, se lo tributamos a través de la Persona de Nuestro Señor, mediante el Sacrificio del Calvario. Por la celebración del Santo Sacrificio de la Misa, Dios Padre ha querido que le tributemos todo honor y toda gloria por Nuestro Señor Jesucristo, con Él y en Él.
Esto es lo que la Iglesia nos pide que hagamos cada Domingo: unirnos al Sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo. Es la oración más bella y más grande. En la Santa Misa el Espíritu Santo nos inspira esta virtud de religión, espíritu de piedad profunda, realidad espiritual mucho más que sensible.
UNA FRASE MUY REPETIDA: LA PARTICIPACIÓN ACTIVA EN LA LITURGIA. De nuevo nos vemos obligados a decir que hay un error en la reforma litúrgica: la repetición machacona sobre la participación de los fieles. Yo mismo oí de labios de Monseñor Bugnini, pieza clave en la reforma litúrgica, decir lo siguiente: “La reforma litúrgica ha tenido como objetivo hacer participar a los fieles en la Liturgia”.
¿De qué participación se trata? Esta es la pregunta. ¿Una participación externa? ¿Una participación oral? Estas formas no son siempre la mejor manera de participar. ¿Por qué la participación externa? ¿Por qué estas ceremonias? ¿Por qué estos cantos? ¿Por qué estas oraciones vocales? ¿Acaso es con el fin de llegar a la unión interior, a esa unión espiritual, sobrenatural, a esa unión de nuestras almas con Dios?
Dicho esto es muy posible que uno pueda asistir al Santo Sacrificio de la Misa en actitud silenciosa, sin abrir siquiera el Misal, precisamente cuando toda la atención se cifra en lo que allí se celebra, y el alma está centrada, invadida por los sentimientos que el sacerdote manifiesta en su acción litúrgica, pendiente del momento en que el ministro pronuncia el Confiteor, su acto de contrición. De esta forma el alma hace suyas las palabras del sacerdote y se duele de sus pecados.
+ Mons. Marcel Lefebvre
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