viernes, 29 de agosto de 2008

EL SENTIDO DE UN MOVIMIENTO

Desde hace un año se vienen realizando juicios contradictorios sobre el Motu Propio Summorum pontificum de julio del 2007. Con la distancia es posible ver más claro.
El punto fundamental para interpretarlo bien, me parece, es darse cuenta de que el Motu Propio da comienzo a un movimiento que concierne a la liturgia, y por eso mismo hecho, a la Iglesia misma (lex orandi, lex credendi – la ley de la oración es la ley de la fe). Solamente evaluando el sentido y el alcance de este movimiento se puede dar un apreciación justa.
Un movimiento arranca en un punto de partida. ¿Cuál es el estado de la liturgia en junio de 2007? La dominación casi total, aplastante, de la misa llamada de Pablo VI, y la eliminación casi absoluta de la misa tradicional, considerada sea como totalmente superada, sea como lisa y llanamente prohibida.
Frente a esto, dos grupos muy pequeños. Por una parte, los “tradicionalistas” que afirman sin interrupción que la misa tradicional no está prohibida y no puede serlo, y que nunca han aceptado la misa de Pablo VI: pero ellos son duramente perseguidos por las autoridades eclesiásticas. Por otra parte, los “Ecclesia Dei” a quienes, por algunas leyes de excepción, se les ha concedido celebrar la misa tradicional en condiciones restrictivas, a título de una preferencia espiritual.
El primer artículo del Motu Propio es evidentemente inaceptable: la misa tradicional y la misa de Pablo VI son “dos modos del único rito romano”. Pero esta fórmula expresa solamente el punto de partida.
A partir de este estado de las cosas (catastrófico), el Motu Propio, de un modo mucho más amplio que lo que se había hecho hasta el presente, abre el camino a la celebración de la misa tradicional.
“El Misal romano promulgado por San Pío V y reeditado por Juan XXIII debe (…) ser honrado en razón de su uso venerable”; “Por lo tanto está permitido celebrar el sacrificio de la misa siguiendo la edición típica del Misal romano promulgado por el Papa Juan XXIII en 1962 y nunca abrogado”; “Todo sacerdote católico de rito latino, secular o religioso, puede utilizar el Misal romano publicado en 1962 por el Papa Juan XXIII”; “Para celebrar así (…), el sacerdote no tiene necesidad de ninguna autorización, ni de la Sede apostólica ni de su Ordinario”, etc..
Y también (carta del Papa): “Yo querría llamar la atención sobre el hecho de que el Misal de 1962 nunca fue jurídicamente abrogado, y que en consecuencia, en principio, siempre estuvo autorizado”.
El Motu Propio abre, pues, una puerta hacia la liturgia tradicional para todos los que, y son inmensamente numerosos, fueron privados de ella ilegítimamente desde hace cuarenta años.
Por supuesto, ello no se refiere a los que saben que la misa tradicional no puede ser prohibida, y asisten a ella con tranquilidad de conciencia. Para esta minoría, ¡lástima!, que son los “tradicionalistas”, utilizar el Motu Propio sería un retroceso: sería admitir que la Misa de Pablo VI tiene “la misma dignidad” que la misa tradicional: lo que con justas razones siempre hemos rechazado.
Por el contrario, los que solo conocen la Misa de Pablo VI y que hasta ahora estaban persuadidos, en razón de la propaganda, que la misa tradicional estaba prohibida, o era mala, pueden de ahora en más tener la ocasión, gracias al Motu Propio, de acceder a esta misa y de descubrir sus riquezas.
Tal es el sentido esencial del movimiento inaugurado por le Motu Propio: una cierta posibilidad, para tantos bautizados que han sido privados de la misa tradicional desde hace décadas, de ver por primera vez la liturgia tradicional de la Iglesia y de habituarse a ella; paso progresivo pero humanamente necesario para comenzar a salir, al menos en el plano litúrgico, de la crisis.
Los obispos franceses (en particular) no se han equivocado, y hacen todo lo posible para bloquear, restringir, desnaturalizar el Motu Propio.
No nos engañemos nosotros tampoco.

R.P. Régis de Cacqueray, Superior del Distrito de Francia

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