miércoles, 13 de agosto de 2008

LA PROFECIA DE MALAQUÍAS

Las palabras del profeta. (Cap. I - 10 - 11) El afecto mío no es hacia vosotros, dice el Señor de los ejércitos, ni aceptaré de, vuestra mano ofrenda ninguna. Porque desde Levante a Po­niente es grande mi nombre entre las naciones y en todo lugar se sacrifica y se ofrece al nombre mío una ofrenda pura; pues grande es mí nombre entre las naciones, dice el Señor de los ejércitos.
El Espíritu Santo atestigua en las palabras del Profeta que en la Ley Nueva, ha de suceder un nuevo sacrificio visible en substitución de todas las antiguas ofrendas de la ley anti­gua. Todas las caracteresticas asignadas a ese futuro sacrificio designan con exclusividad el sacrificio del altar, la Eucaristía.
El nombre de la ofrenda que debe substituir las del pue­blo repudiado, (se sacrifica —se ofrece— una ofrenda pura) designa un verdadero sacrificio visible. Principalmente teniendo en cuenta el valor de la palabra hebrea m i n c h a (oblación) que indica un verdadero sacrificio.
El Señor repudia los verdaderos sacrificios de la ley anti­gua, por impuros y defectuosos, prometiendo otro sacrificio que substituyéndolos a todos honre su nombre.
Finalmente, el anuncio profético designa a los nuevos sa­cerdotes que realizarán el nuevo culto y ofrecerán a Dios los sacrificios en justicia. (Cap. III - v - 3).
Características del nuevo sacrificio. Si se consideran las características del nuevo sacrificio preanunciado, sólo corresponden a nuestro sacrificio de la misa. La catolicidad o universalidad del sacrificio: desde Levante a Poniente... en todo lugar se sacrifica y se ofrece... una ofrenda pura se aplica a la letra a nuestra Eucaristía, ofrecida en todas las latitudes del mundo, en contraposición a los sacrifi­cios gentílicos reducidos a pocos continentes, y diversos unos de otros; en oposición a los sacrificios judaicos ofrecidos solo en Jerusalén. Porque el sacrificio debe ser, además, de la misma condición del culto que constituye. La Iglesia de Cristo es ca­tólica, universal y su sacrificio lo es igualmente, pues corresponde a la dignidad del acto cultual único que rinde a Dios el honor de adoración digno de Él.
Predice el Profeta un sacrificio incruento (oblación). La palabra hebrea m i n c h a, traducida oblación, designa una oblación incruenta [como se expone en el Libro del Levítico cap. II] consistente en una ofrenda de flor de harina, aceite e incienso, ofrecida al Señor en olor suavísimo. Esta oblación incruenta, ha de ser el sacrificio único de la Nue­va Ley, su sacrificio característico, ya que debe ofrendarse en todas partes como hostia agradable al Señor. No es otra esta ofrenda, que la oblación de la misa, sacrificio incruento, sin espectáculo de muerte, que por su suavidad y delicadeza, significa la diversa condición espiritual de los hombres del Evangelio; en contraposición a la de los hombres anteriores a Cristo, cuyos altares redundaban en sangre, para que se evidenciase a sus ojos, que aun tenían sin pagar toda la deuda de sus pecados.
La tercera característica enunciada es la pureza de 1a ofrenda (ofrenda pura). Esta nota distintiva no puede referirse principalmente a los oferentes, puesto que los hombres siempre pueden mancharse y contaminarse con el pecado.
Pero nuestra oblación de la Eucaristía, es siempre por sí misma pura y agradable a Dios, pues Cristo es el que se ofrece "inmaculado a Dios" por manos de los hombres. "Esta es aque­lla oblación pura, que no se puede manchar por indignos y malos que sean los que la ofrezcan; la misma que predijo Dios por Malaquías, que se había de ofrecer limpia en todo lugar a su nombre, que había de ser grande entre todas las gentes". (Concilio de Trento. (Ses. XXII - cp , I). (1)
Un nuevo sacrificio para una nueva era. Profecía maravillosamente clara, confirmada por la rea­lidad de nuestra Eucaristía. Pues cuando fue anunciada, la re­ligión universal superaba aun los cálculos de toda sospecha hu­mana; la división de las falsas religiones po­blaban la redondez del orbe.
No predice el profeta la extensión de su religión judía, antes al contrario, de parte de Dios declara la abolición del judaísmo para dar paso al nuevo culto del Mesías. La universalidad de la Nueva Era se caracteriza por el misterio principal que la glorifica, misterio lejano de todos los conceptos e ideas existentes entonces entre los hombres. Tal ha sido siempre la persuasión de la Iglesia católica " columna y fundamento de la verdad " ya desde sus primeros comienzos. La Didaché (del año 80), San Justino en su diálogo con el judío Trífón (R. J. N º 135) apoyan la realidad del sacrificio Eucarístico, entendiendo la admirable predicción del profeta Malaquías.
"Desde el Oriente al Ocaso; dice San Agustín. ¿Qué responderéis a esto? Abrid los ojos finalmente y mirad desde el Oriente al Occidente, no en un lugar, como os había sido or­denado, sino en todo lugar es ofrecido el sacrificio de los cris­tianos, no a cualquier Dios, sino al que lo predijo, al Dios de Israel. Ni en un lugar, como había sido mandado a vosotros en la terrena Jerusalén, sino en todo lugar, hasta en la misma Jerusalén ". (Tratado contra los judíos - Nº 9).

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