El conflicto surgido entre "obediencia" y verdad reposa, en realidad, sobre un equívoco. Reside en el hecho de identificar falsamente la obediencia debida a la jerarquía con una adhesión a orientaciones impuestas por miembros de la jerarquía contra el precedente Magisterio de la Iglesia. Tomemos el ejemplo del liberalismo y del ecumenismo que inspiran la nueva marcha de la Iglesia y que suscitan la más viva resistencia de los "tradicionalistas".
El liberalismo que defiende la libertad civil de todos los cultos, la cual no sería en sí contraria a los fines de la sociedad, sino "conforme a la razón y al espíritu evangélico" ha sido condenado varias veces por la Iglesia a través del Magisterio de una larga serie de Pontífices, particularmente por Gregorio XVI, Pío IX, León XIII.
El Padre Garrigou-Lagrange agrega en su libro De Revelatione: "Los Soberanos Pontífices siempre enseñaron eso, por ejemplo Bonifacio VIII en la bula Unam Sanctam" (Dz.469), Martín V en la condenación de los errores de Juan Hus y de Wiclef f (Dz 469) y también León X condenando ex cathedra los errores de Martín Lutero..."
Aún en 1967, el Padre Malteo da Casola contaba en el rango de los "cismáticos" que niegan la autoridad del Pontífice Romano en alguna materia en particular, a los "católicos liberales" y "a quien admita el sistema político religioso del liberalismo puro que enseña la absoluta y plena independencia del Estado en relación a la Iglesia". De allí que la "Declaración sobre la libertad religiosa" (Dignitatis Humanae), que se quiere imponer a todo precio a los católicos, fue redactada por “cismáticos".
No entremos en debate. Basta aquí destacar que una mirada rápida sobre los documentos pontificios de los últimos 150 años permite demostrar que la nueva orientación eclesial es obra de una vieja corriente, desde hace mucho tiempo obstinadamente rebelde al Magisterio. Esta corriente, después de que la oposición fue reducida al silencio por medios más o menos honestos durante el Concilio, se instaló en los puestos de comando en el post-Concilio, y exige hoy obediencia a sus propias orientaciones personales, contra todo el Magisterio precedente de la Iglesia. Lo mismo pasa con el ecumenismo irénico de origen protestante que inspira todos los textos equívocos o inaceptables del Concilio antes del revoltijo litúrgico de Pablo VI. Este ecumenismo, que impuso e impone a los católicos las determinaciones más numerosas y graves, fue condenado repetidas veces por la Iglesia a través del Magisterio de León XIII (Testem benevolentiae, Satis cognitum), de San Pío X (Singulari quadam), de Pío XI (Mortalium animos), de Pío XII (Humani generis), No nos detendremos porque lo hemos denunciado e ilustrado suficientemente en este periódico. Pío XII escribía en su Mortalium animos que la caridad "no puede volverse en detrimento de la Fe" y que en consecuencia "la Sede Apostólica no puede de ninguna manera participar de sus congresos (de los ecumenistas), y que de ninguna manera los católicos pueden votar a favor de tales proyectos o colaborar con ellos; si lo hicieran, acordarían una autoridad a una falsa religión cristiana enteramente ajena a la única Iglesia de Cristo."
El liberalismo que defiende la libertad civil de todos los cultos, la cual no sería en sí contraria a los fines de la sociedad, sino "conforme a la razón y al espíritu evangélico" ha sido condenado varias veces por la Iglesia a través del Magisterio de una larga serie de Pontífices, particularmente por Gregorio XVI, Pío IX, León XIII.
El Padre Garrigou-Lagrange agrega en su libro De Revelatione: "Los Soberanos Pontífices siempre enseñaron eso, por ejemplo Bonifacio VIII en la bula Unam Sanctam" (Dz.469), Martín V en la condenación de los errores de Juan Hus y de Wiclef f (Dz 469) y también León X condenando ex cathedra los errores de Martín Lutero..."
Aún en 1967, el Padre Malteo da Casola contaba en el rango de los "cismáticos" que niegan la autoridad del Pontífice Romano en alguna materia en particular, a los "católicos liberales" y "a quien admita el sistema político religioso del liberalismo puro que enseña la absoluta y plena independencia del Estado en relación a la Iglesia". De allí que la "Declaración sobre la libertad religiosa" (Dignitatis Humanae), que se quiere imponer a todo precio a los católicos, fue redactada por “cismáticos".
No entremos en debate. Basta aquí destacar que una mirada rápida sobre los documentos pontificios de los últimos 150 años permite demostrar que la nueva orientación eclesial es obra de una vieja corriente, desde hace mucho tiempo obstinadamente rebelde al Magisterio. Esta corriente, después de que la oposición fue reducida al silencio por medios más o menos honestos durante el Concilio, se instaló en los puestos de comando en el post-Concilio, y exige hoy obediencia a sus propias orientaciones personales, contra todo el Magisterio precedente de la Iglesia. Lo mismo pasa con el ecumenismo irénico de origen protestante que inspira todos los textos equívocos o inaceptables del Concilio antes del revoltijo litúrgico de Pablo VI. Este ecumenismo, que impuso e impone a los católicos las determinaciones más numerosas y graves, fue condenado repetidas veces por la Iglesia a través del Magisterio de León XIII (Testem benevolentiae, Satis cognitum), de San Pío X (Singulari quadam), de Pío XI (Mortalium animos), de Pío XII (Humani generis), No nos detendremos porque lo hemos denunciado e ilustrado suficientemente en este periódico. Pío XII escribía en su Mortalium animos que la caridad "no puede volverse en detrimento de la Fe" y que en consecuencia "la Sede Apostólica no puede de ninguna manera participar de sus congresos (de los ecumenistas), y que de ninguna manera los católicos pueden votar a favor de tales proyectos o colaborar con ellos; si lo hicieran, acordarían una autoridad a una falsa religión cristiana enteramente ajena a la única Iglesia de Cristo."
¿Podemos soportar -continúa el Papa- que sea puesta en arreglos la verdad, y la verdad divinamente revelada? Sería el colmo de la iniquidad. Pues en tal circunstancia se trata de respetar la verdad revelada." Es la demostración del conflicto entre la Verdad y una pretendida "obediencia", conflicto que viven hoy tantos católicos.
En cuanto al "diálogo" que habría que trabar con todos los errantes y todos los errores, no es más que una invención personal de Pablo VI, absolutamente sin precedente en los dos mil años de historia de la Iglesia. No obstante, el católico no tiene el deber de estar en comunión con el Sucesor de Pedro más que en la medida en que él cumple los deberes de su cargo, es decir en la medida en que él guarda, transmite e interpreta fielmente el depósito de la Fe. No tiene ningún deber de estar en comunión con las "adinventiones" (las invenciones - opiniones, puntos de vista, orientaciones personales) del Sucesor de Pedro. Más aún, si esas orientaciones están en conflicto con la pureza y la integridad de la Fe, la fidelidad a Cristo requiere resistir a quien quisiera de alguna manera imponerlas. Esto por la clara distinción que hay que establecer entre la obediencia debida a la autoridad y la adhesión a puntos de vista, a opiniones, a orientaciones personales de los que detentan la autoridad.
Y como no es raro que se aproveche el equívoco descripto aquí arriba para tratar de hacer sentir remordimientos de conciencia a los "tradicionalistas", hoy más que nunca es necesario tener ideas claras sobre el Papado y sobre su función en la Iglesia.
En cuanto al "diálogo" que habría que trabar con todos los errantes y todos los errores, no es más que una invención personal de Pablo VI, absolutamente sin precedente en los dos mil años de historia de la Iglesia. No obstante, el católico no tiene el deber de estar en comunión con el Sucesor de Pedro más que en la medida en que él cumple los deberes de su cargo, es decir en la medida en que él guarda, transmite e interpreta fielmente el depósito de la Fe. No tiene ningún deber de estar en comunión con las "adinventiones" (las invenciones - opiniones, puntos de vista, orientaciones personales) del Sucesor de Pedro. Más aún, si esas orientaciones están en conflicto con la pureza y la integridad de la Fe, la fidelidad a Cristo requiere resistir a quien quisiera de alguna manera imponerlas. Esto por la clara distinción que hay que establecer entre la obediencia debida a la autoridad y la adhesión a puntos de vista, a opiniones, a orientaciones personales de los que detentan la autoridad.
Y como no es raro que se aproveche el equívoco descripto aquí arriba para tratar de hacer sentir remordimientos de conciencia a los "tradicionalistas", hoy más que nunca es necesario tener ideas claras sobre el Papado y sobre su función en la Iglesia.
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