martes, 10 de febrero de 2009

LA PREPARACIÓN PARA LA SANTA MISA

Las partes de la Santa Misa. La celebración litúrgica del santo sacrificio se puede dividir en dos partes: 1° un servicio divino general y preparatorio (Missa catechumenorum), y 2° el sacrificio propiamente dicho (Missa fidelium), que a su vez se subdivide en tres partes: la oblación, la consagración y la comunión.
Una necesaria preparación. Hay que tratar santamente las cosas santas. La celebración de la Misa exige una preparación cuidadosa. La conducta del sacerdote, su vida y todas sus acciones deben formar parte de esa preparación lejana pero ininterrumpida al santo sacrificio. Pero cuando llega la hora es necesaria una preparación especial y próxima: se debe disponer el alma por ejercicios religiosos, por la oración mental y vocal y excitar en el corazón afectos piadosos.
Luego de esta preparación personal el sacerdote sube al altar a para ofrecer el sacrificio. La primera parte de la Misa, del comienzo al ofertorio, tiene el carácter de una introducción a la Misa. Se la puede considerar como la preparación pública, general, ordenada por la Iglesia para disponer al sacerdote y al pueblo para los divinos misterios.
Las oraciones al pie del altar. Estas oraciones toman su nombre del lugar donde se las recita. Comprenden el salmo 42, la confesión y dos oraciones para obtener una perfecta purificación del corazón. Esta parte, que va hasta el introito, puede ser considerada como la introducción general al rito sagrado de la Misa.
El signo de la cruz. La práctica venerable de hacer el signo de la cruz sobre las personas y las cosas viene sin lugar a dudas de los tiempos apostólicos. Incluso algunos la hacen remontar a Nuestro Señor Jesucristo, quien, según una piadosa opinión, habría bendecido a sus discípulos con el signo de la cruz el día de la Ascensión.
Su profundo sentido. Así habla San Francisco de Sales enseñándonos el sentido de la señal de la Cruz: “La forma común de hacer el signo de la cruz depende de estas observaciones: 1. Que se haga con la mano derecha, pues es estimada como la más digna, dice San Justino Mártir. 2. Que se empleen tres dedos, para significar la Santísima Trinidad, o cinco, para significar la cinco llagas de Nuestro Señor. (...) 3. Se lleva primero la mano a lo alto hacia la cabeza diciendo: En el nombre del Padre, para mostrar que el Padre es la primera persona de la Santísima Trinidad, y el principio de origen de las otras dos; luego se lleva la mano abajo hacia el vientre diciendo: y del Hijo, para mostrar que el Hijo procede del Padre, que lo envió aquí abajo al vientre de la Santísima Virgen. Y de allí se atraviesa la mano de izquierda a derecha diciendo: y del Espíritu Santo, para mostrar que el Espíritu Santo, siendo la tercera persona de la Santísima Trinidad, procede del Padre y del Hijo, y es el lazo de amor y de caridad, y que por su gracia nosotros recibimos el efecto de la Pasión. De ese modo se hace una breve confesión de tres grandes misterios: de la Trinidad, de la Pasión y de la remisión de los pecados, por la cual somos transportados de la siniestra de maldición a la diestra de bendición.”
La cruz es la fuente de todas las gracias, nuestra arma y nuestro escudo contra el demonio, es el trofeo glorioso de la victoria de Jesucristo sobre el pecado, la muerte y el infierno.
Es, pues, muy conveniente que el santo sacrificio comience por el signo de la cruz. El sacerdote va a celebrar la santa Misa en el nombre, es decir con todo el poder y el auxilio del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y al mismo tiempo para su gloria.
La antífona del salmo 42. Se trata de los versículos: Introibo ad altare Dei, ad Deum qui laetificat juventutem meam. Estas palabras nos dan la clave de la interpretación litúrgica y mística del salmo y los sentimientos que deben embargar el alma del sacerdote en este momento. El sacerdote desea vivamente subir al altar para acercarse a Dios, unirse a Él en la Eucaristía para que su vida interior se fortalezca. Por las gracias que brotan del culto divino el alma es rejuvenecida y vivificada. La juventud de la cual se habla en el salmo, es la vida sobrenatural obtenida por la regeneración, efecto de la gracia del Espíritu Santo. Esta gracia destruye en nosotros el hombre viejo y nos reviste del hombre nuevo, que se renueva en el conocimiento de Dios, a semejanza de Aquél que lo creó. Esta vida que no envejece ni se marchita se alimenta en el altar por la Eucaristía.
El salmo 42 describe la situación y expresa los sentimientos de David expulsado de Jerusalén por la revuelta de Absalón, y duramente perseguido por sus enemigos. La separación del Tabernáculo lo entristece más que todo y le parece una señal de la cólera de Dios, y desea vivamente regresar junto al santuario del Señor. Es allí donde quiere ofrecer un sacrificio de acción de gracias.

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