lunes, 9 de febrero de 2009

UN PECADO MEZQUINO

El diccionario dice: Mezquino 1-Avaro, tacaño, miserable: fue mezquino hasta en su ataúd 2- Ruin, falto de nobleza y moralmente despreciable: tu comentario es tan mezquino que no merece respuesta.
Jesús curó a un sordomudo de manen que su lengua comenzó a hablar correctamente, con toda normalidad; pero otro milagro, y mucho mayor, tendría que obrar Jesús para desterrar de nuestros labios el mezquino, pero grande, pecado de la murmuración.
El chisme es una de las cosas que más daño puede hacer a los hombres. El chisme es la noticia verdadera o falsa que se repite para indisponer a una persona con otra. Por eso, chismoso es aquel que siembra discordias entre los amigos. El fin del chismoso es siempre destruir la amistad, indisponer a una persona contra otra. De ahí que el chismoso manifiesta cuando menos, un corazón pequeño y amargado, empobrecido y vil: un corazón carcomido por el veneno de la envidia. A veces la persona lo presenta con capa o apariencia de bien, pero la murmuración es siempre un vicio mezquino. Nos cuesta ver sobresalir a los demás, y por eso entre cien virtudes que tiene uno, nos fijamos en un defecto, como el que se fijase en las patas y no en el bello plumaje del pavo real. Dios aborrece al que siembra discordia entre hermanos, sea pública o privadamente.
La gravedad de este pecado proviene de su fin: sembrar discordia entre amigos constituye un pecado gravísimo, porque desprecia el precepto sobre el amor al prójimo. Por eso dice la Escritura: "Seis cosas hay que aborrece el Señor... y la última es el que siembra la discordia entre hermanos". (Prov... 6,16).
Además, es señal de cobardía grandísima el hablar de alguien que está ausente, y que por estar ausente no podemos oír, no puede justificar su causa, ni rebatir nuestras murmuraciones. Si algo queremos conseguir de una persona, digámoslo a la cara, avisémosle con cari-dad, pero no ladremos en su ausencia cobardemente y en balde.
Aborrecibles a Dios. Si con nuestra murmuración nos hacemos odiosos a la gente de sano juicio, no menos odiosos nos hacemos a Dios. San Pablo, escribiendo a los romanos, dice: "Los chismosos son aborrecibles a Dios". No quiere el Señor que andemos publicando o que andemos inventando los pecados de nuestro prójimo.
¡Oh, si el Señor revelara ante la faz de nuestros hermanos las vilezas que nosotros hemos cometido en oculto, las hipocresías, rencores, mentiras y tantas bajezas, que nosotros bien sabemos se esconden en nuestro corazón! Quizá aquellas mismas bajezas que falsamente achacamos al prójimo, son las que verdaderamente nosotros cometemos, o, al menos, dado lo frágiles que somos, muy bien, si Dios no nos ayuda, podemos cometer mañana.
¿A quién se parecen los murmuradores? Los murmuradores se parecen a los puercos que se revuelcan en el fango, o a las moscas que no se posan en la parte sana de las frutas, sino sólo en las podridas. Así los murmuradores no se fijan en las virtudes del prójimo, sino sólo en sus defectos. El que calumnia en secreto es como la serpiente que callada muerde.
El pecado de la murmuración. Hay gente que no sabe sino murmurar. No debemos tomar parte en su pecado. El que oye con gusto las palabras que ofenden el honor del prójimo, comete el mismo pecado que quien las profiere. El que habla palabras de murmuración es como el fuego, y el que las escucha con agrado le añade leña al fuego. Si no fuese por éste, pronto acabaría aquél. Al que no quiere oír, nadie le lleva cuentos ni chismes.
¿De qué nos aprovecha notar que el otro es malo? Mejor emplear esta laboriosa investigación en nuestra propia conducta. Por eso nos avisa el Señor: "Quita antes la viga que tienes en el ojo, y así podrás tú luego quitar la paja que tiene el otro".
No murmuremos. No murmuremos, por amor y obediencia a Jesucristo. No murmuremos, porque la murmuración es como un fósforo que, arrojado en un campo de yerbas secas, produce un gran incendio que difícilmente se apaga. No murmuremos, porque el murmurador queda con una obligación gravísima, la obligación de restituir la fama ajena y los daños materiales de esa murmuración.
¿Cristo revela los pecados ajenos? Viene el Hijo pródigo, y lo primero que hace su Padre es cubrir su desnudez con ricas vestiduras, para que los demás no lo vean harapiento.
A la mujer adúltera del Evangelio, Cristo procura dejarla bien ante sus mezquinos acusadores y les dice: "Aquél que esté sin pecado, que le lance la primera piedra".
A Judas, la noche de la Última Cena, no sólo no le quita la máscara delante de los demás apóstoles, sino que le ofrece un bocado de su plato y le lava los pies como a los demás.
Dice San Pedro: "El que de veras ama la vida, y quiere vivir días dichosos, refrene su lengua del mal, y sus labios no se desplieguen a favor de la falsedad". Y nosotros… ¿seguiremos prestando nuestra lengua y nuestros oídos a la murmuración…?

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