lunes, 9 de febrero de 2009

DE LA DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN

Jesús es Mediador de justicia, María es Medianera de gracia; y, según enseñan San Bernardo, San Buenaventura, San Bernardino de Sena, San Germán, San Antonino y otros, es voluntad de Dios que por manos de María sean dispensadas todas las gracias y mercedes que su bondad quiere otorgarnos. En el divino acatamiento, los ruegos de los Santos son ruegos de amigos, pero los ruegos de María son ruegos de Madre. ¡Dichosos los que con entera confianza recurren sin cesar a esta Divina Madre! De todas las devociones, la más grata a Nuestra Señora es invocarla en todo tiempo diciéndole: ¡Oh, María! Rogad a Jesús por mí.

Así como Jesús es omnipotente por naturaleza, así lo es María por gracia; por lo cual, alcanza cuanto pide. Es imposible –escribe San Antonino– que la augusta Madre de Dios pida algo a su Hijo, en favor de sus devotos, y no sean atendidos sus ruegos. Gózase Jesús en honrar a su Madre no negándole nada de cuanto le pide.
Por eso nos exhorta San Bernardo a buscar la gracia, y a buscarla por medio de María; pues, siendo Madre, no puede quedar desairada: «Busquemos la gracia –dice el Santo Doctor–, pero busquémosla por mediación de María; porque María es Madre, y sus ruegos no pueden ser desatendidos. » Si queremos, pues, salvarnos, no cesemos de recurrir a María pidiéndole que interceda por nosotros, ya que sus ruegos todo lo alcanzan.

Compadeceos de mí, ¡oh, Madre de misericordia! ; y, pues hacéis gala de ser Abogada de los pecadores, socorred a un pecador que en Vos confía. Ni hay que recelar por ningún caso que la celestial Madre no despache favorablemente las súplicas que le dirigimos; porque cabalmente para alcanzarnos cuantas gracias deseáremos, complácese la benignísima Señora en ser tan poderosa ante de la Divina Majestad.
No hay más que pedir gracias a María, para conseguirlas: si de ellas somos indignos, la excelsa Reina con su omnipotente intercesión nos hace dignos, y tiene vivísimos deseos de que acudamos a Ella, para poder llevarnos al puerto de salvación. ¿Hubo jamás pecador que, habiendo acudido a María con confianza y perseverancia, se haya perdido? Sólo se pierde el que no invoca la protección de María.

¡Oh, María, Madre y esperanza mía! Bajo vuestro manto me refugio; no me desechéis, como lo tengo merecido. Miradme y compadeceos de mi miseria. Alcanzadme el perdón de mis pecados, la santa perseverancia, el amor de Dios, una buena muerte, ¡el cielo! De Vos lo espero todo, ya que sois todopoderosa ante Dios. Hacedme santo, pues está en vuestra mano. ¡Oh, María! Mirad que todo lo fío a Vos, en Vos tengo cifradas todas mis esperanzas.

San Alfonso María del Ligorio. "El camino de la Salvación".


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