martes, 15 de julio de 2008

LA MISA DE SAN PIO V: LA ÚNICA MISA

«El actual problema de la Misa es un problema extremadamente grave para la Santa Iglesia. Creo que si las diócesis y los seminarios y las obras que actualmente se realizan se ven aquejadas de esterilidad, es porque las recientes desviaciones han atraído sobre nosotros la maldición divina. Todos los esfuerzos que se hacen para retener lo que se pierde, para reorganizar, reconstruir o rehacer, todo ello está aquejado de esterilidad, porque se ha perdido la fuente verdadera de la Santidad que es el Santo Sacrificio de la Misa. Profanado como lo está, ya no da la gracia, ya no comunica la gracia». Un hecho que, sin duda, no ha dejado de sorprendernos, es el que en ningún momento en este asunto se ha hablado de la Misa, que es, sin embargo, el corazón del conflicto. Ese silencio forzado constituye la confesión de que el rito de San Pío V permanece en efecto autorizado.

En esta materia, los católicos pueden estar completamente tranquilos; esta misa no está prohibida y no puede serlo. San Pío V, repetimos, no la ha inventado, sino que ha "restablecido el misal conforme a la regla antigua y a los ritos de los Santos Padres" dándonos todas las garantías en la bula Quo Primum, firmada por él, el 14 de julio de 1570: "Nos hemos decidido y declaramos que los superiores, Canónigos, Capellanes y otros sacerdotes de cualquier nombre con los que sean designados, o los Religiosos, de cualquier Orden, no pueden ser obligados a celebrar la misa de otra manera diferente a como Nos hemos fijado; y que jamás, en ningún tiempo, nadie, quien quiera que sea, podrá contrariarles o forzarles a abandonar este misal, ni abrogar la presente instrucción, ni a modificarla, sino que ella estará siempre en vigor y válida con toda su fuerza... Si, no obstante, alguien se permitiese una tal alteración, sepa que icurriría en la indignación de Dios todopoderoso y de sus bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo".

En el supuesto de que el Papa pudiera retractar este indulto perpetuo, precisaría que lo hiciese por un acto de la misma solemnidad. La Constitución apostólica Missale Romanum del 3 de abril de 1969 autoriza la Misa llamada de Paulo VI, pero no contiene ninguna prohibición, expresamente formulada, de la misa tridentina. A tal punto que el cardenal Ottaviani podía decir en 1971: El Rito Tridentino de la Misa no está, que yo sepa, abolido.


Monseñor Adam quien pretendía, en la asamblea plenaria de los obispos suizos, que la Constitución Missale Romanum había prohibido celebrar, salvo indulto, según el rito de San Pío V, ha debido retractarse después de habérsele pedido que dijese en qué términos esta prohibición había sido pronunciada. Se colige de ello que si un sacerdote fuera censurado e incluso excomulgado bajo este concepto, dicha condenación sería absolutamente inválida. San Pío V ha canonizado esta Misa; ahora bien, un papa no puede eliminar una canonización como tampoco puede cancelar la de un santo.

Podemos decirla con absoluta tranquilidad y los fieles asistir a ella sin el menor escrúpulo, sabiendo sobre todo que es la mejor manera de alimentar su fe. Esto es tan cierto que, su Santidad Juan Pablo II después de muchos años de silencio sobre el asunto de la Misa, ha terminado por aflojar la presión impuesta a los católicos. La carta de la Congregación para el Culto divino fechada el 3 de octubre de 1984, "autoriza" de nuevo el rito de San Pío V para los fieles que lo pidan. Es cierto que en ella se imponen ciertas condiciones que no podemos aceptar y, por otra parte, no teníamos necesidad de este indulto para gozar de un derecho que nos ha sido otorgado hasta el final de los tiempos. Pero este primer gesto -roguemos para que haya otros- levanta la sospecha indebidamente fundada sobre la misa y libera las conciencias de los católicos perplejos que vacilaban todavía en asistir a ella.

Vayamos ahora a la suspensión a divinis vigente contra mí desde el 22 de julio de 1976. Ella fue consecutiva a las ordenaciones del 29 de junio, en Ecóne; hacía tres meses que nos llegaban de Roma reprobaciones, suplicas, órdenes, amenazas, para decirnos que cesáramos nuestra actividad; que no procediéramos a estas ordenaciones sacerdotales. Durante los días que las precedieron, no dejamos de recibir mensajes y enviados: ¿qué es lo que nos decían? En seis ocasiones nos pidieron restablecer relaciones normales con la Santa Sede, aceptando el nuevo rito y celebrándolo yo mismo. Llegaron hasta enviarme un monseñor que se ofrecía a concelebrar conmigo. Se me ha puesto en la mano un Nuevo Misal y prometiéndome que si yo decía la misa de Pablo VI el 29 de junio delante de toda la asamblea que venía a orar por los nuevos sacerdotes, todo sería en lo sucesivo allanado entre Roma y yo. Lo que significa que no me prohibían hacer estas ordenaciones, sino que querían que fueran según la nueva liturgia. Quedaba claro, a partir de aquel momento, que es por el problema de la Misa que se desarrollaba todo el drama entre Roma y Ecóne y que se sigue desarrollando.
He dicho en el sermón de la misa de ordenación: "Mañana, quizás, en los periódicos aparecerá nuestra condenación, es muy posible que por causa de esta ordenación de hoy sea víctima de úna suspensión. Probablemente estos jóvenes sacerdotes serán víctimas de una irregularidad que en un principio debería impedirles decir la santa misa. Es posible. Pues bien, yo apelo a San Pío V".

Algunos católicos pueden estar perturbados por mi rechazo a esta suspensión a divinis. Pero lo que hace falta comprender bien es que todo ello forma una cadena: ¿por que se me prohibía hacer estas ordenaciones? Porque la Fraternidad estaba suprimida y el seminario debía cerrarse. Pero precisamente yo no había aceptado esta supresión, esta clausura, porque estas decisiones se habían hecho ilegalmente, porque las medidas tomadas estaban contaminadas de diversos vicios canónicos tanto en la forma como en el fondo. (Particularmente, en eso que los autores de derecho administrativo llaman "desviación de poderes", es decir, el uso de competencias en contra del objeto en el que ellas se deben ejercer).
Habría sido preciso que yo aceptase todo desde el principio, pero no lo he hecho porque fuimos condenados sin juicio, sin podernos defender, sin monición, sin escrito y sin apelación. Una vez que se rechaza la primera sentencia, no hay razón para no rechazar las otras, ya que las otras se apoyan siempre sobre aquélla. La nulidad de una trae consigo la nulidad de la siguiente.

Otra pregunta que, de vez en cuando, se formulan los fieles y los sacerdotes es: ¿se puede tener razón contra todo el mundo?. En una conferencia de prensa, el enviado del periódico "Le Monde" me decía: "Pero vamos, Vd. Está solo. Solo contra el Papa. Solo contra todos los obispos. ¿Qué significa su lucha?". Pues no, no estoy solo. Tengo a toda la tradición conmigo, la Iglesia existe en el tiempo y en el espacio. Además, yo sé que muchos obispos piensan como nosotros en su fuero interno. Ahora, después de la carta abierta al Papa que Mons. Castro Mayer ha firmado junto conmigo, somos dos. Los que nos declaramos abiertamente contra la protestantización de la Iglesia tenemos muchos sacerdotes con nosotros y también están nuestros seminarios, que proveen ahora alrededor de 40 nuevos sacerdotes cada año, nuestros 250 seminaristas, nuestros 30 hermanos, nuestras 60 religiosas, nuestras 30 oblatas, los monasterios y los carmelos que se abren y desarrollan, la multitud de fieles que vienen con nosotros.

La Verdad, por otra parte, no se constituye por el número, el número no hace a la verdad. Así mismo, si yo estuviera solo, aun si todos mis seminaristas me abandonasen, aun si toda la opinión pública me abandonase, esto me sería indiferente en lo que me concierne. Estoy apegado a mi Credo, a mi catecismo, a la Tradición que ha santificado a todos los elegidos que están en el Cielo, quiero salvar mi alma.
A la opinión pública se la conoce muy bien, es ella la que condenó a Nuestro Señor algunos días después de haberlo aclamado. Es el domingo de Ramos y enseguida el Viernes Santo.

Su Santidad Pablo VI me preguntó: "En fin, acaso no siente en su interior algo que le reprocha aquello que está haciendo? Ud. Causa un gran escándalo en la Iglesia. ¿No se lo dice su conciencia?". He contestado: "No, Santísimo Padre, en nada". Si hubiera algo que me lo reprochara, cesaría de hacerlo inmediatamente.

El Papa Juan Pablo II, ni ha confirmado, ni ha invalidado la sanción pronunciada en mi contra. En la audiencia que me ha concedido en noviembre de 1979, parecía estar bastante dispuesto, después de una prolongada conversación, a dejar la libertad de elección en lo que a liturgia se refiere, a dejarme obrar, ante todo, aquello que he pedido desde el principio: entre todas las cosas que se experimentan en la Iglesia, dejarnos hacer "la experiencia de la Tradición". El momento quizá había llegado en que las cosas iban a arreglarse: basta de ostracismo, no más problemas. Sin embargo, el cardenal Seper, que estaba presente, vio el peligro y exclamó: "¡Pero, Santísimo Padre, ellos han hecho de esta misa una bandera!". La pesada cortina que se había levantado un momento volvió a caer. Habrá que esperar aun.





S.E. Mons. Marcel Lefebvre
Carta Abierta a los católicos perplejos, cap. XX

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