miércoles, 16 de julio de 2008

LA FIESTA DEL SAGRADO CORAZÓN

¿Queréis conocer la vida del Corazón de Jesús? Está distribuida entre su Padre y nosotros. El Corazón de Jesús nos guarda: mientras el Salvador, encerrado en una débil Hostia parece dormir el sueño de la impotencia, su Corazón vela: "Yo duermo, mi corazón vigila" (Cantar de los Cantares, 5, 2).
Vela, tanto si pensarnos como si no pensamos en Él; no reposa: continuamente está pidiendo perdón por nosotros a su Padre. Jesús nos escucha con su Corazón y nos preserva de los golpes de la cólera divina provocada incesantemente por nuestros pecados; en la Eucaristía, como en la cruz, está su Corazón abierto, dejando caer sobre nuestras cabezas torrentes de gracias y de amor.
Está también allí este Corazón para defendernos de nuestros enemigos, como la madre que para librar a su hijo de un peligro lo estrecha contra su corazón, con el fin de que no se hiera al hijo sin alcanzar también a la madre. Y Jesús nos dice: "Aun cuando una madre pudiera olvidar a su hijo, Yo no os olvidaré jamás".

La segunda mirada del Corazón de Jesús es para su Padre. Lo adora con sus inefables humillaciones, con su adoración de anonadamiento lo alaba y le da gracias por los beneficios que concede a los hombres sus hermanos; se ofrece como víctima a la justicia de su Padre, y no cesa su oración en favor de la Iglesia, de los pecadores y de todas las almas por Él rescatadas.
¡Oh Padre eterno! Mirad con complacencia el Corazón de vuestro hijo Jesús. Contemplad su amor, oíd propicio sus peticiones y que el Corazón eucarístico de Jesús sea nuestra salvación.

Las razones por las cuales fue instituida la fiesta del Sagrado Corazón y la manera que ha tenido Jesús de manifestar su Corazón nos enseñan, además, que en la Eucaristía debernos honrarlo y que allí lo encontraremos con todo su amor.
Delante del Santísimo Sacramento expuesto recibió Santa Margarita María la revelación del Sagrado Corazón; en la Hostia consagrada se manifestó a ella el Señor con su Corazón entre las manos y dirigiéndole aquellas adorables palabras, que son el comentario más elocuente de su presencia en el Santísimo Sacramento: "¡He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres!"
Nuestro Señor, apareciendo a la venerable Madre Matilde, fundadora de una Congregación de Adoratrices, le recomendó que amase ardientemente y honrase cuanto pudiese su Sagrado Corazón en el Santísimo Sacramento, y se lo entregó como prenda de amor, para que fuera su refugio durante la vida y su consuelo en la hora de la muerte.

Y el objeto de la fiesta del Sagrado Corazón no es otro que honrar con más fervor y devoción el amor de Jesucristo, que lo hizo sufrir indecibles tormentos por nosotros e instituir también para nosotros el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre.
Para penetraros del espíritu de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús debéis honrar los sufrimientos que padeció el Salvador y reparar las ingratitudes de que es objeto todos los días en la Eucaristía.
¡Qué grandes fueron los dolores del Corazón de Jesús! Pasó por todas las pruebas imaginables; fue víctima de toda clase de humillaciones; las calumnias más groseras se cebaron en su honra y lo persiguieron con el mayor encarnizamiento; se vio harto de oprobios y abrumado por el menosprecio. A pesar de todo, Él se ofreció voluntariamente y nunca se quejó de ello. Su amor fue más poderoso que la muerte, y los torrentes de desolación no pudieron apagar sus ardores. Ciertamente, todos esos dolores pasaron ya; pero siendo así que Jesucristo los sufrió por nosotros, nuestra gratitud no debe tener fin, nuestro amor debe honrarlos como si estuviesen presentes ante nuestros ojos. ¡Y el Corazón que los sufrió con tanto amor está ahí... no muerto, sino vivo y activo; no insensible, sino más amante todavía!

Mas, ¡ay!, aunque Jesús no pueda ya sufrir, los hombres muestran con Él una ingratitud monstruosa. ¡Esa ingratitud al Dios presente, que vive con nosotros para conseguir nuestro amor, es el tormento supremo del Corazón de Jesús en el Santísimo Sacramento!
El hombre se muestra indiferente con ese supremo don del amor de Jesús: no lo tiene para nada en cuenta: ni piensa siquiera en él, y si alguna vez, a pesar suyo, se acuerda de él y Jesús quiere despertarlo de su letargo, no es sino para procurar apartar de su mente este pensamiento importuno. ¡El hombre no quiere tener el amor de Jesús! (...)
¡En su agonía buscaba a quien lo consolase; en la cruz pedía que se tuviese compasión de sus dolores...! ¡Por eso, hoy más que nunca, es necesaria la satisfacción, hace falta la reparación de honor para ofrecerla al Corazón adorable de Jesucristo! Rodeemos la Eucaristía de adoraciones y de actos de amor.
Al Corazón de Jesús, vivo en el Santísimo Sacramento, ¡honor, alabanza, adoración y dignidad regia por los siglos de los siglos!

San Pedro Julián de Eymard

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