martes, 15 de julio de 2008

LA MADRE CATÓLICA Y EL MUNDO

Las relaciones exteriores de la madre católica son de tres clases: las relaciones de parentesco, de amistad y de sociedad.

1. Relaciones de parentesco. Estas relaciones forman parte de los deberes cristianos. Son a menudo muy delicadas. La envidia, el interés propio y el demonio de la discordia las hacen algunas veces difíciles en la unión de la paz y de la caridad.
Una madre debe poner toda su caridad y su prudencia en sostener los lazos del amor familiar entre los suyos, aunar los espíritus divididos y reconciliar los corazones lastimados.
Será siempre una medianera poderosa si no busca más que la gloria de Dios y el bien espiritual de su prójimo por el sacrificio del interés y del amor propios.
Será siempre un lazo de unión si, en sus palabras, es siempre caritativa respecto de todos; en sus relaciones, siempre llena de estima y de deferencia para los méritos de cada cual, buscando más bien servir que ser servida, olvidarse que aparecer.

2. Relaciones de amistad. Por regla general, una madre católica no debe desear tener otros amigos, en la divina caridad, fuera de los miembros de la familia. Si no obstante quedara, por este extremo, reducida a la soledad y le hubiera dado Dios una amiga espiritual, ámela como a una hermana y válgase de ella como de un poderoso sostén. Pero no deberá olvidar que la reserva es la sal de la amistad.
La reserva vuelve al cristiano siempre puro en el afecto, siempre prudente en la confianza, siempre digno en los sentimientos, siempre modesto en la vida. Una madre católica debe, por tal motivo, ser reservada.
a) En las penas y las dificultades de familia basta una palabra imprudente para dividir los corazones, envenenar una llaga a medio cerrar y encender el fuego de la discordia.
b) En la revelación de los defectos de los suyos: el honor y la caridad así lo exigen y la prudencia hace de ella una regla: un amigo puede ser alguna vez indiscreto.
c) En la elección de los amigos de los hijos, debido a que la amistad es el manantial del bien y del mal en la juventud.
d) Finalmente, en las expansiones del corazón, sobre todo en los momentos de dolor y tristeza, raro es encontrar entonces un corazón amigo que sepa consolar y fortalecer en Dios al alma desolada.
¡Feliz el alma a quien Dios basta y que todo lo halla en Dios: luz, fortaleza y dicha!

3. Relaciones de sociedad. Por su situación y sus deberes de estado, una madre católica se ve obligada muchas veces a sostener relaciones con el mundo. Estas relaciones pueden ser de tres clases: relaciones de cortesía, relaciones de negocios y relaciones de conveniencia.
a) Relaciones de cortesía. Consisten principalmente en recibir y hacer visitas. Una madre debe prestarse a ellas de buena gana cuando lo exigen el deber o la caridad. El respeto por la verdad, el amor de la caridad, la edificación del prójimo deben ser en ellas su más bello adorno. Mas, en interés de sus deberes de estado, ha de evitar en lo posible esas visitas inútiles y ociosas, en las que se disipa el alma, se debilita la piedad y queda a menudo ofendida la caridad.
b) Relaciones de negocios. La prudencia y la sencillez deben ser la regla de ellas. Prudencia en los medios, poniendo en acción cuanto nos ha dado Dios de inteligencia, capacidad, industria honesta para alcanzar éxito en su trabajo: ese es el negocio legítimo de los talentos del Evangelio. Sencillez en la acción, no queriendo más que la justicia, no obrando más que según la verdad, dejando a Dios sólo el éxito: eso es vivir de la fe.
c) Relaciones de conveniencia. Una madre católica está algunas veces obligada a tomar parte en las fiestas del mundo: un deber de posición, las conveniencias de la familia, las exigencias de la amistad dan a esa participación el carácter de un deber. En estas relaciones, penosas para su piedad, la modestia, la caridad, la humildad, le servirán de regla y de salvaguardia.
La modestia. Ella será su más bello ornato, su protestación cristiana contra las vanidades del mundo y su prevención poderosa contra los peligros.
La caridad. La madre católica será suave para no cansar a nadie, complaciente en todo lo que la conciencia pudiere permitir, abnegada hasta el borde del deber.
La humildad. Cara a la gloria y a la ambición humanas, la humildad de una madre de familia católica ha de brillar en toda su sencillez. La sierva del Señor se eclipsará, se olvidará para no ocuparse sino de los demás; recibirá con la serenidad de la paz las humillaciones del amor propio, sabiendo encontrar a Dios entre las alegrías y los placeres del mundo.
Así, una madre católica, modesta, humilde y caritativa, podrá pasar por entre las fiestas del siglo sin temer sus peligros. Habrá cumplido su deber y dejado tras de sí el buen olor de Jesucristo Eucarístico, en quien vive y por quien obra.

San Pedro Julián de Eymard

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