viernes, 11 de diciembre de 2009

FIESTA DE TODOS LOS SANTOS

UN CÉLEBRE ARQUITECTO, MARCO AGRIPA, había levantado, antes del nacimiento de Cristo, un templo magnífico, el Panteón, dedicado a todos los dioses, a los conocidos y a los ignorados.
AL CONVERTIRSE ROMA AL CRISTIANISMO, no fue derribado aquel tem­plo; si los paganos adoraban a sus mentirosas divinidades, ¿no tenía­mos nosotros nuestros santos merecedores de toda veneración?
POR ESO EL PAPA BONIFACIO IV DEDICÓ EL TEMPLO al culto de los mártires que habían ofrecido su sangre y su vida a Dios en todas las regiones del mundo.
DESPUÉS, DEL CULTO A TODOS LOS MÁRTIRES SE PASÓ AL CULTO DE TODOS LOS SANTOS. Y la razón es clara:
¡De cuántos santos no conocemos absolutamente nada, ni su vida ni el nombre!
Sólo Dios ha penetrado en su alma, contemplando sus virtudes, sus plegarias, sus lágrimas, sus largos sufrimientos y sus ásperas peni­tencias...
Además, también de los santos conocidos no podemos celebrar su fiesta particular durante el año.
NO ES, PUES, JUSTO QUE ESTOS HÉROES CRISTIANOS PASEN DESCONOCIDOS, y que nosotros nos perdamos su poderosa pro­tección.
ESTAS RAZONES HAN MOVIDO A LA IGLESIA A ESTABLECER ESTA FIESTA en la que todos los santos sean honrados e invocados.
Por eso, para incrementar nuestra devoción por los santos, veamos estas dos sencillas reflexiones:
1) los santos son un gran ejemplo para nosotros
2) y son también un auxilio pode­roso

1. LOS SANTOS SON UN GRAN EJEMPLO PARA NOSOTROS

HABÍAN LLEGADO PARA EL PUEBLO ISRAELITA DÍAS TRISTES Y DESGRA­CIADOS.
Jerusalén había caído en poder de los extranjeros; el templo, profanado y robado; la juventud, prisionera o muerta; y por todas partes resonaban las torpes canciones de los soldados de Antíoco, deseosos siempre de saquear y matar.
MATATÍAS, el anciano padre de los Macabeos, se había escondido en el desierto, donde por la edad y por la congoja se enfermó. PERO ANTES DE MORIR, llamó en derredor de su lecho a sus cinco hijos y les dijo: «Hijos míos: Os toca vivir en medio de un mundo pervertido, en un tiempo de pecado y de escándalo; recordad los ejemplos de vuestros antepasados, y sacaréis fuerza y gloria. Recordad la fe de Abraham, que creyó en las promesas de Dios, aun cuando se le ordenó sacrificar a su hijo; Tened también vosotros fe en Dios, ahora que nuestra nación está destruida. Acordaos de la resignación de José, vendido por sus crueles hermanos, y tan temeroso de la ley de Dios, que huyó de la deshonesta mujer de Putifar, y fue recompensado por Dios; también vosotros resignaos a la voluntad de la Providencia, y conservaos puros, si anheláis el premio. Acordaos de Josué, que, con grandes trabajos y haza­ñas, logró conquistar la tierra prometida.
No echéis en olvido a David, que por su piedad y misericordia heredó el trono real por los siglos de los siglos.
Acordaos de Daniel, que fue arrojado en la cueva de los leones a causa de su rectitud, y de aquellos jóvenes que prefirieron ser encerrados en el horno encendido antes que quebrantar la ley de Dios...»
“Así, de generación en generación, el anciano moribundo recordaba a sus hijos las proezas de los santos del Antiguo Testamento, y cuando terminó, levantó la mano, los bendijo y murió”. (I Mac, II).

APLICACIÓN
ME PARECE QUE LA IGLESIA, A SEMEJANZA DEL ANCIANO MATATÍAS, con­grega en derredor de sí a sus hijos para mostrarles los ejemplos de los santos.
Es verdad que vivimos en tiempos de pecado y en un mundo esencialmente perverso, pero también los santos que reinan en el Paraíso vivieron tiempos difíciles. Recordemos sus ejemplos para imitarlos y por ese medio santificarnos.

«PERO NO TENGO TIEMPO — dicen algunos — para santificarme y de­dicarme a tantas devociones; estoy muy ocupado en mis asuntos.»
¿Y creen ustedes que Santa Teresa de Jesús, Santa Catalina de Génova, San Felipe Neri y tantos otros santos no tenían ocupaciones materiales?
Si el tiempo que emplean en las diversiones, en el Internet, viendo televisión, en la vanidad, en las conversaciones frívolas y mundanas, lo emplearan en santificar el alma, ¡qué ele­vada sería vuestra santidad!
“Decís que no tenéis tiempo, y tenéis a vuestra disposición toda vuestra vida, pues para eso únicamente os ha creado el Señor”.

«PERO TENGO MI FAMILIA, VIVO EN MEDIO DE UN MUNDO CORROMPIDO, RODEADO DE ESCÁNDALOS.»
Los santos también vivieron en medio de muchas tentaciones según sus diversos estados de vida: San Luis, era rey; Santa Pulqueria vivía en la corrupción de la corte de Constantinopla; San Isidro era aldeano; Santa Zita, sirvienta en una casa privada.
En todos los estados y condiciones podemos llegar a la santidad.

«PERO YO TENGO UN TEMPERAMENTO FOGOSO, SOBERBIO..., MI CARNE ES DÉBIL, MUY DÉBIL…NO PUEDO RESISTIR A LAS TENTACIONES.»
También los santos tuvieron flaquezas, como nosotros; también ellos fueron zarandeados por la tentación, pero la superaron.
Si ellos vencieron, ¿por qué no hemos de vencer nos­otros?
No pensemos que fue cosa sencilla para San Agustín el triunfar de las rebeldías de la sensualidad, y para San Carlos Borromeo, el vivir abra­zado con la humildad, y para San Francisco de Sales, el refrenar los ímpetus de la irascibilidad; leamos sus vidas y veremos las esforzadas luchas que tuvieron que sostener contra las pasiones.
Pero triunfa­ron de ellas. ¿Nosotros seremos los vencidos?

2. Y SON TAMBIÉN UN AUXILIO PODE­ROSO

CUANDO EL HAMBRE INVADIÓ LA TIERRA DE CANAÁN, un anciano acom­pañado de sus hijos se retiró a Egipto, presentándose al faraón para que les socorriera.
En Egipto y en el palacio del faraón se encon­traba José: «Aquí tenéis a mi padre y a mis hermanos», dijo José al introducirlos en la corte del soberano. Y tuvieron víveres en abundancia, gozaron de una paz encan­tadora, y obtuvieron tierras que cultivar: recibieron más de lo que habían soñado.
TAMBIÉN NUESTROS HERMANOS, LOS SANTOS, ESTÁN EN UNA REGIÓN RIQUÍSIMA, en la mansión de un soberano excelso, de Dios.

Cuando privados de los bienes espirituales o materiales levantamos los ojos al cielo, ellos se dirigen a Dios para decirle: «Escúchalos, atiéndelos, porque son nuestros hermanos pequeños».
¿SE MOSTRARÁ SORDO EL SEÑOR A LA SÚPLICA DE SUS ÍNTIMOS AMIGOS?
Los santos en el cielo no son egoístas una vez conseguida la feli­cidad; se acuerdan de nosotros, pobres criaturas.
Ellos, sufrieron en un tiempo lo que hoy sufrimos nosotros, y por eso nos entienden y siguen con ansiedad las peripecias de nuestra peregrinación, rogando insis­tentemente a Aquel que manda a los vientos y al mar, que se apiade de la barquilla combatida por las pasiones.
Ellos que gozan de la feli­cidad del Paraíso, tiemblan ante el pensamiento de que nosotros podamos perderla y ruegan a Dios que nos conduzca al puerto del cielo.

LOS SANTOS DEL CIELO Y LOS CRISTIANOS DE LA TIERRA FORMAN UNA SOLA FAMILIA; y así como en una familia el hermano bueno intercede ante el padre irritado por el mal comportamiento de los hijos malos, así los santos aplacan a Dios cuando se dispone a castigarnos por nues­tros pecados.

LEEMOS EN LA HISTORIA SAGRADA cómo una vez el Señor había decidido exterminar al pueblo hebreo por haberse rebelado quebrantando sus mandamientos. Pero, en medio del pue­blo, se hallaban dos almas santas: Moisés y Aarón. El Señor les decía grandemente irritado:
«Alejaos de ese pueblo, porque quiero exterminarlos en un momento.»
Pero aquellos santos no se alejaron, insistieron en su oración, y Dios, aplacado por ellos, castigó únicamente a tres de los más culpa­bles (Num., XVI, 20 s.).

LOS SANTOS, COMO MOISÉS Y AARÓN, SE INTERPONEN ENTRE DIOS Y NOSOTROS.
¿Quién podría enumerar los castigos que iban a desencade­narse sobre nuestra cabeza y que ellos han desviado?
¿Por qué no hemos muerto después de cometer nuestro primer pecado?
¿Por qué el Señor nos aguanta y nos otorga el tiem­po necesario para hacer penitencia?
¡Oh si pudiésemos ver lo que pasa en el Paraíso!

SI TAN PODEROSOS SON LOS SANTOS AL INTERCEDER POR NOSOTROS, estamos en el deber de acudir a ellos fer­vorosa y frecuentemente.

EL SEÑOR HA DICHO QUE ALLÍ DONDE ESTÁN DOS O MÁS REUNIDOS EN SU NOMBRE, allí está Él en medio de ellos para escuchar sus ruegos;
pues en el Paraíso no son solamente dos, son miles de millones los que ruegan por nosotros. Su plegaria es nuestra más sólida defensa.

CONCLUSION
Queridos fieles, ARREBATADO EN ÉXTASIS, SAN JUAN EVANGELISTA vio ante sí una puer­ta abierta por la que entraba una incontable muchedumbre, de toda edad, sexo y condición.

¡Qué consoladora es esta revelación! Si tan innumerable era el número de los elegidos, que San Juan no pudo contarlos,
esto nos indica que no es tan difícil el salvarse, esto quiere decirnos que también nosotros podemos pasar por aque­lla puerta, que es Cristo, y gozar de la compañía de los santos.

PERO HAY UNA CONDICIÓN ESENCIAL: todos cuantos arriban al puerto de sal­vación, llevan en su frente un sello revelador de su pertenencia y semejanza con el Eterno Padre y con su Hijo unigénito. Este sello, según el profeta Ezequiel, tiene forma de T, esto es, de una cruz, y está grabado en la frente de los que lloran y gimen por los pecados. Signo Tau super frontem vivorum gementium et flentium (Ez., IX, 4).
¿QUÉ QUIERE DECIR ESTO? Quiere indicarnos que para ser partici­pantes de la gloria y felicidad de los santos, hay que tomar parte en sus penitencias y sufrimientos.

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