miércoles, 7 de octubre de 2009

LA AVARICIA (2ª. parte) - Domingo 16º después de Pentecostés

SEGURAMENTE QUE LOS FARISEOS, al invitar a Jesús a comer en aquel sábado, se proponían tenderle un lazo, ponerle una trampa. Y efectivamente, no bien había entrado en la sala, se encontró con un pobre enfermo atacado del incurable mal de la hidropesía; JESÚS SE DIÓ CUENTA de que el jefe y los demás invitados tenían sus ojos fijos en Él, lo estaban acechando.
EN SUS MIRADAS escudriñadoras, se leía la maligna inclinación de sus corazones; no era cosa fácil curar una enfermedad tenida por incu­rable; y aún cuando la curara, siendo como era sábado, lo acusarían de violador del precepto del descanso.
¡QUÉ VILES, ESOS FARISEOS! ¡Valerse de la miseria y desgracia humanas para fines inconfesables y mezquinos!
Y ENTONCES, EL MANSÍSIMO HIJO DE DIOS SE DIRIGIÓ A AQUELLOS HOM­BRES que conocían perfectamente la ley de Moisés, Y LES PREGUNTÓ: « ¿es lícito curar en sábado?».
ELLOS CALLARON. Entonces Jesús, tomándole de la mano, le curó y le despidió.
NO SIN RAZÓN HAN OBSERVADO LOS SANTOS PADRES, que las diferentes enfermedades que padecían los que eran presentados a Nuestro Señor para que los curara, figuraban las enfermedades del alma, que Jesucristo curaba al par que las del cuerpo.
ASÍ EL HIDRÓPI­CO, que según refiere el Evangelio de hoy, fue curado por Nuestro Señor, es la triste y expresiva figura de una alma dominada por la ava­ricia, por el amor a los bienes de la tierra.
EN EFECTO; ASÍ COMO LA HIDROPESÍA procede de una acumulación de humores que produce una sed insaciable,
así también la avaricia es comúnmente el efecto de la abundancia de bienes de fortuna, que a proporción como van en aumento, dan origen e intensidad al deseo de acrecentarla más y más.

Y ASÍ COMO LA HIDROPESÍA ES UNA ENFERMEDAD DIFÍCIL DE CURAR, y aún se convierte en incurable cuando ha llegado a cierto grado, así la avaricia, una vez arraigada en el alma, es un vicio dificilísi­mo de corregir.

POR ESO, LOS FARISEOS NO QUISIERON ESCUCHAR A NUESTRO SEÑOR, ni aprovecharse de su doctrina, por que eran avaros: avaros de riquezas, avaros de poder; avaros de honores;
y esas cosas no se las ofreció Nuestro Señor, por eso lo despreciaron. Deridebant eum, quia avari erant (Luc. XVI).

Y ESTA AVARICIA DE LOS JUDÍOS YA VENÍA DESDE HACE MUCHO TIEMPO: El profeta Jeremías, hablando al pueblo de Israel, los increpaba diciéndoles: “Todos, desde el más pequeño hasta el más grande, se han entregado a la avaricia, Todos, desde el profeta hasta el sacerdote, practican el fraude” (Jer. 6,13)

QUERIDOS FIELES, PERO NO SÓLO LOS JUDÍOS SON AVAROS: Tan universal es la codicia, que con razón le pareció al autor del Sagrado Libro del Eclesiástico, una especie de prodigio, si se hallase un hombre que no pusiera su es­peranza en las riquezas: “Bienaventurado aquel que no anda tras el oro, ni pone su esperanza en el dinero y en los tesoros”. (Eccl. XXXI, 8.)

SÍ, LA AVARICIA REINA EN TODAS PARTES, y ex­tiende su imperio a todos los corazones. Si se meditara un poco en esta pasión de la avaricia, ¡cuántos la aborrecerían! pero, entre todas las pasiones, la avaricia es de las que menos se conoce.
“Casi nin­guno, hasta ahora, ha confesado, ni aún ha conocido, que es avarien­to”.

UNOS DISFRAZAN LA AVARICIA con el nombre de economía, otros le ponen el título de prudencia, algunos lo cubren con el honrado manto de la moderación, y muchos quieren persuadir que es necesidad. TAN IRRACIONAL Y TAN ODIOSO ES ESTE VICIO, que no tiene cara para de­jarse ver con su verdadero nombre. “VICIO SÓRDIDO, VIL, INFAME”, le llama S. Juan Crisóstomo.
“VICIO INJURIOSO A DIOS, ODIOSO A LOS HOM­BRES, SUMAMENTE PERNICIOSO A LOS MISMOS AVAROS”, le llama Sto. Tomás.
Y DIOS DIJO en la Sagrada Escritura: “No hay cosa más detestable que un avaro”. “No hay cosa más inicua, que el que codicia el dinero; porque el tal, a su misma alma pone en venta”. (Eccl. X, 9-10)
CONTRA ESTE VICIO LE­VANTAREMOS HOY OTRA VEZ NUESTRA VOZ, y para que lo detestemos, mencionaremos dos de sus funestísimas consecuencias.

PRIMERO, LA AVARICIA CIEGA EL ENTENDIMIENTO EN TANTO GRADO, que el avaro no conoce que lo es;

Y SEGUNDO, ( tema que veremos la semana siguiente) LA AVARICIA ENDURE­CE DE TAL SUERTE EL CORAZÓN, que aunque lo conozca, no procura de­jar de serlo.

EN DOS PALABRAS: muchas veces, el avaro vive sin conocerse, y muere sin arrepentirse.
I.- LA AVARICIA CIEGA EL ENTEDIMIENTO
LA AVARICIA SE INTRODUCE EN EL CORAZÓN DE LOS HOMBRES con tal disimulo, que ellos mismos no lo advierten.
NO HAY CONDICIÓN, ESTADO, NI SEXO que se exima de la infección pestilente de la avaricia.
- LOS PASTORES DE ABRAHAN Y DE LOT riñen por los pastos de sus ganados. (Gen. xiii, 7)
- NABAL niega con aspereza los socorros que le pide David con necesidad y cortesía, (I. Reg. xxv , 10)
- ADONÍAS piensa quitar a su hermano Salomón la corona.
- JUDAS, so pretexto de caridad, reprende como profusión la piedad de la Magdalena para enriquecerse. (Joann. xii, 5).
- LOS HIJOS DEL SACERDOTE HELÍ arrebatan de las manos de los fieles, las víctimas que debieran ofrecer a Dios en holocausto. (I. Reg. II, 14)
- JEZABEL usurpa la viña al pobre Nabot. (III. Reg. xxi, 7).
TODOS SON ESCLAVOS DE LA AVARICIA: “Todos, desde el más pequeño hasta el más grande, se han entregado a la avaricia”.
SIN EMBARGO, CASI NO HAY QUIEN SE RECONOZCA Y SE CONFIESE AVARO.
Lo mismo que el enfermo que delira, que no conoce la enfer­medad que padece, ni quiere tomar las medicinas que el médico le ordena, sino que pensando estar sano, pide a todas horas la ropa para levantarse de la cama; así los avaros, oscurecida la razón, no conocen el vicio de que adolecen.

¡POBRES CIEGOS! ha caído sobre ellos la maldición que echó el profeta: “Se han hecho semejantes a los ídolos de oro que abrican, pues como ellos tienen ojos y no ven”: (Psal. CXIII, 5 y 8).
Exclamó un autor: “¡INFELICES! Vuestra enmienda es imposible, a menos que veáis la deplorable miseria a que os ha reducido vuestra avaricia”.
“Y YA QUE NO PODÉIS VERLA EN SÍ MISMA, miradla claramente en los efectos que le atribuye el angélico doctor, Santo Tomás”.

EL PRIMER EFECTO Y SEÑAL DE LA AVARICIA ES UNA INSENSIBILIDAD HABI­TUAL, una dureza de corazón para con los pobres.
Si un avaro es malo para sí mismo: ¿cómo, pues, ha de ser bueno para con los demás?
Si rega­tea para sí lo necesario: ¿cómo, pues, dará a otros lo superfluo?
Si crece el número de los pobres, si gimen todos, también él se lamen­ta de que es pobre.
Mira con ojos envidiosos la prosperidad de unos, y ya que no puede usurparla, a lo menos se cree dispensado de la obligación de socorrer la miseria de otros.
En su concepto, los pobres son holgazanes, que pudiendo con el trabajo de sus manos adquirir lo necesario, se hacen indignos de la limosna.
También, en su forma de pensar, otros pobres son impertinen­tes, que con sus ruegos no dejarán de encontrar lo que necesitan en las casas de los más ricos.
Ninguno tiene derecho a sus bienes; y, a pesar de su dureza, se cree inocente el más avaro.

NO SÓLO ES EFECTO DE LA AVARICIA LA INSENSIBILIDAD PARA CON LOS POBRES, SINO QUE CAUSA TAMBIÉN EN LOS AVAROS UNA EXCESIVA INSENSIBILI­DAD PARA CONSIGO MISMOS.
Casi nadie está en este mundo contento con su suerte, pero menos que todos lo están los avaros.
Cuando los años son prósperos, murmuran porque no obtienen más ganancias.
Cuando los años son difíciles, se quejan de todo, de la subida de los precios, de los impuestos.
Se alegran, o por lo menos se consuelan, al saber que a los otros también les va mal.
Los avaros se complacen en todo lo que puede enriquecerlos, aunque sea a costa ajena. Y si esto no su­cede, se entristecen.

OTRO EFECTO DE LA AVARICIA ES LA DESCONFIANZA EN LA DIVINA PROVI­DENCIA.
Nuestro Señor nos dice que no seamos tan solícitos de lo que ma­ñana habremos de comer, y los avaros piensan que esta tranquilidad de espíritu es una criminal indolencia.

NO CONDENA NUESTRO SEÑOR la prudente dili­gencia en conservar y aumentar con moderación nuestro patrimonio; lo que reprueba, es la desmedida solicitud y anhelo de los bienes ter­renales, la doblez, la mentira, la infidelidad en el trato y en las pa­labras, que son los medios regulares de que se valen los avaros para enriquecerse.

POR ESTAS CARACTERÍSTICAS, NO NOS SERÁ DIFÍCIL, queridos fieles, reconocer a los avaros.
PERO TENGAMOS BIEN CLARO, que según S. Gregorio, para ser­lo no es menester que uno llegue a tal extremo de malicia;
basta que esté apegado a los bienes de la tierra, y no piense en los del cielo.

CONCLUSIÓN
QUERIDOS FIELES, NO DEMOS ENTRADA EN NUESTRO CORAZÓN a este vi­cio de la avaricia.
“Cavete ab omni avaritia, (alejaos de toda avaricia)”, nos dice Nuestro Señor Jesucristo. (Luc. XII, 15)
EXAMINEMOS NUESTRO CORAZÓN, no una, sino muchas veces: porque a la primera no es fácil encontrar la avari­cia, que se cubre con la capa de la economía.

HAGAMOS REFLEXIONES so­bre las acciones que hacemos, para ver si tienen por móvil y objeto el interés.

EXAMINEMOS SI TENEMOS EL DESAPEGO, la pobreza de espíritu, que hace bienaventuradas a las almas.

MEDITEMOS SERIA­MENTE, si nuestro corazón está desprendido de las riquezas en obsequio de Jesucristo y en beneficio del prójimo.

Y AUN DESPUÉS DE HABER VISTO NUESTRO CORAZÓN LIMPIO de la mancha de la avaricia, tomemos las más justas precauciones para que no se introduzca en él.

CUIDÉMONOS DE TODA AVARICIA. No sea que comencemos a amar las riquezas, y que luego ese amor degenere en avaricia, y, después, casi sin advertirlo, que­demos esclavos de su tiranía.

PIDAMOS A DIOS, en esta Santa Misa y siempre, que nos haga conocer cuán despreciables son los bienes de la tierra, para que no se apegue a ellos nuestro corazón; y que nos haga conocer también cuán grandes son los bienes que nos están pre­parados en el cielo, para que los deseemos, los amemos, trabajemos para poder alcanzarlos, y tengamos un día la dicha de poseerlos.

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