martes, 13 de octubre de 2009

LA AVARICIA (3ª. parte) - DOMINGO XVII DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

Queridos fieles: La semana pasada hemos hablado sobre la avaricia.
LA AVARICIA:
“vicio sórdido, vil, infame”, (S. Juan Crisóstomo)
“vicio injurioso a Dios, odioso a los hom­bres, sumamente pernicioso a los mismos avaros”, (Sto. Tomás)
Y DIOS MISMO DIJO en la Sagrada Escritura: “No hay cosa más detestable que un avaro”.
“el que codicia el dinero; … a su misma alma pone en venta”. (Eccl. X, 9-10)
Ya hemos hablado que LA AVARICIA CIEGA EL ENTENDIMIENTO EN TANTO GRADO, que el avaro no conoce que lo es. La avaricia se introduce en el corazón de los hombres con tal disimulo, que ellos mismos no lo advierten.
VIMOS QUE, PARA PODER RECONOCER LA AVARICIA, hay que examinar algunos efectos de ella:
El primer efecto y señal de la avaricia es una insensibilidad habitual, una dureza de corazón para con los pobres.
El segundo efecto es una excesiva insensibili­dad para consigo mismos.
Un tercer efecto de la avaricia es la desconfianza en la divina Provi­dencia.

AHORA NOS QUEDA POR VER EL SEGUNDO EFECTO funesto de la avaricia:


II.- LA AVARICIA ENDURE­CE DE TAL SUERTE EL CORAZÓN, QUE AUNQUE LO CONOZCA, NO PROCURA DE­JAR DE SERLO.

EN COMPROBACIÓN DE ESTA VERDAD, me contentaré con recor­darles el ejemplo de Judas y del Faraón.

EJEMPLO DE JUDAS

El considerar la dureza, la perfidia y la desesperación de aquel apóstata, nos horroriza;
pero nos debería sorprender mucho más su causa ó principio.
Judas vendió a Nuestro Señor Je­sucristo , el discípulo puso en manos de sus enemigos a su Maes­tro :
a un Maestro que le había colmado de beneficios:
a un Maes­tro que, por espacio de tres años, le había dado innumerables pruebas del más tierno amor:
a un Maestro que, en su presencia, había obrado muchos prodigios:
a un Maestro de cuya divinidad eran testigos los cielos y la tierra.

¿PUEDE CONCEBIRSE MAYOR PERFIDIA?
PERO TODAVÍA NOS CAUSA MAYOR HORROR EL MOTIVO QUE TUVO. ¿Creen, queridos fieles, que Judas, envidioso de los favores que el Salvador dispensaba a los demás discípulos, ó arrebatado de la cólera determinó venderle?
¿Creen que la envidia, el resentimiento ó la queja, fue la causa de su atroz perfidia? NADA DE ESTO: los santos evangelistas nos aseguran que su traición fue efecto de su avaricia.
Judas amaba a Jesucristo; pero amaba más el dinero: prefirió ser esclavo de la avaricia a ser discípulo del Señor;
y aquella sórdida pasión, que le persuadió de que valían más treinta dineros que su divino Maestro, le indujo a entregarle a los fariseos.

TAL VEZ NOS ADMIRA, QUERIDOS FIELES, QUE LA AVARICIA INDUJERA A JUDAS a ejecutar tan enorme maldad; pero esto no debería ser cau­sa de nuestra admiración.
LA EXPERIENCIA NOS ENSEÑA TODOS LOS DIAS, QUE LA AVARICIA quebranta todas las leyes del amor, rompe todos los vínculos de la amistad, y aun de la sangre.
Vemos que por un vil in­terés pleitean los hermanos con las hermanas, los hijos con los pa­dres. Vemos que la avaricia, disfrazada con el título de justicia, les separa con escándalo, les irrita, les enfurece, hasta que llegan a aborrecerse de muerte.
La conciencia, la razón, la amistad, la san­gre, pierden toda su fuerza a vista de las riquezas. Ellas (las riquezas), sin hablar, persuaden, ó para decirlo con el Nacianceno, con elocuencia mu­da hacen de los avaros lo que quieren.

NO SE LIMITA AQUÍ EL MALIGNO INFLUJO DE LA AVARICIA; SE EXTIENDE MUCHO MAS. No sólo induce a los avaros a que cometan los más atro­ces crímenes, sino que, en cierto modo, les imposibilita para que se arrepientan de ellos, aun después de reconocidos. Judas conoció su delito: Judas lo confesó: Judas restituyó el dinero, fruto de su de­lito; pero en vez de pedir perdón, se ahorcó desesperado.

“¡INFELICES AVAROS! Tal vez también vosotros reconoceréis un día vuestros pecados , y hasta llegareis a desprenderos de vuestras riquezas; pero te­mo que vuestro arrepentimiento no será saludable, y que, endureci­do vuestro corazón por la avaricia, moriréis impenitentes.”


OTRA PRUEBA DE ESTA VERDAD NOS LA DA EL FARAÓN, cuyo corazón se llama por antonomasia endurecido.
¿CUÁL FUÉ LA CAUSA DE SU DUREZA? La misma que la de Judas.

Los milagros obrados por Moisés le hi­cieron conocer, que Dios quería que los israelitas salieran de Egipto; pero persuadido de que aquellos súbditos trabajadores eran de gran provecho a su reino, no quiso concederles el permiso que le pedían.
POR ÚLTIMO, CONDESCENDIÓ; pero no bien habían comenzado a mar­char , cuando arrepentido, salió a perseguirles,
tan ciego, que lle­gando al mar Rojo, sin reflexionar que había de ser su sepulcro, entró en él, quiso atravesarle, y quedó sepultado en sus profundida­des.

LA AVARICIA, EL AMOR a LAS RIQUEZAS OBSTINÓ a FARAÓN, y le hizo morir impenitente. Llegó a conocer su delito, llegó a con­fesarle, llegó a mostrarse arrepentido; pero ¿qué importa, si su corazón, endurecido por la avaricia, no tuvo parte en su aparente ar­repentimiento?

CONCLUSIÓN

NAAMÁN, GENERAL DEL EJÉRCITO del rey de Siria, era un hombre prestigioso y altamente estimado por su señor, porque gracias a él, el Señor había dado la victoria a Aram (rey de Siria). Pero este hombre, guerrero valeroso, tenía lepra.
ELISEO LO CURÓ. Le mandó bañarse 7 veces en el Jordán y su carne se volvió como la de un muchacho joven y quedó limpio.
LUEGO VOLVIÓ CON TODA SU COMITIVA adonde estaba el hombre de Dios.
Al llegar, se presentó delante de él y le dijo: “Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra, a no ser en Israel. Acepta, te lo ruego, un presente de tu servidor”.
PERO ELISEO REPLICÓ: “Por la vida del Señor, a quien sirvo, no aceptaré nada”. Naamán le insistió para que aceptara, pero él se negó.
DESPUÉS QUE NAAMÁN SE ALEJÓ a una cierta distancia de Eliseo, Giecí, servidor de Eliseo, pensó: “Mi señor se ha mostrado demasiado desprendido con ese arameo Naamán, al rehusar los presentes que había traído. Por la vida del Señor, voy a correr detrás de él a ver si le saco alguna cosa”.

GIACÍ SE LANZÓ CORRIENDO DETRÁS DE NAAMÁN (imagen muy ilustrativa: el avaro corriendo como desesperado detrás de las riquezas), y cuando Naamán vio que corría detrás de él, salió de su carruaje para ir a su encuentro y le dijo: “¿Pasa algo?”.
“No, respondió él; pero mi señor te manda decir: Hace apenas un momento vinieron a verme dos muchachos de la montaña de Efraím, de la comunidad de profetas. Te ruego que me des para ellos un talento de plata y dos mudas de ropa”.
NAAMÁN DIJO: “Toma más bien dos talentos”.
Y le instó y metió en dos bolsas dos talentos de plata y dos mudas de ropa, que entregó a sus servidores para que los llevaran delante de Giecí. Al llegar a Ofel, Giecí recogió todo y lo depositó en su casa. Luego despidió a los dos hombres, y ellos se fueron.
CUANDO FUE A PRESENTARSE ANTE SU SEÑOR, ELISEO LE DIJO: “¿De dónde vienes, Giecí?”. Él respondió:“Tu servidor no fue a ninguna parte”.
PERO ELISEO LE REPLICÓ: “¿No estaba allí mi espíritu cuando un hombre descendió de su carruaje para ir a tu encuentro?
Y ahora que has conseguido ese dinero, podrás obtener jardines, olivares y viñas, ovejas y vacas, esclavos y esclavas.
Por eso, la lepra de Naamán se te pegará a ti y a tu descendencia para siempre”.
Y GIECÍ SALIÓ DE SU PRESENCIA leproso, blanco como la nieve. (IV Reg. V)

Queridos fieles, NOSOTROS, GUARDÉMONOS DE TODA AVARICIA, Y SUS­PIREMOS SIEMPRE POR LOS BIENES ETERNOS; NO AMEMOS DESORDENADAMENTE LAS RIQUEZAS, porque la avaricia que, como habemos visto,
ciega el enten­dimiento del avaro para que viva sin conocerse,
y endurece también su corazón para que muera sin convertirse.

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