miércoles, 30 de septiembre de 2009

LOS DOS ASPECTOS DE LA MUERTE - Domingo 15º después de Pentecostés

Los soldados romanos capitaneados por Antonio, tío del famoso triunviro, sitiaron la ciudad de Perusa. La ciudad, después de una desesperada resistencia, y devorada por el hambre y la sed, se rindió a condición de que se respetase la vida de los senadores.
Se aceptó la condición, pero no fue respetada.
Y los senadores, pálidos de terror, iban pasando delante del general, mirándole con ojos suplicantes.
«Yo he prestado magníficos servicios a la República», decían al­gunos. «No importa: hay que morir. Moriendum est.»
«Soy joven todavía, combatiré en tu legión, te seguiré por tierra y por mar...», clamaban otros. «No importa: hay que morir. Moriendum est»
«Soy rico, todas mis posesiones, todos mis sestercios, todos mis esclavos serán para ti.» Sonrió el general, pero en sus ojos brilló una luz siniestra y añadió secamente: «Adelante: hay que morir. Moriendum est»
Esta palabra fatal se va repitiendo sobre todos aquellos que pasan delante del camino de la vida; y la repitieron sobre la cuna de cada uno de nosotros, aun cuando entonces no podíamos oírla ni com­prenderla. Moriendum est. Soy rico: no importa. Los honores me en­vuelven por todas partes: no importa. Soy joven, me necesita mi familia y mi país: no importa.

JOVEN ERA TAMBIÉN, HIJO ÚNICO, necesario para sustentar a su madre, aquel a quien llevaban a enterrar cuando Jesús se encontró con el cortejo fúnebre a las puertas de Naím.
UNA SILENCIOSA MUCHEDUMBRE acompañaba al féretro: delante de todos, junto al muerto estaba su madre. Jesús, al verla, pasó por entre la muchedumbre y acercándose a ella, le dijo: «No llores».
¿CÓMO NO LLORAR SI SE ENCONTRABA POBRE Y SOLA EN EL MUNDO la que en otro tiempo fuera esposa y madre feliz?
SI TODOS LLORABAN EN TORNO A AQUELLA VIDA TRUNCADA implacablemente en la flor de la edad, ¿cómo no había de llorar su madre?
Y, SIN EMBARGO, JESÚS LE DIJO: «No llores».
Y LA PALABRA DE JESÚS NO ES UNA PALABRA VANA.
Deben llorar en presencia de la muerte los que no tienen fe, los que han vivido sumergidos en los placeres mundanos, los que aman el pecado.
Pero aquella viuda que tanto había sufrido por su familia;
todos aquellos que creen en Cristo, que viven observando los mandamientos de Dios y los de la Iglesia, no deben llorar ante la muerte.
«¡JOVEN! — GRITÓ JESÚS AL MUERTO —, levántate, yo te lo mando.» Y el muerto se sentó y comenzó a hablar. Jesús se lo entregó a su madre.

NO ES MÁS AFORTUNADA QUE NOSOTROS AQUELLA MUJER DE NAÍM; porque el radiante milagro que ella presenció en este mundo, lo presenciare­mos realizado en nosotros y en nuestros seres queridos, pero en la otra vida un poco más tarde.
PODEMOS, PUES, DEDUCIR DEL EVANGELIO que dos son los aspectos de la muerte: uno horrible y deplorable para los malos, luminoso y agra­dable el otro para los buenos.

1. LA MUERTE ES HORRIBLE
MAZARINO, el astuto y formidable consejero del rey de Francia, se halla en trance de muerte. Por la noche, a pesar de la prohibición de los médicos, se levanta y, burlando la vigilancia de sus criados, recorre, tembloroso, las galerías para dirigir una mirada postrera a las maravillas de arte y a las riquezas que habla acumulado. Se detiene ante los cuadros y las estatuas y suspira profunda­mente: «Hay que abandonar todas estas cosas tan bellas».
Los remordimientos, surgiendo como enjambres de su vida turbia, le estremecen. Va contemplando los muebles y el mármol de los rin­cones, abrazando las estatuas, tocando los tapices: llama a cada objeto con su nombre; acaricia con los ojos y las manos el oro, la plata y el bronce. No querría separarse de aquel lugar y, sin embargo, debe dar a todas aquellas cosas el adiós de despedida.
«¡Esto es ho­rrible!», solloza, y vuelve a su lecho de muerte.
PARA TODOS AQUELLOS QUE DURANTE LA VIDA TUVIERON EL CORAZÓN ALE­JADO DE DIOS, la muerte es horrible.



¡HORRIBLE PARA LOS QUE SE DEDICARON A DELEITAR SUS SENTIDOS!
Nunca jamás podrán los ojos volverse a cosas bellas, o a objetos lascivos; se verán envueltos en una niebla flotante, augurio de las tinieblas eternas.
La garganta experimentará náuseas y abrasada por la fiebre no sentirá la frescura del agua que bebe.
Los pies rígidos no podrán encaminarse a las reuniones mundanas, a las diversiones y bailes; y las manos no podrán ya tocar cosa alguna.
¿Conservará entonces la belleza del cuerpo?


¡HORRIBLE PARA LOS QUE SÓLO CULTIVARON AMISTADES MUNDANAS!
Los amigos que te indujeron al mal, que te apartaron de los Sacramentos, no te podrán ayudar lo más mínimo en aquel trance. Te hallarás solo, enteramente solo: sin hijos, sin mujer, sin parientes, abandonado delante de Dios.

¡HORRIBLE PARA LOS QUE CONFIARON EN LAS RIQUEZAS!
Cuanto ganaste y acumulaste con tu trabajo; cuanto conservaste con zozobra, lo perderás con gran desesperación de tu alma.
¿Qué te aprovechará entonces haber trabajado los domingos, haber defraudado al prójimo y dejado incumplidas tus promesas? Todo lo perderás.

¡HORRIBLE PARA LOS QUE DESPERDICIARON EL TIEMPO!
El que lo perdió durante la vida, es difícil que lo halle a la hora de la muerte. No consentirá el demonio que se le escape una presa a la que tuvo amarrada durante la vida. El alma, espantada ante el misterioso porvenir, temblará desesperada, y sus labios no podrán articular una plegaria, y el corazón sobresaltado no podrá realizar un acto de contrición.

¡HORRIBLE PARA LOS QUE CONFIARON EN LA FAMA!
«Consolaos — decía un amigo a Bossuet —, vuestro nombre es inmortal.» El ilustre orador sacudió la cabeza y le respondió débilmente: «Rogad a Dios que me perdone mis pecados».

Hubo alguno que dijo al moribundo general Luxemburgo:
«Vues­tro nombre está vinculado a muchas victorias».
«Preferiría — le contestó — que estuviera grabado en un vaso de agua dado de limos­na a un pobre.»

2. LA MUERTE ES AGRADABLE
RECORDAD LA MUERTE DE LOS BUENOS y os convenceréis de ello.
SANTA PAULA, discípula de San Jerónimo, al darse cuenta de la proximidad de la muerte, levantó los ojos al cielo exclamando:
«Se­ñor, he amado la belleza de tu casa y el lugar de tu gloria. ¡Qué dulces son tus tabernáculos en los que voy a entrar!» Al sentir el frío de la muerte en alguna parte de su cuerpo notaba que su corazón latía más trabajosamente, y preguntada si sufría alguna molestia, respon­dió: «No experimento ningún dolor, todo está tranquilo, sereno».
Y murió.

SAN JUAN CRISÓSTOMO, proscrito por una emperatriz pérfida, fue desterrado a un lugar desconocido, en la ribera oriental del mar Negro. Era verano. En Cumas el venerable anciano cayó agotado; se acer­caba el fin. «Ponedme los vestidos más bellos, porque ya llega el Salvador, al que estoy aguardando desde toda mi vida.»
Recibido el Viático, trazó la señal de la cruz exclamando: «Sea Dios bendito por todas las cruces que me han sobrevenido».
La boca de oro se cerró para siempre en la tierra: era el 14 de septiembre del año 407.



EL PADRE SUÁREZ llama a sus religiosos en la hora de su muerte: «Acercaos, que quiero descubriros un secreto. Me muero, pero nunca hubiera creído que fuera tan dulce el morir».

EN 1928 MORÍA EN ROMA EL CANTOR DE LA BELLEZA DE DIOS y profesor de la Universidad Católica del Sagrado Corazón, JULIO SALVADORI. Un día antes de la muerte llamó al hermano que le asistía y le dijo: «Mañana me vestirás con mis mejores vestidos, porque comienzan mis fiestas».

LAS MISMAS PALABRAS QUE SAN JUAN CRISÓSTOMO PRONUNCIÓ HACE SIGLOS.
El Cristianismo siempre es el mismo, y los cristianos auténti­cos no pueden considerar la muerte como algo horrible.
Nolite con­tristari et caeteri qui spem non habent.
“No os entristezcáis como aquellos que no tienen esperanza” (I Thes., IV, 12).

LA MUERTE ES AGRADABLE PARA LOS BUENOS:
PORQUE NOS LIBRA DE LAS TENTACIONES.
La vida es una batalla con­tinua contra la carne, contra el mundo, el demonio y contra las pasiones. El justo halla en la muerte la tranquilidad tan deseada.

PORQUE NOS LIBRA DE LOS DOLORES.
Volvamos la vista atrás y exami­nemos los días vividos. Quizá no podamos decir de ninguno de ellos: Hoy estoy contento.
¡Cuántas lágrimas amargas han corrido en nuestras horas, cuántos suspiros han interrumpido nuestros sueños!
Enfermedades en el hogar, ingratitudes entre los amigos, injusticias en el prójimo, en todas partes el cansancio y la angustia.
Y nuestro porvenir, por muy florido y rosado que nos lo pinte la fantasía, en nada se diferenciará del pasado.

¡PORQUE NOS JUNTA CON NUESTROS QUERIDOS MUERTOS!
¿Quién no ha perdido alguna persona querida? Quizá sea la madre, el hermano, los hijos.
Hay momentos tristes en la vida en los que nos asalta el deseo implacable de ver su rostro, de oír su voz, de pasar con ellos algunas horas de confidencia íntima, como aquella vez...
Pues bien, la muerte juntará gradualmente a las personas y reconstruirá las familias deshechas en la tierra.

PORQUE NOS INTRODUCE EN EL GOZO ETERNO.
Nadie puede, ni remota­mente, sospechar la recompensa que nos aguarda. ¡Torrentes de gozo se difundirán por nuestras almas!
No más dolores; alegrías siempre, con Dios siempre.

AHORA SE COMPRENDE EL GRITO DEL APÓSTOL A LOS FILIPENSES: «Para mí, ¡morir es ganancia!» Mori lucrum.

CONCLUSIÓN
SAN CARLOS BORROMEO pasaba frecuentemente ante un cuadro que representaba a la Muerte con su guadaña.
Un día el santo mandó borrarla y ordenó a un pintor que en vez de la guadaña pusiera una llave de oro en sus manos.
PERO SAN CARLOS ERA UN SANTO. ¿Qué será para nosotros?
¿Se pre­sentará con aspecto terrible o será como una dulce hermana que nos abre con llave de oro las puertas del Paraíso?
TODO DEPENDERÁ DE LA VIDA QUE LLEVEMOS…

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