
Al ensartar a sus víctimas con su Tridente, Satán las hacía caer en apetitos desordenados y placeres deshonestos. Con el primer diente despertaba los deleites de la carne, con el diente central – que era el más largo –, despertaba la soberbia de la vida; esto es, la ambición de honores y de gloria y, con el tercero, la codicia de riquezas.
Los siete cuernos. Aparte de las tres máscaras y del Tridente, Satán tenía para el combate siete cuernos afilados de macho cabrío: dos por cada una de sus frentes y uno más grande que brotaba del centro de su cabeza. Todos eran igualmente de fierro forrados en bronce bruñido y todos, como el Tridente, también atraían a sus incautas víctimas; pero, éstos ejercían un poder hipnótico extraordinario sobre los hombres que les hacía olvidar a Dios y pensar ciegamente en sí mismos. Eran los cuernos de los siete pecados capitales: el cuerno mayor, el de la soberbia, y los cuernos restantes, los de la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza. Con todos ellos embestía mortalmente a sus adversarios no sólo para separarlos de Dios, haciéndoles perder su estado de gracia y de virtud, sino para aislarlos entre sí, dividiendo encarnizadamente la sociedad humana en mil pedazos.
Las alas. Las seis alas gigantescas de Satán, del príncipe de las tinieblas, eran semejantes a las de un murciélago antediluviano y servían también para el ataque. Al agitarlas con espasmos alterados y neuróticos, soplaban el fuego de las pasiones con vientos vehementes: el primer par de alas soplaba, por el lado derecho, la tesis y, por el izquierdo, la antítesis, es decir, lanzaba al mismo tiempo palabras contradictorias entre sí, doctrinas, pensamientos e ideologías engañosas que, entre vapores tempestuosos y sanguinolentos, movían a la locura de la guerra y escondían la Verdad; el segundo par de alas difundía falsos rumores y noticias creadoras de desconcierto, de temores y de pánico y, el tercero, emitía imágenes seductoras, cortinas de variados vapores multicolores que embelesaban a sus adversarios, les despertaba movimientos pecaminosos, les inflamaba deseos carnales y les hacían perder su camino. Tras estas imágenes seductoras estaba Satán, encubriendo su espantosa realidad, haciendo creer a sus víctimas que él no existía. Pero, aunque sus ingenuas e infelices víctimas no lo vieran, Satán, estaba presente interiormente en el pensamiento de ellas, en sus pasiones, llevadas por el viento de las imágenes.
La cola y las pezuñas . Satán también usaba su cola y sus pezuñas para el combate; su cola era una serpiente venenosa de piel pegajosa y de mirada fascinadora que tenía en su cabeza un colmillo encorvado que inyectaba soberbia, ambición, envidia y odio; esta serpiente, deslizándose artera y silenciosa, enrollaba con su cuerpo anillado y húmedo a sus víctimas y las sujetaba contra el mundo, sobre un solo plano, obligándolas a mirar rastreramente, es decir, impidiéndoles elevar su mirada al cielo, ni penetrar en la altura y profundidad de la vida. Luego, las soltaba constreñidas, exhaustas, con los ojos extraviados, para ser pisoteadas y enterradas hasta las profundidades por sus cuatro pezuñas de cabrón.
La cola y las pezuñas . Satán también usaba su cola y sus pezuñas para el combate; su cola era una serpiente venenosa de piel pegajosa y de mirada fascinadora que tenía en su cabeza un colmillo encorvado que inyectaba soberbia, ambición, envidia y odio; esta serpiente, deslizándose artera y silenciosa, enrollaba con su cuerpo anillado y húmedo a sus víctimas y las sujetaba contra el mundo, sobre un solo plano, obligándolas a mirar rastreramente, es decir, impidiéndoles elevar su mirada al cielo, ni penetrar en la altura y profundidad de la vida. Luego, las soltaba constreñidas, exhaustas, con los ojos extraviados, para ser pisoteadas y enterradas hasta las profundidades por sus cuatro pezuñas de cabrón.
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