Queridos fieles, Hoy comienza el tiempo de adviento, tiempo de penitencia: el color de los ornamentos es morado, no hay flores en el altar, el órgano ya no se puede tocar como antes (ahora sólo para acompañar el canto).
Este tiempo de penitencia sirve para preparar nuestras almas para la Navidad, para ser más agradables a Nuestro Señor.
Bueno, queridos fieles, ¿y qué penitencia vamos a hacer nosotros? ¿ya la hemos escogido?
¿vamos a ayunar a pan y agua? ¡no!
¿vamos a pasar todas las noches, de rodillas, con los brazos en cruz? ¡tampoco!
¿vamos a flagelar nuestros cuerpos hasta que salpique la sangre por las paredes? ¿vamos a desgarrar nuestras carnes con un flagelo? ¡no, tampoco!
Bueno, ¿entonces, qué penitencia podemos hacer que sea agradable a Dios?
Pues cumplir bien nuestros deberes de estado, y sobre todo dentro de la familia, esto sí que Dios lo quiere:
que el papá sea buen papá, buen esposo;
que la mamá sea buena mamá, buena esposa;
que los hijos sean buenos hijos, buenos hermanos entre sí.
El querer hacer las penitencias que hemos dicho antes, sin cumplir nuestros deberes de estado, es pura vanidad, es orgullo, presunción.
Y para cumplir bien nuestros deberes de estado, tendremos siempre el modelo perfecto en la Sagrada Familia, y muy particularmente en el ejemplo de Nuestro Señor.
¿QUÉ NOS DICE LA SAGRADA ESCRITURA ACERCA DE LA VIDA DE NUESTRO SEÑOR Jesucristo, desde la edad de doce años, hasta la de treinta?
Nos dice simplemente que vivió en Nazaret, con sus padres, y que les estaba sujeto: “Erat subditus illis”. ( Lc.2,51)
¡CUÁNTAS ENSEÑANZAS encierran estas pocas palabras: “y les estaba sujeto”. ¡Sí, cuántas enseñanzas para todos, y sobretodo para los hijos!
¡Nuestro Señor tenía 30 años y seguía viviendo en casa con sus padres y les obedecía! ¡No se independizó antes, no se fue de la casa cuando era jovencito!
QUIZÁS, ALGUNA VEZ Hayamos PENSADO, que Nuestro Señor habría hecho un gran bien, si desde muy chico se hubiese dedicado al ministerio público:
¿Qué bien no habría hecho con una larga vida pública?
¿Qué gloria no habría procurado a su Padre celestial?
¿Qué de pecadores no hubiera convertido con sus predicaciones y milagros?
¿POR QUÉ, PUES, VIVIÓ TANTO TIEMPO RETIRADO Y DESCONOCIDO de los hombres?
¿NECESITABA ESE TIEMPO PARA PREPARARSE a la predicación de su Evangelio, en la que no empleó más que tres años de su vida?
NO, SIN DUDA: Él podía anunciar el Evangelio desde la edad que Él hubiera querido, porque nada podía faltarle para cumplir su misión, Él es la Sabiduría infinita.
Pero el divino Salvador quiso practicar antes lo que debía enseñar después;
quiso guardar silencio antes de hablar, obedecer antes de mandar.
Nos dio el ejemplo de la humildad y de la obediencia, antes de enseñárnoslas con sus palabras.
¡EJEMPLO ADMIRABLE, queridos fieles, que nos persuade de una manera muy elocuente, de la sumisión y obediencia que les debemos a los que han recibido de Dios la autoridad para conducirnos y mandarnos!
UN DIOS DE MAJESTAD SUPREMA, SE SOMETE A UNAS CRIATURAS;y ¡la criatura se niega a someterse a Dios, obedeciendo a los que ocupan su puesto!
¡MONSTRUOSIDAD INAUDITA!
HOY QUIERO DIRIGIR ESTAS PALABRAS ESPECIALMENTE A LOS HIJOS;
Todo el que sea hijo: aprenda del ejemplo de Nuestro Señor al querer sujetarse a sus padres; Y recuerde el respeto y la obediencia que les debemos a los nuestros.
¿Y CUÁLES SON LOS DEBERES DE LOS HIJOS PARA CON SUS PADRES? Menciono los cuatro más importantes: Amarlos, respetarlos, obedecerlos y socorrerlos.
VEAMOS HOY LOS DOS PRIMEROS: el deber de amarlos y el de respetarlos. Dejaremos los otros dos para después.
I.- LOS HIJOS ESTÁN OBLIGADOS A AMAR A SUS PADRES.
ESTE ES UN DEBER QUE LA NATURALEZA, DE ACUERDO CON LA RELIGIÓN, nos impone a cada uno de nosotros; pues si estamos obligados a amar a nuestro prójimo, no sólo porque Dios nos lo manda,
sino también por las relaciones y la conformidad de la naturaleza que tenemos unos con otros, ¿cuál deberá ser nuestro amor a los padres, con quienes tenemos tan particulares relaciones?
SI DISFRUTAMOS DE LA VIDA, a ellos se la debemos, después de Dios:
la existencia que nos han dado, ¿no les da el derecho de decir que somos una parte de ellos mismos, la carne de su carne, la sangre de su sangre, los huesos de sus huesos?
¿QUÉ AMOR NO DEBEMOS PROFESAR A UNOS PADRES, que han tenido tantos cuidados para conservarnos la vida, que han experimentado por nosotros tantos trabajos y fatigas, que se han expuesto a tantos peligros,
y se han privado muchas veces de lo que podía complacerles, y aún de lo más necesario, para subvenir a nuestras necesidades?
¡CUÁNTAS ATENCIONES, CUÁNTAS PENAS, CUÁNTAS INQUIETUDES NO TUVO ESA TIERNA MAMÁ cuando llevaba a su hijo en su seno!
¡Qué de dolores no sufrió al darle a luz! Y después, ¡qué vigilancia para atender a sus necesidades! ¡Qué de insomnios ha padecido! ¡qué caricias para enjugar sus lágrimas!
¡cuántas precauciones para preservarle de las incomodidades del frío y del calor, para apartarle de los peligros de la muerte! ¡cuántas preocupaciones al menor síntoma de dolor y de enfermedad que aquel hijo sentía!
¡QUÉ DE ANGUSTIAS, QUÉ DE PENAS, QUÉ DE TRABAJOS CORPORALES Y ESPIRITUALES NO HA TENIDO ESE PADRE para ganar la subsistencia de sus hijos! ¡cuántos esfuerzos para procurarles una buena educación!
¿NO SON ESTOS MUCHOS MOTIVOS para amar a un padre y a una madre, y estarles justamente agradecidos?
DIOS, POR ESTAS MISMAS RAZONES, en el mandamiento que nos da de amar al prójimo, propone a nuestros padres por primer objeto de nuestro amor, porque nos tocan de más cerca, y les debemos más que a cualquier otra persona.
¡DE QUÉ DUREZA, DE QUÉ INGRATITUD NO SE HACEN PUES CULPABLES ESOS HIJOS DESNATURALIZADOS, que, muy lejos de profesar a sus padres el amor y agradecimiento que les deben, les odian, les desprecian, no pueden verles ni sufrirles!
¡Y hay ALGUNOS HIJOS QUE LLEGAN HASTA EL CRUEL EXTREMO de darles malos tratamientos, cuando esos pobres padres no tienen bastante fuerza para castigarles ó resistirles!
¡Y HAY ALGUNOS HIJOS TAN BÁRBAROS, que desean la muerte a los que les han dado la vida, para poseer sus bienes y vivir al arbitrio de sus pasiones, sin penas ni preocupaciones!
A ESTOS MALOS HIJOS, UN SACERDOTE LES DIRIGIÓ ESTAS PALABRAS: “Hijos ingratos, que no merecéis ver la luz, vosotros sois parricidas, merecéis que la tierra abra sus abismos bajo vuestros pies para tragaros;merecéis que las fieras os devoren, y que los cuervos os arranquen los ojos (como dice la Sagrada Escritura), merecéis que os despedacen el corazón y os roan las entrañas.
Pero, tarde ó temprano, si no cambiáis, sentiréis la maldición del Señor…
Las amenazas que Dios os hace en sus divinas Escrituras y los terribles castigos que ha impuesto a los hijos de vuestra índole, son pruebas convincentes de ello”.
DE ESTO, TENEMOS UN EJEMPLO EVIDENTE en la persona del pérfido Absalón, a quien el odio y la ambición hicieron tomar las armas contra su padre David, para quitarle a un tiempo la corona y la vida.
PERO ¿CUÁL FUE SU TRISTE SUERTE? El Señor frustró sus ambiciosos designios, su ejército fue derrotado por el de David; y mientras Absalon huía, para evitar la muerte que merecía, pasando por debajo de un árbol, se quedó atorado y suspendido por los cabellos; y en este estado vergonzoso, lo encontró el general del ejército de David, el cual lo atravesó con tres lanzadas, pereciendo de esa vil manera ese mal hijo.
¡HIJOS, hijas, AMAD A SUS VUESTROS PADRES!; este un sagrado deber del cual no pueden jamás, ¡JAMÁS!, ser dispensados.
¿Y CÓMO PUEDEN SABER USTEDES QUE SÍ AMAN A SUS PADRES COMO DIOS LO MANDA?
¡Es fácil!, un autor escribió lo siguiente: “se sabrá que vosotros amáis verdaderamente a vuestros padres cuando: les queráis tanto bien como a vosotros mismos, cuando les deseéis una salud tan perfecta, una vida tan larga, una suerte tan favorable como a vosotros mismos; cuando améis su compañía, pues al ser humano le gusta permanecer al lado de las personas que ama; en cambio, cuando se huye de ellos, como hacen un gran número de hijos, que nunca creen estar peor que cuando se hallan en compañía de sus padres, esto es una prueba de que no se les ama mucho”.
EN FIN, TAMBIÉN CONOCEREMOS QUE AMAMOS A NUESTROS PADRES, cuando les manifestemos el respeto que les debemos. Es el segundo punto.
Este tiempo de penitencia sirve para preparar nuestras almas para la Navidad, para ser más agradables a Nuestro Señor.
Bueno, queridos fieles, ¿y qué penitencia vamos a hacer nosotros? ¿ya la hemos escogido?
¿vamos a ayunar a pan y agua? ¡no!
¿vamos a pasar todas las noches, de rodillas, con los brazos en cruz? ¡tampoco!
¿vamos a flagelar nuestros cuerpos hasta que salpique la sangre por las paredes? ¿vamos a desgarrar nuestras carnes con un flagelo? ¡no, tampoco!
Bueno, ¿entonces, qué penitencia podemos hacer que sea agradable a Dios?
Pues cumplir bien nuestros deberes de estado, y sobre todo dentro de la familia, esto sí que Dios lo quiere:
que el papá sea buen papá, buen esposo;
que la mamá sea buena mamá, buena esposa;
que los hijos sean buenos hijos, buenos hermanos entre sí.
El querer hacer las penitencias que hemos dicho antes, sin cumplir nuestros deberes de estado, es pura vanidad, es orgullo, presunción.
Y para cumplir bien nuestros deberes de estado, tendremos siempre el modelo perfecto en la Sagrada Familia, y muy particularmente en el ejemplo de Nuestro Señor.
¿QUÉ NOS DICE LA SAGRADA ESCRITURA ACERCA DE LA VIDA DE NUESTRO SEÑOR Jesucristo, desde la edad de doce años, hasta la de treinta?
Nos dice simplemente que vivió en Nazaret, con sus padres, y que les estaba sujeto: “Erat subditus illis”. ( Lc.2,51)
¡CUÁNTAS ENSEÑANZAS encierran estas pocas palabras: “y les estaba sujeto”. ¡Sí, cuántas enseñanzas para todos, y sobretodo para los hijos!
¡Nuestro Señor tenía 30 años y seguía viviendo en casa con sus padres y les obedecía! ¡No se independizó antes, no se fue de la casa cuando era jovencito!
QUIZÁS, ALGUNA VEZ Hayamos PENSADO, que Nuestro Señor habría hecho un gran bien, si desde muy chico se hubiese dedicado al ministerio público:
¿Qué bien no habría hecho con una larga vida pública?
¿Qué gloria no habría procurado a su Padre celestial?
¿Qué de pecadores no hubiera convertido con sus predicaciones y milagros?
¿POR QUÉ, PUES, VIVIÓ TANTO TIEMPO RETIRADO Y DESCONOCIDO de los hombres?
¿NECESITABA ESE TIEMPO PARA PREPARARSE a la predicación de su Evangelio, en la que no empleó más que tres años de su vida?
NO, SIN DUDA: Él podía anunciar el Evangelio desde la edad que Él hubiera querido, porque nada podía faltarle para cumplir su misión, Él es la Sabiduría infinita.
Pero el divino Salvador quiso practicar antes lo que debía enseñar después;
quiso guardar silencio antes de hablar, obedecer antes de mandar.
Nos dio el ejemplo de la humildad y de la obediencia, antes de enseñárnoslas con sus palabras.
¡EJEMPLO ADMIRABLE, queridos fieles, que nos persuade de una manera muy elocuente, de la sumisión y obediencia que les debemos a los que han recibido de Dios la autoridad para conducirnos y mandarnos!
UN DIOS DE MAJESTAD SUPREMA, SE SOMETE A UNAS CRIATURAS;y ¡la criatura se niega a someterse a Dios, obedeciendo a los que ocupan su puesto!
¡MONSTRUOSIDAD INAUDITA!
HOY QUIERO DIRIGIR ESTAS PALABRAS ESPECIALMENTE A LOS HIJOS;
Todo el que sea hijo: aprenda del ejemplo de Nuestro Señor al querer sujetarse a sus padres; Y recuerde el respeto y la obediencia que les debemos a los nuestros.
¿Y CUÁLES SON LOS DEBERES DE LOS HIJOS PARA CON SUS PADRES? Menciono los cuatro más importantes: Amarlos, respetarlos, obedecerlos y socorrerlos.
VEAMOS HOY LOS DOS PRIMEROS: el deber de amarlos y el de respetarlos. Dejaremos los otros dos para después.
I.- LOS HIJOS ESTÁN OBLIGADOS A AMAR A SUS PADRES.
ESTE ES UN DEBER QUE LA NATURALEZA, DE ACUERDO CON LA RELIGIÓN, nos impone a cada uno de nosotros; pues si estamos obligados a amar a nuestro prójimo, no sólo porque Dios nos lo manda,
sino también por las relaciones y la conformidad de la naturaleza que tenemos unos con otros, ¿cuál deberá ser nuestro amor a los padres, con quienes tenemos tan particulares relaciones?
SI DISFRUTAMOS DE LA VIDA, a ellos se la debemos, después de Dios:
la existencia que nos han dado, ¿no les da el derecho de decir que somos una parte de ellos mismos, la carne de su carne, la sangre de su sangre, los huesos de sus huesos?
¿QUÉ AMOR NO DEBEMOS PROFESAR A UNOS PADRES, que han tenido tantos cuidados para conservarnos la vida, que han experimentado por nosotros tantos trabajos y fatigas, que se han expuesto a tantos peligros,
y se han privado muchas veces de lo que podía complacerles, y aún de lo más necesario, para subvenir a nuestras necesidades?
¡CUÁNTAS ATENCIONES, CUÁNTAS PENAS, CUÁNTAS INQUIETUDES NO TUVO ESA TIERNA MAMÁ cuando llevaba a su hijo en su seno!
¡Qué de dolores no sufrió al darle a luz! Y después, ¡qué vigilancia para atender a sus necesidades! ¡Qué de insomnios ha padecido! ¡qué caricias para enjugar sus lágrimas!
¡cuántas precauciones para preservarle de las incomodidades del frío y del calor, para apartarle de los peligros de la muerte! ¡cuántas preocupaciones al menor síntoma de dolor y de enfermedad que aquel hijo sentía!
¡QUÉ DE ANGUSTIAS, QUÉ DE PENAS, QUÉ DE TRABAJOS CORPORALES Y ESPIRITUALES NO HA TENIDO ESE PADRE para ganar la subsistencia de sus hijos! ¡cuántos esfuerzos para procurarles una buena educación!
¿NO SON ESTOS MUCHOS MOTIVOS para amar a un padre y a una madre, y estarles justamente agradecidos?
DIOS, POR ESTAS MISMAS RAZONES, en el mandamiento que nos da de amar al prójimo, propone a nuestros padres por primer objeto de nuestro amor, porque nos tocan de más cerca, y les debemos más que a cualquier otra persona.
¡DE QUÉ DUREZA, DE QUÉ INGRATITUD NO SE HACEN PUES CULPABLES ESOS HIJOS DESNATURALIZADOS, que, muy lejos de profesar a sus padres el amor y agradecimiento que les deben, les odian, les desprecian, no pueden verles ni sufrirles!
¡Y hay ALGUNOS HIJOS QUE LLEGAN HASTA EL CRUEL EXTREMO de darles malos tratamientos, cuando esos pobres padres no tienen bastante fuerza para castigarles ó resistirles!
¡Y HAY ALGUNOS HIJOS TAN BÁRBAROS, que desean la muerte a los que les han dado la vida, para poseer sus bienes y vivir al arbitrio de sus pasiones, sin penas ni preocupaciones!
A ESTOS MALOS HIJOS, UN SACERDOTE LES DIRIGIÓ ESTAS PALABRAS: “Hijos ingratos, que no merecéis ver la luz, vosotros sois parricidas, merecéis que la tierra abra sus abismos bajo vuestros pies para tragaros;merecéis que las fieras os devoren, y que los cuervos os arranquen los ojos (como dice la Sagrada Escritura), merecéis que os despedacen el corazón y os roan las entrañas.
Pero, tarde ó temprano, si no cambiáis, sentiréis la maldición del Señor…
Las amenazas que Dios os hace en sus divinas Escrituras y los terribles castigos que ha impuesto a los hijos de vuestra índole, son pruebas convincentes de ello”.
DE ESTO, TENEMOS UN EJEMPLO EVIDENTE en la persona del pérfido Absalón, a quien el odio y la ambición hicieron tomar las armas contra su padre David, para quitarle a un tiempo la corona y la vida.
PERO ¿CUÁL FUE SU TRISTE SUERTE? El Señor frustró sus ambiciosos designios, su ejército fue derrotado por el de David; y mientras Absalon huía, para evitar la muerte que merecía, pasando por debajo de un árbol, se quedó atorado y suspendido por los cabellos; y en este estado vergonzoso, lo encontró el general del ejército de David, el cual lo atravesó con tres lanzadas, pereciendo de esa vil manera ese mal hijo.
¡HIJOS, hijas, AMAD A SUS VUESTROS PADRES!; este un sagrado deber del cual no pueden jamás, ¡JAMÁS!, ser dispensados.
¿Y CÓMO PUEDEN SABER USTEDES QUE SÍ AMAN A SUS PADRES COMO DIOS LO MANDA?
¡Es fácil!, un autor escribió lo siguiente: “se sabrá que vosotros amáis verdaderamente a vuestros padres cuando: les queráis tanto bien como a vosotros mismos, cuando les deseéis una salud tan perfecta, una vida tan larga, una suerte tan favorable como a vosotros mismos; cuando améis su compañía, pues al ser humano le gusta permanecer al lado de las personas que ama; en cambio, cuando se huye de ellos, como hacen un gran número de hijos, que nunca creen estar peor que cuando se hallan en compañía de sus padres, esto es una prueba de que no se les ama mucho”.
EN FIN, TAMBIÉN CONOCEREMOS QUE AMAMOS A NUESTROS PADRES, cuando les manifestemos el respeto que les debemos. Es el segundo punto.
II.- LOS HIJOS ESTÁN OBLIGADOS A RESPETAR A SUS PADRES.
DIJO DIOS: “Honra a tu padre y a tu madre” (Exod., x)
NO HAY QUE CONTENTARNOS CON TENER AMISTAD Y TERNURA interna para con nuestros padres, también hay que darles pruebas exteriores del respeto que les tenemos.
NUESTROS PADRES OCUPAN EN LA FAMILIA, EL LUGAR DE DIOS; son sus imágenes, y después de Dios, son los primeros a quienes debemos amar y respetar.
TODO SE LO DEBEMOS A DIOS, como a la causa primera que nos ha dado el ser; Y también, todo se lo debemos a nuestros padres, como a las causas segundas a quienes Dios ha dado la fecundidad para nuestra existencia.
HONRAR A LOS AUTORES DE NUESTROS DÍAS, es honrar a Dios mismo, cuya paternidad representan; por el contrario, despreciarles, es despreciar a Dios mismo, que les ha comunicado su poder; PARA INDUCIROS A ESTE RESPETO, recordemos las recompensas que el Señor promete a los hijos que cumplen este deber.
Notemos que este mandamiento de honrar a los padres tiene una prerrogativa especial.
En efecto, entre todos los mandamientos del Decálogo, no hay ninguno a cuya observancia haya Dios señalado una recompensa temporal, como al de honrar a los padres: Dijo Dios: “Honra a tu padre y a tu madre, a fin de gozar larga vida en la tierra” ES DECIR, una vida llena de bendiciones del Señor, espirituales y temporales; una vida cuyos dolores y penas serán suavizados por dulzuras interiores: la obediencia y el respeto que tributemos a nuestros padres nos merecerán el consuelo de ser nosotros obedecidos y respetados de nuestros hijos.
BUENO, ¿Y EN QUÉ CONSISTE LA HONRA Y EL RESPETO QUE LOS HIJOS DEBEN A SUS PADRES?
Ellos deben manifestarlo en sus palabras y con su obediencia.
Los hijos deben hablar siempre a sus padres con modestia y humildad;
Darles, en cuantas ocasiones se presenten, pruebas de la profunda veneración en que se los tiene, ya sea saludándoles afablemente, ya sea levantándose cuando entran ó salen, cediéndoles el primer lugar, etc.
ESTE RESPETO TAMBIÉN CONSISTE EN SUFRIR SUS DEFECTOS,
en escuchar con sumisión sus decisiones, sus reprimendas; en pedir y en seguir sus buenos consejos.
¿QUÉ DIREMOS, PUES, DE ESOS HIJOS E HIJAS INSOLENTES, que se muestran altaneros con sus padres, Que los contristan con palabras injuriosas y despreciativas, que los tratan con desdén, que los menosprecian por sus defectos, que los insultan, que les dirigen amargos reproches sobre sus debilidades e imperfecciones, y tienen, a veces, menos deferencia a su persona que a la de un criado ó de un extraño?
¡AH! ¿DE QUÉ CRÍMENES NO SE HACEN CULPABLES esos hijos que así tratan a sus padres, y qué diluvio de males no atraen sobre sus cabezas?
DICE EL ESPÍRITU SANTO: “Maldito es el hijo que no honra a sus padres;
maldito en sí mismo, por los males que le agobiarán; maldito en sus bienes, que perecerán; maldito en sus hijos, que le harán gemir, y le darán días de aflicción yde tristeza”.
DE TODO ESTO NOS OFRECE LA SAGRADA ESCRITURA UN EJEMPLO memorable en un hijo de Noé, que, por haberse burlado de su padre, fue maldecido con toda su posteridad: Cam.
Y aún hoy perdura la maldición.
EXCLAMÓ UN AUTOR: “¡Aprended, pues, hijos, a honrar a vuestros padres en cualquier posición en que los veáis, pobres ó ricos!: si vuestra fortuna es superior a la suya, no debéis despreciarles, como ciertos hijos, que pretenden desconocer a sus padres pobres; y que se creerían deshonrados con darles testimonios públicos de respeto, y, al parecer, sienten tristeza de ser hijos suyos”.
¡NO! , CUALQUIERA QUE SEA LA POSICIÓN DE NUESTROS PADRES,
pobres ó ricos, sanos ó enfermos, siempre son las imágenes de Dios, y, por consiguiente, siempre dignos de nuestro respeto; ¡Y QUÉ IMPORTA QUE NOS SEAN ÚTILES, Ó NO! ,
Y aunque sean para nosotros una carga por su enfermedad, por su vejez, por su debilidad; aunque sean enfadosos, y estén de mal humor; aunque por nada se irriten, y todo lo tachen de mal; aunque se necesite gran paciencia para soportarlos, ¡no importa!,
ME ATENGO AL PRINCIPIO QUE HEMOS DADO: ellos están para nosotros en el lugar de Dios, y siempre, ¡siempre! deberemos honrarles, incluso cuando ya hayan fallecido.
CONCLUSION
Queridos fieles, AHORA QUE YA HEMOS RECORDADO UNA PARTE DE LOS DEBERES para con nuestros padres, ¡CUMPLÁMOSLOS CON FIDELIDAD! Amémoslos, respetémoslos; Tengamos gusto en hablarles,
Respondámosles con cariño y respeto; No hagamos nada sin consultarles, pidámosles consejo.
Amemos siempre su compañía, mientras Dios nos los conserve a nuestro lado. Pues día vendrá, día vendrá, en que ya no los tendremos con nosotros, Pero siempre recordaremos que mientras los tuvimos, les dimos lo mejor que pudimos, y esto será nuestro gran consuelo.
QUERIDOS FIELES, HAGAMOS ESTAS COSAS ¡y más todavía!,
pues en eso de amar a Dios y a nuestros padres, no hay medida.
SEAMOS BUENOS HIJOS Y DIOS NOS LO PREMIARÁ, no sólo con una larga vida sobre la tierra, como Él lo prometió, sino sobretodo, con una vida eterna en el cielo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario