Generalidades. La Iglesia emplea la luz en sus funciones litúrgicas desde los tiempos apostólicos y actualmente prescribe rigurosamente su uso durante la Misa: según las leyes de la Iglesia los cirios deben estar encendidos sobre el altar. Estos cirios deben ser de cera de abeja de color blanca.
La cera. Desde siempre la Iglesia se ha servido de la cera de abejas para la liturgia; y esto principalmente por razones simbólicas. El cirio representa a Jesucristo, Dios y hombre: la llama que ilumina recuerda la divinidad, el cirio es emblema de su naturaleza humana; la mecha oculta en el cirio es la figura de su alma, la cera, obra de la abeja virginal, lo es de su cuerpo.
El delicado perfume del cirio de cera representa también la plenitud de las perfecciones de la infinita santidad de Cristo, bonus odor Christi. Además, la llama del cirio es una bella imagen del sol divino que ilumina los corazones de los fieles.
Las oraciones. La luz realza y embellece el culto divino y encierra una simbología muy variada.
San Jerónimo (+420) dice que durante la lectura del evangelio se encienden los cirios incluso en pleno día, no para disipar las tinieblas sino como un signo de alegría. San Paulino de Nola (+431) dice que los cirios arden en las iglesias para iluminar al día con una luz celeste.
El día de la Purificación la Iglesia pide a Dios que “así como las antorchas iluminadas con un fuego visible expulsan las tinieblas, así los corazones iluminados por un fuego invisible, es decir el esplendor del Espíritu Santo, sean liberados de la ceguera del pecado y puedan, con ojos purificados, ver lo que le es agradable y lo útil para nuestra salvación”.
En la bendición del fuego el Sábado Santo, la Iglesia pide a Dios, luz eterna y creador de toda luz, bendecir ese fuego para que seamos inflamados e iluminados por el fuego de la claridad divina. El cirio pascual es el símbolo de la majestad de Cristo resucitado, que con su resplandeciente luz disipó las tinieblas del mundo.
Propiedades materiales y simbolismo espiritual. Para comprender mejor el simbolismo tan variado de la luz, hay que prestar atención a su naturaleza, a sus propiedades naturales y a sus efectos. La luz se nos aparece más espiritual que material; es como una invasión del mundo de los espíritus en el corporal. Ejerce una influencia poderosa sobre la inteligencia y el corazón: enciende el valor, inspira la alegría.
Su claridad suave y misteriosa proyecta rayos de vida, alegría, esperanza y consolación en el templo de Dios y en las ceremonias sagradas. Por el contrario la aflicción de la Iglesia es representada en el oficio de Tinieblas durante la Semana Santa; los cirios se apagan uno tras otro, el último es ocultado detrás del altar, y la obscuridad reina en el lugar sagrado.
De todas las cosas sensibles la luz es la más pura, la más espiritual: es como la sonrisa del cielo, la belleza de la tierra, la alegría de la naturaleza, el esplendor de los colores, las delicias del alma y de los ojos. Por ello es un símbolo excelente del mundo invisible de los espíritus, de la magnificencia y esplendor del mundo de la gracia. Las tinieblas son la imagen del paganismo antiguo y moderno, es decir, de la ignorancia, del error, del pecado, de la impiedad, de la desesperación. La luz, por el contrario, en el lenguaje de la Biblia, es la figura del cristianismo, es decir, de la verdad, de la gracia, de la fe, de la sabiduría.
La luz es el símbolo de la naturaleza divina. “Dios es luz, y no hay tinieblas en Él” (1 Juan 1, 5), Él habita una luz inaccesible (1 Tim. 6, 16). Dios es la luz increada, es el creador y la fuente de toda luz espiritual o sensible, natural o sobrenatural.
Lo que el sol es para el mundo material, el Hombre-Dios, Jesucristo, lo es para el mundo espiritual, para el reino de la gracia y de la gloria. Él es la “luz de luz”, “el esplendor de la gloria del Padre”, “el esplendor de la luz eterna”. La luz es, pues, la figura de la gloria del Hijo único del Padre.
Continuamente se habla de la luz de la verdad y de la gracia. La luz ilumina y hace visibles las cosas exteriores; la verdad de la fe nos revela otro mundo, sobrenatural y más magnífico, nos permite echar una mirada en los misterios más profundos. Por la revelación Dios hace brillar su luz en nuestras tinieblas.
Las tres virtudes teologales, la fe, la esperanza y la caridad, son igualmente representadas por la luz. La claridad de la llama representa la fe; la dirección constante de la llama, que tiende hacia lo alto, es una imagen de la esperanza cristiana; el calor de la llama es el emblema de la caridad.
La cera. Desde siempre la Iglesia se ha servido de la cera de abejas para la liturgia; y esto principalmente por razones simbólicas. El cirio representa a Jesucristo, Dios y hombre: la llama que ilumina recuerda la divinidad, el cirio es emblema de su naturaleza humana; la mecha oculta en el cirio es la figura de su alma, la cera, obra de la abeja virginal, lo es de su cuerpo.
El delicado perfume del cirio de cera representa también la plenitud de las perfecciones de la infinita santidad de Cristo, bonus odor Christi. Además, la llama del cirio es una bella imagen del sol divino que ilumina los corazones de los fieles.
Las oraciones. La luz realza y embellece el culto divino y encierra una simbología muy variada.
San Jerónimo (+420) dice que durante la lectura del evangelio se encienden los cirios incluso en pleno día, no para disipar las tinieblas sino como un signo de alegría. San Paulino de Nola (+431) dice que los cirios arden en las iglesias para iluminar al día con una luz celeste.
El día de la Purificación la Iglesia pide a Dios que “así como las antorchas iluminadas con un fuego visible expulsan las tinieblas, así los corazones iluminados por un fuego invisible, es decir el esplendor del Espíritu Santo, sean liberados de la ceguera del pecado y puedan, con ojos purificados, ver lo que le es agradable y lo útil para nuestra salvación”.
En la bendición del fuego el Sábado Santo, la Iglesia pide a Dios, luz eterna y creador de toda luz, bendecir ese fuego para que seamos inflamados e iluminados por el fuego de la claridad divina. El cirio pascual es el símbolo de la majestad de Cristo resucitado, que con su resplandeciente luz disipó las tinieblas del mundo.
Propiedades materiales y simbolismo espiritual. Para comprender mejor el simbolismo tan variado de la luz, hay que prestar atención a su naturaleza, a sus propiedades naturales y a sus efectos. La luz se nos aparece más espiritual que material; es como una invasión del mundo de los espíritus en el corporal. Ejerce una influencia poderosa sobre la inteligencia y el corazón: enciende el valor, inspira la alegría.
Su claridad suave y misteriosa proyecta rayos de vida, alegría, esperanza y consolación en el templo de Dios y en las ceremonias sagradas. Por el contrario la aflicción de la Iglesia es representada en el oficio de Tinieblas durante la Semana Santa; los cirios se apagan uno tras otro, el último es ocultado detrás del altar, y la obscuridad reina en el lugar sagrado.
De todas las cosas sensibles la luz es la más pura, la más espiritual: es como la sonrisa del cielo, la belleza de la tierra, la alegría de la naturaleza, el esplendor de los colores, las delicias del alma y de los ojos. Por ello es un símbolo excelente del mundo invisible de los espíritus, de la magnificencia y esplendor del mundo de la gracia. Las tinieblas son la imagen del paganismo antiguo y moderno, es decir, de la ignorancia, del error, del pecado, de la impiedad, de la desesperación. La luz, por el contrario, en el lenguaje de la Biblia, es la figura del cristianismo, es decir, de la verdad, de la gracia, de la fe, de la sabiduría.
La luz es el símbolo de la naturaleza divina. “Dios es luz, y no hay tinieblas en Él” (1 Juan 1, 5), Él habita una luz inaccesible (1 Tim. 6, 16). Dios es la luz increada, es el creador y la fuente de toda luz espiritual o sensible, natural o sobrenatural.
Lo que el sol es para el mundo material, el Hombre-Dios, Jesucristo, lo es para el mundo espiritual, para el reino de la gracia y de la gloria. Él es la “luz de luz”, “el esplendor de la gloria del Padre”, “el esplendor de la luz eterna”. La luz es, pues, la figura de la gloria del Hijo único del Padre.
Continuamente se habla de la luz de la verdad y de la gracia. La luz ilumina y hace visibles las cosas exteriores; la verdad de la fe nos revela otro mundo, sobrenatural y más magnífico, nos permite echar una mirada en los misterios más profundos. Por la revelación Dios hace brillar su luz en nuestras tinieblas.
Las tres virtudes teologales, la fe, la esperanza y la caridad, son igualmente representadas por la luz. La claridad de la llama representa la fe; la dirección constante de la llama, que tiende hacia lo alto, es una imagen de la esperanza cristiana; el calor de la llama es el emblema de la caridad.
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