martes, 8 de septiembre de 2009

LA AVARICIA - Domingo 14º después de Pentecostés

ENORME FUE EL SACRILEGIO cometido por los filisteos.
Tuvieron la osadía de colocar el Arca santa de Dios en el altar, junto al inmundo ídolo de Dagón. Pues si nuestro cuerpo es un templo del Espíritu Santo, y nuestro corazón un altar, ¡cuántos renuevan la sacrílega profanación de los filisteos!

Sobre el altar de su corazón, junto a Dios, del cual son hijos por el Bautismo, han colocado el ídolo de Mammón: la avaricia.

POR ESO DICE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO EN EL EVANGELIO: “No podéis servir a dos se­ñores”; o adoráis a Dios y destruís a Mammón, o sois servidores de Mammón y enemigos de Dios.
SON TAN CELOSOS ESTOS DOS SEÑORES, que no toleran partición o co­munidad de bienes: lo quieren todo, todo el hombre.
En el templo de los filisteos, el dios dagón aparecía tirado por el suelo, después apareció despedazado. Dios no lo quería a su lado.
En el corazón del avaro, no es ya Dios quien arroja al ídolo,
ahora es el hombre quien arroja a Dios y se queda con su ídolo: las riquezas.

HAY QUE ELEGIR ENTRE ESTOS DOS SEÑORES, la elección no debiera ser difícil: ¿no es Dios el único Bien ver­dadero, nuestro bien, que ha de hacernos dichosos por toda la eternidad? Y, sin embargo, la mayoría de los hombres le han olvidado para correr en pos de Mammón: la avaricia.

LA AVARICIA ES EL AMOR DESORDENADO A LOS BIENES TERRENOS. Con qué palabras tan tristes, con qué acentos tan persuasivos nos reprocha Jesús esta ansiedad, este afán, ese deseo diabólico: “No os inquietéis por vuestra vida sobre qué comeréis, ni por vuestro cuerpo sobre qué vestiréis, ni sobre qué poseeréis.
Mirad los pájaros del cielo y los lirios del campo”, son seres irracionales y, sin embargo, no son codiciosos como vosotros.
Y no mueren ni de hambre, ni de sed, ni de frío. Si Dios se preocupa desde el insecto más pequeño hasta el más sutil hilo de hierba que dura un día y después se seca, ¿no se preocupará de vosotros que estáis dotados de un alma inmortal? Lo que siempre os debe preocupar, lo que con todo interés debéis buscar es la salvación del alma, el reino de Dios y su justicia. Lo demás se os dará por añadidura.

LOS HOMBRES, EN CAMBIO, HAN OLVIDADO LA PALABRA DE DIOS. Lo principal, para muchos, es tener qué comer, qué gozar, poseer bienes y riquezas; Para muchos, el alma, Dios, su justicia, esto es una añadidura.

LA AVARICIA LA DEFINE SANTO TOMÁS: “es el amor desordenado de las riquezas” Tratemos de comprender la fealdad de la avaricia, y después ha­gámonos una pregunta que tal vez nunca nos la hayamos hecho: ¿soy por ventura un avaro?

1. ¿QUÉ ES LA AVARICIA?
EN LA VIDA QUE DE SAN FRANCISCO ESCRIBIÓ SAN BUENAVENTURA, nos dejó una imagen muy clara de la avaricia.
Pasando en cierta ocasión San Francisco con uno de sus compañeros por la Puglia, y poco después de salir de Bari, encontró en el camino una gran bolsa que parecía estar repleta de dinero. El compañero in­dicó con insistencia al Pobrecillo de Asís cuán conveniente sería re­coger la bolsa para distribuir el dinero entre los pobres. Rehusó el siervo de Dios acceder a esta petición, sospechando que en aquella bolsa se escondía, sin duda, algún ardid diabólico... A consecuencia de esta repulsa se apartaron de aquel lugar y se apresuraron a con­tinuar el viaje comenzado.
Más no quedó tranquilo aquel religioso llevado de una falsa piedad, llegando hasta el extremo de repren­der a San Francisco y acusándole de no querer socorrer a los pobres.
Consintió el santo en volver al lugar mencionado para descubrir el ardid del diablo. Vueltos al lugar en donde estaba la bolsa, y hecha primero oración fervorosa, mandó al religioso que levantara la bolsa de la tierra.
Extendió éste la mano para recogerla, pero he aquí que al hacerlo salió de la bolsa una descomunal serpiente, la cual al des­aparecer con la bolsa, demostró bien a las claras haberse encerrado allí un engaño diabólico.
ENTONCES SAN FRANCISCO DIJO A SU COMPAÑERO:
«Hermano carísimo, el amor al dinero no es para los siervos de Dios otra cosa sino una venenosa serpiente» (C. VII, n. 5).

SÍ, LA AVARICIA ES UN DEMONIO, UNA VENENOSA SERPIENTE que nos atormenta durante nuestra vida, en la hora de nuestra muerte y durante nuestra eternidad:

* DURANTE NUESTRA VIDA.
“La avaricia es un suplicio al que voluntariamente se condenan los avaros para el resto de su vida.
Se sienten devorados por una sed rabiosa de acumular riquezas, de amontonar dinero; y esta sed les atormenta implacablemente.
Están delirando noche y día haciendo sus cálculos, pensando en nuevas adquisiciones y especulaciones; no se preocupan de otra cosa, no ha­blan de otra cosa.
Dios, la vida eterna no cuentan para nada en su vida, absorbida por el afán de correr tras el dinero, como el perro tras la liebre”.
Vale más comer un pedazo de pan tranquilamente con nuestra fa­milia en gracia de Dios, que ser dueño de muchas riquezas viviendo en continuos sobresaltos.

* EN LA HORA DE NUESTRA MUERTE.
Fue llamado un buen sacerdote junto al le­cho de un viejo avaro moribundo.
El ministro de Dios le hablaba de la vida eterna, ya próxima; le insinuaba que arreglara su concien­cia, pero él le dejaba hablar y después le hacía las preguntas más extrañas: «Puesto que venís de la ciudad, decidme: ¿cómo está la tasa de cambio con Francia?
¿Continúa bajando el precio de la lana? ¿A cómo se vende el trigo? Me interesa saberlo porque tengo una gran can­tidad para vender». El padre, con tristeza, preguntó: «¿Y no sentís ninguna preocupación, no os interesa vuestra alma?» Pero no comprendía el comerciante que el negocio del alma es el más importante, el único negocio. Viendo que todos sus esfuerzos eran in­útiles, el buen sacerdote le advirtió claramente que la puerta estaba abierta y que era necesario partir pronto, y, por lo tanto, se dispu­siera a recibir los Sacramentos.
Al oír el avaro estas graves palabras comenzó a gritar frenéticamente: «No puedo, no puedo». Y estrechando convulsivamente la bolsa que guardaba bajo la almohada, murió sumido en la desespe­ración (San Bernardino).
¡QUÉ MUERTE TERRIBLE! Otros, al morir, se abrazan con el crucifijo; “pero tú, avaro, abrazaste la bolsa de dinero, abrazaste a tu dios Mammón; ya se encargará la muer­te de poner las cosas en claro”.

* Y DURANTE NUESTRA ETERNIDAD.
Cuando Simón Mago ofreció dinero a los Apóstoles para comprar el poder comunicar el Espíritu Santo, San Pedro lo reprendió con indignación.
Simón Mago quería comprar el Espíritu Santo y sus dones;
los avaros, hacen una transacción semejante, ellos no quieren comprar al Espíritu Santo, sino que lo venden, venden por dinero al Espíritu Santo y sus dones.
Y EN EL DÍA DEL JUICIO, EN AQUEL DÍA DE LA JUSTICIA, SE LEVANTARÁ CRISTO PARA JUZ­GAR AL AVARO y le dirá: «Tú me has vendido (como Judas), me has vendido por treinta monedas: pues yo por menos te entrego a los tormentos del infierno».
SE LEVANTARÁ SAN PEDRO CLAMANDO INDIGNADO, como un día ante Simón Mago, y le dirá: «¡Fuera de aquí, y que tu dinero sea para tu perdi­ción!»
SE PONDRÁ EN PIÉ SAN PABLO y repetirá lo que escribió a los fieles de Corinto: «Ni los ladrones, ni los avaros, ni los rapaces po­seerán el reino de Dios» (I Cor., VI, 10).
SE LEVANTARÁN LOS ÁNGELES Y LAS CRIATURAS para condenarle eternamente.
Y por toda la eternidad estará el avaro maldiciendo su insensa­tez:
«¿Qué es lo que hice? He preferido las delicias de la tierra a las del cielo. He amado más el placer de un momento que el bien eterno. He antepuesto la riqueza a Dios.
¿Qué es el oro y la plata sino un poco de polvo amarillo o blanco, que únicamente es precioso en la imagina­ción de los hombres?
Y por este puñado de polvo he perdido a Dios».

2. ¿SOMOS POR VENTURA AVAROS?
EL PROFETA JEREMÍAS, HABLANDO CON EL PUEBLO DE ISRAEL, DECÍA:
«To­dos, todos están llenos de rapiñas y de fraudes» (Jerem., VI, 13).
PUEDE SER QUE ALGUNOS, AL ESCUCHAR mi predicación, hayan dicho en su interior: «Ay, yo no soy avaro; no soy avara».
PERO, PREGUNTO, ¿REALMENTE NO SOMOS AVAROS?
«Yo nunca he robado.» El que roba es un ladrón; y no se necesita robar para ser avaro. «Yo no soy rico, Yo vivo de mi modesto salario.» No sólo los ricos, sino también los pobres pueden ser avaros.

HEMOS DICHO QUE LA AVARICIA CONSISTE EN AMAR DESORDE­NADAMENTE LAS COSAS. ¿Qué son esos malos tratos dados a los padres ancianos, ese coar­tarles la libertad al hacer el testamento, ese deseo de que se mueran cuanto antes, qué es todo eso sino una avaricia refinada?
¿Qué son esos odios eternos entre hermanos por la repartición de la herencia, sino avaricia consumada?
Fijad la atención en vuestro comercio o negocio: precios injustos, mentiras, fraudes, envidia de aquel que progresa más en su negocio, calumnias para ver si puede arruinarle... todo esto es avaricia.
¿Se nos atora el bolsillo a la hora de dar limosna?
Y si algo regalamos a alguien, ¿no será de lo peorcito que tenemos, o lo regalamos porque nos estorba?

¡El muy avaro hasta come mal, hasta viste mal, hasta no sale de paseo, con tal de no gastar dinero! Y cuando compra algo, a la hora de contar el cambio, es extremadamente minucioso en examinar que no le falte ni la más pequeña monedita.

TODAS LAS NOCHES, ANTES DE ENTREGARNOS AL DESCANSO, preguntémonos a nosotros mismos:
«¿Qué pensamiento me ha dominado todo el día?
¿Aquel trabajo, aquel negocio, aquella ganancia, aquel cliente?...
Y en Dios, ¿cuán­tas veces he pensado? Ninguna o pocas veces».

PUES ESTO ES AVARICIA: donde está nuestro tesoro, allí está nuestro corazón.
TAMBIÉN, EXAMINEMOS QUÉ PEDIMOS CASI SIEMPRE A DIOS EN NUESTRAS PLEGARIAS: ¿salud, comodida­des, dinero, prosperidades...? ¿pedimos muchas veces esto? ¿Y por la salvación del alma, y por el reino de Dios? ¿Poco?

PUES ESTO ES AVARICIA QUE NO NOS DEJA OÍR EL DIVINO CONSEJO: «Buscad primeramente el reino de Dios, y todo lo demás se os dará por añadidura».

CONCLUSIÓN
SOGRATES, RICO FILÓSOFO TEBANO, notando que la avaricia surgía en su corazón, tomó una gran bolsa repleta de dinero y se encaminó a la ribera del mar, y al arrojarla en sus aguas profundas exclamó: Mergam vos, ne mergar a vobis: ¡Las sumerjo, para que ustedes no me sumerjan a mí!

QUERIDOS FIELES, DESPRENDAMOS NUESTRO CORAZÓN DE LAS COSAS TERRENAS y no las ame­mos más que a Dios.
ES PREFERIBLE QUE SE PIERDAN NUESTRAS RIQUEZAS y nuestros dineros, que no nosotros y nuestros hijos en el infierno eterno.

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