miércoles, 21 de octubre de 2009

LAS ARMAS DE SATÁN

El Tridente. Para reforzar la perversa acción de sus tres máscaras, Satán fabricó un Tridente envenenado, con el cual, siglos después, lograría sus más resonantes triunfos contra los hombres. Éste era de fierro forjado en la más ardiente caldera del infierno y estaba forrado en bronce bruñido, prometiendo ser de oro para que sus adversarios deslumbrados por el brillo se acercaran a él, ya curiosos, ya necios o ya inexpertos, para ser trinchados.
Al ensartar a sus víctimas con su Tridente, Satán las hacía caer en apetitos desordenados y placeres deshonestos. Con el primer diente despertaba los deleites de la carne, con el diente central – que era el más largo –, despertaba la soberbia de la vida; esto es, la ambición de honores y de gloria y, con el tercero, la codicia de riquezas.
Los siete cuernos. Aparte de las tres máscaras y del Tridente, Satán tenía para el combate siete cuernos afilados de macho cabrío: dos por cada una de sus frentes y uno más grande que brotaba del centro de su cabeza. Todos eran igualmente de fierro forrados en bronce bruñido y todos, como el Tridente, también atraían a sus incautas víctimas; pero, éstos ejercían un poder hipnótico extraordinario sobre los hombres que les hacía olvidar a Dios y pensar ciegamente en sí mismos. Eran los cuernos de los siete pecados capitales: el cuerno mayor, el de la soberbia, y los cuernos restantes, los de la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza. Con todos ellos embestía mortalmente a sus adversarios no sólo para separarlos de Dios, haciéndoles perder su estado de gracia y de virtud, sino para aislarlos entre sí, dividiendo encarnizadamente la sociedad humana en mil pedazos.
Las alas. Las seis alas gigantescas de Satán, del príncipe de las tinieblas, eran semejantes a las de un murciélago antediluviano y servían también para el ataque. Al agitarlas con espasmos alterados y neuróticos, soplaban el fuego de las pasiones con vientos vehementes: el primer par de alas soplaba, por el lado derecho, la tesis y, por el izquierdo, la antítesis, es decir, lanzaba al mismo tiempo palabras contradictorias entre sí, doctrinas, pensamientos e ideologías engañosas que, entre vapores tempestuosos y sanguinolentos, movían a la locura de la guerra y escondían la Verdad; el segundo par de alas difundía falsos rumores y noticias creadoras de desconcierto, de temores y de pánico y, el tercero, emitía imágenes seductoras, cortinas de variados vapores multicolores que embelesaban a sus adversarios, les despertaba movimientos pecaminosos, les inflamaba deseos carnales y les hacían perder su camino. Tras estas imágenes seductoras estaba Satán, encubriendo su espantosa realidad, haciendo creer a sus víctimas que él no existía. Pero, aunque sus ingenuas e infelices víctimas no lo vieran, Satán, estaba presente interiormente en el pensamiento de ellas, en sus pasiones, llevadas por el viento de las imágenes.
La cola y las pezuñas . Satán también usaba su cola y sus pezuñas para el combate; su cola era una serpiente venenosa de piel pegajosa y de mirada fascinadora que tenía en su cabeza un colmillo encorvado que inyectaba soberbia, ambición, envidia y odio; esta serpiente, deslizándose artera y silenciosa, enrollaba con su cuerpo anillado y húmedo a sus víctimas y las sujetaba contra el mundo, sobre un solo plano, obligándolas a mirar rastreramente, es decir, impidiéndoles elevar su mirada al cielo, ni penetrar en la altura y profundidad de la vida. Luego, las soltaba constreñidas, exhaustas, con los ojos extraviados, para ser pisoteadas y enterradas hasta las profundidades por sus cuatro pezuñas de cabrón.

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